El nuevo muro de Berl¨ªn
En la noche del 7 de febrero de 2005, una mujer de 23 a?os, Hatun Surucu, que caminaba hacia una parada de autob¨²s en Berl¨ªn, fue asesinada de varios disparos hechos a bocajarro y que le alcanzaron en la cabeza y el t¨®rax. Las investigaciones revelaron que meses antes hab¨ªa denunciado ante la polic¨ªa a uno de sus hermanos por amenazas.
Ahora, tres de sus cinco hermanos est¨¢n siendo juzgados por asesinato. Seg¨²n el fiscal, el mayor, de 25 a?os, compr¨® el arma; el mediano, de 24, atrajo a su hermana al lugar del crimen, y el peque?o, de 18, la mat¨®. El juicio empez¨® el 21 de septiembre.
Ayhan Surucu, el hermano menor, confes¨® el asesinato y afirm¨® que lo hab¨ªa cometido sin ayuda de nadie.
Las leyes juveniles alemanas establecen una condena m¨¢xima de 10 a?os de prisi¨®n por asesinato y la perspectiva de salir en libertad despu¨¦s de cumplir dos terceras partes de la condena
La concejala de Neuk?lln dice que los residentes hablan de "nuestros turcos" en un tono amable, aunque son menos amistosos al mencionar a los ¨¢rabes, que llegaron despu¨¦s que los turcos y muchas veces de forma ilegal
Tres de los cinco hermanos de Hatun son juzgados por asesinato. Seg¨²n el fiscal, el mayor, de 25 a?os, compr¨® el arma; el mediano, de 24, atrajo a su hermana al lugar del crimen, y el peque?o, de 18, la mat¨®
La opini¨®n p¨²blica alemana empez¨® a preocuparse por el mundo musulm¨¢n que se iba extendiendo gracias, sobre todo, a tres libros escritos por unas musulmanas rebeldes
Entre frigor¨ªficos, m¨®viles y televisores, la cultura rural est¨¢ resucitando entre las mujeres. En Anatolia, la vida puede ser m¨¢s moderna y laica que en barrios musulmanes de Berl¨ªn
Seg¨²n Seyran Ates, una abogada de origen turco, suelen ser los hermanos menores los escogidos por la familia para llevar a cabo ese tipo de asesinatos o para reivindicar su autor¨ªa. Las leyes juveniles alemanas establecen una condena m¨¢xima de 10 a?os de prisi¨®n por asesinato y la perspectiva de salir en libertad despu¨¦s de cumplir dos terceras partes de la condena.
Hatun Surucu creci¨® en Berl¨ªn, en una familia de kurdos procedentes de Turqu¨ªa. Al acabar octavo curso, sus padres la sacaron del colegio. Poco despu¨¦s la llevaron a Turqu¨ªa y la casaron con un primo. Pero ella se separ¨® de su marido y regres¨® a Berl¨ªn embarazada. A los 17 a?os dio a luz a un hijo, Can. Se fue a vivir a un centro de acogida para mujeres y complet¨® los estudios que le quedaban para obtener el diploma de ense?anza media. En 2004 obtuvo el t¨ªtulo de formaci¨®n profesional necesario para ser electricista.
La joven madre empez¨® a disfrutar de la vida. Se maquillaba, llevaba el pelo suelto, iba a bailar y se adornaba con anillos, collares y pulseras.
Y pocos d¨ªas antes de obtener su certificado profesional la asesinaron.
Evidentemente, a juicio de sus hermanos, Hatun cometi¨® el crimen capital de querer vivir en Alemania como una alemana.
En declaraciones al peri¨®dico turco Zaman, un hermano mencion¨® que la joven hab¨ªa dejado de llevar pa?uelo, que se negaba a volver con su familia y que hab¨ªa proclamado su intenci¨®n de "buscar su propio c¨ªrculo de amigos".
Todav¨ªa no est¨¢ claro si alguien concreto dio la orden de que la asesinaran. Con frecuencia, en estos casos, es el padre quien decide el castigo. Pero Ates, en el ejercicio de su profesi¨®n, ha visto casos en los que quien toma la iniciativa es la madre, una madre a la que obligaron a casarse y que despu¨¦s insiste en que su hija sufra el mismo destino.
"Las madres buscan solidaridad a base de exigir que sus hijas se sometan a las mismas penalidades, los mismos sufrimientos", explica Necla Kelek, una autora alemana de origen turco que ha entrevistado a docenas de mujeres a prop¨®sito de este tema.
