Bancos privados de cord¨®n umbilical
Es medianoche. Tras nueve meses de espera, por fin, la ansiada llegada. Con prisas, como su hermana; no hay tiempo para la anestesia epidural. Y entre contracci¨®n y contracci¨®n, entre el esfuerzo de no perder la cabeza y el esfuerzo de seguir las indicaciones de la doctora, su padre observa medio mareado la m¨¢gica escena de este acontecimiento.
Tras un breve pero muy intenso episodio, nace esa preciosidad que a¨²n llevo unida por el incre¨ªble cord¨®n umbilical. Y aunque nadie me consulta ni solicita, en un momento de inspiraci¨®n pseudodivina le digo a la doctora que quiero donar el cord¨®n y todo aquello que pueda servir para ayudar a ni?os desconocidos.
Parece incre¨ªble que si no me hubiera acordado en ese ajetreado momento, ese preciado oro rojo se hubiese arrojado al cubo de basura. Por cierto, no se preocupe, do?a Leonor, que si alguna vez necesita c¨¦lulas madre (?espero que no!), y las suyas guardadas a buen resguardo en Tucson no le sirven, podr¨¢ usar las de mi hija o las de cualquiera de las que muchos espa?oles donan altruistamente.- Paula Raboso Campos.
Nuevamente, la ignorancia es atrevida. Salta a la palestra la controversia sobre las c¨¦lulas de cord¨®n umbilical, abriendo el debate entre el uso privado o p¨²blico de las c¨¦lulas madre de cada persona. No deja de ser curioso que no se aproveche la ocasi¨®n para lanzar una campa?a y que tanto adultos como j¨®venes y ni?os se inscriban como donantes de m¨¦dula ¨®sea para que cada vez seamos m¨¢s los posibles voluntarios, porque, una vez m¨¢s, se cumple aquello de que la uni¨®n hace la fuerza.
Entretanto, padres y madres presos del miedo y con capacidad econ¨®mica abogan por decir que lo suyo, para ellos. Quiz¨¢ ma?ana tengan que venir a pedirme mis c¨¦lulas sanas y yo, aunque ellos no hayan compartido la posibilidad de salvar vidas, se las dar¨¦.
Qu¨¦ peligroso es el miedo y qu¨¦ ignorante el ego¨ªsmo. -Ignacio Caballero Botica. M¨®stoles, Madrid.
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