Las intrusas
Londres. 1917. La ciudad est¨¢ siendo atacada por aviones alemanes cuando en la vida de la escritora Virginia Woolf suceden dos acontecimientos que ocupan igual relevancia en su diario: la amistad con la escritora Katherine Mansfield y la creaci¨®n del "1917 Club" formado por Leonard, marido de Virginia, Middleton Murry, el marido de Katherine y otros intelectuales socialistas. Una especie de segunda generaci¨®n de Bloomsbury que la Woolf calificaba maliciosamente de inframundo puesto que supon¨ªa que los hombres y las mujeres que lo formaban eran antes cr¨ªticos y comentaristas que artistas y creadores. Gente m¨¢s interesada en la fama que en el arte. M¨¢s adicta al poder que al trabajo silencioso de la palabra.
La guerra, el poder pol¨ªtico y cultural y mucha literatura es el escenario que rodea la vida de estas dos grandes creadoras, tan amigas como rivales. Se sienten unidas por la misma seriedad que imponen al oficio de escribir. En ocasiones, las separa la envidia y los celos literarios. Es el a?o en el que Virginia Woolf publica en Hogart Press, editorial creada recientemente por ella y su marido, el libro Preludio de Katherine Mansfield, al tiempo que deja ir algunos chismes crueles sobre su autora y amiga. Aunque alabe su estilo: "Avanzas de forma directa, clara como el cristal, refinada, espiritual", no quita que en otra carta dirigida a una amiga escriba de su competidora: "Le¨ª Bliss y me pareci¨® brillant¨ªsimo: tan duro, superficial y sentimental que tuve que correr a la estanter¨ªa en busca de algo de beber". Ambas ambicionaban transformar la literatura y, alguna que otra vez, Virginia supon¨ªa que Katherine le sacaba ventaja en el intento. Se estimulaban e irritaban una a la otra. ?sta, a su vez, escribe una cr¨ªtica no muy favorable de Noche y d¨ªa, (la novela m¨¢s discutible de Virginia Woolf), publicada en esa ¨¦poca. Sin embargo, se quieren y se admiran. Necesitan mantenerse en contacto.
Cuando Katherine escribe sobre Virginia, cuya literatura aprecia por encima de todo, dice: "Es la ¨²nica del grupo a la que quiero ver; se toma en serio el trabajo de escritor; con honestidad y alegr¨ªa, no se puede pedir m¨¢s". Y sobre su libro Preludio, a punto de salir a la luz, no pude dejar de subrayar: "Los intelectuales van a detestarlo. Creer¨¢n que es un nuevo libro de lectura para ni?os. All¨¢ ellos".
Se saben escritoras muy por delante de cuanto se lee y publica en la ¨¦poca. Aunque las dos autoras son conscientes de la relevancia de sus libros, no parecen dar importancia al tema. Junto a ellas, Pound, Huxley, Joyce, Eliot, Proust y Freud empezaban a ser le¨ªdos y aplaudidos. En lugar de atormentar a sus colegas varones sobre las injusticias de las que se sienten v¨ªctimas, zancadillas y fracasos, lo escriben en sus diarios. Gracias a ellos aprendemos que son unas outsiders. Sufren depresiones. Ataques de ansiedad. ?C¨®mo se entiende, si estamos hablando de dos de las grandes figuras de las letras universales?
Conocen la respuesta. Son las primeras en tratar de encontrar una identidad que las mujeres han perdido o que no han tenido jam¨¢s. Este problema, que a¨²n sigue vigente, les produce probadas crisis de identidad. Aunque escriban y se codeen con otros grandes escritores saben perfectamente que est¨¢n destinadas a ser unas intrusas de la profesi¨®n; unas escritoras "de segundo plano". Mujeres. Es decir, ciudadanos de segunda categor¨ªa. Grandes pero siempre segundonas.
Qu¨¦ duda cabe que tanto Woolf como Mansfield son tambi¨¦n unas privilegiadas al compararlas con otras trabajadoras de la ¨¦poca, pero lo cierto es que ellas ser¨¢n las precursoras de lo que, por muchos progresos que se hayan hecho en contra de la sociedad machista, seguir¨¢ sucediendo un siglo despu¨¦s de su muerte. Las mujeres se sienten exhaustas por igualar las aspiraciones del hombre, sin la posibilidad de conseguirlo de forma completa, y apenas les queda tiempo para preguntarse: ?y yo qu¨¦ soy?
En cualquier trabajo, y a igual nivel de preparaci¨®n y cualidades intelectuales, la mujer estar¨¢ destinada a ocupar un segundo escal¨®n, salvo en aquellas tareas que, al parecer, se califican propias de la mujer, como puede ser desde ayudante personal del jefe de turno hasta escribir las t¨ªpicas novelas femeninas. S¨®lo en esta condici¨®n de subg¨¦nero podr¨¢n ellas ser p¨²blicamente valoradas.
