H¨¦roes de la paz
Desconocemos sus nombres y apellidos. Pero cada uno de sus gestos suma a la hora de construir un mundo en paz. Gente an¨®nima que investiga, media, asiste social y psicol¨®gicamente, escucha o ense?a en zonas desangradas por la violencia y las guerras. ?stas son algunas de sus historias.
Tres letras: paz. Si uno las escribe en un buscador de Internet aparecen 61 millones de veces. Otras seis, guerra: 28 millones. ?S¨®lo la mitad? Quiz¨¢ sea porque entre ambas, entre la guerra y la paz, entre esos dos conceptos que representan la vida y la muerte, se levanta un puente cada d¨ªa; se est¨¢ levantando, en este instante en que usted lee, en muchos rincones del mundo. Imagine: Elena Gulmadova, ginec¨®loga reconvertida en mediadora perfecta por su condici¨®n de hija de musulm¨¢n y cristiana, que intercede entre ambas comunidades en Macedonia para poder reconstruir pueblos anta?o modelo de convivencia y hoy devastados por la guerra. "En tanto en cuanto la gente hable, no se dispara", dice ella. O un cura, el padre Giovanni Presiga, que parece no decaer jam¨¢s mientras la comunidad cercana a Medell¨ªn (Colombia) donde trabaja se desangra por la violencia: "Ayudar a los hombres, salvar vidas; s¨®lo se trata de eso", dice. O un alicantino, Eduardo Bofill, el ¨²nico blanco que tiene acceso a West Point, en Monrovia (Liberia), all¨ª donde la crueldad de la guerra ha convertido en material de derribo hasta a los seres humanos.
"La paz no es ausencia de armas, es una conciencia colectiva, de todo un pa¨ªs"
Seg¨²n el ¨²ltimo informe de la Unidad de Alerta de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona, al cerrar 2005 las guerras en el mundo eran 21; hab¨ªa 35 pa¨ªses con procesos de paz abiertos, y 56, en situaci¨®n tensa (23, muy tensa). La mayor¨ªa, en ?frica.
Trabajadores por la paz. Su tarea consiste en tejer una pasarela, aunque sea fr¨¢gil, y tenderla entre dos orillas. Se puede llamar di¨¢logo, mediaci¨®n, reconciliaci¨®n? Todo lo que implica un proceso de paz. Si el puente resiste, si se puede cruzar, entonces se salvar¨¢n vidas. Son cientos de miles de personas, de todo lugar y condici¨®n, las que se afanan por levantarlo y mantenerlo: analistas, t¨¦cnicos, maestros, m¨¦dicos, psic¨®logos, estudiantes; cooperantes, personal contratado o voluntarios; religiosos o laicos; de instituciones p¨²blicas o privadas, nacionales, internacionales o locales; de Ong grandes o chicas (cada vez m¨¢s influyentes y ya para siempre globales, como afirma Ignasi Carreras, ex director de Interm¨®n Oxfam). "?ngeles de la paz" les llaman algunos. Manos que construyen escuelas y hospitales, que se ocupan de familias traumatizadas, escolarizan a ni?os soldado, suavizan enemistades entre bandos? Imagine: los habitantes de un pueblo llamado Neve Schalom; palestinos y israel¨ªes que conviven, estudian, se aman y lo ¨²nico que se niegan a compartir es el odio entre sus comunidades. "Tantas almas traumatizadas?", dice el abad Benedikt Lindemann, del monasterio de Hagia Maria Sion, en Jerusal¨¦n, zona cristiana libre de violencia. "Todos se sienten v¨ªctimas; nadie, culpable".
Un libro reciente, Die friedensmacher (editorial Hanser), prefiere denominarlos "pacificadores", gente que decide contrarrestar los efectos demoledores de las guerras. Su promotor, el periodista alem¨¢n Michael Gleich, explica la raz¨®n: "Un ¨¢rbol que cae hace m¨¢s ruido que un bosque que crece'. As¨ª reza un proverbio tibetano. Y as¨ª sucede con la guerra: se oye mucho. La paz, sin embargo, no tiene sonido. Los efectos de los combates son instant¨¢neos; los de la concordia, a largo plazo. Se destruye en un segundo lo que se tarda a?os en reconstruir. Los guerreros son siempre protagonistas; los pacificadores, raras veces". Por esto, Gleich decidi¨® convertirse en 2003 en motor de un proyecto llamado Peace Counts: 15 periodistas y fot¨®grafos viajaron por el mundo para ver primero sobre el terreno y divulgar luego, mediante la palabra y la imagen, la labor que desarrollan algunos hombres y mujeres en sitios donde matar y morir es un ejercicio cotidiano.
