Museos
En Rowan Oak, Mississippi, hay una casa de tablillas de madera de pino y estilo renacentista que es uno de los edificios que m¨¢s debe por s¨ª mismo a la creaci¨®n literaria de todos los tiempos. Su importancia se deriva no s¨®lo a que en ella haya vivido el escritor William Faulkner, sino al hecho de que la escritura de algunas de las mejores novelas de la literatura contempor¨¢nea se deba en parte a las deudas que su propietario tuvo que afrontar para pagarla. Faulkner compr¨® la vivienda en plena Depresi¨®n, el mismo a?o que escribi¨® Mientras agonizo en apenas seis semanas, al tiempo que trabajaba por la noche en la sala de calderas de la universidad para pagar la hipoteca de 75 d¨®lares mensuales. Poco despu¨¦s se vio obligado a escribir Santuario, que fue su mayor ¨¦xito de ventas y con el dinero ganado rehizo las ca?er¨ªas, el sistema el¨¦ctrico y la calefacci¨®n. Durante los 32 a?os que vivi¨® en Rowan Oak obtuvo un premio Pulitzer y el Nobel en 1949 y escribi¨® m¨¢s de doce libros imprescindibles, por la necesidad de remodelar la casa hasta dejarla a su gusto algo peculiar y obstinado. No fue el ¨²nico caso, tambi¨¦n Dostoyesky escribi¨® lo mejor de su producci¨®n literaria para poder hacer frente a sus deudas de juego y de no haber sido por su mala suerte en el p¨®quer quiz¨¢ nunca hubi¨¦ramos podido leer Crimen y Castigo.
Ahora la Universidad de Mississippi con la ayuda de fondos federales ha restaurado la casa de Faulkner y la ha abierto al p¨²blico para solaz de peregrinos mit¨®manos, que son la ¨²ltima especie de aves en busca de para¨ªsos perdidos. La casa de dos plantas est¨¢ situada al final de un paseo flanqueado por cedros rojos anteriores a la guerra civil americana, y en ella cualquiera puede seguir el rastro de su Dios a trav¨¦s de los suelos de pino desde el dormitorio donde se pueden ver las botas de montar del escritor junto a la silla hasta las paredes en las que se puede descubrir el bosquejo de Una f¨¢bula garabateado a l¨¢piz en una esquina del despacho. Una vieja m¨¢quina de escribir Underwood permanece sobre el escritorio junto a la pipa apoyada en el cenicero, revestida de ese inevitable halo de asepsia que adquieren los objetos de uso cuando ya nadie los emplea. Alrededor los libros ocupan todas las estanter¨ªas. Debajo de la escalera principal hay un armario y en ese escondite se encontraron m¨¢s de 1.800 folios con sus primeros poemas, que hoy se encuentran archivados en la biblioteca de la universidad. "Si hay dolor que sea s¨®lo lluvia", escribi¨® Faulkner una tarde de aguaceros tristes.
Cuentan que en 1962 cuando William Faulkner ya era indiscutiblemente el mejor escritor que hab¨ªa dado al mundo EE UU, el presidente Kennedy quiso recibirlo en la Casa Blanca, pero Faulkner declin¨® la invitaci¨®n, porque seg¨²n dijo, no ten¨ªa ropa apropiada para ser recibido. "No obstante", a?adi¨®, "si el presidente tiene tanto inter¨¦s en conversar conmigo que acuda a Rowan Oak y con mucho gusto lo convidar¨¦ a cenar". Muri¨® poco despu¨¦s de un infarto que le revent¨® el coraz¨®n. Hasta ese d¨ªa, vivi¨® refugiado como un caballero sure?o de brillantes botas altas y alma solitaria en su casa de granjero.
Un museo es siempre un cementerio, sin embargo cualquier novela de Faulkner contiene dentro esta casa con su porche donde uno puede sentarse a leer mientras llueve con un vaso de whisky y el pensamiento abierto al aire de la noche cargado ya con la fiebre de las grandes sagas del Mississippi.
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