Fascismo consumista y rebeli¨®n ciudadana
La justicia juvenil en Catalu?a tiene dificultades para atender a la creciente demanda de intervenci¨®n punitiva -o reeducadora, si se prefiere- que hace nuestra sociedad. Y as¨ª hay que reconocerlo, pese a la dedicaci¨®n de jueces, fiscales y otros profesionales, tanto de la administraci¨®n de Justicia como de la Administraci¨®n de la Generalitat. Una Administraci¨®n -hay que saberlo- que en los ¨²ltimos a?os ha incrementado de manera muy notable los recursos presupuestarios dedicados a la justicia juvenil para hacer frente a m¨¢s de 7.000 casos anuales. Pero que nadie se llame a enga?o. Nunca ser¨¢ suficiente este esfuerzo presupuestario o la dedicaci¨®n de los profesionales si la sociedad no aborda de manera decidida y a fondo lo que constituye un fen¨®meno de grandes proporciones que tiene a la juventud -?d¨®nde empieza y d¨®nde termina hoy la juventud?- como su principal v¨ªctima propiciatoria.
La justicia juvenil, que requiere cada vez m¨¢s medios, debe ser asumida como tarea de toda la ciudadan¨ªa
Por muchos recursos que se les asignen, ni el sistema escolar, ni el sistema p¨²blico de justicia juvenil ser¨¢n capaces de resolver satisfactoriamente una apremiante necesidad social, mientras no se ponga coto a las pretensiones insaciables del "fascismo de la posesi¨®n inmediata". Tomo prestada la rotunda expresi¨®n de Rafael Argullol (EL PA?S, 14 de febrero 2004), en un art¨ªculo merecedor de m¨¢s atenci¨®n que tantas disquisiciones psicologistas o pedag¨®gicas cargadas de buena voluntad, pero desconectadas de la realidad socioecon¨®mica de hoy.
Argullol detecta con lucidez el peso enorme de esta "econom¨ªa de la posesi¨®n inmediata" que nos aprisiona. Y de modo asfixiante a j¨®venes y adolescentes, sometidos a una agresi¨®n permanente por parte de potentes mecanismos propagand¨ªsticos. Los profetas de esta pulsi¨®n hacia un consumismo irresistible han aprendido de las pr¨¢cticas del agitprop bolchevique y del doctor Goebbels. Pero son mucho m¨¢s sutiles y cuentan con instrumentos t¨¦cnicos de mucho mayor impacto emocional que los filmes de Eisenstein o Riefenstahl. Invaden todos los escenarios y todos los tiempos, empezando por el familiar. El mito enga?oso de la autorregulaci¨®n les permite campar a sus anchas sin l¨ªmite de espacio, horario o medio de transmisi¨®n.
Poco pertrechados ante esta agresi¨®n permanente, hay que invertir tiempo y esfuerzo en mejorar nuestro sistema escolar. Hay que aplicar m¨¢s recursos y mayor efectividad a los sistemas restauradores que gestiona la justicia juvenil. Pero ser¨¢n esfuerzos bald¨ªos si al mismo tiempo y con energ¨ªa no se desactiva -en el campo ideol¨®gico, econ¨®mico y administrativo- la potencia de este complejo "l¨²dico-industrial", situado en la ra¨ªz de muchas actitudes y conductas que padecemos y lamentamos. Hay que hacerlo sin temer a las exclamaciones farisaicas sobre una supuesta "criminalizaci¨®n" de actividades legales, sobre los "peligros de la censura" o sobre atentados a la "libertad de empresa". Hay que hacerlo con pleno respeto al Estado de derecho, pero con determinaci¨®n y sin timideces. Porque es ah¨ª donde se fabrican y divulgan modelos de consumo compulsivo que ponen en riesgo la salud p¨²blica de hoy y, sobre todo, de ma?ana.
Es sabido que al sistema de justicia juvenil -encargado de responder a las conductas delictivas de los menores- le llegan casos extremos. Pero son casos expresivos de lo que se ha convertido en extendida plaga social: agresiones en la familia y en el aula, consumo creciente de sustancias t¨®xicas legales e ilegales, acoso escolar, pr¨¢cticas de ocio lesivas para la tranquilidad ciudadana, ocupaci¨®n abusiva y degradante del espacio p¨²blico, inseguridad viaria, etc¨¦tera. Una reacci¨®n judicial y administrativa ante estos hechos puede agravar las sanciones y hacer m¨¢s diligente y efectiva su aplicaci¨®n. Pero de poco sirve cuando los sancionados acaban regresando a un medio social donde siguen siendo hostigados ideol¨®gica y emocionalmente por una imperativa llamada al consumo inmediato de todo tipo de objetos, entre los que se incluye tambi¨¦n el tratamiento humillante de otros seres humanos.
No basta, pues, la meritoria misi¨®n de educadores, psic¨®logos, jueces o administradores. Ni de padres y madres de familia, actuando en solitario. Corresponde a la propia ciudadan¨ªa como sujeto democr¨¢tico asumir el compromiso de combatir esta agresi¨®n y de organizarse adecuadamente para neutralizar sus manifestaciones. Debe hacerlo exigiendo la activaci¨®n de todos los instrumentos legales y fiscales disponibles: regulaci¨®n de contenidos de programas audiovisuales, videojuegos, mensajes publicitarios degradantes de la persona o difusores del consumo de sustancias t¨®xicas, horarios de locales de ocio, polic¨ªa -en sentido administrativo tradicional- de la salud p¨²blica, etc¨¦tera.
La tarea es inmensa y no puede descansar ¨²nicamente en la persuasi¨®n o en la autorregulaci¨®n. Porque no estamos ante excesos circunstanciales, sino ante todo un programa sistem¨¢tico, frente al cual no cabe ni la improvisaci¨®n, ni la resignaci¨®n. Escribe Argullol: "Si queremos golpear el coraz¨®n de la barbarie antes de que sea demasiado tarde, lo oportuno es empezar a actuar sin dilaciones contra los inspiradores de la gran mentira moral de nuestra ¨¦poca: la vida entendida como un bot¨ªn de guerra que hay que tomar inmediatamente por derecho de conquista. Que nadie nos ha concedido". Actuar contra esta mentira que enga?a a muchos, pero sobre todo a muchos j¨®venes: ¨¦sta es la tarea social. Promover la rebeli¨®n contra el conformismo juvenil que se somete a esta concepci¨®n fascista de la vida: ¨¦sta puede ser, parad¨®jicamente, la tarea de los ciudadanos adultos.
Josep M. Vall¨¨s es miembro de Ciutadans pel Canvi y consejero de Justicia de la Generalitat.
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