Mientras tanto, los dos hermanos mayores de Surucu han empapelado su celda con fotograf¨ªas de la hermana muerta.
En Berl¨ªn se est¨¢ levantando un nuevo muro. Al otro lado de ¨¦l est¨¢ el de los barrios isl¨¢micos. Un mundo en el que las mujeres, a diferencia de algunas musulmanas en otros pa¨ªses de Europa, que han conseguido tener una vida m¨¢s abierta, siguen teniendo que someterse a matrimonios forzosos y al control de sus familias.
Para cruzar este muro hay que dirigirse a los barrios del centro y el norte de la ciudad, a Kreuzberg, Neuk?lln y Wedding; quien llega all¨ª se ve en un mundo desconocido para la mayor¨ªa de los berlineses.
Hasta hace poco, la mayor¨ªa de los habitantes se hac¨ªa la ilusi¨®n de que la convivencia con los 300.000 inmigrantes e hijos de inmigrantes musulmanes iba bien.
V¨¦ase Neuk?lln, por ejemplo. Un barrio que se enorgullece de albergar a ciudadanos de 165 pa¨ªses. Alrededor del 40% -el mayor grupo, con gran diferencia- est¨¢ formado por turcos y kurdos; el segundo grupo m¨¢s numeroso es el de los ¨¢rabes.
Ataques racistas
Los ataques de tipo racista son habituales en Brandenburgo, el antiguo Estado germano oriental que rodea Berl¨ªn, en el que hay pocos extranjeros, s¨®lo un 2% de la poblaci¨®n. Pero en Neuk?lln no se producen casi nunca.
Stefanie Vogelsang, concejala por el distrito de Neuk?lln, dice que los residentes hablan de "nuestros turcos" en un tono inequ¨ªvocamente amable, aunque son menos amistosos al mencionar a los ¨¢rabes, que llegaron despu¨¦s que los turcos, y muchas veces de forma ilegal.
Sin embargo, la tolerancia respecto a los inmigrantes musulmanes empez¨® a cambiar tras el 11 de septiembre de 2001. Al mismo tiempo que se o¨ªan las declaraciones de "solidaridad incondicional" de la mayor¨ªa de los alemanes con los estadounidenses, en Neuk?lln y Kreuzberg se produc¨ªan manifestaciones de otro tipo.
Desde los patios de los edificios se lanzaron cohetes hechos con botellas, los fuegos artificiales de los pobres: dos desde un sitio, tres desde otro, cientos de cohetes que llenaron el cielo en celebraci¨®n, mientras la mayor¨ªa de los berlineses trataba de expresar su horror por lo que hab¨ªa sucedido.
Para muchos alemanes residentes en Neuk?lln y Kreuzberg, recuerda Vogelsang, aquella fue la primera vez que se pararon a preguntarse qui¨¦nes eran verdaderamente sus vecinos.
La opini¨®n p¨²blica alemana empez¨® a preocuparse de forma m¨¢s general por el mundo musulm¨¢n que se iba extendiendo entre sus habitantes gracias, sobre todo, a la publicaci¨®n de tres libros escritos por unas musulmanas rebeldes: Ates, autora de El gran viaje hacia el fuego; Kelek, que escribi¨® La novia extranjera, y Serap Cileli, con Somos vuestras hijas, no vuestro honor.
Las tres, aproximadamente de la misma edad, crecieron en Alemania, hablan alem¨¢n mejor que muchos nativos, tienen estudios y ejercen con ¨¦xito su profesi¨®n. Pero cada una de ellas tuvo que correr grandes riesgos para obtener la libertad.
A Kelek la amenaz¨® su padre con un hacha cuando ella se neg¨® a saludarle con respeto. Ates sobrevivi¨® a un tiroteo en el centro de acogida para mujeres que hab¨ªa fundado en Kreuzberg. Cileli intent¨® suicidarse a los 13 a?os, para huir de un primer matrimonio forzado. Luego la llevaron a Turqu¨ªa y la casaron contra su voluntad, pero ella regres¨® a Alemania con los dos hijos habidos de ese matrimonio y se refugi¨® en un centro de acogida para escapar de la violencia de su padre.
