Pasiones sectarias
No falta de ninguna escena pol¨ªtica, pero en la nuestra la especie de los sectarios prolifera hoy como nunca. Incluso se dir¨ªa que afiliarse al sectarismo se ha vuelto requisito que el ciudadano medio debe satisfacer a fin de opinar acerca de los asuntos comunes. Como si tomar partido fuera lo mismo que tomar un partido ¨²nico y de por vida; o como si, siendo por lo general recomendable ser partidario, resultara ineludible hacerse partidista.
El sectarismo, esa vocaci¨®n de secuaces, adopta en la vida p¨²blica m¨²ltiples facetas. Por de pronto, ofrece el m¨¢s perezoso y accesible suced¨¢neo de la reflexi¨®n: en su lugar, basta con repetir en cada caso lo dictado por la autoridad en quien delegamos nuestro propio pensamiento; a¨²n m¨¢s f¨¢cil, basta con proclamar lo contrario de lo que sostiene el contrario. Funciona como santo y se?a de pertenencia al grupo de los elegidos, como gui?o de complicidad suficiente con los del propio bando. La consigna ser¨ªa "todo por la secta y para la secta". Sin ella, el sectario apenas se atrever¨ªa a pregonar nada en p¨²blico; la secta, y sus sumos sacerdotes, son los eficaces proveedores de sus respuestas autom¨¢ticas. El sectarismo suministra tambi¨¦n un ¨²til mecanismo clasificatorio de la identidad pol¨ªtica de las gentes. Si fulano frecuenta tales compa?¨ªas, lee ese peri¨®dico o de vez en cuando escucha aquella emisora..., no hacen falta m¨¢s costosas averiguaciones para saber de qu¨¦ pie pol¨ªtico cojea. Sabido lo cual, ya no hay mucho m¨¢s que saber.
Pero el sectarismo es sobre todo una f¨®rmula segura en pol¨ªtica para la construcci¨®n del enemigo y su cotidiano bombardeo. El sectario decide de antemano que con el enemigo no hay que estar ni siquiera en lo que no es enemigo o debe dejar de serlo. El enemigo tiene que serlo en todo y del todo. Es preciso que ¨¦l y los suyos encarnen cuanto haya de perverso y equivocado porque as¨ª, por contraste, resplandecer¨¢ la bondad o verdad indiscutibles de los m¨ªos. Tambi¨¦n vale al rev¨¦s: si se supone que estoy en lo cierto y junto a las personas decentes, habr¨¢ que dar por supuesto sin mayor acopio de pruebas que los dem¨¢s chapotean en el error y son gente de poco fiar. Cuando esta pasi¨®n se desata exige el todo o nada, el conmigo o contra m¨ª en bloque y para siempre. Tal vez el sectario se muestre un d¨ªa dispuesto a reconocer alguna deficiencia propia, pero no lo har¨¢ antes de que el enemigo haga confesi¨®n general y detallada de todos sus pecados. Un paso m¨¢s y el sectario ha de preferir el da?o del enemigo particular al bien del conjunto, aun cuando esa opci¨®n tampoco le favorezca a ¨¦l mismo. ?O est¨¢ pasando entre nosotros cosa distinta en pol¨ªtica territorial o antiterrorista, donde nuestros partidos principales, en lugar de plantar cara juntos a los enemigos comunes, han preferido enfrentarse a diario entre s¨ª? Desde el cerco de t¨®picos en que se atrinchera, el sectario tiene bien claro respecto de su oponente que, "con ¨¦se, ni al cielo".
As¨ª es como, igual que el hincha s¨®lo ve enfrente a otros hinchas de distinto pelaje, nuestro sectario tiende a ver en quien le objeta a otro sectario. En realidad, lo necesita como pretexto y justificaci¨®n de su propio sectarismo. A ojos del sectario nacionalista, en el partido contrario s¨®lo puede haber otros nacionalistas no menos sectarios, aunque tal vez m¨¢s camuflados. Lo peor es que a menudo acierta, pero con el acierto de la profec¨ªa autocumplida. Tanto ha empujado al otro contra las cuerdas, que ese otro no tiene m¨¢s remedio que hacer suya la posici¨®n extrema que se le adjudica; si le han colgado un sambenito sectario, no habr¨¢ que extra?arse si -para ocupar el espacio pol¨ªtico que se le deja- acaba asumiendo ese sambenito y confirmando as¨ª la condena anticipada. El sectarismo a la ofensiva alimenta el sectarismo a la defensiva.
