Moras y cristianas
La Conferencia Episcopal ha acertado plenamente cuando en el documento titulado Directorio de La Pastoral Familiar de la Iglesia en Espa?a considera la violencia dom¨¦stica como un "fruto amargo" de la revoluci¨®n sexual. En el hogar "verdadero", en el hogar cristiano, no hab¨ªa hasta ahora violencia dom¨¦stica; en el hogar isl¨¢mico a¨²n es pr¨¢cticamente inexistente. Antes de ayer -en el primero- y todav¨ªa ahora -en el segundo- el maltrato a la mujer era ejercicio leg¨ªtimo del derecho de correcci¨®n, del padre o del marido. Cuando la mujer obedec¨ªa las instrucciones de san Pablo que ordena: "Que obedezca, sirva y calle", cuando la v¨ªctima segu¨ªa las m¨¢ximas de la paciencia, la conformidad y la sonrisa frente a los agravios masculinos para desarmar a su oponente, el ejercicio del derecho de correcci¨®n era menos necesario, pero no inexistente. Dice san Agust¨ªn: "Mi madre (santa M¨®nica) obedec¨ªa ciegamente al que le designaron por esposo y al propio tiempo cuando iban mujeres a casa llevando en el rostro se?ales de la c¨®lera marital les dec¨ªa: vosotras ten¨¦is la culpa, culpad a vuestra lengua, que es improperio de sirvientas hacer cara a sus se?ores, lo cual no aconteciera si al leeros vuestro contrato de matrimonio hubiereis comprendido que otorgabais un pacto de servidumbre y que por eso mismo, conscientes de su condici¨®n, no se deb¨ªan ensoberbecer ni gallear con sus maridos" (san Agust¨ªn, Confesiones, cap¨ªtulo XI).
Sin lugar a dudas, el art¨ªculo en la Hoja parroquial, editado por el Arzobispado de Valencia, escrito por el catedr¨¢tico de teolog¨ªa jubilado Gonzalo Giron¨¦s, es tributario de las Confesiones de san Agust¨ªn cuando acusa de provocaci¨®n a las mujeres maltratadas: "Nadie ha confesado qu¨¦ hicieron las v¨ªctimas, que m¨¢s de una vez provocan con su lengua". No obstante, las creyentes no son ya las mujeres que iban a casa de santa M¨®nica y la algarada medi¨¢tica fue tal que ha provocado una rectificaci¨®n matizada del arzobispo de Valencia, que, por cierto, tambi¨¦n se llama Agust¨ªn, si bien no sabemos si llegar¨¢ o no a santo.
Como se ejerc¨ªa el derecho de correcci¨®n en el hogar cristiano era sobradamente conocido por una mujer excepcional, santa Teresa de Jes¨²s, que aleccionaba a las novicias, que dudaban de su vocaci¨®n, sobre lo que les pod¨ªa pasar si escog¨ªan esposo terrenal: "No conocen la gran merced que Dios les ha hecho en escogerlas para s¨ª y librarlas de estar sujetas a un hombre que muchas veces les acaba la vida y plega Dios que no sea tambi¨¦n el alma" (Fundaciones, cap¨ªtulo 31). Lo precedente evidencia que siempre hubo mujeres con la lengua muy larga.
Son sobradamente conocidas las recomendaciones del im¨¢n de Fuengirola aconsejando c¨®mo se debe pegar a las mujeres sin que se note, lo que evidencia que en el momento actual, al menos en algunos pa¨ªses, han de adoptarse precauciones, innecesarias en otros tiempos.
Los flujos migratorios no nos han tra¨ªdo grandes novedades a las cristianas. Pertenecen o han pertenecido a nuestra cultura las m¨¢ximas de sumisi¨®n, fecundidad, fidelidad; el rigor en el vestido, esconder el cuerpo, la cabeza cubierta, el pudor, el recato, la pureza, la segregaci¨®n educativa y social, el ennoblecimiento de himen, etc.
