Jabonado de delf¨ªn: voces en el barranco
Pepe Rubianes ha dado el salto, con un par: de monologuista triunfal (lleva diez a?os llenando cada noche el Capitol barcelon¨¦s) a director de escena. Lo del par se subdivide en otros tantos, como las mol¨¦culas siamesas. Primer par (obvio): arriesgarse a un trastazo morrocotudo en vez de quedarse laureleando "en lo suyo". Segundo par, doblemente gon¨¢dico: no s¨®lo dirigir sino tambi¨¦n construir, frase a frase, un texto, un "documental esc¨¦nico", por as¨ª decirlo, sobre los ¨²ltimos d¨ªas de Lorca. Un espect¨¢culo, Lorca eran todos, contracorrientista en todos los sentidos: por el asunto y por la forma elegida. Teatro c¨ªvico, honesto y valiente, con dos ¨²nicos precedentes, que yo recuerde, en las ¨²ltimas temporadas: los trabajos, en clave sard¨®nico-l¨ªrica, de Accidents Polipo¨¨tics, que ya nos regalaron un soberbio Pim Pam Pum Lorca, y, desde luego, el ultrabrechtiano Hamelin, de Mayorga/Animalario, que pronto recalar¨¢ en el Romea barcelon¨¦s. El contracorrientismo de Rubianes casi me hizo saltar de alegr¨ªa: no es frecuente toparse con una funci¨®n sobria, directa, sin moderneces; ni con un director que no pretende descubrir la sopa de ajo, ni echar la firma, ni situarse por encima de su material.
Sobre Lorca eran todos, espect¨¢culo dirigido por Pepe Rubianes en el Capitol de Barcelona
Lorca eran todos supone, para m¨ª (hoy todo va a pares), una doble emoci¨®n. Como se?alaba antes, por su asunto, expl¨ªcito desde el t¨ªtulo -el homenaje a toda una generaci¨®n, "los miles de espa?oles dem¨®cratas", dice en el programa, "que sufrieron la misma suerte del poeta"- y por su enfoque, con el que Rubianes reivindica el esforzado teatro universitario (tambi¨¦n hecho con un par, o con un par y un palito) de su primera juventud: diez c¨®micos y una bailaora; diez sillas y una tela negra como ¨²nico decorado. Hay un ¨²ltimo sombrerazo: a su primer profesor, un falangista con gusto literario, que le pas¨® bajo mano una antolog¨ªa lorquiana, y a todos los historiadores (Pen¨®n, Gibson, Molina Fajardo) que se empe?aron en excavar el barranco de V¨ªznar. La funci¨®n intenta condensar en poco menos de dos horas la ordal¨ªa de Lorca y "su gente", desde la noche del 13 de julio de 1936, calientes todav¨ªa los cad¨¢veres de Calvo Sotelo y el teniente Castillo, cuando el poeta decide pasar su santo en Granada, en la Huerta de San Vicente -18 de julio, festividad de San Federico: quiz¨¢ de haberse llamado Eufrasio a¨²n estar¨ªa vivo- hasta la noche fatal del 19 de agosto, cuando, como hab¨ªa profetizado, cay¨®, con media Espa?a, en un pozo profundo. El texto comienza en presente narrativo, con la ¨²ltima y estremecedora conversaci¨®n entre Lorca y Rafael Mart¨ªnez Nadal, caminando hacia la estaci¨®n, que alterna con testimonios evocativos (Margarita Xirgu, Emilia Llanos, Isabel Garc¨ªa Lorca) en forma de mon¨®logo, casi como si hablaran a c¨¢mara, reconstrucciones en off (la voz radiof¨®nica, terrible y achulada, de Queipo de Llano) para volver a la cuenta atr¨¢s (el prendimiento, la lucha contra reloj para salvarle, las ¨²ltimas horas) con el personaje de Luis Rosales en funciones de narrador. Tambi¨¦n se ha arriesgado Rubianes al elegir al reparto, compuesto por actores j¨®venes y "sin cartel", es decir, pr¨¢cticamente desconocidos. Lorca est¨¢ interpretado por una actriz, Alejandra Jim¨¦nez, que da muy bien la alegr¨ªa, la pureza esencial del poeta, y tambi¨¦n, no conven¨ªa olvidarlo, la fuerza y la convicci¨®n de su compromiso. Aqu¨ª est¨¢n mucho mejor las actrices que los actores: quiero destacar tambi¨¦n a Ainhoa Roca, que encarna a Emilia Llanos; a la formidable bailaora Laura Gal¨¢n, la Muerte que aterroriza y fascina al poeta desde su ni?ez y, sobre todo, el descubrimiento de Marian Bermejo, una actriz con poder¨ªo y densidad, perfecta en el rol de Isabel Garc¨ªa Lorca. Los actores tienden a un cierto subrayado emocional en frases y ademanes. Resulta un tanto maniqueo presentar a Miguel Rosales (Emili Pere) como si fuera el borracho de Malvaloca y convertir a su hermano Luis en el absoluto h¨¦roe positivo de la funci¨®n. Yo comprendo (y comparto) que Rubianes quiere lavar en escena el honor de Luis Rosales, vilipendiado durante a?os, y decir bien claro que se jug¨® el tipo por Lorca, pero de ah¨ª a afirmar que luego "rompi¨® con Falange y con el franquismo" me parece exagerar un poquit¨ªn las cosas: los que estudiamos con los curas a¨²n recordamos aquella Poes¨ªa heroica del Imperio que antologiz¨® con Luis Felipe Vivancos.
El espect¨¢culo, para mi gusto, se hace corto, aunque el propio Rubianes ya me coment¨® que el texto original se le pon¨ªa en tres horas y hubo que dejar fuera bastantes cosas y comprimir otras, como por ejemplo refundir en una sola voz, la de Ruiz Alonso, a los tres cedistas que prendieron a Lorca. Es una opci¨®n discutible, le coment¨¦, sobre todo porque uno de aquellos tres canallas, Juan Luis Trescastro, fue quien se jact¨® de su asesinato, de "haberle metido dos tiros en el culo por maric¨®n". Rubianes opta por el personaje de Ruiz Alonso por l¨®gica esc¨¦nica, y porque cuenta con su testimonio pretendidamente exculpatorio, as¨ª como el del hijo del gobernador Vald¨¦s, y bien est¨¢ que escuchemos esas versiones. De todos modos, yo echo a faltar dos cosas importantes en este docudrama. La primera, que, seg¨²n todas las fuentes, la orden de fusilamiento vino de Queipo de Llano ("denle caf¨¦, mucho caf¨¦"). Y la segunda, que en un espect¨¢culo llamado Lorca eran todos deber¨ªan decirse, tambi¨¦n alto y claro, los nombres, apellidos y profesiones de sus compa?eros de pared¨®n: a Lorca le mataron junto a un maestro de escuela, Di¨®scoro Galindo, republicano, y dos banderilleros granadinos y anarquistas, Joaqu¨ªn Arcollas y Francisco Galad¨ª. Pero lo que cuenta, a la postre, es la sobriedad expositiva y el coraje de este debut esc¨¦nico, que est¨¢ abarrotando una de las tres salas del Capitol, justo encima de donde Rubianes monologa cada noche. Y la emoci¨®n, incuestionable, como la de aquella espectadora, una mujer mayor, que, en la butaca vecina, lloraba a chorros mordi¨¦ndose los labios de rabia. Lorca eran todos deber¨ªa verse en todas las escuelas.
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