La estaci¨®n de metro de los mares del sur
Ayer se inaugur¨® el nuevo vest¨ªbulo de la estaci¨®n de Ferrocarrils de la Generalitat de Almeda, en Cornell¨¤. Baix Llobregat. Barcelona. Ayer. Tiempo ya ido pero prendido en la retina, reconstruible a voluntad. As¨ª es el pasado. As¨ª es la estaci¨®n, que recoge la historia, vieja en apariencia, pero en realidad cercana, de lo que fue uno de los barrios rojos del cintur¨®n rojo de Barcelona.
Almeda, Cornell¨¤. Laforsa, Pirelli, Siemens, Clausor. Nombres de empresas en las que, para decirlo en el lenguaje dominante entre la izquierda de los setenta, los trabajadores eran capaces de vincular las reivindicaciones inmediatas con otras a medio y largo largo plazo. Las mejoras laborales con la "gran lucha pol¨ªtica contra la represi¨®n", que dice uno de los panfletos recogidos y reproducidos en las paredes de la estaci¨®n.
Unos hombres y mujeres que estaban llamados a ser peatones de la historia, pero decidieron, impusieron, ser sujetos. Libres e iguales.
Ayer. Largo ayer de los setenta. Incluso el lenguaje era diferente. Los empleados se llamaban "obreros". Los cuerpos de seguridad eran "fuerzas represivas". La ley era vista como el "disfraz de la violencia capitalista". Ayer, el real del calendario, el consejero de Pol¨ªtica Territorial, Joaquim Nadal, inaugur¨® el nuevo vest¨ªbulo, y algo deb¨ªa de haber en las im¨¢genes del ayer m¨¢s remoto que se le impuso. Explic¨® que el tripartito era "Estatuto y trenes", casi una par¨¢frasis de Lenin, que afirmaba que la revoluci¨®n es "electrificaci¨®n m¨¢s s¨®viets". Porque hoy ya no se cita a Lenin ni con el subconsciente.
Almeda era otro barrio. Cornell¨¤ era otro lugar. Hace 30 a?os sirvi¨® a Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n para instalar all¨ª los mares del sur. En la novela hom¨®nima, un adinerado hombre de negocios de Barcelona elige que los mares del sur est¨¦n donde decida su voluntad. Y los descubre en San Mag¨ªn, un barrio que podr¨ªa ser Almeda o tambi¨¦n San Ildefonso. Ambos en Cornell¨¤. Ambos construidos en pleno franquismo siguiendo las pautas de la especulaci¨®n. Desde entonces, las cosas han cambiado mucho, de modo que quien hoy quiera descubrir all¨ª sus propios mares del sur podr¨¢ ir en metro, o en ese "metro del Baix" que es la l¨ªnea de Ferrocarrils de la Generalitat. El Carrilet. Una estaci¨®n transformada en un barrio transformado. En la novela, ambientada en junio de 1977, durante la campa?a electoral para los primeros ayuntamientos democr¨¢ticos, los partidos de izquierda invitaban a la ciudadan¨ªa a "entrar en el Ayuntamiento". Una propuesta moderada si se compara con el deseo que muchos ten¨ªan de asaltar alg¨²n palacio de invierno.
Eran tiempos de esperanza y confianza. El futuro, se sab¨ªa, no estaba escrito, y no pocos hombres se mostraban dispuestos a moldearlo para reducir las dosis de sufrimiento. Eran tiempos en los que incluso estaba mal visto ser capitalista, aunque entonces se dec¨ªa "explotador". Un personaje se lo cuenta a Pepe Carvalho en la novela citada: antes "se daban facilidades, no como ahora. Parece como si el capitalismo fuera pecado y el capitalista un enemigo p¨²blico".
En aquellos a?os, hasta parte de la Iglesia cre¨ªa que pecar era ser de derechas. Por ejemplo, lo cre¨ªa, el padre Garc¨ªa Nieto, a quien se le dedica una exposici¨®n no lejos de la estaci¨®n de metro de Almeda.
Mucho ha cambiado todo, sin exagerar. Almeda ya no tiene que luchar para entrar en el Ayuntamiento. Al menos eso cree el actual alcalde, Antonio Balm¨®n, quien asegur¨® que ¨¦l mismo particip¨®, con "14 a?os" en las luchas que reflejan las paredes de la estaci¨®n.
Posiblemente nadie crea que, de verdad de la buena, el barrio puede hoy equiparse a los mares del sur objetivos (los subjetivos son libres), pero ya no es un purgatorio. Sus habitantes no contemplan la ley, casi cualquier ley, como una amenaza contra su supervivencia como "barrio obrero". Quiz¨¢ muchos ni siquiera se sienten obreros. A lo sumo, asalariados, que es otra cosa.
Los discursos del inmediato ayer recordaron el obrerismo de Cornell¨¤, las "luchas", "el cambio". Hubo var¨®n que evoc¨® la firma puesta al pie de un manifiesto: "Yo tambi¨¦n he abortado". As¨ª de duras eran las cosas. As¨ª de prohibidas. Por eso se record¨® tambi¨¦n, que en el largo camino algunos "dejaron la piel" en el empe?o de mejoras. Y no fue, precisamente, porque se tostaran al sol, sino porque hab¨ªa que estar en la calle -a veces ni siquiera quedaba otro remedio- porque era en ella donde se dirim¨ªan los asuntos.
En una de las fotograf¨ªas un grupo lleva una pancarta en la que puede leerse: "Los hijos de obreros queremos estudiar". Detr¨¢s, un colectivo de j¨®venes que parecen estudiantes. Quiz¨¢ los mismos que coreaban: "Estudiantes con obreros, polic¨ªas con banqueros".
La ma?ana de ayer en Almeda era radiante. Limpia de sol y de luz. El viento del fin de semana se hab¨ªa llevado la suciedad del aire y, con ella, la nostalgia. Contra lo que pueda parecer, la memoria era s¨®lo memoria. Ni Nadal ni Balm¨®n quisieron recrearse en lo que pudo haber sido ni en lo que fue. Prefirieron ambos mirar las im¨¢genes del pasado con la mirada puesta en el futuro. Esa era quiz¨¢ la herencia de quienes escribieron el ayer que refleja "las huellas de la historia", como ha sido bautizado el conjunto de im¨¢genes por Francesc Abad, que las ha recogido en un librito donde, por poner un pero, tal vez falten los cr¨¦ditos de las im¨¢genes de unos hombres y mujeres que estaban llamados a ser peatones de la historia, pero decidieron, impusieron, ser sujetos. Libres e iguales.
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