P...untos suspensivos
Noche cerrada. No porque haya cambios en la orientaci¨®n del negocio. Ni por la defunci¨®n del due?o. Ni por vacaciones. Ni siquiera, estrictamente, por traslado. Una retirada. En el sur de las Ramblas, a la altura del Arc del Teatre, no est¨¢n las dominicanas... que dominaban. De los chaflanes de la Rambla de Catalunya ha desaparecido toda eslava y ya forman parte de un recuerdo muy remoto los travestidos que reptaban espectaculares encima del cap¨® rojo brillante, induciendo a la confusi¨®n: acostumbrado el hombre a los anuncios de coches que llevan una mujer encima, no sabe bien c¨®mo afrontar los anuncios de mujeres que llevan un coche debajo. Aqu¨ª, en la madrugada hundida, operaban muchas yonquis. Polvo por el polvo y para el polvo. La droga es una de las buenas razones para el trabajo en la calle. Y uno de los graves y silenciosos dramas del decreto de retirada. Arc del Triomf, alrededores del parque de la Ciutadella, avenida de Ic¨¤ria: abundaban las africanas. La avenida (nocturna) es uno de los lugares m¨¢s l¨®bregos de la ciudad, y donde se produc¨ªa uno de los importantes desajustes estructurales de esta historia: hombres poderosos iban en busca de mujeres muy d¨¦biles, con las que trataban r¨¢pidamente en el salpicadero: parece que, m¨¢s que el sexo, buscaban la enfermedad y la boca del lobo. De la plaza de la Universitat hasta la del Pes de la Palla se distribu¨ªa un oficio casi hogare?o, m¨¢s vespertino, e incluso matinal, que nocturno. Aqu¨ª la noche nunca fue la hora. Aun estos d¨ªas andaban mujeres rumanas entre los escaparates, observando con aparente atenci¨®n las ofertas de radio digitales, pero fiadas, en realidad, del rouge y la l¨ªnea de los ojos y evaluando el reflejo en los cristales del rostro que se aproximaba. Para intervenir aqu¨ª la polic¨ªa tiene muchas dificultades: no s¨®lo por el camuflaje de las mujeres entre la ferreter¨ªa electr¨®nica. Deben de padecer el complejo de allanamiento de morada: en ning¨²n otro lugar de la ciudad la casa burdel (al aire libre) acoge este aire familiar y espeso. En el Raval profundo no hay ninguna mujer en la calle. Los bares, llenos. Por Sant Ramon la lengua materna es el rumano. Las caras negras, duras, agitanadas, como se dec¨ªa antes de ofender, vuelven a llevarse. Es extra?o. A pesar de la reforma urbana y de otras radicales manifestaciones del paso del tiempo, en alguno de estos bares, y en estas mujeres, hay n¨ªtidas im¨¢genes de posguerra. Aunque puede que yo las lleve dentro. La ruta acaba en el Camp Nou y en el norte de la Diagonal luego. En Gregorio Mara?¨®n, cerca de Pach¨¢, sol¨ªan aposentarse los grupos. Negras, latinas y travelos, que es el argot cinematogr¨¢fico con que en el ambiente hablan de los trasvestidos. Algunas noches encend¨ªan peque?as hogueras y esperaban que las llamas y la noche posindustrial convocaran a Pasolini. La zona fue a la ciudad desmedida como Robadors al puerto, "yo he conocido un puerto, decir yo he conocido es decir algo ha muerto". Las calles, reservadas, que van de la Diagonal hasta la carretera de Esplugues fueron lugar de vela de senegalesas. Hab¨ªa noches en que la polic¨ªa barcelonesa las acosaba. Entonces, ellas daban dos pasos gr¨¢ciles y ya estaban en Esplugues, fuera de la jurisdicci¨®n acosadora. A partir de aqu¨ª el camino llega hasta Algeciras. Cualquier autov¨ªa. Un poco de prosa recia, que se aparten los ni?os. La relaci¨®n precio-cuerpo no var¨ªa (20-50 euros). Lo que los hombres piden es el beso con lengua y sin cond¨®n. La cama siempre ha ido aparte, si hay dinero para ella. Pero, en cualquier caso, en la noche del suburbio est¨¢n los callejones, los waters de gasolinera (incluso las gasolineras del centro de la ciudad), los portales sin llave o las trastiendas de cybers (10 euros).
Se han retirado, pero conf¨ªan en volver. No quieren pagar comisi¨®n a los propietarios de los bares ni hacer el horario. Quieren la calle
Se han retirado estrat¨¦gicamente, pero conf¨ªan en volver. No quieren pagar comisi¨®n a los propietarios de los bares ni hacer el horario. Quieren la calle. Aparecieron en las calles cuando los ciudades se convirtieron en una ronda comercial y cuando los ciudadanos empezaron a intercambiar en p¨²blico deseos (miradas, gestos) flagrantes. Fueron acosadas por la moralidad que ve¨ªa en el sexo el pecado y otra moralidad las acosa ahora. Esta ¨²ltima moralidad tiene prop¨®sitos honrados, como, por cierto, tambi¨¦n los ten¨ªa la otra. Se trata de la seguridad, la salud y la lucha contra la explotaci¨®n humana, y son buenas razones y lo ser¨¢n siempre. Esta ¨²ltima moralidad, sin embargo, no debiera olvidar que la ciudad (un mill¨®n de cosas) se parece m¨¢s a una selva que a un zool¨®gico. Y otro asunto, inc¨®modo, que afecta a la naturaleza humana. La mayor¨ªa de los hombres, los varones, tienen menos sexo del que quieren. Es inc¨®modo, sobre todo y aunque no lo parezca, para los hombres. Este simple y escabroso eslab¨®n evolutivo es el que explica que ni los cambios en las costumbres, ni el movimiento feminista, ni la liberaci¨®n (Chanel 5) del cors¨¦, ni la p¨ªldora anticonceptiva, ni el descr¨¦dito de Dios, haya acabado con un oficio implacablemente basado en la ley de la oferta y de la demanda. Por si el cableado b¨¢sico no fuera suficiente, la ¨²ltima invenci¨®n de la qu¨ªmica (que ha provocado una revoluci¨®n en las conductas del siglo tan profunda como silenciada y bochornosa) prolonga el sufrimiento sexual del macho hasta el mism¨ªsimo umbral de la muerte, y en algunos casos, incluso coincidiendo con ¨¦l.
La clave de las calles limpias est¨¢ en los desag¨¹es.
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