La leyenda de Diego Rivera llega a Espa?a
La Fundaci¨®n Caixa Galicia inaugura nueva sede en A Coru?a con una exposici¨®n del pintor
Cuenta Raquel Tibol, amiga y una de las principales estudiosas del artista, que en un carta in¨¦dita Diego Rivera le escribe a Le¨®n Trotski que no quiere que siga utilizando su nombre para firmar art¨ªculos en la prensa mexicana. Por entonces ya estaban peleados, aunque fue Rivera quien pidi¨® en 1936 al entonces presidente de la Rep¨²blica L¨¢zaro C¨¢rdenas que concediera asilo pol¨ªtico al famoso fugitivo de Stalin, y tambi¨¦n fue ¨¦l, Rivera, seg¨²n Tibol, uno de los colaboradores en el primer atentado fallido contra Trotski que hab¨ªa organizado David Alfaro Siqueiros, comunista como Rivera y tambi¨¦n otro de los grandes muralistas que situaron el arte mexicano de vanguardia en la historia del siglo XX. Superados los ochenta a?os y sentada en el sal¨®n de un cosmopolita hotel mexicano, Tibol asegura con una autoridad que impone que fue el miedo a las consecuencias de este atentado lo que hizo que Rivera forzara en 1939 el divorcio con Frida Kahlo, con la que volvi¨® a casarse al a?o siguiente; fue para protegerla, dice, y no por celos a ra¨ªz del romance que supuestamente ella hab¨ªa tenido con el comunista ruso.
El pintor se divorci¨® de Frida Kalho para no involucrarla en un atentado a Trotsky
En fin, el fascinante mundo de Diego Rivera (1886-1957), d¨ªscolo hijo de madre cat¨®lica conservadora y de padre liberal, est¨¢ plagado de historias y de leyendas. Algunas pueden reseguirse a trav¨¦s de la exposici¨®n retrospectiva del gran artista mexicano que el pr¨®ximo jueves se inaugura en la nueva sede, construida por el brit¨¢nico Nicholas Grimshaw, de la Fundaci¨®n Caixa Galicia en A Coru?a. Reunir¨¢ 43 obras, una selecci¨®n de las 145 que atesora el Museo Dolores Olmedo de Ciudad M¨¦xico, y que abarcan toda su trayectoria, desde un autorretrato con 21 a?os a¨²n de corte modernista realizado en Madrid en 1907 -a?o en que empez¨® la larga estancia europea del artista durante la que se empap¨® de las vanguardias de la ¨¦poca con notable acierto, hasta que en 1919 regres¨® a su patria y comenz¨® una etapa nueva marcada por el muralismo y la reivindicaci¨®n de lo ind¨ªgena- hasta las puestas de sol que pint¨® en 1956, precisamente en la casa de Acapulco de Dolores Olmedo, cuando se recuperaba del c¨¢ncer de pr¨®stata que acabar¨ªa mat¨¢ndole un a?o m¨¢s tarde.
Su nieto, Juan Coronel Rivera, naci¨® cuatro a?os despu¨¦s, por lo que, confiesa, la aproximaci¨®n a Rivera "no es como familiar, sino como historiador". Al igual que Tibol -quien explica que "para Diego no exist¨ªan los domingos"-, encuentra incre¨ªble la capacidad de trabajo de su abuelo que se refleja en miles de cuadros, dibujos y acuarelas. Sin contar los impresionantes murales que le hicieron famoso, realizados tanto en M¨¦xico -a destacar el titulado Tierra liberada, en la capilla de la Escuela de Agricultura de Chapingo, en la que pint¨® el monumental retrato de la abuela de Coronel, Lupe Mar¨ªn, embarazada de su madre, Ruth, un boceto que puede verse en la exposici¨®n- como en Estados Unidos, en donde plasm¨® su pasi¨®n por la fuerza obrera y el progreso industrial en Detroit y su aversi¨®n por el capitalismo salvaje en el pol¨¦mico mural del Rockfeller Center que el magnate orden¨® destruir tras negarse el artista a borrar un retrato de Lenin.
