El loro disecado
Cuando entras en la tienda de Carmen Palaus, Ciencies Naturals, plaza de las Palmeres, 15, en el barrio de Sant Andreu, y ves lo peque?a que es, y que en las estanter¨ªas caben apenas unas caracolas y estrellas de mar, unas cajas de mariposas, un zorro sobre su peana, y en la pared s¨®lo la cabeza de un ant¨ªlope y la cabeza de un pez espada, con su imponente espol¨®n, sus ojos asombrados y la tr¨¢gica expresi¨®n de su boca inquietantemente humana, y te atiende sin levantarse de detr¨¢s de su mesa un se?or mayor y cansado, de ojos tristes, con una bufanda gris cruz¨¢ndole el pecho, es inevitable admirarse e inclinarse en silencio reverente ante la confirmaci¨®n de la ley universal de la entrop¨ªa.
Ese digno se?or y su mujer, Carmen, son los ¨²ltimos de una estirpe de taxidermistas fundada por Llu¨ªs Soler i Pujol, que aprendi¨® taxidermia con Francesc Dauder, el del museo de Banyoles, que hace unos a?os fue piedra de esc¨¢ndalo por su famoso negro disecado. Durante 100 a?os esa familia tuvo en la plaza Reial una espaciosa tienda cuya fauna numerosa y variopinta -de cuando yo era ni?o recuerdo dos cocodrilos, una jirafa, un puma, un oso y hasta un elefante, loros y cacat¨²as y cotorras, y docenas de p¨¢jaros raros- impresion¨®, con mayor o menor persistencia, a varias generaciones de ni?os barceloneses. A esa arca de No¨¦ bajo hechizo sol¨ªa ir Dal¨ª a por hormigas disecadas para sus cuadros.
Adi¨®s a la taxidermia, que consiste en desollar el animal, curtir la piel y rellenarla de viruta de madera. Bienvenida la plastinaci¨®n, la t¨¦cnica para conservar los cuerpos mediante la sustituci¨®n de sus fluidos naturales por una silicona l¨ªquida que los preserva como si fueran de goma y que permite manipularlos y exhibirlos; t¨¦cnica que invent¨® hace 10 a?os el t¨¦trico profesor Gunter von Hagens, alias Plastinator, y que ya practican otros sabios demon¨ªacos, comprando a China, como ¨¦l, los cuerpos de reos ejecutados. El pasado oto?o, despu¨¦s de hacer cola un buen rato, admir¨¦ la pericia de Plastinator y su equipo en el centro comercial de Seaport, en Nueva York; vi a uno de esos reos, desollado y en pose de jugar esforzadamente al baloncesto, y sobre una peana vi un tronco humano cortado en delgadas secciones como si lo acabasen de pasar por una m¨¢quina de cortar pan; vi alg¨²n otro cad¨¢ver profanado so pretextos cientifistas y did¨¢cticos, y me fui por donde hab¨ªa venido. Comparadas con las haza?as de Plastinator, la verdad es que las vacas cortadas y los tiburones en sus tanques de formol de Damien Hirst parecen travesuras de Guillermo. Y ahora arrojo a la basura la pluma con que he escrito esto, para seguir con otra limpia.
Yo estaba curioseando por la tienda de Carmen Palaus cuando entraron dos j¨®venes vestidos con ch¨¢ndal y camiseta. Preguntaron: "?Tiene ojos de cristal?". Le respondieron: "?Para qu¨¦?". Los j¨®venes: "Para jabal¨ª".
El taxidermista desapareci¨® tras una cortina y enseguida regres¨® con un haz de flexibles varas de metal rematadas por ojos de cristal parecidos a amuletos. "?De qu¨¦ medidas? ?Del 15, del 16 o del 17?". Yo miraba la cabeza de la gacela Grant, cazada en Sud¨¢n en el a?o 1978, y el tr¨¢gico pez espada, y la caja de las mariposas, y pensaba en El loro disecado, esa obra maestra de la narrativa breve. Rafael Dieste escribi¨® ese relato, al igual que el resto de las Historias e invenciones de F¨¦lix Muriel, en respuesta al desaf¨ªo de sus amigos y contertulios -gallegos exiliados como ¨¦l- en un cafet¨ªn de Buenos Aires. Cada semana escrib¨ªa un cuento, el s¨¢bado se lo le¨ªa a los gallegui?os y as¨ª compuso r¨¢pidamente ese libro encantador.
El argumento de El loro disecado es ¨¦ste: siendo ni?o, F¨¦lix escuch¨® a escondidas a don Ram¨®n, marinero retirado y due?o de la tienda Efectos Navales y Similares, contarle a su padre la historia del loro disecado que es la mayor atracci¨®n de la tienda: hace muchos a?os hab¨ªa en Amberes un hotel, y en el hotel una mujer muy guapa, su celoso marido y un loro que repet¨ªa: "Passez, messieurs et dames, passez. En avant s'il vous pla?t". Siempre que su barco hac¨ªa escala en Amberes, Ram¨®n se alojaba en el hotel y se ve¨ªa con la mujer. Hasta que el marido la mat¨®, y luego ¨¦l mat¨® al marido, y en un arrebato inexplicable se llev¨® el loro al barco. A los pocos d¨ªas, harto de o¨ªr su cantinela, lo mat¨®. Lo hizo disecar. Y ya no se separ¨® de ¨¦l.
?ste es el seco resumen de un relato riqu¨ªsimo en otras l¨ªneas tem¨¢ticas, en explosiones de sentido, en divertidas y truculentas sorpresas, en elipsis misteriosas, en secretos revelados y en ambig¨¹edades y confusiones de lo c¨ªnico con lo l¨ªrico, y que entre otras gracias tiene la de dejar a lector pregunt¨¢ndose: ?Por qu¨¦ Ram¨®n disec¨® el loro y lo conserva siempre a su vera?
Muy cerca de Amberes, en Ostende, la familia de James Ensor, el pintor de las m¨¢scaras y paradigma del visionario de provincias, ten¨ªa una tienda parecida a Efectos Navales y Similares, donde vend¨ªa caracolas, estrellas de mar, m¨¢scaras, souvenirs y curiosidades chinas, que a¨²n puede visitarse, convertida en museo. Ensor viv¨ªa y pintaba encima de esa tienda, y en su vida apenas sali¨® de la ciudad. Hasta enterarme de que las m¨¢scaras y las calaveras que pint¨® incansablemente no eran fruto de su imaginaci¨®n, sino que estaban en la tienda debajo de sus pies, su imaginer¨ªa delirante, grotesca, tragic¨®mica, carnavalesca, irreverente, me parec¨ªa a¨²n m¨¢s asombrosa.
Entre sus fetiches m¨¢s queridos, el m¨¢s terror¨ªfico que vi en la casa era una sirena de origen japon¨¦s, en forma de pez de madera labrada, con cabeza humanoide, cabellos humanos, escamas de pez y dientes de mono.
Deb¨ªan de tener otras cosas curiosas, como lo demuestra este cuadro extra?o y desequilibrado, M¨¢scaras mirando a un negro, que no ser¨¢ el mejor de los suyos, pero desde luego se merece una mirada. Passez, messieurs et dames, passez. En avant s'il vous pla?t.
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