Las tres mujeres parten de sus experiencias para describir la dura y triste vida de las mujeres musulmanas en Alemania. Sus libros ofrecen detalles casi incre¨ªbles que la mayor¨ªa de los alemanes no hab¨ªa querido saber. Relatan una vida cotidiana de opresi¨®n, aislamiento, encierro y brutales castigos corporales.
Para las j¨®venes turcas que viven en Alemania, las bodas forzadas son corrientes, dice Ates. Unos enlaces que, muchas veces, van seguidos de malos tratos y violaciones.
Una consecuencia indirecta de las uniones obligatorias es la violaci¨®n psicol¨®gica de los hombres afectados. Aunque se supone que salen beneficiados con esta costumbre, lo cierto es que tambi¨¦n a ellos se les proh¨ªbe casarse con quien quieren. Si el novio pretende escoger a su mujer, tambi¨¦n recibe amenazas. En esos casos, seg¨²n Ates y Cileli, tanto el novio como la novia se ven obligados a esconderse para escapar de la venganza de sus familias.
Cada vez es m¨¢s frecuente ver a mujeres cubiertas con un grueso velo y un abrigo largo en los barrios musulmanes de Alemania, incluso en verano. Seg¨²n la investigaci¨®n llevada a cabo por Kelek, a menudo son menores vendidas -muchas veces por una suma generosa- desde aldeas del interior de Turqu¨ªa, de Anatolia, a madres que aguardan en Alemania con hijos en edad casadera.
Llevan a las j¨®venes a Alemania y, "con cada novia reci¨¦n importada", dice Kelek, "la sociedad paralela va creciendo". Explica Ates: "Un turco que desee casarse y vivir con arreglo a la sharia tiene muchos menos obst¨¢culos para hacerlo en Berl¨ªn que en Estambul".
Antes del asesinato de Surucu, ya hab¨ªa suficientes advertencias para que los alemanes entablaran un debate sobre la sociedad paralela que est¨¢ extendi¨¦ndose en su seno. Durante los ¨²ltimos nueve a?os, se han producido 49 "cr¨ªmenes de honor" conocidos, incluidos 16 s¨®lo en Berl¨ªn, y con una mayor¨ªa de v¨ªctimas femeninas.
Sin embargo, es posible que el asesinato de Hatun Surucu no hubiera sido nunca noticia si no hubiera sido por tres estudiantes musulmanes de un instituto cercano al lugar en el que la mataron, en el distrito de Tempelhof.
Los tres proclamaron abiertamente que aprobaban el asesinato. Poco antes, esos mismos alumnos hab¨ªan acosado a una compa?era de clase porque su ropa "no respetaba las normas religiosas". El director del centro, Volker Steffens, decidi¨® hacer p¨²blico el problema en una carta a los alumnos, los padres y los profesores.
Durante cincuenta a?os de inmigraci¨®n constante, los alemanes hab¨ªan intentado convencerse de que Alemania no era un pa¨ªs de inmigrantes. De pronto, ya no hab¨ªa manera de negar la evidencia.
Alarmados por los cr¨ªmenes de honor, los alemanes han empezado a investigar la sociedad paralela: una sociedad orgullosa de su aislamiento, purista y tradicional pero, a su manera, creativa, con visi¨®n de futuro y que, muchas veces, desprecia a la sociedad alemana que la ha acogido.
Los disturbios recientes en Francia han incrementado la sensaci¨®n de alarma. Los pol¨ªticos y expertos alemanes se han apresurado a destacar por qu¨¦ es poco probable que se den incidentes similares en Berl¨ªn, M¨²nich, Stuttgart o Hamburgo. Han asegurado que los j¨®venes musulmanes en Alemania -pese a que el 50% de ellos est¨¢ sin trabajo- tienen pleno acceso a los beneficios del Estado de bienestar y no est¨¢n aislados en viviendas protegidas como en las barriadas de Par¨ªs.
Aun as¨ª, se notaba un trasfondo de p¨¢nico. Lo que est¨¢ en juego es la fe de los alemanes en que su pa¨ªs pueda seguir como hasta ahora: integrando a los inmigrantes sin tener una pol¨ªtica de integraci¨®n, fiel a la identidad alemana tradicional y capaz de conservar la tranquilizadora historia, iniciada en 1945, de defensa de la modernidad.