"Se han escrito m¨¢s de 340 libros sobre Rivera y es uno de los autores m¨¢s estudiados de Am¨¦rica, pero aun ahora hemos encontrado seis murales y unos 600 bocetos que no estaban catalogados", explica Juan Coronel, que lleva meses preparando, junto a otros estudiosos, una nueva monograf¨ªa del artista para la editorial Taschen cuya publicaci¨®n coincidir¨¢ en 2007 con el 50? aniversario de su muerte. Por cierto que no es f¨¢cil encontrar estos libros ni siquiera en las grandes librer¨ªas mexicanas; en su mayor parte no se han reeditado y, salvo en las bibliotecas, lo ¨²nico que encuentra el interesado son ediciones de lujo o monograf¨ªas refrito con m¨¢s o menos inter¨¦s.
El aniversario puede contribuir a relanzar el conocimiento sobre su figura, pero coincidir¨¢ con el centenario del nacimiento de Frida, la mujer que, pese a haber conocido y amado a muchas otras (su fama de conquistador es legendaria y se cas¨® cinco veces), m¨¢s le arrebat¨® el coraz¨®n a Rivera. Pidi¨® que a su muerte se mezclaran sus cenizas con las de ella, pero no se cumpli¨® su voluntad y fue enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres en eterna soledad. En los ¨²ltimos a?os, Frida tambi¨¦n le ha arrebatado el trono de ser el artista m¨¢s cotizado de Latinoam¨¦rica, aunque va segundo.
Si se accede a Diego a trav¨¦s de lo que se ha escrito sobre Frida no suele salir muy bien parado. Grandote, excesivo y con cara de batracio, como ella misma le defin¨ªa cari?osamente y ¨¦l asum¨ªa al representarse como un sapo, parece ser que despertaba pasiones furibundas a favor y en contra desde la derecha y la izquierda, tanto por su personalidad como por su pintura. Tibol afirma que la suya era una "simpat¨ªa arrolladora" y que hac¨ªa gala de "una gentileza extraordinaria". Tambi¨¦n era, indica, un erudito que estudiaba y se preparaba a fondo para poder realizar sus murales, un activista pol¨ªtico convencido y, sobre todo, un pintor experto y dotado que crey¨® que pod¨ªa poner su arte, especialmente los murales, al servicio de la revoluci¨®n social y cultural (durante la fase b¨¦lica ¨¦l viv¨ªa en Europa) de su pa¨ªs. Y lo m¨¢s curioso es que parece ser de los pocos que lo consiguieron. Frente a los murales del Palacio Nacional, en Ciudad de M¨¦xico, adem¨¢s de turistas, abundan los grupos de escolares que disciplinadamente parecen aprender la historia de su pa¨ªs a trav¨¦s de las pinturas que sobre su versi¨®n de la misma, siempre marxista y anticolonialista, pint¨® en sus muros Rivera.
Su obra de caballete es menos conocida, pero tambi¨¦n interesante. Nunca dej¨® de hacerla y su etapa europea -especialmente sus obras cubistas- est¨¢ siendo cada vez m¨¢s reivindicada, aunque sus obras m¨¢s famosas fueron sus paisajes y personajes populares mexicanos, en las que ensalz¨® siempre la dignidad del ind¨ªgena y tambi¨¦n los muchos retratos que realiz¨® de mujeres de la alta sociedad mexicana. "?l siempre dec¨ªa que la pintura no la compran los pobres", explica Tibol. "Viv¨ªa de sus obras de caballete porque por hacer el mural de Chapingo, por ejemplo, s¨®lo cobraba 20 pesos el metro cuadrado", a?ade. Y Juan Coronel recuerda, adem¨¢s, que fue un gran e impulsivo coleccionista de arte precolombino, reuni¨® m¨¢s de 50.000 piezas, y al final de su vida construy¨® el museo de Anahuacalli para albergar estos fondos, que acab¨® donando a M¨¦xico. "La mayor¨ªa de retratos los hizo entre 1945 y 1950 y entonces ten¨ªa a 35 o 40 alba?iles que trabajaban en la obra y depend¨ªan de ¨¦l", explica.
"Nuestro objetivo es mostrar al Diego no muralista, al pintor y no al artista pol¨ªtico", indica Carlos Philips Olmedo, director del museo que fund¨® su madre y uno de los responsables del fideicomiso de Rivera, que gestiona no s¨®lo los edificios y obras que el artista don¨® a M¨¦xico, sino tambi¨¦n los derechos de autor de su obra y de la de Frida Kahlo. "Antes que nada", insiste, "Diego es pintor y ser¨¢ por ello que pasar¨¢ a la historia". La leyenda tambi¨¦n le sobrevivir¨¢.
Babelia
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