Los suicidados de la historia
Volvemos de cuando en cuando, por caminos diversos, en un sistema constante de reapariciones, al tema, que parece viejo, pero que se renueva a cada rato, de las vanguardias. Las vanguardias fueron la gran revoluci¨®n est¨¦tica del siglo pasado, pero si uno las examina de cerca, llega a la conclusi¨®n de que fueron movimientos revolucionarios llenos de precursores, ampliamente anunciados. Los g¨¦rmenes del surrealismo, del creacionismo, del suprematismo, de los numerosos ismos de los a?os 1910 y 1920, ya se encontraban en la literatura y en la pintura rom¨¢nticas. Y a poco andar se not¨®, porque de hecho exist¨ªa de antemano, una contradicci¨®n profunda, insuperable, entre la vanguardia est¨¦tica y las revoluciones pol¨ªticas de la misma ¨¦poca: contradicci¨®n que tambi¨¦n era antigua, que se renovaba entonces y que vuelve a renovarse ahora. Me encuentro por azar, entre los papeles de este verano del hemisferio sur, con una entrevista reciente al pintor cubano Waldo D¨ªaz-Balart. Waldo D¨ªaz-Balart o Waldo Balart, como se lo conoce en el mundo de la pintura espa?ola, es un exacto contempor¨¢neo m¨ªo y ha vivido todos estos a?os en Madrid. A pesar de esto, no hab¨ªa escuchado hablar de ¨¦l nunca. Viv¨ª un tiempo en Cuba, recibo ecos de la vida cubana a cada rato, de la del interior y la del exilio, tengo amigos cubanos en todos lados, incluso, aunque ustedes quiz¨¢ no lo crean, en el interior de la isla, y sin embargo no sab¨ªa una palabra de este Waldo Balart. Hay una parte de culpabilidad m¨ªa en esta radical ignorancia, no lo niego, pero tambi¨¦n influye un fen¨®meno propio de las revoluciones, una contradicci¨®n profunda. Las revoluciones se hacen para luchar contra la injusticia, pero producen de una manera inevitable sus injusticias propias, de otra naturaleza, mucho m¨¢s dif¨ªciles de subsanar que las antiguas. Desde que sal¨ª de Cuba hace ya un poco m¨¢s de treinta a?os, me encuentro cada cierto tiempo, a distancia o en forma personal, con seres humanos interesantes, valiosos, de talento y de car¨¢cter, que la revoluci¨®n ha silenciado de un modo implacable. La revoluci¨®n es una m¨¢quina de exaltar a determinados personajes y de tragarse a otros: es un mecanismo incansable, voraz, que pone a unos en un pedestal y que tritura y destruye a otros, a menudo a los mejores. No s¨¦ si existe alguna excepci¨®n a esta regla. No s¨¦ si las revoluciones libertarias, independentistas, de Am¨¦rica del Norte y del Sur podr¨ªan considerarse excepciones. A veces pienso que ese monstruo que devora a sus hijos, en la pintura de los a?os finales de Goya, es una met¨¢fora de los dramas revolucionarios que a ¨¦l le hab¨ªa tocado observar y hasta sufrir en carne propia. Si las rep¨²blicas hispanoamericanas son hijas de una revoluci¨®n, probablemente son hijas torcidas, o prematuras, y de ah¨ª los problemas que arrastran hasta el d¨ªa en que escribo estas l¨ªneas.
En una de mis etapas en Par¨ªs, en los comienzos de la d¨¦cada del setenta, sol¨ªa visitar a un arquitecto cubano exiliado, Ricardo Porro. Era uno de los grandes arquitectos de su generaci¨®n, ampliamente respetado en Francia por sus pares, pero uno ten¨ªa la impresi¨®n de que el exilio, el exilio sin vuelta posible, reforzado, adem¨¢s, por el silencio, lo iba destruyendo en forma inexorable, como una especie de enfermedad cr¨®nica. Es mucho m¨¢s f¨¢cil, me dijo un d¨ªa Carlos Franqui, ya no recuerdo en qu¨¦ parte del mundo, ser exiliado chileno, v¨ªctima de un Gobierno internacionalmente repudiado y adem¨¢s con la esperanza cierta de regresar al pa¨ªs en un d¨ªa no demasiado lejano, que ser exiliado de Cuba y del castrismo. Hab¨ªa una foto suya en un balc¨®n en compa?¨ªa de Fidel Castro y de otros dirigentes, ampliamente publicada en los a?os iniciales, y despu¨¦s, en a?os m¨¢s recientes, hab¨ªa sido publicada de nuevo, pero retocada, con ¨¦l suprimido. En otras palabras, los disidentes, los respondones, los inc¨®modos, estaban destinados a desaparecer de la historia y de sus testimonios. El sentido de esos "retoques" no pod¨ªa ser m¨¢s claro.
Deb¨ª guardar notas de mis conversaciones con Ricardo Porro, con Carlos Franqui, con Guillermo Cabrera Infante, pero he sido descuidado, y reconozco que mi confianza en la memoria ha sido temeraria. No hay que olvidar que tambi¨¦n exist¨ªan los exiliados interiores, los muertos en vida, pero adentro, en los laberintos descascarados de La Habana o de las ciudades de provincia. Una vez, all¨¢ por enero de 1971, sal¨ª del departamento de Pepe Rodr¨ªguez Feo, al final de una tertulia interesante, incluso apasionante, pero temerosa, entre susurros, y divis¨¦ una sombra que se deslizaba por un corredor, miraba de reojo y despu¨¦s se encerraba en un cuarto oscuro. Era, me explicaron en voz baja, Virgilio Pi?era, uno de los grandes escritores silenciados de ese tiempo, uno de los muertos en vida m¨¢s ilustres. Son historias incre¨ªbles del sello de la revoluci¨®n. La cara son los Garc¨ªa M¨¢rquez, los Julio Cort¨¢zar, los Eduardo Galeano, y yo me quedo sin la m¨¢s m¨ªnima vacilaci¨®n con el sello. Ah¨ª, desde hace ya m¨¢s de treinta a?os, est¨¢n todas mis simpat¨ªas. No lo niego en absoluto, y tengo conciencia de haber tenido que pagar por esta elecci¨®n un precio bastante alto.
