Juventud desorientada
El pueblo joven, una falsa categor¨ªa social teorizada cr¨ªticamente, entre otros, por Alain Finkielkraut a mediados de la d¨¦cada de 1980, no es homog¨¦neo y est¨¢ dividido. Integran el pueblo joven los individuos en edades comprendidas entre los 15 y los 29 a?os. Una franja de edad artificiosa, delimitada con fines anal¨ªticos por soci¨®logos y estad¨ªsticos, desbordada hoy por abajo por adolescentes que, a partir de los 10 a?os o antes, empujan con fuerza para ganarse la temprana pertenencia al pueblo. Y prolongada por arriba por efecto del infantilismo de la subcultura que nos envuelve hasta edades que hace unas pocas d¨¦cadas hubieran avergonzado a los sujetos implicados.
Atraviesan al pueblo joven las mismas desigualdades que dividen la sociedad. Hay individuos que disponen de la riqueza, privilegios y oportunidades de que gozan sus familias y los hay -los m¨¢s- que padecen la penuria y el anonimato de las suyas. Pero todos los miembros del pueblo joven comparten la ideolog¨ªa de la condici¨®n de joven: el ejercicio de los nuevos atributos de la edad por encima de las viejas cualidades del ser, y viven aprisionados, con o sin margen de maniobra, por el complejo publicitario-industrial del consumo, del que son, a la vez, v¨ªctimas y mantenedores.
Hace tiempo que al joven se le prepara para ser un compulsivo consumidor de no importa qu¨¦
El mundo joven ha fagocitado en muchos aspectos los otros mundos, el de la infancia, el de la madurez, el de los ancianos, imponiendo a todos la tiran¨ªa de su est¨¦tica y sus gustos, de su lenguaje empobrecido, de la provisionalidad y de la superficialidad. Su presencia -sobrevalorada, ya que s¨®lo representan en nuestra sociedad el 23% de la poblaci¨®n total- y su empuje no son portadores, como lo han sido en otros momentos de la historia, de cambio fecundo y de progreso social, sino de regresi¨®n cultural y de conformismo social. En su descargo, bien que no en la exoneraci¨®n de la parte de responsabilidad que corresponde a los j¨®venes como miembros, en primer lugar, de la sociedad, habr¨ªa que decir que no lo han tenido ni lo est¨¢n teniendo f¨¢cil.
Abandonados de ni?os ante la televisi¨®n, han sido rescatados de j¨®venes por el m¨®vil, la movida, el ocio como ideal y el consumo como fin. Han pasado por la escuela sin educarse, ni apenas instruirse. Barrida de las aulas la disciplina, se les ahorra despu¨¦s la disciplina del aprendizaje profesional y del trabajo fijo. Al desprestigio de la autoridad se une la caricaturizaci¨®n de la pol¨ªtica -del gobierno de la sociedad- por pol¨ªticos falaces y, en algunos casos, felones. Sin patrones morales, ni magisterio eclesial, sin fondo ni fuerzas la familia para contrarrestar el poder de la televisi¨®n, de la Red, de la calle, de los iguales, el joven se ha encontrado inerme ante las falsedades, empezando por la de la imagen de s¨ª mismo, que le asedia desde todas las pantallas y perspectivas.
En lugar de encontrar resistencias que pudieran inquietarle sobre la deriva de su mundo y alertarle sobre las frustraciones que le esperan, los poderes establecidos le dan toda clase de facilidades para que pueda seguir anclado en su edad y eludir cualquier esfuerzo, disciplina, sacrificio de gratificaciones inmediatas... Las malas noticias que nos llegan con frecuencia del mundo joven, expulsando a las buenas -que las hay-, obtienen en seguida honores de portada: fracaso escolar, desapego a la lectura, sustituci¨®n de valores probados por ef¨ªmeras novedades, conductas inc¨ªvicas, vandalismo callejero, consumo de drogas -3.000 polic¨ªas a las puertas de los colegios para protegerles de su debilidad-, violencia contra indigentes, contra paseantes desconocidos o contra sus propios padres -m¨¢s de 5.500 padres hab¨ªan denunciado a sus hijos en Espa?a entre enero y septiembre de 2005 por malos tratos en el ¨¢mbito familiar-.
?No es todo ello la cosecha de tempestades cuyos vientos sembramos? Hace tiempo que al joven, inici¨¢ndosele ya en la infancia, se le prepara para ser un compulsivo consumidor de no importa qu¨¦. Su formaci¨®n como tal corre a cargo de nutridos ej¨¦rcitos de publicitarios, creadores de imagen, psic¨®logos, soci¨®logos e ide¨®logos de las bondades econ¨®micas e igualitarias del consumismo. La mejor divisa de la v¨ªctima consentida es el vibrante eslogan de unos grandes almacenes: "?Me lo llevo!".
?Podr¨¢n ser buenos ciudadanos de una sociedad a la que urge profundizar su democracia y reducir sus desigualdades los miembros de ese pueblo joven? ?Qu¨¦ futuro pretender¨¢n cuando generacionalmente les llegue el turno de gobernar, cuando la sociedad entera dependa exclusivamente de sus iniciativas? ?Podr¨¢n competir como gestores o como productores con los esforzados y ambiciosos naturales de los pa¨ªses emergentes? En lugar de contarnos reputados ensayistas tantas lindezas sobre la emancipaci¨®n del mundo joven -m¨¢s ilusoria que real, pues en lo material la mayor¨ªa de los j¨®venes siguen dependiendo de sus padres- , su realizaci¨®n por el consumo, su creaci¨®n permanente de posmodernidad, deber¨ªan afanarse por encontrar respuestas convincentes a esas y a otras cuestiones conexas.
Jordi Garc¨ªa-Petit es acad¨¦mico numerario de la Real Academia de Doctores.
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