Primero fue la creaci¨®n de una fundaci¨®n hom¨®nima y luego la publicaci¨®n del libro que nos ocupa y el montaje de una exposici¨®n itinerante. "Si muchos ciudadanos en muchos lugares dan muchos peque?os pasos en la direcci¨®n adecuada se podr¨¢ cambiar el rostro de este mundo", dijo uno de los presentadores en la inauguraci¨®n de la muestra en Alemania. En Espa?a, hoy, s¨®lo seg¨²n los datos de la Coordinadora de Ong para el Desarrollo, son casi 30.000 personas (el 86,6%, voluntarios; el 13,4%, personal remunerado) las dedicadas a estas tareas. Uno de esos espa?oles que se afanan sobre el terreno es Eduardo Bofill, de 35 a?os, psic¨®logo, de Elda (Alicante), desde hace un a?o voluntario en Monrovia (Liberia).
Bofill no aparece en el libro Die friedensmacher, pero deber¨ªa. Como deber¨ªan tambi¨¦n Chema Caballero, que sue?a por devolver la ilusi¨®n por la vida a cientos de ni?os soldado en Sierra Leona; Carlos Rodr¨ªguez Soto, en el norte de Uganda; Kike Figaredo, obispo en Camboya, y tantos otros y otras, religiosos y no religiosos, por amor a Dios o al pr¨®jimo? Bofill es laico y trabaj¨® como educador de calle; un d¨ªa cerr¨® cap¨ªtulo de su vida y se march¨® a Liberia formando parte del Servicio Jesuita al Refugiado (JSR), all¨ª donde la mayor¨ªa de chavales ha sido o son soldados de una de las guerras m¨¢s sangrientas de los noventa. Es el ¨²nico blanco que puede entrar a West Point, en los arrabales de la capital. "La violencia est¨¢ en todas partes: entre las chabolas de hojalata; en las calles sin asfaltar, sin nada? Y s¨ª, soy de los pocos que pueden entrar incluso de noche. Un gran ¨¦xito para m¨ª, invitado en su mundo. Pero de lo que se trata es de que sea un gran ¨¦xito para ellos", cuenta.
Al aterrizar en tu destino, asegura, tienes una idea de lo que habr¨¢. Pero siempre te quedas corto: "Lo que encuentras es tan brutal que debes ajustar tus expectativas una a una; asumir la realidad para poder ponerte a trabajar en ella. Y vas valorando lo que haces por las sonrisas, las miradas y los gestos que te ofrecen. As¨ª te das cuenta de si sirve o no lo que realizas. Con datos, no; los datos no sirven en ?frica".
De analizar conflictos y soluciones
para ellos se ocupa desde hace un cuarto de siglo Mariano Aguirre, fundador del Centro de Investigaciones para la Paz (CIP) en los ochenta y codirector hoy de la Fundaci¨®n para las Relaciones Exteriores y el Di¨¢logo Exterior (FRIDE): "Antes hablabas de prevenci¨®n, de vinculaci¨®n entre desarrollo y democracia, de desarme, y te miraban como diciendo: ?uf!, cosas de pacifistas. Hoy, muchas de esas cosas est¨¢n en la agenda de los Gobiernos". Asegura que hay un consenso general en la comunidad internacional de guerra, no: "Espa?a se encuentra en posici¨®n intermedia: no entre los avanzados en iniciativas, como Holanda, Noruega o Suecia, pero tampoco entre los que no hacen nada". Para Manuela Mesa, directora del CIP, los espa?oles somos antibelicistas: "Vivimos una guerra no hace tanto y eso est¨¢ a¨²n presente. Esa oposici¨®n se vio en la respuesta ante la de Irak". Y hay cierta voluntad pol¨ªtica. Hace nada, en el BOE del 1 de diciembre de 2005, se public¨® la Ley de Fomento de la Educaci¨®n y la Cultura de la Paz. En ella se habla de "potenciar la educaci¨®n para la paz, la no violencia y los derechos humanos". Pero para conseguirlo, asegura Mesa, "faltan recursos, financiaci¨®n para investigar? Hay m¨¢s inter¨¦s, s¨ª; muchas iniciativas; m¨¢s convergencia entre organizaciones, y un deseo creciente por entender los distintos aspectos de los conflictos armados, las secuelas, el posconflicto? Por eso se demanda m¨¢s an¨¢lisis e informaci¨®n".
