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Reportaje:

Bush contra Salim Hamdan

Uno de los jefes del grupo era un joven seguro de s¨ª mismo llamado Nasser al Bahri. Hamdan, un hu¨¦rfano e hijo ¨²nico procedente de una aldea tribal rural en el sur de Yemen, se sent¨ªa atra¨ªdo de manera natural hacia los hombres de personalidad fuerte. Aunque Al Bahri era dos a?os m¨¢s joven, ten¨ªa mucho m¨¢s mundo y sab¨ªa m¨¢s que Hamdan, y era, sin ninguna duda, la persona m¨¢s culta que hab¨ªa conocido. Al Bahri hab¨ªa estudiado econ¨®micas en la universidad, pero adem¨¢s sab¨ªa much¨ªsimo del Cor¨¢n, despu¨¦s de haberse vuelto un musulm¨¢n devoto, en la adolescencia, para rebelarse contra su educaci¨®n burguesa. Hablaba f¨¢cilmente y con energ¨ªa sobre la situaci¨®n de los musulmanes en el mundo y hab¨ªa viajado mucho, a sitios tan lejanos como Bosnia y Somalia, para defender a sus hermanos musulmanes oprimidos.

Hamdan no era especialmente religioso, pero al principio le gustaba la idea de convertirse en un guerrero santo
Los defensores de Hamdan no niegan que su cliente trabaj¨® directamente para Bin Laden, pero quitan importancia a su papel dentro de Al Qaeda
La costumbre de EE UU en tiempo de guerra ha sido retener a los enemigos hasta el final de la contienda. Pero ahora no se sabe cu¨¢l es el campo de batalla
En Arabia Saud¨ª, la 'yihad' encontr¨® eco especial entre los hombres cultos, ricos y devotos; en Yemen, atrajo sobre todo a los m¨¢s pobres
Aunque el Gobierno de EE UU no ha acusado a Hamdan de ser miembro de Al Qaeda, s¨ª dice que recog¨ªa y entregaba armas para la organizaci¨®n
Los yemen¨ªes suelen mostrarse autoritarios y distantes con sus esposas. Las cartas de Hamdan eran emotivas, como las de un escolar enamorado
Un fiscal h¨¢bil podr¨ªa convertir el juicio a Hamdan en la historia de los diez a?os de guerra de Al Qaeda contra Estados Unidos
Hamdan trabaj¨® para Bin Laden desde 1996 hasta su captura en noviembre de 2001, un periodo que incluye el 11-S y los atentados de 1998 en ?fric
M¨¢s informaci¨®n
El limbo legal de Guant¨¢namo

Hamdan ten¨ªa una educaci¨®n equivalente a un cuarto curso, no era especialmente religioso y no ten¨ªa demasiados planes en la vida, aparte de la esperanza de casarse alg¨²n d¨ªa, pero al principio le gust¨® la idea de convertirse en un guerrero santo. Tampoco le ven¨ªa mal que el viaje estaba pagado -Al Bahri le dijo que el grupo hab¨ªa recaudado fondos entre un grupo de organizaciones ben¨¦ficas musulmanas con sede en Arabia Saud¨ª-, y que iba a cobrar un sueldo.

Los yihadistas se reunieron en Jalalabad, Afganist¨¢n, y empezaron a abrirse camino hacia el norte, hacia Tayikist¨¢n, primero en jeep, y luego, cuando las v¨ªas se hicieron intransitables, a pie. Despu¨¦s de seis meses de traves¨ªa por las monta?as afganas, con frecuencia cubiertas de nieve, los yihadistas vieron c¨®mo les imped¨ªan atravesar la frontera tayika.

Un tal Osama Bin Laden

Entre el desconcierto general, uno de ellos sugiri¨® que fueran a ver a un tal Osama Bin Laden, un jeque muy conocido entre los islamistas radicales, que dirig¨ªa un grupo de guerreros santos musulmanes que se denominaba Al Qaeda. Bin Laden, que acababa de ser expulsado de Sud¨¢n, hab¨ªa vuelto a Afganist¨¢n para reconstituir Al Qaeda con ayuda de sus anfitriones, los talibanes. Bin Laden hab¨ªa adquirido su reputaci¨®n en su lucha contra los sovi¨¦ticos en Afganist¨¢n en los a?os ochenta, pero ahora estaba reclutando soldados para su nueva cruzada, cuyo objetivo era expulsar a Estados Unidos de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga.

Al Bahri, Hamdan y el resto del grupo atravesaron de nuevo Afganist¨¢n hasta llegar a casa de Bin Laden en Farm Hada, una aldea a las afueras de Jalalabad, no lejos del paso de Khyber. Llegaron a finales de 1996, poco antes del Ramad¨¢n. Durante tres d¨ªas, Bin Laden predic¨® a los aspirantes a reclutas sobre el deber religioso de acabar con la corrosiva presencia de Estados Unidos en el Golfo. De los 35 yihadistas originales, decidieron quedarse all¨ª 17, entre ellos Hamdan y Al Bahri.

