Al servicio del gobierno
Contaban los peri¨®dicos, d¨ªas atr¨¢s, c¨®mo la Bienal de Valencia ha acabado convirti¨¦ndose en una franquicia de la famosa Bienal de S?o Paulo. A partir de ahora, y cada dos a?os, si todo marcha seg¨²n lo acordado, podr¨¢n verse en Valencia algunas de las mejores obras presentes en la muestra brasile?a. Quiz¨¢ no sea una mala soluci¨®n para concluir la aventura con la que la se?ora Ciscar pretendi¨® elevarnos a la cima del arte internacional. ?Ya ve en lo que hemos acabado, do?a Consuelo! De esta manera, no se logra, desde luego, el objetivo fijado pero nos ahorramos una buena cantidad de dinero lo que, dada la situaci¨®n de nuestras finanzas, habr¨¢ de venirnos muy bien. La verdad es que, al cabo de tres ediciones, y 23 millones de euros malgastados -?23 millones de euros!-, la Bienal de Valencia se hab¨ªa convertido en un hecho art¨ªstico irrelevante. Salvo al se?or Settembrini y a sus amigos -por razones que todo el mundo entender¨¢-, la Bienal interesaba a muy pocas personas m¨¢s.
"Toda aquella actividad internacional que tanta gloria habr¨ªa de darnos ha quedado en nada"
Tambi¨¦n la Ciudad del Teatro ha modificado recientemente sus prop¨®sitos y no se convertir¨¢ en aquel centro internacional de las artes esc¨¦nicas que tanto rimbomb¨® a?os atr¨¢s. No parece que vayamos a concluir nuestra expansi¨®n art¨ªstica por el Mediterr¨¢neo, como se nos hab¨ªa prometido con insistencia. Toda aquella actividad internacional que tanta gloria habr¨ªa de darnos a los valencianos ha quedado, a la postre, en nada. Lo cierto es que, salvo dos o tres producciones espectaculares, que, como es habitual, pagamos a precio de oro, la Ciudad de Teatro ha tenido una vida m¨¢s bien mortecina y s¨®lo ha servido para cubrirnos de deudas. Ahora dicen que se vender¨¢n sus terrenos para edificar viviendas y comercios. Las construcciones, seg¨²n asegura Concha G¨®mez, la secretaria de Cultura, "dar¨¢n vida a la Ciudad del Teatro". ?Qu¨¦ cosas nos obligan a o¨ªr!
Contrariamente a lo que cab¨ªa pensar, estas acciones han dado a Francisco Camps una cierta fama de gobernante h¨¢bil. Se ha considerado al presidente de la Generalidad un pol¨ªtico capaz de encauzar unos asuntos comprometidos sin que la oposici¨®n encontrara el modo de intervenir en ellos. No creo que deba considerarse una virtud de Camps lo que no es sino una insuficiencia de la oposici¨®n. Tanto la Bienal de Valencia como la de la Ciudad del Teatro daban de s¨ª para explicar sobradamente lo que ha sido la pol¨ªtica cultural del Partido Popular en sus largos a?os de gobierno. Habr¨ªa sido una excelente ocasi¨®n para mostrar a los valencianos de qu¨¦ manera se ha gastado nuestro dinero y en qu¨¦ han quedado las promesas hechas diez a?os atr¨¢s. Por diferentes razones, a la oposici¨®n no le ha parecido el tema relevante, y, salvo alg¨²n escrito aislado, cargado de buenas intenciones, ha pasado sobre ¨¦l de una manera rutinaria.
Pero quiz¨¢ lo m¨¢s grave no sea tanto la falta de br¨ªo de la oposici¨®n, como constatar que las cosas no han cambiado con el tiempo. La pol¨ªtica cultural del Partido Popular es, en la actualidad, la misma que se desarrollaba bajo el gobierno de Eduardo Zaplana. Tal vez se haya registrado alg¨²n cambio formal, y hasta es probable que hoy se act¨²e con una mayor discreci¨®n, pero no hemos pasado de ah¨ª. La concepci¨®n de la cultura sigue siendo la de un instrumento de propaganda, en el que s¨®lo se valora su repercusi¨®n en los medios. Cambiemos el arte o el teatro por la m¨²sica y comprobaremos que todo continua igual. Lo que antes era Bienal, o Ciudad del Teatro, ahora es Palau; donde figuraban Settembrini o Papas, escribamos Maazel o Metha. ?Nota alg¨²n cambio el lector?
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