La paz se ense?a. Imagine: el japon¨¦s Yoshioka Tatsuya, que cansado de t¨®picos guerreros sobre su pa¨ªs se hizo con un barco, lo bautiz¨® Peace Boat y desde 1983 lo mueve por los oc¨¦anos convertido en Universidad de la Paz, donde 1.000 pasajeros aprenden el modo de arreglar las pugnas de este mundo al grito de "la paz es posible". O la Escola de Cultura de Pau, en Barcelona, donde cursan estudios 250 personas. O la Universidad Jaume I de Castell¨®n, con su M¨¢ster Internacional para la Paz y el Desarrollo: un centenar de alumnos de todo el mundo a los que subvencionan ayuntamientos de la zona.
'?Pacificadores?'. En el CIP no gustan de usar esta denominaci¨®n. "Preferimos 'personas que participan en procesos de paz'. Pacificar se puede hacer desde fuera", afirma Mesa. Y con las armas. "?Qu¨¦ es la paz? ?La ausencia de armas? No. Porque la violencia se traslada entonces a otros ¨¢mbitos, a la familia, a la calle. Aqu¨ª, en Monrovia, encuentras chavales que pasan de uno a cien en un segundo? No tienen recursos para evitarlo", dice Bofill. "La paz no es ausencia de armas, es una conciencia colectiva, de todo un pa¨ªs. Y si no se construye desde dentro, no hay nada que hacer". Para Mariano Aguirre, hay que romper con la idea de que desde fuera se puede arreglar la vida de los de dentro; deben ser agentes locales los que lleven las riendas: "Debemos ayudar a construir instituciones, el llamado 'imperio de la ley'; aumentar la educaci¨®n y la justicia; formar una nueva polic¨ªa, que el ej¨¦rcito incluya excombatientes? Y sobre todo, el compromiso de la comunidad internacional debe ser a largo plazo. Esto es b¨¢sico".
"La paz es un proceso a menudo lento y doloroso. Esto lo saben bien los pacificadores. Un acuerdo es s¨®lo el principio. Habr¨¢ retrocesos, dificultades, y como ¨¦xito se considera cada peque?o paso hacia la conciliaci¨®n, cada dolor evitado", apunta Gleich. Impotencia. Una constante. "Lo peor de esto", dice Bofill, "es la sensaci¨®n de que lo que haces es a peque?¨ªsima escala, que la gente va a seguir en esa situaci¨®n durante a?os. Las dudas son como tu Pepito Grillo. Piensas: ?cu¨¢ntos chavales hay en la zona?, ?35.000?; ?cu¨¢ntos llegan a nosotros a trav¨¦s de los programas de ocio y tiempo libre, de mediaci¨®n familiar o escolar, de calle?, ?1.000 o 1.500? Te sientes desbordado por el n¨²mero, por la magnitud de sus carencias, por las brutalidades que han sufrido?". Esas situaciones en que no puedes hacer nada, "cuando lo ¨²nico que puedes aportar es tu presencia". Sabe Bofill, saben todos, que su trabajo sirve. "Miras atr¨¢s y no ves disminuir las guerras, s¨ª. Y quiz¨¢ por eso te apuntas. A ver si sumamos y sumamos, te dices. Pero no soy optimista. La violencia depende de la situaci¨®n socioecon¨®mica, y eso no es f¨¢cil que vaya a cambiar. Aunque al menos impedimos que la situaci¨®n sea a¨²n peor". ?Y desde el terreno del an¨¢lisis? "Sirve. Se sacan a la luz temas que est¨¢n fuera del debate. Sucedi¨® con las minas antipersona, con el uso de la tortura, con las ventajas del comercio justo, con tantas cosas?", dice Mesa.