Durante unos a?os, ambos trabajaron para Bin Laden, primero en Farm Hada y luego en un complejo fortificado situado en el desierto, a las afueras de Kandahar, al que se traslad¨® en 1997. En 1999, las vidas de Al Bahri y Hamdan se entrelazaron m¨¢s. A instancias de Bin Laden, y con su ayuda econ¨®mica, se casaron con unas hermanas yemen¨ªes en Sana y volvieron a Afganist¨¢n con ellas.

Sin embargo, el 11 de septiembre de 2001, los caminos de Al Bahri y Hamdan estaban separados. Al Bahri estaba en la c¨¢rcel por su presunta vinculaci¨®n al atentado de Al Qaeda contra un destructor de la Marina estadounidense, el USS Cole, en el a?o 2000. Hamdan estaba a¨²n con Bin Laden, aunque no iba a seguir con ¨¦l durante mucho tiempo. A finales de noviembre de 2001, en plena campa?a militar de Estados Unidos en Afganist¨¢n, un grupo de caudillos afganos le captur¨® cerca de la frontera con Pakist¨¢n. Le ataron con cable el¨¦ctrico y, unos d¨ªas despu¨¦s, le entregaron a los estadounidenses a cambio de una recompensa de 5.000 d¨®lares. Comenzaron los interrogatorios, y pronto se identific¨® a Hamdan como Saqr al Jedaui, el alias que hab¨ªa utilizado durante sus a?os con Bin Laden. Pas¨® seis meses en los campos de prisioneros de Bagram y Kandahar, y, en mayo de 2002, le trasladaron a Guant¨¢namo.

Hoy, Salim Hamdan vive all¨ª, en una celda de dos por tres metros, y aguarda juicio ante un tribunal militar especial creado por decreto presidencial tras el 11-S. Si todo se desarrolla con arreglo a los planes del Gobierno, la fiscal¨ªa le acusar¨¢ de haber violado las leyes de guerra al cometer actos de terrorismo contra Estados Unidos.

Los defensores de Hamdan, un abogado de la Marina designado por el Gobierno y un profesor de la Facultad de Derecho de Georgetown, no niegan que su cliente trabaj¨® directamente para Bin Laden, pero quitan importancia a su papel dentro de Al Qaeda y le describen como un empleado, un ch¨®fer y mec¨¢nico sin formaci¨®n y nada devoto, que agradec¨ªa el salario pero no sab¨ªa nada de la empresa terrorista para la que trabajaba. Adem¨¢s, dicen que los tribunales son ilegales, y se han querellado contra el Gobierno para impedir que sigan adelante.

Esta primavera, los abogados del preso tendr¨¢n la oportunidad de alegar su caso ante el Tribunal Supremo, durante la vista de Hamdan contra Rumsfeld. El nombre, por s¨ª solo, garantiza que ser¨¢ uno de los casos m¨¢s estrechamente vigilados del a?o, y la decisi¨®n final tendr¨¢ repercusiones de largo alcance, no s¨®lo para Hamdan y el resto de los presos de Guant¨¢namo, sino tambi¨¦n para los poderes presidenciales en tiempo de guerra y, muy posiblemente, para el futuro de la democracia en Oriente Pr¨®ximo. Si la guerra contra el terrorismo es, en el fondo, una batalla para demostrar al mundo isl¨¢mico que existe una alternativa a las teocracias represivas y los dictadores autocr¨¢ticos, no hay nada que sea m¨¢s importante que ver c¨®mo administra justicia el Gobierno de EE UU a los presos como Salim Hamdan. Hasta ahora, la costumbre de Estados Unidos en tiempo de guerra ha sido retener a los combatientes capturados hasta el fin de las hostilidades, cuando ya no hay peligro de que vuelvan al campo de batalla. Sin embargo, en este caso, no se sabe cu¨¢l es el campo de batalla, y las hostilidades pueden prolongarse durante d¨¦cadas. Por el momento, el Gobierno ha calificado a casi todos los m¨¢s de 500 presos de Guant¨¢namo como combatientes enemigos, pero tendr¨¢ que acabar clasific¨¢ndolos por grupos. Ello supondr¨¢ responder algunas preguntas delicadas. ?Todos los que respondieron al llamamiento a la yihad son igualmente culpables? ?Qu¨¦ presos representan una amenaza para EE UU? ?A qui¨¦n merece la pena procesar, y c¨®mo?

En la Ciudad Vieja de Sana

A las afueras de la Ciudad Vieja de Sana, un laberinto de casas de piedra api?adas y tiendas antiguas y muy decoradas, que se yerguen como castillos sobre las callejuelas adoquinadas, se encuentra la moderna mezquita de los M¨¢rtires. Si la Ciudad Vieja evoca los tiempos pr¨®speros y cosmopolitas de Yemen como centro del comercio mundial de especias, la mezquita de los M¨¢rtires, un impresionante monolito de color ceniza, representa el momento actual del Estado m¨¢s pobre y primitivo de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga.

