Jes¨²s y Yahv¨¦, dioses rivales
Este libro se centra sobre tres figuras: una persona m¨¢s o menos hist¨®rica, Jesh¨²a de Nazaret; un Dios teol¨®gico, Jesucristo, y un Dios humano, demasiado humano, Yahv¨¦. Resulta inevitable que esta afirmaci¨®n inicial parezca pol¨¦mica, pero, no obstante, mi ¨²nica pretensi¨®n es aclararla (si soy capaz de ello) y no en modo alguno ofender.
Casi todo lo que sabemos de Jesh¨²a emana del Nuevo Testamento y de textos afines o her¨¦ticos. Todos ellos son tendenciosos: pretenden algo de nosotros, en cuanto que lectores u oyentes: entre otras cosas, convertirnos.
Si afirmo que Jesh¨²a es "m¨¢s o menos hist¨®rico", lo que quiero decir es que casi todo lo verdaderamente importante de ¨¦l me llega a trav¨¦s de textos de los que no puedo fiarme. Cada vez que se pretende encontrar al "Jes¨²s hist¨®rico" invariablemente se fracasa, incluso aquellos investigadores m¨¢s responsables. ?stos, por meticulosos que sean, se encuentran a s¨ª mismos, y no al esquivo y escurridizo Jesh¨²a, el enigma entre enigmas. Todos los cristianos creyentes que conozco, en los Estados Unidos o en el extranjero, poseen su propio Jes¨²s. San Pablo admiti¨® que ¨¦l mismo se hab¨ªa transformado en todas las cosas para todos los hombres: quiz¨¢ ¨¦sa sea la ¨²nica y aut¨¦ntica afinidad del gran ap¨®stol y su salvador.
No podemos saber hasta qu¨¦ punto el Escritor J se invent¨® el car¨¢cter y la personalidad de Yahv¨¦, de la misma manera que el Jes¨²s de Marcos parece una creaci¨®n original
Jesucristo, el Esp¨ªritu Santo y la Virgen Mar¨ªa se han convertido, en la pr¨¢ctica, en la Trinidad. Yahv¨¦ mengua para convertirse en un remoto Dios Padre o se disuelve en Jesucristo
Por mucho que se suspire por ¨¦l, nunca se podr¨¢ conocer al Jesh¨²a hist¨®rico. Jesucristo es un Dios teol¨®gico presentado por tradiciones rivales: la ortodoxa oriental, el catolicismo romano, los protestantismos normativos -el luteranismo, el calvinismo y sus variantes-, y viejas y nuevas sectas, muchas de ellas de origen norteamericano. Casi todas estas mir¨ªadas de cristianos rechazar¨ªan al instante mi conclusi¨®n de que Jesucristo y su padre putativo, Yahv¨¦, no parecen dos personas que comparten la misma sustancia, sino que m¨¢s bien parecen hechas de sustancias muy distintas. Yahv¨¦, desde Fil¨®n de Alejandr¨ªa hasta el presente, ha sido alegorizado hasta el infinito, pero es sublimemente terco, y no puede ser despojado de sus rasgos de personalidad y car¨¢cter humanos, demasiado humanos. Puesto que parece haber elegido el exilio o el eclipse, aqu¨ª y ahora, o porque quiz¨¢ es culpable de deserci¨®n, uno entiende por qu¨¦ los dioses teol¨®gicos lo han desplazado. Jesucristo, el Esp¨ªritu Santo y la Virgen Mar¨ªa se han convertido, en la pr¨¢ctica, en la Trinidad. Yahv¨¦ mengua para convertirse en un remoto Dios Padre o se disuelve en la identidad de Jesucristo. Hablo desde un punto de vista puramente descriptivo, y espero desembarazarme de cualquier intenci¨®n ir¨®nica, tanto ahora como en el resto del libro.
Mi cultura es jud¨ªa, pero no formo parte del juda¨ªsmo normativo: decididamente no conf¨ªo en la Alianza. Los que tienen fe en ella, o los que aceptan la sumisi¨®n al islam, afirman que Dios es Uno, y que Jes¨²s no es Dios, aunque el islam lo considera un profeta predecesor del mensajero definitivo de Al¨¢, Mahoma. El monote¨ªsmo de jud¨ªos y musulmanes es estricto y permanente.
