Sin m¨®vil
1. En tal d¨ªa como hoy, pero del a?o 1894, un pol¨ªtico franc¨¦s (de cuyo nombre prefiero no acordarme) se comi¨® un pl¨¢tano. Lo s¨¦ porque lo anot¨® en su dietario. Escribi¨® esto: "Por primera vez en mi vida he comido un pl¨¢tano. No lo repetir¨¦ hasta llegar al purgatorio".
Dejo aqu¨ª testimonio de la oportunidad que hemos perdido de celebrar hoy el 112? aniversario de la degluci¨®n de aquel pl¨¢tano. Nuestros cada vez m¨¢s numerosos organizadores de efem¨¦rides han andado francamente despistados en esta ocasi¨®n. Pero puedo entender su distracci¨®n: andan desbordados ante tanto aniversario y centenario.
2. No se ven tel¨¦fonos m¨®viles por las calles de esta ciudad de Sof¨ªa tan callada. Y esto me hace recordar el silencio feliz de nuestras calles de antes: aquellos d¨ªas en los que, por ejemplo, no ten¨ªamos que sufrir mon¨®logos callejeros de pobres desquiciados.
Bulgaria, pa¨ªs silencioso. Se nota todav¨ªa la estela de represi¨®n que dejaron los totalitarismos, el comunismo muy especialmente. Pero tambi¨¦n es verdad que llevo ya cinco d¨ªas en Sof¨ªa y aqu¨ª me siento bien, es m¨¢s, dir¨ªa que me siento muy bien, y no s¨®lo por la ausencia de los m¨®viles. ?Por qu¨¦ tan bien? Tal vez porque intuyo que se me ha contagiado el silencio y no tengo casi nada que decir sobre este pa¨ªs. No tengo nada que contar sobre Bulgaria, quiz¨¢ porque aqu¨ª en Sof¨ªa no he escuchado nada, nadie me ha dicho nada. Cualquiera dir¨ªa que vine aqu¨ª para actuar de forma inversa a la de un esp¨ªa. Ma?ana regreso a casa sin mucho que contar, y eso en el fondo da una cierta tranquilidad. S¨¦ que s¨®lo podr¨¦ decir que me sent¨ª bien en mi hotel b¨²lgaro. Pero, pensando en Barcelona (que para m¨ª es lo que para el actor W. C. Fields era Filadelfia), me digo que quisiera ya que fuera ma?ana, me gustar¨ªa ya estar en mi ciudad. No estoy nada mal aqu¨ª, pero ya dej¨® escrito W. C. Fields en el epitafio de su tumba: "A pesar de todo, preferir¨ªa estar en Filadelfia".
3. No tener mucho que contar de mi viaje es algo que parece darle la raz¨®n al eminente doctor Johnson cuando, a mediados del siglo XVIII, observa lo poco que los viajes por el extranjero enriquecen la conversaci¨®n de quienes han estado en otros lugares. "De hecho", dec¨ªa el doctor, "el tiempo que hemos pasado fuera es delicioso y, a la vez, en cierto sentido instructivo; pero parece apartado de nuestra existencia sustancial y aut¨¦ntica y nunca se une bien a ella".
Para el doctor Johnson, en los viajes no somos la misma persona, sino otra, acaso m¨¢s envidiable; pero estamos perdidos para nosotros, as¨ª como para nuestros amigos. Nos vamos de nuestro pa¨ªs y tambi¨¦n nos vamos de nosotros mismos. Seg¨²n el doctor Johnson, los que desean olvidar ideas penosas hacen bien en ausentarse durante un tiempo, pero s¨®lo podemos decir que realizamos nuestro destino en el lugar que nos vio nacer. "Por ello, me gustar¨ªa mucho pasar el resto de mi vida viajando por el extranjero, si en alg¨²n otro lugar pudiese pedir prestada otra vida, para pasarla despu¨¦s en casa".
4. Ahora, ya en casa, en Barcelona, tengo la sensaci¨®n de que ped¨ª prestada otra vida en Sof¨ªa y estoy vivi¨¦ndola aqu¨ª. Me ayuda a llevar esa vida el hecho de no tener tel¨¦fono m¨®vil. Es lo que me digo mientras aguardo a que dentro de una hora me llamen del programa de Carles Francino, porque se han enterado de que soy uno de los pocos de este pa¨ªs que no tienen tel¨¦fono port¨¢til. Seguramente la llamada guarda relaci¨®n con la triunfante feria de tel¨¦fono m¨®vil Barcelona 3GSM. Deben de haberse propuesto averiguar si hay algo detr¨¢s de mi extravagante actitud de no querer tener un m¨®vil como todo el mundo. Como no puedo decirles que en Sof¨ªa he pedido prestada una vida b¨²lgara sin m¨®vil (no me entender¨ªan y, adem¨¢s, no es exactamente cierto), quiz¨¢ les cuente algo m¨¢s aproximado a la verdad, por ejemplo esto: no tengo nada contra los port¨¢tiles; pero, teniendo en cuenta lo poco que los necesito, todav¨ªa encuentro muy altos de precio esos chirimbolos.
5. Esperando a Francino, leo el breve ensayo Dar un paseo, de William Hazlitt. Al terminarlo, pienso en la pregunta que se hace el autor al comienzo de su reflexi¨®n sobre el paseo: "?Hay que pasear solo o en compa?¨ªa?". Contra la opini¨®n de Laurence Sterne ("d¨¦jenme tener un compa?ero de viaje, aunque s¨®lo sea para observar c¨®mo se alargan las sombras y declina el sol"), Hazlitt cree que la frase de su colega es muy bella pero que en realidad es fundamental pasear sin compa?¨ªa alguna "porque no se puede leer el libro de la naturaleza sin encontrar perpetuamente la dificultad de traducirlo para beneficio de otros". "En una caminata", dice, "yo estoy a favor del modelo sint¨¦tico sobre el anal¨ªtico; me contento con apilar una serie de ideas para examinarlas y analizarlas m¨¢s adelante, cuando llegue a casa".
Es precisamente lo que estoy haciendo ahora: examinar mis recuerdos del silencio b¨²lgaro y vivir la vida prestada en Sof¨ªa, pero analiz¨¢ndolo todo en casa.
6. Me pregunto qu¨¦ clase de alta c¨®lera se habr¨ªa apoderado de William Hazlitt si en una de sus caminatas solitarias, mientras apilaba ideas, le hubiera sonado el tel¨¦fono m¨®vil y alguien, al otro lado de la l¨ªnea, le hubiera interrumpido con esa pregunta tan corriente hoy en d¨ªa: "?D¨®nde est¨¢s, William?".
7. ?Qu¨¦ sucede cuando uno, en lugar de ir acompa?ado por alguien, viaja solo? Creo que quien viaja en compa?¨ªa (y un m¨®vil tambi¨¦n debe ser considerado como compa?¨ªa) tiende a comentar con los otros cuanto va viendo y a encontrarlo todo muy extra?o, y eso le hace incapaz de percibir que en realidad el extra?o siempre es ¨¦l.
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