Con el tiempo, la profesi¨®n de pacifista hasta se ha convertido en respetable: "Es perfectamente aceptable para una familia media espa?ola que una sobrina trabaje en la Ong tal, o que el hijo de fulano abandone todo para irse a ?frica", afirma Aguirre. Algo nuevo. Una nueva generaci¨®n de movilizados. "Ya no hace falta ser Jesucristo, Gandhi o la madre Teresa de Calcula para comprometerse", opina Gleich, quien dibuja un retrato robot de esa persona corriente que puede llegar a convertirse en pacificador de ¨¦xito: "Visionario, creativo, autocr¨ªtico, realista, de gran empat¨ªa, buen manager, que no se resigna f¨¢cilmente, con capacidad de negociaci¨®n, paciencia, constancia, sabe relacionarse y comunicarse con distintos actores, bueno trabajando en red?".
Hasta ha cambiado su aspecto exterior: "En vez de estampas de Jesucristo, jers¨¦is de lana y pegatinas de la paz, ahora llevan port¨¢tiles, m¨®viles, se comunican v¨ªa Internet y difunden sus iniciativas por el mundo". Imagine: casi medio millar de Ong que denuncian al un¨ªsono las violaciones al alto el fuego en peque?as poblaciones de Filipinas que se han autodeclarado zona neutral, hartas de muerte, de combates entre el ej¨¦rcito y los rebeldes. Una red cada vez m¨¢s densa en la que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, ve una fuerza tan poderosa como la de los Estados, empresas y multinacionales. "Y gracias a Internet se consigue algo fundamental: conectar el mundo del que procedes con el otro, al que vas. Comunicarte con los tuyos: su apoyo es b¨¢sico para seguir adelante. Y no s¨®lo eso. Trasladas tu experiencia al lado rico del mundo, para que deje de ser puro asistencialismo, para generar reflexi¨®n, para llegar a los que tienen influencia, para aumentar el compromiso civil. La informaci¨®n es clave".
Imagine: Joe Doherty y Peter McGuire, ex terroristas en Irlanda del Norte, que trabajan hoy como asistentes sociales con j¨®venes de su comunidad. "No se trata de hacer de los malos, buenos, no; s¨®lo de aclararles que tienen alternativas", dicen.
M¨¢s informaci¨®n en la p¨¢gina 'web': www.peacecounts.org.
Brasil. Las armas que impiden la vida
Situaci¨®n. Morir asesinado no es raro en Brasil. Les sucede a 40.000 personas al a?o. Hay guerra tras cada esquina en R¨ªo. Una organizaci¨®n, Viva R¨ªo, le ha plantado cara en Cantalago, antes reino de la mafias de la droga. Imagen. El polic¨ªa Franca ense?a un almac¨¦n en R¨ªo con 17.000 armas que ser¨¢n destruidas.
Cantalago era zona 'libre' de Estado, como tantas: sin polic¨ªa, ni juzgados, ni hospital, ni canalizaciones? El asesinato de ni?os hace una d¨¦cada removi¨® la conciencia de empresarios, artistas, periodistas y pol¨ªticos que decidieron actuar contra corruptos y criminales. Viva R¨ªo mantiene hoy medio millar de proyectos en 354 favelas. www.vivario.org.br.
Irlanda del Norte. De terroristas a trabajadores sociales
Situaci¨®n. 35 a?os de guerra, 4.000 muertos, un acuerdo de paz que flaquea por la falta de futuro para los m¨¢s j¨®venes, los paramilitares, la enemistad entre cat¨®licos y protestantes. Imagen. Peter McGuire, ex terrorista, ense?a hoy alternativas a la violencia.
Joe Doherty era ya soldado del IRA a los 17 a?os. Fue capturado. Al salir era una bomba de odio andante. Conoci¨® bien la lucha. ?Y la paz? Sobre ella aprende cada d¨ªa. Peter McGuire recorri¨® igual senda, pero en lado enemigo, el UDA, unionistas, a¨²n activos, el mayor grupo paramilitar protestante. "Si nos hubi¨¦ramos conocido antes, nos habr¨ªamos matado", dicen. Una historia cotidiana. Doherty y McGuire comparten hoy tarea: ense?an a los j¨®venes alternativas a la guerra para evitar que caigan en manos paramilitares.
Sri Lanka. Un territorio plagado de minas y esperanza
Situaci¨®n. Secuelas de 20 a?os de guerra civil: el norte, destruido; 70.000 muertos; campos de minas; hu¨¦rfanos y viudas; militares y guerrilla tamil. IMAGEN. Una maestra ense?a a Ravindran en la escuela para sordomudos de la organizaci¨®n Seed, en Vavuniya.