La gran plaza cuadrada situada delante de la mezquita es lugar de reuni¨®n de los despose¨ªdos. Los dababs, furgonetas llenas de pasajeros, recorren las abarrotadas calles de Sana y compiten por ofrecer las mejores tarifas. Los conductores luchan para hacerse o¨ªr por encima de la m¨²sica de los altavoces que llevan los vendedores de casetes en sus triciclos.

No se ve a ninguna mujer; s¨®lo hombres j¨®venes y ni?os, como corresponde a la cultura isl¨¢mica conservadora de Yemen. Y, aunque aproximadamente el 40% de todos los hombres carece de empleo, todo el mundo parece tener mucha prisa; va de un sitio a otro, muchas veces cogidos de la mano, siempre vestidos a la manera habitual yemen¨ª: sandalias, t¨²nica blanca y chaquetas de tipo occidental. De los cinturones cuelgan unas largas dagas llamadas jambiyas, restos de la larga cultura tribal del pa¨ªs. Las mejillas est¨¢n llenas de khat, que pone de buen humor y distrae la mente, un s¨ªmbolo apropiado de la mezcla de agitaci¨®n y desconcierto existente.

Hace 10 a?os, Salim Hamdan era uno de estos hombres. Naci¨® alrededor de 1970 (nadie lo sabe con certeza, ni siquiera ¨¦l mismo), en el wadi Hadhramaut, un oasis de 150 kil¨®metros en el desierto monta?oso del sureste del pa¨ªs. Su padre era agricultor y tendero, y la familia viv¨ªa en una peque?a casa de adobe. Cuando era a¨²n peque?o murieron sus padres, ambos de enfermedad, con pocos a?os de diferencia. Sin ninguna otra familia cercana, Hamdan fue a vivir con unos parientes a Mukalla, una sombr¨ªa ciudad portuaria en la costa sur de Yemen. Para entonces, Hamdan hab¨ªa abandonado ya la escuela.

Al cabo de unos a?os se fue a vivir por su cuentay empez¨® a trabajar en lo que le sal¨ªa. En 1990, Yemen, que desde hac¨ªa mucho tiempo estaba dividido en dos naciones separadas, el norte isl¨¢mico y el sur marxista, se unific¨® oficialmente. Hamdan, que ten¨ªa 20 a?os, se incorpor¨® a la migraci¨®n masiva hacia Sana en busca de trabajo. No tard¨® en encaminarse hacia la mezquita de los M¨¢rtires -en la que obtuvo trabajo como conductor de un dabab-, y, seis a?os m¨¢s tarde, hacia la yihad.

La yihad -literalmente, "lucha"- es un concepto escurridizo que ha sufrido interpretaciones casi infinitas, tanto violentas como no violentas, y que deriva del deber religioso esencial de un musulm¨¢n de fomentar la difusi¨®n del islam. Sin embargo, en los ¨²ltimos a?os se ha interpretado a menudo como una cruzada religiosa violenta contra Estados Unidos.

Los caminos de Hamdan y Al Bahri para llegar a la yihad no pudieron ser m¨¢s distintos, pero, en cierto sentido, son representativos de sus respectivos pa¨ªses, que constituyen los dos contingentes m¨¢s numerosos en Guant¨¢namo. En Arabia Saud¨ª, la yihad encontr¨® eco especial entre los hombres cultos, ricos y devotos; en Yemen, atrajo sobre todo a los m¨¢s pobres. Casi la mitad de la poblaci¨®n del pa¨ªs vive por debajo del umbral de pobreza. "Si no son hijos de jeques o dirigentes pol¨ªticos, los j¨®venes no tienen ninguna forma de emplear sus energ¨ªas", me dec¨ªa recientemente, en su despacho de Sana, Nabil al Sofee, ex portavoz de Islah, el partido isl¨¢mico de Yemen. "La ¨²nica opci¨®n que tiene cualquiera que quiera llegar a algo es la yihad".

Combatiente bienvenidos

Cuando los sovi¨¦ticos se retiraron de Afganist¨¢n, en 1989, los l¨ªderes de muchos pa¨ªses ¨¢rabes, l¨®gicamente preocupados por la incendiaria mezcla de fanatismo religioso y experiencia de combate de la que se hab¨ªan empapado los yihadistas, trataron de que no volvieran a sus pa¨ªses. En cambio, Yemen del Norte no s¨®lo dio la bienvenida a sus combatientes al regresar, sino que abri¨® sus fronteras a yihadistas de otros pa¨ªses ¨¢rabes. El car¨¢cter heroico de aquellos hombres qued¨® establecido en 1994, cuando las tensiones latentes entre los islamistas y los marxistas estallaron en toda una guerra civil y el presidente Saleh pidi¨® a los ex yihadistas que le ayudaran a derrotar a los comunistas. El Norte sali¨® victorioso, y Saleh recompens¨® a muchos de los soldados por sus esfuerzos. El jeque Abdul Mayid al Zindani, antiguo guerrero afgano-¨¢rabe y viejo mentor espiritual de Bin Laden, vio premiada su labor de movilizaci¨®n de las tropas con el rectorado de la Universidad Iman en Sana, una plataforma desde la que hoy contin¨²a llevando a numerosos j¨®venes yemen¨ªes por el camino de la yihad.