Pero ?cu¨¢l es precisamente el valor del monote¨ªsmo? Goethe, un gran ironista, observ¨®: "En cuanto que estudiosos de la naturaleza somos pante¨ªstas; en cuanto que poetas, polite¨ªstas; en cuanto que seres morales, monote¨ªstas". Incluso Freud, que no era nada te¨ªsta, fue incapaz de repudiar la idea de que el monote¨ªsmo hab¨ªa sido un progreso moral en relaci¨®n al polite¨ªsmo. Freud, que era ateo, sigui¨® siendo beligerantemente jud¨ªo, pero de nuevo, ?por qu¨¦ su libro, traducido entre nosotros como Mois¨¦s y la religi¨®n monote¨ªsta, asume tan f¨¢cilmente que a la hora de juzgar como es debido el movimiento que nos aleja del polite¨ªsmo hemos de considerarlo un "progreso espiritual"? ?Por qu¨¦ "la idea de un Dios m¨¢s augusto" es acogida con m¨¢s facilidad por el psicoan¨¢lisis que los dioses laber¨ªnticos de Egipto o los brutales dioses de los cananeos?
La respuesta parece estar en la interiorizaci¨®n, tanto de la autoridad como de la paternidad, que tiene lugar en el Yahv¨¦ de Mois¨¦s. Philip Rieff fue el primero en darse cuenta de ello, a partir de finales de los cincuenta hasta mediados de los sesenta, antes de que la Revoluci¨®n Cultural nos diera al Freud m¨¢s desaforado de Herbert Marcuse y Norman O. Brown. Ahora, a principios del siglo XXI, un regreso a Rieff reivindica sus intuiciones, que fueron anticipadas por el profeta Jerem¨ªas, cuya visi¨®n de la Alianza fue que Yahv¨¦ escribir¨ªa la Ley en lo m¨¢s ¨ªntimo de nuestro ser.
Cuando Jesh¨²a fue transformado en un Dios teol¨®gico, primero por la cristolog¨ªa del Nuevo Testamento, y luego, de manera m¨¢s decidida, por la filosof¨ªa helen¨ªstica, no puedo afirmar taxativamente hasta qu¨¦ punto qued¨® deformado, pues a Pablo le interesaba poco la personalidad de Jesh¨²a, y los Evangelios Sin¨®pticos (los Evangelios can¨®nicos menos el de Juan) est¨¢n con frecuencia bajo la influencia de aqu¨¦l. Pero el Yahv¨¦ del texto original, ya metamorfoseado, pues su Redactor se basa a menudo en el Autor Sacerdotal y en el Deuteronomista, pr¨¢cticamente se desvanece entre los grandes rabinos normativos del siglo II e.c. (era com¨²n): Akiba, Ismael, Tarf¨®n y sus seguidores.
Una lectura err¨®nea
Para Freud, toda religi¨®n se reduce a a?orar al padre, una ambivalencia ed¨ªpica que convierte El porvenir de una ilusi¨®n en su libro m¨¢s flojo, pues se basa secretamente en una lectura err¨®nea de Hamlet, y ¨¦ste con quien tiene verdadera afinidad es con Montaigne y no con Cristo. La identificaci¨®n de Freud con Mois¨¦s hace que Mois¨¦s y la religi¨®n monote¨ªsta sea, de entre los textos m¨¢s fantasiosos de Freud, uno de los m¨¢s poderosos: en ¨¦l, Yahv¨¦, el Dios guerrero, es civilizado por el remordimiento que provoca en los jud¨ªos el hecho de haber asesinado a Mois¨¦s, un hecho que s¨®lo ocurre en la imaginaci¨®n de Freud. Ese hecho civilizador, con todo el malestar cultural que crea, es lo que Freud denomina "monote¨ªsmo", y es, por su parte, una interpretaci¨®n asombrosa. Este "monote¨ªsmo", de hecho, es una represi¨®n que funda una civilizaci¨®n ben¨¦vola, mientras que el polite¨ªsmo es visto como un regreso a un estado de la naturaleza hobbesiano, en el que la vida se convierte en algo desagradable, brutal y breve. Las extra?as transposiciones de Freud funcionan porque nos retornan al Yahv¨¦ del Escritor J (el autor original de la parte m¨¢s poderosa de lo que ahora llamamos G¨¦nesis, Exodo y N¨²meros), que nos otorga la Bendici¨®n de "m¨¢s vida en un tiempo sin l¨ªmites".