Un tamil exiliado en Alemania, P. N. Narasingham, regres¨® a su tierra para ayudar en la reconstrucci¨®n. Fund¨® en los a?os noventa una organizaci¨®n, Seed, en Vavuniya, con un presupuesto que s¨®lo le alcanz¨® para levantar 10 caba?as. Ten¨ªa sobre la mesa 850 solicitudes. Descubri¨® as¨ª que su manera de ayudar no era la m¨¢s adecuada para la zona. Que no se trata de sobreproteger, sino de asesorar, educar: ense?ar a aprovechar lo que se tiene, dotar de recursos para sobrevivir en las crisis, crear esperanza.
Estados Unidos. La polic¨ªa es del barrio
Situaci¨®n. New Haven (Connecticut) sufr¨ªa los estragos del tr¨¢fico y consumo de drogas, con altas tasas de violencia y delincuencia. El programa Community Policing ha convertido a la polic¨ªa en parte activa de la vida social y cultural del lugar. imAGEN. El agente Joe Dease, junto a un '¨¢ngel', durante una fiesta navide?a.
La revoluci¨®n lleg¨® de la mano de una mujer, Kay Codish, activista antiguerra de Vietnam, pro derechos homosexuales, que se hizo cargo de la escuela de polic¨ªa de New Haven hace tres lustros, convirti¨¦ndose as¨ª en la ¨²nica civil en Estados Unidos en dirigir tal instituci¨®n con criterios pacifistas: lo cambi¨® todo, abri¨® la academia a los habitantes del barrio. Latinos, mujeres y negros son hoy agentes. Y lo mismo estudian leyes que poes¨ªa, lo mismo entrenan con armas que montan obras de teatro o se suben a un monopat¨ªn. La delincuencia ha descendido en un 60%. El lema de Codish: "Una detenci¨®n en el barrio significa que hemos fracasado en la prevenci¨®n".
Mal¨ª. Los caballeros controlan el desierto
Situaci¨®n. Una vida marcada por la sequ¨ªa, el desierto y el hambre. La necesidad alent¨® la rebeli¨®n de las tribus del norte contra el Gobierno del sur. Resultado: un lustro de guerra, todos contra todos. IMagen. Tuaregs de diversos clanes pactan sobre unos terrenos de uso conflictivo.
Una pareja de europeos, los Papendieck, economista y soci¨®loga, representan a la la organizaci¨®n alemana GTZ, que ofrece apoyo t¨¦cnico en distintos lugares del mundo. Llegaron a Mal¨ª, reunieron a las tribus enfrentadas -los songhai, tuareg o bellah- y les dijeron: "Hay fondos, pero ser¨¢n para lugares donde reine la paz". Muchos entendieron la idea de beneficio mutuo. As¨ª empez¨® todo. Superaron dificultades, sequ¨ªas, plagas; construyeron pozos; instalaron bombas de agua; ense?aron alternativas para el cultivo de los campos? Y como hay tradiciones a las que los europeos no pueden llegar, buscaron un representante, una persona de la zona que tomara las riendas de los proyectos a largo plazo; que supiera entusiasmar, mediar, dar esperanza en momentos dif¨ªciles. Lo encontraron en Yehia Ag Mohammed Al¨ª. www.gtz.de/en/
Macedonia. La neutralidad en una misma persona
Situaci¨®n. Durante d¨¦cadas fue modelo de multiculturalidad: albaneses, turcos, roman¨ªes, serbios y la mayor¨ªa macedonia viv¨ªan en relativa armon¨ªa hasta que en 2001 estallaron los conflictos entre albaneses musulmanes y macedonios cristianos: una guerra civil que dur¨® siete meses y un acuerdo de paz cosido con hilo muy fino. imAGEN. La mezquita de Matejce fue destruida por el ej¨¦rcito macedonio.
En Matejce, una ginec¨®loga tayika, Elena Gulmadova, trabaja en la reconstrucci¨®n de la zona a trav¨¦s de la Organizaci¨®n para la Seguridad y Cooperaci¨®n en Europa. Esta hija de musulm¨¢n y cristiana representa la neutralidad en persona. Sabe de lo que habla cuando busca la reconciliaci¨®n entre los distintos grupos y partidos. A base de diplomacia, consejos, iniciativas y contactos (qui¨¦n podr¨ªa reparar la calle, qui¨¦n dar dinero para la escuela, qui¨¦n eliminar las minas?) se ha ganado la confianza de los traumatizados habitantes. La tarea es dura. "Est¨¢s muchas veces al borde de las l¨¢grimas, pero con la pena o la piedad la gente de aqu¨ª no consigue nada; s¨®lo sirve la ayuda pr¨¢ctica", dice. www.osce.org.
