La independencia americana
Hay ¨¦pocas en que la historia sorprende con arabescos ins¨®litos. Cuando nadie le disputa la preeminencia militar, disminuye la influencia de Estados Unidos en una Am¨¦rica Latina que se distancia y desplaza hacia la izquierda mientras la potencia lo hace en direcci¨®n opuesta. La relaci¨®n se va haciendo cada vez m¨¢s disfuncional y se prefigura en el horizonte una nueva independencia americana.
La coyuntura actual se inici¨® en los a?os ochenta, cuando el Washington de Ronald Reagan redise?¨® su pol¨ªtica exterior para reformar estructuralmente las econom¨ªas y afianzar la democracia electoral y los derechos humanos. Los ¨¦xitos alcanzados en Am¨¦rica Latina terminaron revirti¨¦ndosele porque el neoliberalismo econ¨®mico trajo un costo social enorme que atiz¨® un resentimiento contra Washington forjado en la historia; y porque la ola democratizadora ha blindado de legitimidad a los gobernantes de esa nueva izquierda latinoamericana que se deslindan, sin romper del todo, de Estados Unidos.
Si sobresale tanto el rojo creciente de la Am¨¦rica Ib¨¦rica es porque Estados Unidos se ha ido desplazando hacia una derecha cerril que pregona con enorme arrogancia su pretensi¨®n de ser los garantes de la paz mundial y la democracia, de tener derecho a decidir cu¨¢ndo y c¨®mo usar la fuerza militar o la tortura y de separar, en suma, a los buenos de los malos. Peter Hakim sintetiza esa actitud en un ensayo para Foreign Affairs (enero/febrero 2006) sobre las deterioradas relaciones con el hemisferio occidental: Washington "rara vez consulta con otros, acepta compromisos con dificultad y reacciona mal cuando otros lo critican o se le oponen".
La derechizaci¨®n estadounidense es estructural; surge del avance incontenible de un conservadurismo social que se aleja de principios universalmente aceptados. Si tomamos a la racionalidad como uno de los m¨¦todos para evaluar la legitimidad de la acci¨®n p¨²blica -criterio impl¨ªcito en el ideario de la Revoluci¨®n Francesa- Estados Unidos retrocede porque, seg¨²n algunas encuestas, la mitad de la poblaci¨®n respalda al movimiento religioso que est¨¢ expulsando de las aulas las tesis de Darwin sobre la evoluci¨®n. Resulta sorprendente que el pa¨ªs con una comunidad cient¨ªfica que ha recibido 224 de los 509 premios Nobel de medicina, f¨ªsica y qu¨ªmica, est¨¦ educando a una parte de su juventud con explicaciones provenientes de una religiosidad fundada en la lectura literal de las Escrituras. Esa irracionalidad se proyecta en la pol¨ªtica exterior ahondando la brecha entre la superpotencia y buena parte de la humanidad; y eso explica la paradoja de que el pa¨ªs m¨¢s poderoso militarmente, vaya perdiendo su influencia.
Las ciencias sociales permiten cuantificar las consecuencias de los fen¨®menos descritos anteriormente. El 86% de los latinoamericanos, seg¨²n una encuesta de Zogby citada por Hakim, desaprueba la forma en que Washington maneja su pol¨ªtica exterior. Canadienses y mexicanos estamos unidos a la potencia por geograf¨ªa, comercio y migraci¨®n pero coincidimos en el rechazo sobre los modos como se comporta el vecino. Encuestas de Pew y Ekos dicen que en 2002 Canad¨¢ y M¨¦xico ten¨ªan una opini¨®n favorable de 64 y 72 puntos respectivamente y que en 2005 andaba en 36. ?Una ca¨ªda de una treintena de puntos en tres a?os!
El distanciamiento se formaliza en acciones tomadas por los gobiernos. De los 34 pa¨ªses que tiene Am¨¦rica Latina y el Caribe s¨®lo siete respaldaron a Washington en su aventura en Irak; la potencia fue derrotada en la selecci¨®n del ¨²ltimo secretario general de la Organizaci¨®n de Estados Americanos; y Brasil y Argentina se han liberado del yugo del Fondo Monetario Internacional que fue el instrumento usado por Washington para imponer las pol¨ªticas neoliberales.
Cuando Am¨¦rica repudi¨® al colonialismo, el continente fue gradualmente cayendo en las reglas de una dominaci¨®n diferente; se le conoce como "imperialismo anticolonialista" porque, salvo en ocasiones estrat¨¦gicamente determinadas, Estados Unidos se abstuvo de ocupar territorios. Dos siglos despu¨¦s se gesta una independencia que rechaza los absolutos y se mueve por aproximaciones y experimentaciones mientras observa modelos alternativos. Es un momento peculiar porque en Am¨¦rica desembarcan actores hasta ahora ausentes; como el drag¨®n chino que busca asegurar la energ¨ªa y las materias primas que exige su insaciable econom¨ªa.
Es hasta cierto punto normal que la Europa rechazada recupere su atractivo por el ¨¦nfasis en la protecci¨®n social, porque la integraci¨®n econ¨®mica ha estado acompa?ada por subsidios a los pa¨ªses menos desarrollados y por el compromiso con la dignidad. Mientras quienes gobiernan al pa¨ªs de Eleanor Roosevelt y Martin Luther King recortan el manto que protege los derechos humanos, la vieja Europa se recompone y responde al escandaloso trasiego de prisioneros hecho por la CIA con una pol¨ªtica enunciada en una frase del canciller austriaco, Wolfgang Sch¨¹ssel: "No puede haber doble rasero. Los derechos humanos son indivisibles". Las nueve palabras resumen un ideal milenario que pareciera estar al alcance de la mano en el siglo reci¨¦n iniciado.
Imposible pronosticar las m¨²ltiples combinaciones que tejer¨¢ la historia. Por ahora las tendencias son claras: Am¨¦rica est¨¢ en ebullici¨®n y se distingue un af¨¢n independentista frente a la potencia que, entretanto, se encierra construyendo murallas; tal vez lo hace como un reflejo inconsciente de quien desea disimular la irracionalidad que va desfigurando sus entra?as y su esencia.
Sergio Aguayo Quezada es profesor del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de M¨¦xico.
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