Freud estaba obsesionado con el Mois¨¦s de Miguel ?ngel, que, seg¨²n ¨¦l, mostraba al profeta en el momento de guardar las Tablas de la Ley, y no justo cuando se dispon¨ªa a arrojarlas al suelo, furioso por su decepci¨®n al ver que su pueblo adoraba al Becerro de Oro. El autocontrol de Mois¨¦s se funde con la sublimaci¨®n freudiana de los deseos instintivos. Yahv¨¦ es apenas una sublimaci¨®n. ?Lo es Jes¨²s? En Marcos, no, pero s¨ª en Mateo, como explicar¨¦ m¨¢s adelante. No obstante, es posible que el an¨¢lisis freudiano de los deseos humanos sea irrelevante en relaci¨®n con Yahv¨¦ y Jesucristo, sean ¨¦stos dos dioses o uno solo.
?Por qu¨¦, en concreto, importa saber si el cristianismo supone o no un retorno al polite¨ªsmo, tal como insisten en afirmar, de maneras distintas, los rabinos y Mahoma? A pesar de la brillantez de la teolog¨ªa cristiana, que culmina en Tom¨¢s de Aquino, la Trinidad es una estructura sublimemente problem¨¢tica, y no s¨®lo porque separa el concepto de persona del de sustancia, sino tambi¨¦n porque propone al Esp¨ªritu Santo como una tercera persona crucial junto al Padre y al Hijo, algo de lo que el Nuevo Testamento ofrece muy pocos testimonios. Al menos, no recuerdo ni un solo pasaje de los Evangelios Sin¨®pticos que identifique de manera inequ¨ªvoca a Jes¨²s con Dios: una categor¨ªa que s¨®lo alcanza en Juan, y que nace claramente de las ofensivas de ese Evangelio contra aquellos que airadamente denomina "los jud¨ªos". Sin embargo, ni siquiera en Juan se da nombre a esa categor¨ªa. Para Juan existe un v¨ªnculo entre Yahv¨¦ y Jes¨²s, pero no se amalgaman del todo.
Met¨¢foras doctrinales
Casi ning¨²n cristiano, tanto en los Estados Unidos como en los dem¨¢s pa¨ªses, es te¨®logo, por lo que las met¨¢foras doctrinales tienden a ser tomadas al pie de la letra. Es algo que tampoco hay que deplorar, y sospecho que lo mismo ocurr¨ªa con los primeros cristianos, s¨®lo que ¨¦stos eran casi pre-teol¨®gicos. Lo que me resulta cada vez m¨¢s claro es que el surgimiento de Jes¨²s-en-cuanto-que-Dios cre¨®, en la pr¨¢ctica, lo que luego se iba a convertir en la teolog¨ªa cristiana. Otra manera de expresar lo mismo consiste en afirmar que, desde el principio, Jesucristo no era Jesh¨²a, sino un Dios m¨¢s teol¨®gico que humano. Los misterios de la Encarnaci¨®n y de la Resurrecci¨®n tienen poco que ver con el hombre Jesh¨²a de Nazaret, y, de manera sorprendente, poco que ver incluso con Juan y Pablo, si los comparamos con los te¨®logos que siguieron su estela.
Yahv¨¦ era y es la personificaci¨®n de Dios m¨¢s misteriosa jam¨¢s concebida por la raza humana, y, no obstante, al principio de su carrera comenz¨® siendo el monarca guerrero del pueblo que denominamos Israel. Ya hablemos del primero o del ¨²ltimo Yahv¨¦, nos estamos enfrentando a una personalidad exuberante y a un car¨¢cter tan complejo que desentra?arlo es imposible. Me refiero tan s¨®lo al Yahv¨¦ de la Biblia hebrea, y no al Dios de la obra totalmente revisada, la Biblia cristiana, con su Antiguo Testamento y su Nuevo Testamento, que da cumplimiento a aqu¨¦l. Ni el historicismo m¨¢s antiguo ni el m¨¢s reciente parecen capaces de hacer frente a la total incompatibilidad entre Yahv¨¦ y Jesucristo.