El Gobierno yemen¨ª no hizo gran cosa para detener la afluencia de yihadistas, ni siquiera bajo una presi¨®n internacional cada vez mayor. El presidente Saleh, consumado pragm¨¢tico, autoriz¨® a Estados Unidos a utilizar sus puertos para aprovisionarse de combustible en los a?os noventa, mientras que, ante el mundo ¨¢rabe, se presentaba como un l¨ªder que no ten¨ªa miedo de plantar cara a Occidente. Tras el atentado contra el buque USS Cole, ocurrido en Yemen en 2000, Saleh se ri¨® de los rumores de que Estados Unidos pensaba incrementar su presencia militar en el pa¨ªs: "Yemen es un cementerio para los invasores", declar¨® a Al Yazira. Sin embargo, despu¨¦s del 11-S, el presidente Saleh fue a Washington a ofrecer su apoyo en la guerra contra el terrorismo. No obstante, despu¨¦s de haber pasado tantos a?os alimentando y explotando la cultura de la yihad en el pa¨ªs, ten¨ªa que tener cuidado a la hora de desmantelarla. La extradici¨®n de radicales isl¨¢micos, o incluso una pena de c¨¢rcel de m¨¢s de dos a?os, pod¨ªa provocar al elemento extremista del pa¨ªs, tremendamente poderoso.

El elemento fundamental de la soluci¨®n de Saleh fue la designaci¨®n de un respetado jurista y cl¨¦rigo, Hamoud al Hitar, para que se entrevistara con los extremistas encarcelados y les convenciera de que, en realidad, el islam no aprueba los actos de terrorismo. Una noche del pasado oto?o visit¨¦ a Al Hitar en su vigilad¨ªsimo hogar de Sana, y all¨ª me explic¨® el funcionamiento del llamado Comit¨¦ para el Di¨¢logo Reflexivo. Lo llam¨® "cirug¨ªa intelectual", y dijo que es un proceso sencillo: hace a los radicales una serie de preguntas sobre sus creencias, y emplea el Cor¨¢n o el Hadith -las ense?anzas del profeta Mahoma reunidas- para demostrarles que est¨¢n equivocados. Al acabar el programa, los participantes que prometen no volver a participar en actos terroristas obtienen indultos presidenciales y salen en libertad. Cuando le pregunt¨¦ lo obvio -?c¨®mo saber que van a cumplir su promesa?-, el juez Al Hitar me dio una respuesta tambi¨¦n obvia: son hombres que se toman su ideolog¨ªa muy en serio, nunca firmar¨ªan un compromiso de renunciar a sus creencias si no lo dijeran de verdad. Hace un par de a?os, bajo los auspicios del programa de di¨¢logo del juez Al Hitar, el presidente Saleh concedi¨® la libertad a cientos de hombres relacionados con Al Qaeda. Uno de esos hombres era Nasser al Bahri.

Encuentro con Al Bahri

En las dos semanas que pas¨¦ en Yemen, Al Bahri se neg¨® a verme casi hasta el final. Entonces, la noche anterior a mi vuelo de vuelta a casa, acept¨® verme al d¨ªa siguiente en casa de un familiar, en Sana. Al Bahri, alto, delgado, con entradas en el cabello y barba recortada, parec¨ªa tener m¨¢s de sus 33 a?os. Se sent¨® sobre un coj¨ªn en el suelo, con las largas piernas estiradas bajo una t¨²nica blanca sin arrugas. Al empezar nuestra conversaci¨®n -que dur¨® m¨¢s de cinco horas- se fue la luz. El resto de la noche estuvimos iluminados por dos velas. Al Bahri se disculp¨® repetidamente para ir a orinar, y explic¨® que era diab¨¦tico.

Seg¨²n Al Bahri, su decisi¨®n de renunciar a Al Qaeda y al terrorismo no tuvo nada que ver con el programa de di¨¢logo del juez Al Hitar, del que duda que haya servido para cambiar realmente la opini¨®n de alguien. Lo que ¨¦l dice es que, durante sus dos a?os en prisi¨®n en Yemen, tuvo oportunidad de leer y reflexionar mucho. Sigue creyendo que Estados Unidos oprime y explota a los musulmanes, pero ya no acepta que el asesinato indiscriminado de personas inocentes sea una expresi¨®n leg¨ªtima de la yihad, que, en su opini¨®n, "tiene su momento y su lugar apropiados, como la oraci¨®n". Otro factor era la madurez. "Cuando cumplimos 30 a?os, nos arrepentimos de lo que hicimos a los 20", me dijo tranquilamente.