Pues bien, vuelvo a mi nuevo descubrimiento, a este resucitado reciente. Waldo Balart, este artista contempor¨¢neo de quien nohab¨ªa escuchado hablar una sola palabra, cuenta que sali¨® de Cuba apenas Fidel Castro tom¨® el poder en 1959. ?Por qu¨¦? Porque a ¨¦l no le cupo "ninguna duda de lo que iba a suceder". Si uno comenta el caso con alg¨²n funcionario, con un cubano del castrismo, la respuesta es de caj¨®n. Balart, que viv¨ªa en la isla, trabajar¨ªa en alg¨²n museo, en alguna academia de pintura, en la secci¨®n de arte de alg¨²n peri¨®dico, y ser¨ªa, por consiguiente, un "repugnante colaborador" con la dictadura de Fulgencio Batista. Pero en el caso suyo hab¨ªa un notable elemento adicional, una situaci¨®n extraordinaria y comprometedora. Waldo Balart era hermano de Mirta D¨ªaz-Balart, la primera esposa de Fidel Castro, la madre leg¨ªtima de su hijo Fidel, m¨¢s conocido en Cuba como "Fidelito". En otras palabras, era cu?ado, ni m¨¢s ni menos, del Comandante en Jefe, y opt¨® por huir a los EE UU en la primera ocasi¨®n. Conoc¨ªa demasiado bien al personaje, lo ten¨ªa dentro de la familia y prefiri¨® tomar una prudente distancia.
El caso de Waldo Balart, como el de Ricardo Porro, como el de otros artistas cubanos que me toc¨® encontrar en Francia a comienzos de la d¨¦cada de los sesenta, es un perfecto ejemplo del conflicto insuperable entre la revoluci¨®n est¨¦tica que practicaban las vanguardias y la revoluci¨®n social y pol¨ªtica. En la entrevista afirma que ten¨ªa gran inter¨¦s en el suprematismo del ruso Malevich y en la tendencia llamada "concreta" de pintores como Piet Mondrian. Ya me imagino lo que podr¨¢ haber sido una conversaci¨®n de sobremesa entre Balart y su cu?ado Fidel Castro acerca del suprematismo, del constructivismo, de Mondrian y sus formas depuradas, geom¨¦tricas, no figurativas. El artista lleg¨® a Nueva York, se inscribi¨® en cursos del Museo de Arte Moderno, el MOMA, y pronto se incorpor¨® a los ambientes de pintores todav¨ªa poco conocidos como Frank Klein, De Kooning o Andy Warhol. Observ¨® de cerca los experimentos que hac¨ªa Andy Warhol en el cine, donde trabajaba con seres marginales, drogadictos y travestidos, gente que en Cuba habr¨ªa ido a parar en menos de lo que canta un gallo a las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producci¨®n.
Balart, que al cabo de alg¨²n tiempo emigr¨® de Nueva York a Madrid, se hace algunas preguntas esenciales acerca de lo que sucedi¨® en su pa¨ªs. Como suele suceder con la gente de su profesi¨®n, no es hombre de muchas palabras, de gran facilidad expositiva, pero ha le¨ªdo mucho y tiene una cultura filos¨®fica interesante. Despu¨¦s de meditar un rato, llega a una conclusi¨®n tajante, que podemos compartir o no compartir, pero que no podemos descartar de un manotazo. "Castro est¨¢ ah¨ª porque lo quisimos nosotros", declara en la entrevista recogida en el n¨²mero de enero de este a?o de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, "porque no supimos ver a tiempo la terrible amenaza que se cern¨ªa sobre el pa¨ªs. A veces pienso que los cubanos nos suicidamos, as¨ª como lo hicieron los argentinos y ahora mismo lo est¨¢n haciendo los venezolanos".
Salvarse, al final, es una cuesti¨®n de salud, de energ¨ªa, de perseverancia, de lucidez sin concesiones. Fidel Castro cumplir¨¢ ochenta a?os en 2006 y Waldo Balart cumplir¨¢ setenta y cinco. ?l se propone, con entusiasmo juvenil, viajar de inmediato a Cuba despu¨¦s de la era de Fidel. Habr¨¢ mucho que hacer, piensa, y se declara dispuesto a darlo todo. Una prueba de su vigencia es que los j¨®venes cubanos que viajan a Madrid llegan a visitarlo y se entienden de inmediato con ¨¦l sin la menor dificultad. Como alguien me dijo en un contexto muy diferente, la historia es lenta, y avanza, me permito agregar, por senderos enteramente imprevisibles. Severo Sarduy, Cabrera Infante, Virgilio Pi?era, entre muchos otros, no alcanzaron a vislumbrar el final del t¨²nel, pero algunos lo ver¨¢n y otros incluso saldr¨¢n y encontrar¨¢n otro paisaje. En otras palabras, los suicidados de la historia tendr¨¢n la opci¨®n de resucitar.
Jorge Edwards es escritor chileno.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.