Una paz sin pelotazos pol¨ªticos
Si es ileg¨ªtimo el uso de la violencia para conseguir objetivos pol¨ªticos, tambi¨¦n lo debe ser pretenderlos a trav¨¦s de su cese. No tendr¨ªa ning¨²n sentido que la voluntad de la sociedad fuera forzada ahora de otra manera, por ejemplo, con la amenaza impl¨ªcita de quienes s¨®lo habr¨ªan abandonado el uso expl¨ªcito de la violencia pero continuaran ejerciendo una tutela sobre la sociedad, o con el oportunismo de quien espera alguna ganancia que no podr¨ªa conseguir mediante procedimientos estrictamente democr¨¢ticos.
Me parece que es oportuno recordar estas cosas a las puertas de un proceso de paz, porque son tantas las ganas de acabar con la violencia que podr¨ªamos estar poco sensibilizados hacia otras formas de imposici¨®n m¨¢s sutiles pero igualmente inaceptables. Las circunstancias que acompa?an al abandono de la violencia, el conjunto de expectativas que suscita, las nuevas posibilidades que ofrece, hacen que el proceso que se abre tras el final de la violencia sea un momento especialmente abierto, delicado y confuso, que debe abordarse sin olvidar aquellos mismos principios que sostuvieron el combate de la sociedad contra el chantaje terrorista. Los cambios de funci¨®n generan siempre un desconcierto que induce al ventajismo en todos los actores pol¨ªticos. Son momentos propicios para el "pelotazo" pol¨ªtico, que consistir¨ªa en obtener alg¨²n beneficio que ser¨ªa impensable en otras circunstancias. El terrorismo lo emponzo?a todo, hasta el punto de que incluso el momento de su desaparici¨®n ofrece posibilidades para alterar lo que ser¨ªa una confrontaci¨®n pol¨ªtica normalizada. Si hay quien parasita del terrorismo y hasta del antiterrorismo, tampoco faltan quienes esperan de su desaparici¨®n lo que no podr¨ªan conseguir en un contexto de violencia expresa. Y ya se sabe que en materia de tentaciones los seres humanos, tambi¨¦n incluso los pol¨ªticos, suelen ser especialmente imaginativos.
Los primeros aspirantes a beneficiarios del cese de la violencia son quienes la han practicado pero no terminan de aceptar algo elemental: que el final de la violencia es tambi¨¦n el final de la coacci¨®n que supondr¨ªa la amenaza de volver si lo acordado por los agentes pol¨ªticos no coincide con lo pretendido por la organizaci¨®n terrorista. Un proceso de paz que no hiciera valer desde el principio la libertad frente a dicha tutela arrojar¨ªa siempre una sospecha de ilegitimidad sobre sus resultados. A los agentes pol¨ªticos les corresponde cerciorarse de que ETA pone en marcha un proceso de paz y no un proceso para conseguir sus objetivos pol¨ªticos de otra manera.
Las posibilidades de alterar en beneficio propio el proceso de paz son tambi¨¦n una tentaci¨®n para el nacionalismo en su conjunto, aunque s¨®lo sea por el simple hecho de que no es previsible que, en las actuales circunstancias, una revisi¨®n del autogobierno tuviera como resultado su detrimento. Por eso es necesario que las eventuales reformas del marco jur¨ªdico-pol¨ªtico no sean condicionadas, ni puedan ser siquiera consideradas como consecuencia de la amenaza de ETA. Ser¨ªa democr¨¢ticamente inaceptable que algo tan deseable como el avance en el autogobierno pudiera atribuirse a la presi¨®n de una amenaza violenta o incluso al deseo de ponerle punto final. Una falta de legitimidad que abrir¨ªa nueva herida donde quer¨ªa cerrarse otra.
Pero no acaba aqu¨ª el repertorio de la oportunidad que puede transformarse en oportunismo. Otra ganancia inconfesable que cabe conseguir en medio de este delicado proceso ata?e a las expectativas de la oposici¨®n, que podr¨ªa ejercer sobre el Gobierno una presi¨®n incomparable a cualquier otra en condiciones de una confrontaci¨®n democr¨¢tica normal. Puede resultar una perspectiva irresistible pero tiene el inconveniente de que, si fracasa, se llevar¨¢ consigo por mucho tiempo todas las posibilidades de conquistar el poder mediante los procedimientos habituales; pero si tiene ¨¦xito, ser¨ªa a¨²n peor a efectos de legitimidad democr¨¢tica. Si es malo servirse de la paz, todav¨ªa es peor beneficiarse de lo contrario, de que la paz se haya truncado.
Una ¨²ltima manera de aprovecharse ileg¨ªtimamente del proceso de paz puede embaucar a quienes han de gestionarlo directamente. Es cierto que la sociedad reconocer¨¢ y premiar¨¢ a quien lo conduzca con acierto, pero tambi¨¦n lo es que se trata de asunto de tal com-plejidad que nadie puede dirigirlo en exclusiva. Quien pretenda el protagonismo absoluto ha de saber que se cierra el paso a compartir los riesgos y las responsabilidades. El liderazgo de un asunto tan complejo pone a prueba la capacidad para implicar a otros y movilizar a los diversos actores en favor del resultado final.
Para dificultar el paso a los ventajismos que pondr¨ªan en peligro una paz verdaderamente democr¨¢tica, no veo otra soluci¨®n que distinguir bien las "dos mesas" e impedir que se mezcle la resoluci¨®n del conflicto violento con la discusi¨®n acerca de las cuestiones pol¨ªticas. Y probablemente forme parte de esa diferenciaci¨®n una cierta separaci¨®n tambi¨¦n en el tiempo. Se tratar¨ªa de que la primera cuesti¨®n estuviera encauzada para poder dar lugar a la segunda con todas las garant¨ªas de legitimidad democr¨¢tica. Pero esa segunda discusi¨®n no deber¨ªa ser dilatada excesivamente, lo que generar¨ªa una nueva sospecha de ilegitimidad: que la violencia (en este caso, la violencia "reciente") sirviera entonces de excusa para retrasar arbitrariamente una revisi¨®n del autogobierno a la que la sociedad vasca tiene tambi¨¦n derecho frente a los monopolizadores de su voluntad.
Daniel Innerarity, profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza, es premio nacional de Ensayo 2003 por su libro La transformaci¨®n de la pol¨ªtica y premio Espasa de Ensayo 2004 por La sociedad invisible.
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