La maestr¨ªa inadvertida
Pasar inadvertido es m¨¢s dif¨ªcil que llamar la atenci¨®n; y conseguirlo al lado de la plaza de Cibeles, en el centro simb¨®lico de la capital espa?ola, parece poco menos que imposible. Sin embargo, pocos madrile?os reparar¨¢n en la ampliaci¨®n del Banco de Espa?a realizada por Rafael Moneo, por m¨¢s que el nuevo chafl¨¢n del edificio sobre Alcal¨¢ remate destacadamente la perspectiva de la Gran V¨ªa, y ello porque la construcci¨®n a?adida extiende tan fielmente las trazas de la sede existente que las miradas distra¨ªdas supondr¨¢n que siempre estuvo all¨ª. Hoy, s¨®lo los vecinos con mejor memoria recordar¨¢n el edificio de Jos¨¦ de Lorite para la Banca Calamarte, largo tiempo oculto por lonas, y demolido en 2002 para hacer lugar al que nos ocupa, cuyas reci¨¦n terminadas fachadas -tal como hiciese Jos¨¦ Yarnoz en la primera ampliaci¨®n, proyectada en 1927- reproducen las de la sede original, una obra ecl¨¦ctica de los arquitectos Eduardo de Adaro y Severiano Sainz de la Lastra que se inaugur¨® en 1891. Y si ya ahora hace falta mucha atenci¨®n para detectar las suturas en las f¨¢bricas, dentro de algunos a?os ¨²nicamente los historiadores sabr¨¢n que el alzado rotundo de Alcal¨¢ tiene autores separados por m¨¢s de un siglo.
La lecci¨®n esencial de esta peque?a gran obra de Moneo es que no es imprescindible emplear el lenguaje de nuestro tiempo para ampliar un edificio hist¨®rico
Visto en perspectiva, es posible que sean las obras m¨¢s silenciosas las que acaben obteniendo mayor reconocimiento cr¨ªtico
La lecci¨®n esencial de esta pe-
que?a gran obra de Moneo es, desde luego, que no es imprescindible emplear el lenguaje de nuestro tiempo para ampliar un edificio hist¨®rico, como establec¨ªa de forma indubitada la modernidad heroica. Poner en cuesti¨®n este dogma de las vanguardias del siglo pasado escandalizar¨¢ a los defensores de la ortodoxia moderna, que probablemente argumentar¨¢n en varias direcciones. Para comenzar, subrayar¨¢n que el proyecto proviene de un concurso convocado en 1978, por lo que responde m¨¢s bien a las revisiones posmodernas por entonces en boga -y despu¨¦s desacreditadas- que a las preocupaciones contempor¨¢neas; adem¨¢s, har¨¢n notar que tanto las inconfundibles secciones interiores como la geometrizaci¨®n de los detalles decorativos de la fachada evidencian el deslizamiento del arquitecto hacia su propio idioma formal, as¨ª como su distanciamiento ir¨®nico de los c¨®digos clasicistas; finalmente, pondr¨¢n ¨¦nfasis en que la ampliaci¨®n se levanta sobre una parte tan peque?a de la manzana ocupada por el Banco de Espa?a que no puede aspirar a ofrecer un contrapunto moderno, vi¨¦ndose obligada a completar lo existente mediante la m¨ªmesis.