Debacles divinas
En su libro Dios: una biograf¨ªa, Jack Miles, el Boswell de Yahv¨¦, nos presenta a un Yahv¨¦ que en sus comienzos se mueve en una suerte de auto-ignorancia mezclada con un poder absoluto y un alto grado de narcisismo. Tras diversas debacles divinas, decide Miles, Yahv¨¦ pierde inter¨¦s por todo, incluso por s¨ª mismo. Muy atinadamente, Miles nos recuerda que en el Libro Segundo de Samuel Yahv¨¦ le promete a David que Salom¨®n encontrar¨¢ un segundo padre en el Se?or, una adopci¨®n que marca la pauta para cuando Jes¨²s afirme ser hijo de Dios. El Jes¨²s hist¨®rico insisti¨® de forma evidente tanto en su autoridad a la hora de hablar en nombre de Yahv¨¦ como en su ¨ªntima relaci¨®n con su abba (padre), y no veo que en ello se diferencie demasiado de algunos carism¨¢ticos profetas de Israel que fueron sus precursores. La aut¨¦ntica diferencia apareci¨® con el desarrollo del Dios teol¨®gico, Jesucristo, con el que se rompe la cadena de la tradici¨®n. Aparte de todas las cuestiones relativas al poder, Yahv¨¦ diverge principalmente de los dioses de Cana¨¢n en que trasciende tanto la sexualidad como la muerte. Hablando sin rodeos, a Yahv¨¦ no se le puede ver moribundo. La C¨¢bala tiene una imagen de la vida er¨®tica de Dios, pero impone severamente la tradici¨®n normativa de la inmortalidad divina. No encuentro nada en el cristianismo teol¨®gico que me resulte m¨¢s dif¨ªcil de comprender que la idea de Jesucristo como un Dios que muere y revive. La estructura de Encarnaci¨®n-Expiaci¨®n-Resurrecci¨®n hace a?icos el Tanakh -un acr¨®nimo de las tres partes que componen la Biblia hebrea: la Tor¨¢ (los Cinco Libros de Mois¨¦s), los Profetas y los Escritos-, as¨ª como la tradici¨®n oral jud¨ªa. Cabe entender que Yahv¨¦ se eclipse, deserte o se autoexilie, pero el suicidio de Yahv¨¦ sin duda est¨¢ m¨¢s all¨¢ del hebra¨ªsmo.
Puedo objetar a mi argumentaci¨®n que el Yahv¨¦ frecuentemente descomedido tambi¨¦n supera mi entendimiento, y que Jesucristo es un triunfo imaginativo casi tan grande como Yahv¨¦, aunque de una manera muy distinta. Mi vida es una eterna alternancia entre el agnosticismo y la gnosis m¨ªstica, pero el juda¨ªsmo ortodoxo de mi infancia perdura en m¨ª bajo la forma de un temor reverencial hacia Yahv¨¦. No he le¨ªdo ninguna otra representaci¨®n de Dios que se acerque al Yahv¨¦ parad¨®jico del Escritor J. Quiz¨¢ deber¨ªa omitir "de Dios" en esa frase, pues ni siquiera Shakespeare invent¨® un personaje cuya personalidad sea tan rica en contradicciones. El Jes¨²s de Marcos, Hamlet y don Quijote se hallan entre sus principales competidores, y tambi¨¦n el Odiseo hom¨¦rico que se transmuta en el Ulises cuya historia de exploraci¨®n y ahogamiento reduce a Dante el Peregrino al silencio. Dennis R. MacDonald, en su libro The Homeric Epics and the Gospel of Mark (2000), argumenta que la cultura literaria de Marcos era m¨¢s griega que jud¨ªa, cosa que me parece convincente en la medida en que el eclecticismo del primer Evangelio resulta as¨ª enfatizado, aunque tambi¨¦n un tanto discutible, pues el Dios de Marcos sigue siendo Yahv¨¦. El de Mateo es conocido, con raz¨®n, como "el Evangelio jud¨ªo"; el Evangelio de Marcos es otra cosa, aunque podr¨ªa haber sido escrito justo despu¨¦s de la destrucci¨®n del Templo y en medio de la matanza de jud¨ªos cometida por los romanos. En Hamlet encontramos un atisbo de los desconcertantes cambios de humor del Jes¨²s de Marcos, as¨ª como de Yahv¨¦. Si a don Quijote se le puede considerar el protagonista de las letras espa?olas, entonces sus enigmas tambi¨¦n pueden competir con los del Jes¨²s de Marcos y con los de Hamlet.