En los a?os posteriores a esa fecha, Alemania, en pleno proceso de reconstrucci¨®n, necesitaba un gran n¨²mero de trabajadores, y emprendi¨® campa?as de reclutamiento en los pa¨ªses pobres de Europa y en toda la cuenca mediterr¨¢nea.
Los 'gastarbeiter'
La llegada del inmigrante n¨²mero 100.000, en los a?os cincuenta, fue motivo de celebraci¨®n; el exhausto trabajador baj¨® del tren en una estaci¨®n alemana e inmediatamente recibi¨® un cheque. Ahora bien, desde el primer momento, la invitaci¨®n llevaba incluidas ciertas reservas. No era casualidad que a los trabajadores extranjeros se les llamara gastarbeiter, trabajadores invitados. Se supon¨ªa que un invitado se ir¨ªa al cabo de un tiempo.
Pero no fue as¨ª.
El autor suizo Max Frisch reconoci¨® la contradicci¨®n enseguida. "Se convoc¨® a trabajadores", escribi¨®, "y vinieron seres humanos". Personas que quer¨ªan tener a sus familias con ellos, que, despu¨¦s de una larga vida de trabajo, deseaban pasar sus ¨²ltimos a?os en Alemania, que pretend¨ªan proporcionar a sus hijos una educaci¨®n y un futuro mejor. Alemania no dio a los trabajadores invitados el pasaporte ni el derecho a votar, pero s¨ª les incorpor¨® al sistema social y les ofreci¨® oportunidades para progresar.
El resultado fue el ascenso de una clase media musulmana -relativamente amplia en comparaci¨®n con las de Francia o Inglaterra-, que aporta cada a?o aproximadamente 39.000 millones de euros al PIB y miles de millones a los fondos nacionales de pensiones.
Sin embargo, cuando el milagro econ¨®mico alem¨¢n se interrumpi¨®, la condici¨®n m¨¢s importante que permit¨ªa ese idilio precario se transform¨®.
Aunque en 1973 dejaron de fomentarse las contrataciones, siguieron llegando cada vez m¨¢s turcos y kurdos, en virtud de las normas sobre el reagrupamiento familiar. Aquellos padres, maridos, esposas e hijos llevaron su forma de vida tradicional a las calles alemanas. Durante los primeros a?os de la inmigraci¨®n, las mujeres turcas hab¨ªan vestido a la manera occidental; ahora empezaron a preferir faldas de flores, chaquetas tejidas a mano y la cabeza bien cubierta por un pa?uelo.
Los ba¨²les en los que hab¨ªan llevado sacos llenos de alubias, trigo y garbanzos se transformaron en puestos de mercado de productos turcos. Las celebraciones tradicionales en los barrios turcos se fueron pareciendo cada vez m¨¢s a las de la vieja patria. En las trastiendas de los puestos de verduras y las carnicer¨ªas halal aparecieron habitaciones para rezar que, con el tiempo, acabaron convirti¨¦ndose en mezquitas.
"Los trabajadores invitados se hicieron turcos, y los turcos se hicieron musulmanes", escribe Kelek en La novia extranjera.
El desempleo creciente en Alemania -en la actualidad, aproximadamente el 12% del mercado de trabajo- afecta doblemente a los inmigrantes musulmanes, sobre todo a los j¨®venes, que, a menudo, abandonan la escuela antes de acabar los estudios y obtener el diploma correspondiente.
Kelek pregunt¨® a un grupo de "novias importadas" que llevaban varios a?os viviendo en Alemania c¨®mo les hab¨ªan preparado para su futuro en otro pa¨ªs. Su respuesta fue una risa incr¨¦dula. Dijeron que ten¨ªan todo lo que les hac¨ªa falta y que no necesitaban a los alemanes.
Quienes carecen de trabajo y de futuro saben que pueden acudir a las mezquitas, que cuidan de ellos y han pasado a ser, cada vez m¨¢s, el centro de comunicaci¨®n fundamental.
Las mujeres, dentro de sus casas, han ido recuperando su forma de vida tradicional. En medio de frigor¨ªficos, televisiones y tel¨¦fonos m¨®viles, su cultura rural est¨¢ resucitando. La vida en Anatolia puede ser m¨¢s moderna y m¨¢s laica que en los barrios musulmanes de Berl¨ªn.
Numerosos soci¨®logos atribuyen el crecimiento de una sociedad musulmana paralela a las desalentadoras circunstancias sociales de la tercera generaci¨®n de inmigrantes, que se caracteriza por los altos ¨ªndices de desempleo y de abandono o fracaso escolar en la escuela p¨²blica. Pero esta explicaci¨®n es incompleta.