Al Bahri no ten¨ªa muchas ganas de hablar de Hamdan; se siente responsable de la suerte que ha sufrido su cu?ado, y dice que hablar de ¨¦l le deprime. No es extra?o que lo que dijo situara a Hamdan lejos de las actividades militares de Al Qaeda. Al Bahri dijo que Hamdan era casi infantil, un hombre sencillo y alegre. Seg¨²n ¨¦l, al principio, Hamdan parec¨ªa entusiasmado con la yihad, pero no ten¨ªa ni el celo de un guerrero sagrado ni la inclinaci¨®n o los fundamentos religiosos necesarios para captar la ideolog¨ªa del movimiento. Dice que Hamdan fue a Tayikist¨¢n para librar la yihad, pero permaneci¨® en Afganist¨¢n porque trabajar de conductor y mec¨¢nico en la flota de coches de Bin Laden estaba mejor pagado que conducir un dabab en Sana.

Si bien Al Bahri se apresur¨® a exonerar a Hamdan, no tuvo ninguna duda en implicarse a s¨ª mismo como miembro importante de la que seguramente es la organizaci¨®n terrorista de m¨¢s triste fama que ha conocido el mundo. Al hablar de sus a?os como uno de los principales guardaespaldas de Bin Laden, Al Bahri no ten¨ªa un tono ni nost¨¢lgico ni arrepentido; podr¨ªa haber sido un ejecutivo jubilado que recordase fr¨ªamente sus a?os en la empresa. Sin embargo, si se mostr¨® precavido; aunque estaba dispuesto a contestar cualquiera de mis preguntas, se distanciaba claramente de los atentados cometidos durante ese tiempo.

El futuro de Al Bahri hab¨ªa quedado trazado cuando era adolescente en Yedda y cay¨® bajo la influencia de cl¨¦rigos saud¨ªes radicales. "Vi que mi deber era llevar armas y defender a los musulmanes dondequiera que estuvieran", me explic¨®. "?se era el deber sagrado que me llevar¨ªa al para¨ªso". Al haber crecido en Arabia Saud¨ª, la tierra m¨¢s santa del islam, reaccion¨® de forma personal cuando oy¨® a Bin Laden describir a su pa¨ªs como un agente de Estados Unidos y comprometerse a expulsar a los estadounidenses de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga. Adem¨¢s, Al Bahri sali¨® de Arabia Saud¨ª a principios de los noventa para ir a Bosnia, y desde entonces careci¨® de gu¨ªa religioso. En Bin Laden, cont¨®, hall¨® a "un nuevo padre espiritual".

Como un toro herido

Al Bahri ascendi¨® r¨¢pidamente en las filas de Al Qaeda. Con el alias de Abu Jandal, ayud¨® a crear nuevos campos de entrenamiento que se parec¨ªan poco a los de su juventud en Bosnia. Ahora, el foco de inter¨¦s era la lucha urbana y la preparaci¨®n para acciones de martirio, que significaba aprender a mezclarse con la poblaci¨®n local y a atacar blancos civiles. Bin Laden explicaba claramente cu¨¢les eran los objetivos. "Dec¨ªa una y otra vez que ten¨ªamos que realizar acciones que hicieran mucho da?o a Estados Unidos, hasta que se revolviese como un toro herido", recordaba Al Bahri, "y que, cuando el toro viniera a nuestra regi¨®n, ¨¦l no estar¨ªa familiarizado con el terreno, pero nosotros s¨ª". A finales de los noventa, Al Bahri luch¨® con los talibanes contra la Alianza del Norte y fue uno de los guardaespaldas personales de Bin Laden en sus frecuentes visitas a los campos de entrenamiento de Al Qaeda en Afganist¨¢n.

Tras los atentados contra las embajadas estadounidenses en ?frica oriental, en el verano de 1998, Bin Laden coloc¨® a Al Bahri al frente de las casas de hu¨¦spedes de la organizaci¨®n en Kabul y Kandahar; una de sus obligaciones era inspirar y entrenar a nuevos reclutas. Fue entonces, seg¨²n Al Bahri, cuando empez¨® a tener dudas sobre Al Qaeda, no porque no creyera en su misi¨®n, sino porque no estaba convencido de que aquellos reclutas fueran capaces de llevarla a cabo.

La yihad, pens¨® Al Bahri, hab¨ªa pasado de ser una misi¨®n genuinamente religiosa a un llamamiento general a cualquier tipo de musulm¨¢n. Todav¨ªa a?os despu¨¦s de renunciar al terrorismo, parec¨ªa irritarle lo que calificaba de fallos de gesti¨®n de Al Qaeda. "Est¨¢bamos captando a j¨®venes que no sent¨ªan ning¨²n compromiso con la yihad, y chicos muy j¨®venes, de 15 o 16 a?os", me dijo. "?Qu¨¦ pod¨ªamos hacer con ellos? Yo dije que no deb¨ªamos aceptar m¨¢s que a j¨®venes religiosos. S¨®lo los religiosos comprenden lo que es la yihad. Pero no me hicieron caso".