No podemos saber hasta qu¨¦ punto el Escritor J se invent¨® el car¨¢cter y la personalidad de Yahv¨¦, de la misma manera que el Jes¨²s de Marcos parece, hasta cierto punto, una creaci¨®n original, aunque sin duda informada por la tradici¨®n oral, como tambi¨¦n lo fue el Yahv¨¦ de J. Me pregunto si el autor de Marcos no es el responsable de habernos presentado a un Jes¨²s adicto a los dichos cr¨ªpticos. En un contexto de "no puede saberse", donde lo que consideramos la fe paulina reemplaza al conocimiento, la brillantez de Marcos explota los l¨ªmites de nuestra comprensi¨®n. Su Jes¨²s reafirma su autoridad, que a veces enmascara cierta melancol¨ªa respecto a la voluntad de Yahv¨¦, el abba amoroso pero inescrutable. S¨®lo el Jes¨²s de Marcos pasa toda la noche sufriendo porque la muerte est¨¢ cerca. Si el sufrimiento de Jes¨²s, como cree MacDonald, emula el de H¨¦ctor al final de La Il¨ªada, es algo que no podemos saber. Jes¨²s muere tras pronunciar una par¨¢frasis en arameo del Salmo 22, una exclamaci¨®n de su ancestro David, un pathos distante de la variedad hom¨¦rica. Sin duda el Jes¨²s real existi¨®, pero nunca lo encontraremos, ni falta que hace. Jes¨²s y Yahv¨¦: Los nombres divinos no tienen como objetivo esa b¨²squeda. Mi ¨²nico prop¨®sito es sugerir que Jes¨²s, Jesucristo y Yahv¨¦ son tres personajes totalmente incompatibles, y explicar c¨®mo y por qu¨¦ eso es as¨ª. De los tres seres (por llamarlos as¨ª), Yahv¨¦ es el que m¨¢s me desconcierta y el que esencialmente predomina en este libro. Las interpretaciones err¨®neas de que ha sido objeto son infinitas, incluyendo a gran parte de la tradici¨®n rab¨ªnica y a la erudici¨®n censurada: cristiana, jud¨ªa y laica. Sigue siendo el principal personaje literario, espiritual e ideol¨®gico de Occidente, se le den nombres tan diversos como Ein-Sof ("sin fin") en la C¨¢bala o Al¨¢ en el Cor¨¢n. Este severo diablillo, un Dios caprichoso, me recuerda un aforismo del cr¨ªptico Her¨¢clito: "El tiempo es un ni?o que juega a los dados; el Se?or es el ni?o".
?D¨®nde encontraremos el significado de Yahv¨¦, o de Jesucristo, o de Jesh¨²a de Nazaret? No podemos encontrarlo y no lo encontraremos, y probablemente "significado" no sea la categor¨ªa m¨¢s adecuada para buscarlo. Yahv¨¦ se declara incognoscible, Jesucristo queda totalmente sepultado bajo la descomunal superestructura de la teolog¨ªa hist¨®rica, y de Jesh¨²a todo lo que podemos decir es que es un espejo c¨®ncavo, donde lo que vemos son todas las distorsiones en que se ha convertido cada uno de nosotros. El Dios hebreo, como el de Plat¨®n, es un moralista enloquecido, mientras que Jesucristo es un laberinto teol¨®gico, y Jesh¨²a parece tan desamparado y solitario como cualquier persona que podamos conocer. Al igual que W. Whitman al final del Canto de m¨ª mismo, Jesh¨²a est¨¢ parado en alg¨²n lugar esper¨¢ndonos.
Shakespeare y Freud
LA INCESANTE B?SQUEDA del Jes¨²s hist¨®rico ha fracasado, en el sentido de que un n¨²mero escaso de historiadores han conseguido mostrarnos algo m¨¢s que reflexiones acerca de su propia fe o de su propio escepticismo. Al igual que Hamlet, Jes¨²s es un espejo en el que nos vemos a nosotros mismos. La conciencia de la propia mortalidad parece dejarnos pocas opciones m¨¢s. La culpa es irrelevante: ?d¨®nde, c¨®mo podemos encontrar la supervivencia? Jes¨²s es, para el Nuevo Testamento griego, lo que Yahv¨¦ es para la Biblia hebrea o Hamlet para la tragedia de Shakespeare que lleva ese t¨ªtulo: el protagonista vital, el principio de la apoteosis, la esperanza de trascendencia.
Freud, al reducir la religi¨®n a a?orar al padre, se hace relevante para Jes¨²s, que llamaba abba a Yahv¨¦. Puesto que Hamlet es esc¨¦ptico, no busca a nadie. Yahv¨¦ elige a Abraham y Mois¨¦s, y, si nos sometemos al Cor¨¢n, tambi¨¦n a Mahoma. No se puede decir que el Dios hebreo elija a Jes¨²s, excepto como a otro profeta m¨¢s. En la pr¨¢ctica, el Hijo del hombre se engendra a s¨ª mismo, ?o acaso el Padre es su propio hijo? El Jes¨²s americano ha usurpado a Yahv¨¦, y podr¨ªa acabar siendo usurpado por el Esp¨ªritu Santo a medida que nos fusionamos [los estadounidenses] en una naci¨®n pentecostal, mezclando hisp¨¢nicos, asi¨¢ticos, africanos y americanos cauc¨¢sicos en un nuevo Pueblo de Dios.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.