La clase media musulmana sigue esta misma tendencia desde hace mucho tiempo. Las empresas de alquiler que proporcionan y acondicionan salas para las bodas y circuncisiones tradicionales de los turcos son uno de los negocios m¨¢s pr¨®speros en Kreuzberg y Neuk?lln. Y es muy probable que esta tendencia conservadora siga siendo la que gu¨ªe a la pr¨®xima generaci¨®n.
Durante m¨¢s de 20 a?os, la Federaci¨®n Isl¨¢mica de Berl¨ªn -una organizaci¨®n paraguas que engloba a congregaciones de mezquitas y asociaciones isl¨¢micas- luch¨® en los tribunales de Berl¨ªn para conseguir que se impartan ense?anzas isl¨¢micas en las escuelas locales.
En 2001 logr¨® su objetivo. Desde entonces, varios miles de alumnos musulmanes de educaci¨®n primaria reciben clases de profesores contratados por la Federaci¨®n Isl¨¢mica y remunerados por la ciudad de Berl¨ªn. Las autoridades municipales no pueden controlar la instrucci¨®n religiosa que reciben. Muchas veces, las lecciones no se corresponden con el programa presentado en alem¨¢n. Los profesores, a menudo, aluden a problemas de lenguaje de los alumnos como excusa para impartir clase en turco o alem¨¢n, muchas veces a puerta cerrada.
Ense?anza religiosa isl¨¢mica
Desde que se puso en marcha la ense?anza religiosa isl¨¢mica, el n¨²mero de chicas que van a clase con la cabeza cubierta por un pa?uelo se ha disparado, y las secretar¨ªas de los centros se ven inundadas de peticiones para que las eximan de asistir a clase de nataci¨®n o deporte en general, as¨ª como a excursiones.
No existen cifras fiables que indiquen cu¨¢ntos musulmanes residentes en Alemania acuden habitualmente a las mezquitas; los c¨¢lculos var¨ªan entre el 40% y el 50%. La concejala Vogelsang destaca que la mayor¨ªa de las mezquitas de Neuk?lln siguen siendo tan abiertas como antes.
Pero las comunidades religiosas radicales est¨¢n ganando terreno.
Vogelsang indica la mezquita del imam Reza, cuya p¨¢gina web, hasta una revisi¨®n reciente, elogiaba los atentados del 11 de septiembre, calificaba a las mujeres de seres humanos de segunda categor¨ªa y tachaba a gays y lesbianas de animales.
"Y la izquierda", dice, furiosa, "sigue defendiendo esas cosas en nombre de la libertad religiosa". Las tres autoras de origen turco est¨¢n preparando un ataque frontal contra este tipo de relativismo. Quieren luchar en dos frentes: el de la opresi¨®n isl¨¢mica contra las mujeres, incluidos quienes la defienden, y el de la tolerancia estimulada por el sentimiento de culpa de los progresistas partidarios del multiculturalismo.
"Antes de poder llegar a los patriarcas isl¨¢micos, es preciso abrirse camino a trav¨¦s de las monta?as de la conciencia culpable alemana", se lamenta Ates.
Las mujeres son las que m¨¢s salen perdiendo con la sensibilidad alemana respecto al islam. Las tres escritoras acusan expl¨ªcitamente a los alemanes bienintencionados de haber dejado a las musulmanas en la estacada, y les reclaman que, cuando se deshacen en alabanzas hacia los barrios multiculturales, no se olviden de las mujeres encerradas tras las ventanas.
Las pol¨ªticas alemanas de inmigraci¨®n y el multiculturalismo progresista no son m¨¢s que una cara del problema. La otra cara es el decidido rechazo de muchos miembros de la comunidad musulmana a la integraci¨®n.
"Los atentados de Londres", dice Ates, "fueron, para muchos musulmanes, una magn¨ªfica bofetada a la comunidad occidental. Los pr¨®ximos los cometer¨¢n inmigrantes de tercera y cuarta generaci¨®n, que, bajo la mirada de unos pol¨ªticos llenos de buenas intenciones, est¨¢n aprendiendo, desde que nacen, a odiar la sociedad occidental".
Peter Schneider es autor de la novela El saltador del muro.
Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia
? The New York Times.
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