La literatura en s¨ª misma no es discriminatoria, como tampoco la ciencia, la pol¨ªtica, ni cualquiera de las actividades empresariales; es el punto de vista humano, el imaginario colectivo el que sigue los prejuicios at¨¢vicos, comprometiendo en ello a muchos hombres y mujeres.
Al hombre le ha salido una fuerte competidora. Una igual. ?Sabr¨¢ aceptarlo? La respuesta es un no rotundo. Con el paso del tiempo, hemos aprendido a tolerarlo pero no sin tratar de infravalorar o silenciar la fuerza y los derechos de la gran antagonista. La frase de la escritora Margaret Atwood es antol¨®gica: "A mi mujer le encantan sus novelas". Amabilidad que expresa el gran desprecio del marido hacia la escritora que tiene enfrente suyo y hacia la esposa que se habr¨¢ quedado en casa, quiz¨¢ encantada de no tener que acompa?arlo. Galanter¨ªa que tambi¨¦n viene a decirnos que tanto en la vida como en el arte los valores de la mujer no son los mismos valores que los del hombre. Como, por fortuna, ocurre en la mayor¨ªa de los casos.
Cuando una mujer escribe, quiere cambiar los valores establecidos. A mi modo de ver, ¨¦ste es tambi¨¦n el prop¨®sito que mueve al buen escritor aunque, a diferencia de ella, ¨¦l nunca ser¨¢ criticado por mantener su punto de vista de var¨®n. Por el contrario, independientemente del valor que tenga la obra art¨ªstica, la autora ser¨¢ criticada de entrada puesto que el punto de vista es diferente y dif¨ªcil de ser comprendido. Opini¨®n a la que se suman muchas mujeres que siguen la pauta pol¨ªticamente correcta del imaginario colectivo.
El elogio en masa que, por parte del colectivo masculino reciben, por ejemplo, las escritoras de la mal llamada novela femenina, que dista mucho de ser considerada obra de arte, resulta harto suspicaz. Se las aplaude. Se las bendice. Se las tiene condescendencia. Pobrecitas.
Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo que siempre he admirado, incluso con su misoginia fecunda y tortuosa, en un texto titulado Katherine y ellas ejemplifica en pocas palabras la actitud paternalista y prejuiciosa en relaci¨®n a la escritora neozelandesa que admira, y, acaso, trate de imitar.
"K.M. tuvo mucho de milagro: no fue cursi, no fue erudita, no se complic¨® con ning¨²n sobrehumano misticismo de misa de once. Otro secreto: era como los hombres se imaginan a las mujeres que aman".
Y m¨¢s adelante: "Pero, ahora las cosas se han complicado. En cierto sentido, podr¨ªa decirse que las mujeres son las nuevas ricas de la cultura... Hay superabundancia, pl¨¦tora de mujeres intelectuales. Casi todas las muchachas que leen y escriben, se abruman con la obligaci¨®n de hacer versitos y publicarlos... las que no s¨®lo leen de corrido... hasta dan conferencias y todo".
As¨ª es, en efecto. Cada vez hay m¨¢s mujeres empresarias, intelectuales, pol¨ªticas, cient¨ªficas, t¨¦cnicas, dispuestas a denunciar que en sus trabajos se han topado con un techo de cristal que les impide ascender m¨¢s alto.
Volviendo a la literatura, campo en el que parece que la mujer ha llegado m¨¢s arriba, escritores famosos y menos famosos premian y aplauden novelas mediocres de algunas mujeres, con el fin de evitar la competencia con las grandes escritoras todav¨ªa vivas. Con ese modo de actuar, que ya se ha convertido en un hecho ineludible, elogian la mala literatura escrita por mujeres y silencian la buena, sabedores de que aqu¨¦llas no les quitaran un ¨¢pice de sus min¨²sculas parcelas de poder.
La Woolf ten¨ªa una rival. La Mansfield que, antes de morir tempranamente de tuberculosis, hab¨ªa dejado una estela sublime de constelaciones literarias. "Yo estaba celosa de su trabajo; el ¨²nico escritor del que he sentido celos". Lo que no s¨®lo no le impidi¨® mantener una amistad con ella, sino componer con sus propias manos los tipos del libro que le publicaba, enviarlo con entusiasmo a los cr¨ªticos y confraternizar con su antagonista de un modo envidiable.
Al hombre le ha salido una fuerte competidora. Una igual con la que debe confraternizar de igual a igual, ni que sea a la manera que lo consiguieron para ellas las dos intrusas del reino de las letras. Ten¨ªan en com¨²n una misma entrega a la profesi¨®n elegida. Fueron m¨¢s que rivales, socias en la lucha por la vida diaria.
Nuria Amat es escritora.
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