Sin embargo, nada de ello es enteramente cierto. El concurso es en efecto muy lejano en el tiempo, habi¨¦ndose sucedido cuatro gobernadores desde entonces, pero el asunto entr¨® en v¨ªa muerta al negar el Ayuntamiento licencia de demolici¨®n para la obra de Lorite -un edificio mixto de oficinas y viviendas terminado en 1924, y desalojado en 1974 tras su adquisici¨®n por el Banco de Espa?a-, y la construcci¨®n de la esquina se demor¨® m¨¢s de un cuarto de siglo, realiz¨¢ndose al cabo con un proyecto definitivo que, mejorando significativamente la propuesta inicial, se reafirma en las hip¨®tesis de partida, centradas en la conveniencia de completar la manzana con el mismo lenguaje. En segundo lugar, las secciones manifiestan algunas disonancias modernas, pero claramente menos relevantes que el clasicismo sim¨¦trico de las plantas, y la convincente descomposici¨®n en planos de los elementos ornamentales -a excepci¨®n de las nuevas cari¨¢tides, encomendadas sin suerte al escultor Francisco L¨®pez Quintanilla- resulta m¨¢s pr¨®xima al art d¨¦co que a la iron¨ªa de Venturi, cuya juguetona ampliaci¨®n de la National Gallery londinense en 1986-1991 estar¨¢ en la mente de muchos, por m¨¢s que se sit¨²e en un territorio metodol¨®gico muy distante de este proyecto severo. Por ¨²ltimo, la dimensi¨®n de la actuaci¨®n induce a la discreci¨®n contextual, pero no la exige, como expresaron elocuentemente varios de los concursantes de 1978, con un abanico de propuestas que se extend¨ªa desde la ¨¢spera militancia moderna de Corrales y Molez¨²n o Eleuterio Poblaci¨®n hasta las provocaciones posmodernas de MBM, pasando por el historicismo esquem¨¢tico de Javier Yarnoz, hijo del arquitecto de la primera ampliaci¨®n y autor de la realizada con menos fortuna, entre 1969 y 1975, sobre las calles de los Madrazo y Marqu¨¦s de Cubas.
Pese a ser una obra de escala
reducida, tanto la importancia de la instituci¨®n como la calidad del edificio original -en el que el historiador Pedro Navascu¨¦s ha detectado, con agudeza cr¨ªtica, la coexistencia de los dos caracteres propios del establecimiento, el industrial del sobrio basamento de granito, y el representativo de los solemnes arcos y columnas venecianos de la planta principal, realizados en piedra caliza; una dicotom¨ªa que se repite en la secuencia de espacios interiores, los m¨¢s lac¨®nicos situados en el eje del chafl¨¢n a Cibeles, y los palaciegos tras la portada monumental del paseo del Prado- hacen de la ampliaci¨®n de Moneo un proyecto singularmente destacado, que resulta inevitable comparar con sus restantes intervenciones en el eje Prado-Castellana, donde siempre ha debido enfrentarse a dilemas patrimoniales, desde la mod¨¦lica deferencia hacia el palacete existente en el caso de Bankinter hasta el menos feliz forcejeo con la obra de Villanueva en el Museo del Prado (acaso m¨¢s censurable que el testarudamente pol¨¦mico cubo de ladrillo en el claustro de los Jer¨®nimos), sin olvidar la inteligente utilizaci¨®n de las fachadas del Palacio de Villahermosa para el Museo Thyssen y el ensamble de la ret¨®rica hip¨®stila de la Estaci¨®n de Atocha con la marquesina de Alberto del Palacio.
Visto en perspectiva, es posible
que sean las obras m¨¢s silenciosas las que acaben obteniendo mayor reconocimiento cr¨ªtico, y que los dos bancos proyectados en los a?os setenta -Bankinter y Banco de Espa?a- sean juzgados m¨¢s significativos en el devenir de la arquitectura que los dos museos o la estaci¨®n, cuyo uso masivo les otorga necesariamente una mayor visibilidad p¨²blica. El largamente demorado cierre de la manzana del Banco de Espa?a ha sido descrito en este peri¨®dico bajo el t¨ªtulo "la esquina de Caruana", y es tentador proponer que la historia paralela de la instituci¨®n y el edificio tiene tambi¨¦n un digno remate al culminarse bajo un gobernador -formado en aquel instituto de Teruel del cual, con profesores como Jos¨¦ Antonio Labordeta, salieron personajes como Juan Alberto Belloch, Federico Jim¨¦nez Losantos o Manuel Pizarro-tan excelente como discreto, con una carrera internacional s¨®lo comparable en el ¨¢mbito econ¨®mico a la de Rodrigo Rato, y que en el convulso ruedo nacional ha sabido actuar con la ausencia de protagonismo -con permiso de Greenspan y Collina- caracter¨ªstica de los buenos ¨¢rbitros, como corresponde a la funci¨®n reguladora de la entidad. En la ciudad y en la vida nos cruzamos de continuo con obras y personas que pasan inadvertidas, no tanto por su bajo perfil como por su prudente subordinaci¨®n a un contexto urbano o institucional. Es una actitud que demanda elegancia vital y maestr¨ªa profesional: nadie ha dicho nunca que fuese f¨¢cil volar bajo el radar.
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