Dice san Pedro: "Las mujeres est¨¢n sujetas a sus maridos, las cuales ni traigan por defuera descubiertos los cabellos". San Pablo escribe semejantemente: "Las mujeres se vistan decentemente... sin cabellos encrespados..." (citas tomadas del cap¨ªtulo XII de La Perfecta Casada, de fray Luis de Le¨®n). San Jer¨®nimo recomienda que "la Virgen no descubra m¨¢s que los ojos para salir a la calle" (Para saber m¨¢s: Los Santos Padres, imprenta de la propaganda Cat¨®lica, Madrid, 1878).
No debemos olvidar el nacionalcatolicismo, tan nuestro, rescoldo de lo que venimos diciendo, y la lucha de la mujer espa?ola para "soltarse la melena".
La desalineaci¨®n de la mujer a finales del siglo XX en lo que se llama mundo cristiano se debe a los progresos que la civilizaci¨®n ha hecho en los pa¨ªses de la cultura occidental. Cuando se inici¨® el llamado movimiento sufragista, a excepci¨®n del grupo fabiano y de un hombre genial y sumamente l¨²cido Stuart Mill (La Esclavitud Femenina), apenas hab¨ªa hombres capaces de ver en la aspiraci¨®n de la mujer a ser persona una aspiraci¨®n leg¨ªtima. La misi¨®n libertadora del cristianismo poco ha hecho por la libertad y la dignidad de la mujer m¨¢s all¨¢ de establecer el culto a Mar¨ªa. Cualesquiera que fueran las ideas de Cristo (o del Profeta) sobre la mujer, sus exegetas se ocuparon de situarla en el lugar que le corresponde.
La subalternidad de la mujer en el ¨¢mbito religioso es obscena. Los embates de las creyentes y descre¨ªdas contra el dique de la misoginia religiosa apenas han producido ligeros desconchones en confesiones cristianas no cat¨®licas. Como dice S¨¦neca Falls: "Los hombres han usurpado las prerrogativas del propio Dios y asignan a las mujeres su esfera de acci¨®n propia en la religi¨®n". La participaci¨®n igualitaria de las mujeres en el poder religioso es absolutamente inexistente. En todas las religiones son los hombres los que, arrogantemente, ostentan el monopolio del p¨²lpito y, desde ¨¦l, deciden como ha de estar la mujer en el m¨¢s ac¨¢ para alcanzar el m¨¢s all¨¢, como a ellos les parezca bien. Ellos deciden si han de ser sabias o les basta con ser discretas (se inclina por lo segundo san Josemar¨ªa, m¨¢xima 946 de Camino), c¨®mo se han de vestir, cu¨¢ndo se han de desvestir, qu¨¦ parte del cuerpo ha de mostrar, cu¨¢ndo han de dejar de ser doncellas y con qui¨¦n; y los que pueden deciden, ya en este mundo, las consecuencias del incumplimiento de lo ordenado que va desde la exclusi¨®n social a la mutilaci¨®n o la muerte.
Hemos de terminar con una frase de Nawal Al-Saadawi (feminista egipcia considerada como la Sim¨®n de Beauvoir del mundo ¨¢rabe): "Hay que retirar el velo de la mente de las mujeres", y hemos de a?adir de todas, cristianas, musulmanas y descre¨ªdas, porque la dignidad de la mujer y su consideraci¨®n como ser humano, el libre desarrollo de su personalidad y los derechos inviolables que le son inherentes, considerados por la Constituci¨®n Espa?ola y por la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos como fundamento del orden pol¨ªtico y de la paz social, est¨¢n por encima de las etnias, las religiones (cualesquiera que sean) la historia y las tradiciones, y su vulneraci¨®n merece una persecuci¨®n sa?uda y una cr¨ªtica rotunda sin concesiones a un multiculturalismo pazguato.
M? ?ngeles Garc¨ªa Garc¨ªa es fiscal del Tribunal Supremo y vocal del Consejo General del Poder Judicial.
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