Durante el verano de 2000, Hamdan y Al Bahri regresaron a Sana para la boda de un cu?ado. Unas semanas despu¨¦s, varios agentes de Al Qaeda volaron, con una peque?a embarcaci¨®n llena de explosivos, el USS Cole, que estaba en Yemen para abastecerse de combustible. Los servicios secretos yemen¨ªes empezaron a detener a presuntos extremistas. Al Bahri intent¨® huir, pero le detuvieron en el aeropuerto cuando trataba de embarcar hacia Afganist¨¢n. Hamdan se hab¨ªa llevado a su mujer y sus suegros en peregrinaci¨®n a La Meca, y se enter¨® all¨ª de que, si volv¨ªa a Yemen, le iban a detener. As¨ª que se fue directamente con Bin Laden y se llev¨® a su mujer consigo.

Despu¨¦s del 11-S, cont¨® Al Bahri, tres agentes del FBI fueron a verle a la c¨¢rcel de Yemen para interrogarle. Las transcripciones de los interrogatorios son secretas, pero Al Bahri dice que lo que les interesaba, sobre todo, eran la estructura y la ideolog¨ªa de Al Qaeda. Al preguntarle si Bin Laden ten¨ªa acceso a armas qu¨ªmicas o nucleares, Al Bahri replic¨® que ten¨ªa una cosa mucho m¨¢s poderosa: hombres decididos a cumplir su pacto con Dios y llevar a cabo operaciones de martirio contra Estados Unidos.

Los abogados de los presos calculan que en la actualidad hay alrededor de 100 presos yemen¨ªes en Guant¨¢namo. Si una m¨ªnima parte de ese n¨²mero de presos estadounidenses llevara cuatro a?os encarcelados en otro pa¨ªs, en su gran mayor¨ªa sin estar acusados de nada, habr¨ªa indignaci¨®n nacional. Sin embargo, en Yemen, la mayor¨ªa de las familias no saben nada. La mitad de la poblaci¨®n es analfabeta. Los que saben leer no encuentran mucha noticia sobre Guant¨¢namo. Muchos de los peri¨®dicos son propiedad del Estado, y los dem¨¢s sufren enormes presiones para no apartarse de la l¨ªnea oficial. El presidente Saleh sabe que llamar la atenci¨®n sobre los presos s¨®lo servir¨ªa para provocar m¨¢s sentimiento antiamericano y, por consiguiente, crearle m¨¢s problemas.

Un grupo yemen¨ª de derechos humanos, HOOD, tiene una lista aproximada de yemen¨ªes detenidos en Guant¨¢namo y se ha puesto en contacto con algunos familiares, pero lo que no existe es ninguna comunicaci¨®n con el Gobierno estadounidense. Los abogados defensores van peri¨®dicamente a Yemen a hablar con las familias que les han autorizado a representar a sus parientes; si bien, en algunos casos, hasta los propios presos dudan de las buenas intenciones de sus abogados norteamericanos. Mientras estaba en Yemen, pas¨¦ varios d¨ªas visitando a familiares de presos en compa?¨ªa de David H. Remes, socio del bufete de Washington Covington & Burling, que representa a 17 de los yemen¨ªes en Guant¨¢namo. Remes comenz¨® varias de sus reuniones diciendo que sus hijos, hermanos o maridos se enfadar¨ªan mucho si se enteraban de que hab¨ªa ido a ver a las familias.

Hamdan tambi¨¦n me hizo saber, a trav¨¦s de sus abogados, que no quer¨ªa que hablase con su familia, pero pude entrevistarme con el hermano de su mujer, Muhamad al Qala, a trav¨¦s de HOOD. Al Qala, sargento en el ej¨¦rcito yemen¨ª, me invit¨® a su casa para conocer a su hermana, Um Fatima, la mujer de Hamdan. Desde la detenci¨®n de su marido, sus dos hijas y ella viven con su hermano, la familia de ¨¦l y su madre en una abarrotada casa de piedra de dos pisos en el centro de Sana. Los abogados de Hamdan fueron a Yemen a verla hace a?o y medio y el int¨¦rprete del abogado tiene contacto frecuente con Al Qala, pero ninguno de ellos parece ser consciente de la verdadera gravedad de su situaci¨®n ni de la importancia de su caso: ?qu¨¦ puede querer de Salim una superpotencia como Estados Unidos?

La mujer de Hamdan

Sentada sobre los cojines floreados y brillantes del peque?o cuarto de estar de casa de su hermano, Um Fatima habl¨® durante tres horas de su marido, a trav¨¦s de un int¨¦rprete. Al Qala, un hombre fornido de bigote oscuro y ojos vidriosos y sin expresi¨®n, estaba a su lado, fumando sin cesar y mascando khat. Las dos hijas de Um Fatima y Hamdan, de seis y cuatro a?os, entraban y sal¨ªan corriendo. Um Fatima iba cubierta de la cabeza a los pies y s¨®lo se le ve¨ªan los ojos, pero era evidente que le costaba hablar de su esposo.