Israel-Jerusal¨¦n. Dios habita entre los dos frentes
Situaci¨®n. Territorio marcado desde hace medio siglo por el odio entre jud¨ªos y musulmanes: la ocupaci¨®n, la valla, la violencia cotidiana. Imagen. El abad Benedikt Lindemann, en Jerusal¨¦n. "Las conversaciones no lo son todo, pero sin ellas no hay nada", dice.
Los monjes benedictinos oran y laboran. Llevan un siglo haci¨¦ndolo en Jerusal¨¦n. Son aceptados como interlocutores por israel¨ªes y palestinos. Cada d¨ªa recorren los territorios ocupados, pueblos aislados por la valla levantada por Israel, intentando paliar sus necesidades. Ofrecen su monasterio cristiano (es la comunidad religiosa m¨¢s peque?a) como zona neutral para conversaciones. Atienden a v¨ªctimas de atentados suicidas. Apoyan a los pacifistas de ambos bandos, incluso con un premio: el Mount Zion Award. www.hagia-maria-sion.net.
Colombia. All¨ª donde el demonio instal¨® su reino
Situaci¨®n. Colombia es una sociedad aterrorizada, con una guerra civil que dura ya cuatro d¨¦cadas entre el Ej¨¦rcito, la guerrilla y los paramilitares. Secuestros y asesinatos est¨¢n a la orden del d¨ªa. Imagen. El padre Presiga, junto a un herido por la guerrilla.
El padre Giovanni Presiga creci¨® cerca de Medell¨ªn, y all¨ª permanece, fiel a esos campesinos que viven en situaci¨®n insoportable, atacados por todos los frentes: los carteles de la droga, los paramilitares, la guerrilla o el Ej¨¦rcito, a cual m¨¢s corrupto y violento; matones con el crucifijo al cuello. Unos 2.000 raptos se produjeron en un a?o s¨®lo por la guerrilla. Presiga asiste, media, consuela, sonr¨ªe? "Siempre hay raz¨®n para la esperanza", dice. "Uno nunca sabe" es la frase que mejor define la indefinici¨®n y el sobresalto en que transcurre su vida.
Sur¨¢frica. El baile y el teatro nos hacen sentirnos libres
Situaci¨®n. En Sur¨¢frica, los conflictos no se terminaron con el 'apartheid'; uno de los escenarios m¨¢s violentos son las prisiones, como la de Pollsmoor, en Ciudad del Cabo. Imagen. Los internos bailan para relajarse antes de un seminario sobre derechos humanos.
Una zona de acci¨®n del Centro para la Resoluci¨®n de Conflictos es la prisi¨®n de Pollsmoor. Las reyertas entre bandas criminales alcanzaron una brutalidad incontrolable hasta que llegaron profesionales como Victoria Maloka, con sus programas de transformaci¨®n para todos, guardias y presos. Les ense?an a resolver sus diferencias a trav¨¦s del teatro, la danza, la educaci¨®n; a fomentar su autoestima y el respeto al otro. "?C¨®mo os sent¨ªs hoy?", les pregunta ella. "Nos sentimos libres", responden. www.ccrweb.ccruct.ac.za.
Filipinas. Islas de tranquilidad en tierra de rebeldes
Situaci¨®n. En Mindanao, desde hace 30 a?os combaten ej¨¦rcito y rebeldes: 100.000 muertos. Algunos pueblos se han declarado zona neutral. Una red de observadores vigila el alto el fuego. imagen. Soldados y rebeldes forman los controles de vigilancia.
Las llaman zonas de paz, y son medio centenar en todo el territorio. Lugares donde los bandos enemigos vigilan juntos y se encuentran para hablar e intentar buscar soluciones al conflicto, donde conviven ni?os cristianos y musulmanes en las escuelas, donde los campesinos de todo credo se ayudan, donde las violaciones al alto el fuego se convierten en noticia a trav¨¦s de los mensajes SMS de los tel¨¦fonos m¨®viles de los campesinos y de una red cibern¨¦tica que comparten 400 ONG de todo el mundo.
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