Por arrogante y fiero que componga su rostro, cualquiera puede advertir la debilidad del sectario. Primero, la debilidad te¨®rica de sus propios pronunciamientos, seg¨²n revela su negativa a argumentarlos o a reforzar sus puntos d¨¦biles. Y es que no busca la verdad, sino tener raz¨®n. Semejante impotencia arraiga en quien trajina con una sola idea porque no puede meditar m¨¢s de una al mismo tiempo. Pero se advertir¨¢ asimismo su enorme debilidad pol¨ªtica en ese gesto reacio a compartir con el contrario hasta lo poco que a veces comparten, no sea que les confundan, y propicio a exagerar aquello por lo que discrepan. La simplificaci¨®n de su pensamiento prueba la propia simplicidad del sectario. Cualquier suceso, proyecto o ideario pol¨ªtico ha de reducirse enseguida a un beneficiario neto, una maquinaci¨®n, un m¨®vil, un mecanismo lineal de funcionamiento. Todo tiene que explicarse f¨¢cil, las razones han de saltar a la vista. Verbigracia, si alguien expresara hoy su defensa de la unidad de Espa?a, eso ser¨¢ interpretado por muchos sin m¨¢s dilaci¨®n como una rendida entrega al Partido Popular. Es decir, como si lo primero que aqu¨¦l pretendiera fuera la ganancia de ese partido y la unidad del Estado fuera un puro instrumento ocasional, un resultado secundario; o como si esa tesis careciera de m¨¢s fundamentos legitimadores que la nostalgia franquista; o como si suscribir ese cap¨ªtulo del programa partidario obligase a comulgar con todos los dem¨¢s. La concurrencia en este punto de ciudadanos ideol¨®gicamente dispares s¨®lo podr¨ªa responder a alguna manipulaci¨®n o a traiciones vergonzantes, no a que itinerarios reflexivos diversos les hayan abocado a ese juicio suprapartidista.
Es la huida de la complejidad, o sea, de la realidad. Al sectario le cuesta entender que las cosas, y menos las relativas a la acci¨®n humana, nunca son blancas o negras. Que lo bueno suele venir a una con lo malo, y lo malo, con lo bueno. Y que hay que aguantar la tensi¨®n de mantener los dos polos al mismo tiempo, por c¨®modo que nos resulte suprimir uno de los extremos contrarios... para as¨ª recrearnos en una ficci¨®n complaciente. Pues se puede ser de derechas o de izquierdas sin ser por ello sectario. Infectarse de sectarismo, en cambio, es ya empezar a perder la verdad o la virtud que hasta entonces se guardara. Y un sectario de izquierda es tan peligroso comootro de derecha. "El 'progresista' medio -advierte Todorov citando a Rousset- es un devorador predispuesto de todos los t¨®picos, siempre que lleven pegada la etiqueta de izquierda". Y la respuesta a por qu¨¦ act¨²a as¨ª vale igualmente para la derecha: "Porque la verdad suele ser inc¨®moda y, cuando la opci¨®n se impone, la mayor¨ªa de nosotros prefiere la comodidad a la verdad".
Por si no se bastara sola la mera condici¨®n humana, los usos pol¨ªticos vigentes conspiran tambi¨¦n en favor del sectarismo. Sabemos que la nuestra es una democracia competitiva de partidos o, si se prefiere, una democracia que funciona en parte como un mercado. Sabemos por eso que las pugnas electorales comienzan al d¨ªa siguiente de las elecciones pasadas y acaban el d¨ªa anterior a las pr¨®ximas. De suerte que la l¨®gica misma de la res publica de nuestro tiempo imprime a cuanto toca una forma interesada (o partidista) y beligerante (o electoralista). Con todo, ?estamos seguros de que esas improntas agotan todo otro posible sentido de una propuesta o decisi¨®n pol¨ªtica, o es que sencillamente nos dispensan de la molestia y el riesgo de buscarlo? El prop¨®sito de una medida p¨²blica incluir¨¢ por fuerza el inter¨¦s del proponente, pero no por ello excluye el beneficio de la mayor¨ªa. En suma, no por ser partidaria aquella medida ser¨¢ sin m¨¢s insensata e injusta.
Pero para llegar a vislumbrar ese posible car¨¢cter equitativo se requiere una mirada m¨¢s honda, limpia y autocr¨ªtica que la del sectario. A ¨¦ste no le importa tanto debatir el problema como cebarse en las presuntas o reales malicias del partido competidor a cuento del problema; para decirlo en la jerga futbol¨ªstica: el sectario entra al jugador, no a la pelota. Son tendencias ¨¦stas que, por desgracia, cultiva con esmero la pugna pol¨ªtica cuando se somete a la l¨®gica triunfante de los media. Una l¨®gica espectacular para la que el griter¨ªo o el esc¨¢ndalo prevalecen sobre el an¨¢lisis y el juicio de valor; un "formato" para el consumo instant¨¢neo en el que un eslogan simpl¨®n pero atrevido cuenta m¨¢s que un discurso reposado. El producto pol¨ªtico de este proceso de entretenimiento de masas no es el ciudadano, sino el sectario y, al final, el fan¨¢tico.
Tampoco el voto permite a nuestros pronunciamientos demasiados matices. La consulta electoral no nos deja explicar que en este asunto particular uno se acerca al planteamiento de tal partido, pero en ese otro asunto se sentir¨ªa m¨¢s a gusto con la propuesta del contrario. Ni nos deja mostrar la reserva de que nos adherimos hasta aqu¨ª y en tanto grado, pero no m¨¢s all¨¢. Como electores, en efecto, se nos pide un ejercicio de abstracci¨®n y reducci¨®n..., pero de ninguna manera se nos demanda otro tanto como ciudadanos. La ciudadan¨ªa no reclama la disciplina de voto ni mucho menos ese voto de pobreza intelectual que demasiados profesan. Al contrario, somos ciudadanos tanto mejores cuanto m¨¢s razonables sean nuestros criterios pol¨ªticos y mayor nuestra capacidad para evaluar las necesidades p¨²blicas. Claro que resulta m¨¢s grato limitarse a seguir ovejunamente a los nuestros, jugar a esa infantil dial¨¦ctica que nos ordena no regalar ning¨²n argumento al adversario y que al enemigo, ni agua.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco
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