Um Fatima y Hamdan se casaron en Sana en 1999. No se conoc¨ªan de antes, pero, aun as¨ª, fue una novia feliz. Se quedaron en Sana varios meses antes de volver a Afganist¨¢n. Um Fatima no quer¨ªa ir, y, al llegar, se qued¨® escandalizada al ver las condiciones de vida. Su casa de adobe ten¨ªa suelos de tierra y carec¨ªa de agua corriente y electricidad. Adem¨¢s, estaba muy aislada: Tarnak Farms, el complejo amurallado de Al Qaeda en el que viv¨ªan, se encontraba en una vasta extensi¨®n de desierto, a unos 30 minutos de Kandahar. Um Fatima pasaba el d¨ªa sola con su hija peque?a. Hamdan volv¨ªa a media tarde, muchas veces con la ropa manchada de grasa por su trabajo arreglando varios coches y camiones utilizados en la granja. Um Fatima dice que ella a veces se quejaba de su vida. "Salim me dec¨ªa que tuviera paciencia, que alg¨²n d¨ªa volver¨ªamos a Yemen".

Seg¨²n cuenta, pas¨® penalidades durante varios a?os con el fin de que su marido pudiera ganar un buen sueldo trabajando para un jeque del que ella no hab¨ªa o¨ªdo hablar jam¨¢s. Todav¨ªa hoy, a?os despu¨¦s, el hecho de que vivi¨® entre los muros de un complejo fortificado de Al Qaeda mientras su marido trabajaba para el terrorista m¨¢s famoso de nuestro tiempo no parece haber arraigado en su mente.

Um Fatima vio por ¨²ltima vez a su marido el 24 de noviembre de 2001. Estaba embarazada de ocho meses. En aquel momento, las fuerzas estadounidenses se acercaban a Kandahar, el ¨²ltimo basti¨®n de los talibanes en Afganist¨¢n. Hamdan, que hab¨ªa estado fuera un par de meses con Bin Laden, acababa de volver para llevar a Um Fatima y su hija a Pakist¨¢n. En un coche prestado, con los B-52 estadounidenses dando vueltas en el cielo, atravesaron las monta?as de Maruf hacia la frontera. All¨ª, Hamdan decidi¨® dejar que Um Fatima cruzara sola la frontera; la seguridad era enorme y, aunque los guardias no ten¨ªan ni idea de que trabajaba para Bin Laden, un hombre yemen¨ª que intentase salir ten¨ªa que levantar sospechas. Le dijo a ella que iba a encontrar otra forma de pasar y que ir¨ªa a buscarla unos d¨ªas despu¨¦s.

Durante las primeras semanas, mientras se adentraba en Pakist¨¢n en la parte posterior de una camioneta con un grupo de refugiados afganos, Um Fatima fue perdiendo la esperanza de volver a ver a su marido. Al comenzar el noveno mes de embarazo, me dijo, se puso tan hist¨¦rica que unos desconocidos, en Karachi, simpatizaron con ella y le compraron un billete de avi¨®n para volver a su pa¨ªs. En el aeropuerto de Sana la interrogaron durante cinco horas sobre el paradero de su esposo. Um Fatima supuso que hab¨ªa muerto.

Dos meses y medio m¨¢s tarde, recibi¨® una carta de ¨¦l, en papel del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja. "Querida m¨ªa, paz y bendiciones", comenzaba. "No he muerto. Al¨¢ ha ordenado una nueva vida para m¨ª. Ahora estoy preso con los americanos...".

Um Fatima me ense?¨® todas las cartas que ha recibido de Hamdan desde entonces. Esa misma noche, el int¨¦rprete que me hab¨ªa le¨ªdo la docena aproximada de cartas, me dijo que no eran nada normales. Los hombres yemen¨ªes suelen mostrarse autoritarios y distantes con sus esposas. Las cartas de Hamdan eran emotivas, como las de un escolar enamorado. Hay dibujos de su daga ("por favor, cuida de mi jambiya por m¨ª"), sencillos poemas ("el p¨¢jaro bail¨® y el p¨¢jaro cant¨®...") y la promesa de "verse muy, muy, muy, muy pronto, si Dios quiere".

En una orden militar de tres p¨¢ginas emitida el 13 de noviembre de 2001, el presidente Bush autoriz¨® los tribunales especiales ante los que se va a juzgar a Salim Hamdan y otros combatientes enemigos extranjeros. Los juicios se celebrar¨ªan en Guant¨¢namo, bajo la presidencia de entre tres y siete oficiales escogidos por una persona designada por el Gobierno. Para las condenas que no sean de muerte se necesitar¨ªa una mayor¨ªa de dos tercios (para una condena a muerte har¨ªa falta la unanimidad). Eran tribunales de cr¨ªmenes de guerra, aunque, a diferencia de los recientes tribunales internacionales en Ruanda y la antigua Yugoslavia, la lista de delitos estaba relacionada con actos terroristas, no con el genocidio.

