Madrid-T¨¢nger
?sta es una ruta que anta?o se hac¨ªa en direcci¨®n sur principalmente y ahora sobre todo en la contraria. Antes, en un periodo de esplendor que no conoc¨ª, T¨¢nger era cosmopolita y franca, dulcemente canalla, y en ella el ¨¢rabe, el franc¨¦s, el ingl¨¦s y el espa?ol, tanto el peninsular como el jaquet¨ªa, se hablaban sin soluci¨®n de continuidad; hasta el griego, en este caso el amor, atra¨ªa a sus costas a hombres divertidos y nerviosos como Tennessee Williams, Paul Bowles o Truman Capote. Ahora T¨¢nger ha perdido aura y franquicia, y en el puerto vagan los ni?os marroqu¨ªes a la busca de los bajos de alg¨²n cami¨®n que les lleve a Europa. Otro mundo. En lugar del dorado, los colores de la realidad.
De la antigua T¨¢nger, y escrito como en el pasado, llega un libro con p¨¢ginas y siluetas de verdadero inter¨¦s. Se trata de Si T¨¢nger le fuese contado... (Nombres espa?oles en el mito de T¨¢nger), publicado por la malague?a editorial Algazara y cuyo autor, nacido en 1935 en la entonces espa?ola Alcazarquivir, es Tom¨¢s Ram¨ªrez Ortiz. Se trata de un extenso libro de evocaciones, de testimonios, de nostalgias. Y de curiosidades, siendo sin duda la m¨¢s notable el frustrado proyecto que hubo en 1892 de construir en la ciudad norteafricana una catedral cat¨®lica, encargada por el Marqu¨¦s de Comillas a Antonio Gaud¨ª. La peripecia de ese episodio es fascinante, ya que Ram¨ªrez Ortiz no s¨®lo describe los esbozos que Gaud¨ª realiz¨® (uno de los cuales se reproduce en el libro), sino que establece el itinerario que, con motivo del encargo tangerino, sigui¨® Gaud¨ª por Marruecos, llegando hasta la zona del Atlas donde se alza la extraordinaria arquitectura popular de las kasbas o fortalezas de adobe, en cuyas pir¨¢mides truncadas y esbeltas torres de remate c¨®nico el autor del libro ve, muy razonablemente, motivos de la inspiraci¨®n gaudiniana.
Para m¨ª, sin embargo, el T¨¢nger m¨¢s poderoso de este libro tiene un perfil madrile?o, fijado en torno a las figuras de tres escritores para quienes el doble trayecto, real y simb¨®lico, entre las dos ciudades fue determinante. De ellos, ?ngel V¨¢zquez y Emilio Sanz de Soto nacieron all¨ª y se instalaron en distintos momentos de su vida aqu¨ª, mientras que Carmen Laforet, barcelonesa de nacimiento, s¨®lo vivi¨® tres a?os en T¨¢nger, entre 1959 y 1961, con motivo del trabajo que su entonces marido Manuel Cerezales ejerc¨ªa como director del diario Espa?a. Ram¨ªrez Ortiz cuenta la feliz estancia de Laforet, su gusto por los -efectivamente encantadores- caf¨¦s tangerinos, su trato con escritores y artistas locales integrantes de esa "generaci¨®n de tierra de nadie", como la llam¨® el m¨¢s brillante de todos, aunque tambi¨¦n el m¨¢s reacio a escribir, Emilio Sanz de Soto. Laforet, de quien Jane Bowles, otra tangerina por elecci¨®n, dijo que "ten¨ªa el encanto irreal de las hadas", pas¨® sus ¨²ltimos veinte a?os recluida en Madrid y literariamente callada, pero en T¨¢nger, seg¨²n el testimonio de Ram¨ªrez Ortiz, disfrut¨® alegremente de la vida social, llegando a ser fotografiada por Cecil Beaton, que s¨®lo disparaba su flash a las estrellas.
?ntimo amigo de Sanz de Soto y escritor de culto hoy, despu¨¦s de haber ganado el Planeta en 1962 con Se enciende y se apaga una luz, ?ngel V¨¢zquez, nombre literario de Antonio V¨¢zquez Molina, es el autor de un libro extraordinario, La vida perra de Juanita Narboni, que, a pesar de sus dos adaptaciones al cine, ninguna con ¨¦xito, contin¨²a siendo una obra m¨¢s alabada que le¨ªda. Como tantos cl¨¢sicos. Nunca trat¨¦ a V¨¢zquez, que muri¨® pobremente en una pensi¨®n madrile?a en 1980, despu¨¦s de quemar los manuscritos de dos novelas in¨¦ditas. Pero supe, gracias a la sabidur¨ªa y el incomparable talento oral de su amigo Emilio, de aquel personaje de mala y desordenada vida, a quien otro maldito de ra¨ªz tangerina, Eduardo Haro Ibars, pagaba a sus espaldas las deudas que aqu¨¦l dejaba en las tascas de Atocha.
Para Sanz de Soto, ?ngel V¨¢zquez era un genio malogrado, tan denso y fugaz como su a?orada ciudad de T¨¢nger. Alguien, dice Emilio, con "una originalidad de origen". Tambi¨¦n la singularidad de aquella ciudad se ha desvanecido, aunque las palabras de la jerga judeo-espa?ola del jaquet¨ªa que V¨¢zquez puso en boca de su Juanita Narboni y la voz viva de Sanz de Soto, siguen uniendo por secretas v¨ªas nuestro Madrid real con un T¨¢nger mental.
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