El Gobierno prefer¨ªa estos tribunales especiales a los tribunales penales de Estados Unidos por varias razones de tipo pr¨¢ctico. En t¨¦rminos generales, en este tipo de tribunales es posible no aplicar diversos derechos que en una instancia civil se considerar¨ªan fundamentales. Por ejemplo, si los procesados est¨¢n acusados de terrorismo, es muy posible que no se les permita ver todas las pruebas existentes contra ellos, porque algunas estar¨¢n bajo secreto por motivos de seguridad nacional.

Pero, dejando al margen las consideraciones pr¨¢cticas, la creaci¨®n de los primeros tribunales nacionales para cr¨ªmenes de guerra desde la Segunda Guerra Mundial enviaba un mensaje simb¨®lico, al colocar la guerra contra el extremismo isl¨¢mico en la misma categor¨ªa que la guerra contra el nazismo.

El primer grupo de procesados, formado por Hamdan y otros tres, estuvo cuidadosamente escogido y fue investigado varias veces en su recorrido por la cadena de mando. Los abogados militares asignados al equipo fiscal pasaron los sumarios de los casos al asesor del Pent¨¢gono para los tribunales, de ¨¦l a Paul D. Wolfowitz, de ¨¦ste al subsecretario de Defensa y de ¨¦ste a Bush. En un principio, Hamdan ten¨ªa que ser el primer ¨¢rabe juzgado.

Aunque el Gobierno no ha acusado a Hamdan de ser miembro de Al Qaeda per se, s¨ª dice que recog¨ªa y entregaba armas que utilizaban los colaboradores de Al Qaeda, que se entren¨® en un campo de Al Qaeda y que fue guardaespaldas y conductor de Bin Laden. La acusaci¨®n formal contra ¨¦l es un cargo de conspiraci¨®n, que el Gobierno define como "la integraci¨®n en un colectivo de personas con un objetivo criminal com¨²n".

El general de brigada Thomas L. Hemingway, un fiscal militar de la Fuerza A¨¦rea que en la actualidad asesora al Pent¨¢gono en relaci¨®n con los tribunales, no quiere hablar de las pruebas del Gobierno contra Hamdan salvo para destacar que la fiscal¨ªa ha entregado ya a la defensa 18.000 p¨¢ginas de hallazgos, entre ellos fotograf¨ªas incriminatorias y res¨²menes de las numerosas declaraciones de Hamdan a los interrogadores. "?Quiere que le caracterice en una palabra el caso contra Hamdan?", me pregunt¨® el general Hemingway. "S¨®lido".

Desde luego, el Gobierno es consciente de que los primeros juicios estar¨¢n sujetos a un escrutinio minucioso, y no parece probable que haya escogido un caso que no est¨¦ pr¨¢cticamente asegurado.

Una historia atractiva

Y la historia de Hamdan es atractiva. A diferencia de la gran mayor¨ªa de los combatientes enemigos, que llegaron a Afganist¨¢n en la cresta de la ola yihadista, a partir de 1999, Hamdan trabaj¨® para Bin Laden desde 1996 hasta su captura en noviembre de 2001, un periodo que no s¨®lo incluy¨® el 11-S, sino tambi¨¦n los atentados de 1998 contra dos embajadas estadounidenses en ?frica oriental y el atentado del a?o 2000 contra el USS Cole. Y, aunque muchos yihadistas nunca llegaron a conocer personalmente a Bin Laden, Hamdan no ha negado que trabaj¨® directamente a sus ¨®rdenes. Un fiscal h¨¢bil podr¨ªa convertir su juicio en la historia de los 10 a?os de guerra de Al Qaeda contra Estados Unidos y, de esa forma, contribuir¨ªa a mostrar la naturaleza de nuestro enemigo; los juicios estar¨¢n abiertos a la prensa salvo cuando se presenten pruebas secretas. Independientemente de las pruebas que pueda tener el Gobierno contra Hamdan, resulta dif¨ªcil creer que trabajase para Bin Laden cinco a?os, en los que se realizaron importantes atentados terroristas, y no supiera nada de las intenciones de Al Qaeda ni disfrutara de la confianza de su jefe. Y, dado que ha reconocido que era conductor, pensar que pudiera transportar armas no es del todo absurdo.

No obstante, parece claro que Hamdan no ocupaba ning¨²n alto cargo en Al Qaeda cuando Estados Unidos decidi¨® juzgarle, en 2003; desde luego, hab¨ªa otros presos sospechosos de haber cometido cr¨ªmenes m¨¢s graves. ?Por qu¨¦ no procesar antes a otros criminales m¨¢s terribles? El Gobierno no cuenta por qu¨¦ se decidi¨® por Hamdan. Es posible que quisieran aguardar a juzgar a sus presos m¨¢s valiosos hasta despu¨¦s de probar sus teor¨ªas legales con otros actores de menor importancia.

? The New York Times Magazine. Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia.

Um Fatima, esposa de Salim Hamdan, en su casa de Yemen junto a sus hijas Fatima (izquierda), de seis a?os, y Salma, de cuatro.
Um Fatima, esposa de Salim Hamdan, en su casa de Yemen junto a sus hijas Fatima (izquierda), de seis a?os, y Salma, de cuatro.

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