El gran escritor
Y aqu¨ª estoy yo, con una tremenda tiritera, afan¨¢ndome en una cr¨®nica. Estamos en enero, en este lugar hace un fr¨ªo de miedo, tengo las manos heladas. Las piernas tambi¨¦n. No me he quitado el abrigo. De vez en cuando, chilla el tel¨¦fono: no atiendo. En una de ¨¦sas he muerto. Ma?ana cojo un avi¨®n para el tri¨¢ngulo de costumbre, charla-aut¨®grafos-entrevistas, debidamente escoltado por el orgulloso editor, habitaciones de hotel, almuerzos y cenas con personas que esperan de m¨ª ideas inteligentes y confesiones iluminadoras, el inevitable fot¨®grafo exigiendo que me apoye en la pared as¨ª, ¨¦l mismo da el ejemplo poni¨¦ndose en pose, con los brazos cruzados y una actitud idiota que considera al mismo tiempo casual e ir¨®nica, respondo que nunca me apoyo en la pared as¨ª, me propone como alternativa un perfil so?ador
La idea de un autor secante no es suficiente para consentirle libertades al oso del bolsillito
(sic)
me meto las manos en los bolsillos para no estrangularlo rechinando los dientes, el orgulloso editor, con temor a lenguas moradas fuera, le explica al fot¨®grafo que soy una persona extra?a, voy caminando hacia el restaurante con el hombre detr¨¢s que, disparando magnesios desilusionados, intenta mostrarme el portfolio
(dicen siempre portfolio)
lleno de celebridades internacionales, casuales, ir¨®nicas y so?adoras, me presentan a una novelista viej¨ªsima, envejeciendo, con un echarpe despampanante y m¨¢s anillos que dedos, que sujeta el tenedor y el cuchillo con delicadeza de relojero ajustando la hora en el pollo, a prop¨®sito de la hora intento verla en la mu?eca pero las manecillas son min¨²sculas, aprovecha la mirada, pensando que estudio su escote, y me pide un cuento para la revista de un amigo, la informo de que nunca he escrito un cuento en mi vida mientras ella va dejando huellas de carm¨ªn en la servilleta
(antes en la servilleta que en el cuello de mi camisa)
acompa?adas de un discurso florido acerca de la importancia de las peque?as revistas literarias que por no dar dinero aureolan a los colaboradores de prestigio, mil quinientos ejemplares en un papel excelente, estupendo para encuadernaciones futuras y destinado a los l¨²cidos aficionados al genio ajeno
(entre par¨¦ntesis, su escote no tiene inter¨¦s alguno)
y se lanza a un discurso extasiado acerca de mis cualidades verdaderamente ¨²nicas a medida que el escote, mala suerte la m¨ªa, se abre mostrando pecas tristes, no es que en una de ¨¦sas he muerto, he muerto sin ninguna duda, un cr¨ªtico suizo anuncia con pompa que absorbo el mundo como un secante y aumenta la sonrisa del orgulloso editor, parece que le ha gustado la imagen del secante, lo imagino cont¨¢ndosela por la noche a su mujer, feliz, con los dientes reci¨¦n cepillados y el pijama con un oso en el bolsillito
-Tengo un autor que absorbe el mundo como un secante
su mujer, que hojeaba una revista, se queda pensando en la imagen, distrayendo su atenci¨®n de la primavera-verano 2006
-?Como un secante?
mientras el oso del bolsillito se instala a su lado en las s¨¢banas, acaba volviendo a la revista porque entre la moda y el secante vence la moda, gracias a Dios, el oso del bolsillito se pone las gafas, se quita las gafas, aventura una rodilla hacia el sitio de su mujer y su mujer, fingiendo no darse cuenta de nada, se aparta, la idea de un autor secante no es suficiente para consentirle libertades al oso del bolsillito que se pone las gafas de nuevo, resignado al manuscrito de un ensayista lituano, la mujer comienza a dormirse encima de la primavera-verano 2006, con el mec¨¢nico que le arregl¨® el coche en el mag¨ªn, el orgulloso editor corrige con l¨¢piz una idea lituana, cierra el manuscrito marc¨¢ndolo con el l¨¢piz susodicho, acomoda las gafas en la mesilla de noche, hace un avance con la rodilla una ¨²ltima vez, no resulta, y yo solo en mi habitaci¨®n de hotel, sin oso ni bolsillito alguno, sin pijama siquiera, oyendo la lluvia en la ventana, yo con a?oranza de Lisboa y un poco de miedo a que la novelista que envejece me diga por tel¨¦fono que est¨¢ esper¨¢ndome abajo, un poco de miedo a que su escote se incline sobre m¨ª balanceando desgracias y pecas, un poco de miedo a que el secante que soy se vea obligado a absorber todo aquello, saco el tel¨¦fono de la horquilla para defenderme de tales peligros e inicio el descenso de una rampa lenta en direcci¨®n al olvido del tri¨¢ngulo charla-aut¨®grafos-entrevistas y del fot¨®grafo de las poses casuales-ir¨®nicas-so?adoras, me levanto para bajar el termostato antes de cocerme a fuego lento en esta cama del tama?o de la playa de la Costa de Caparica en bajamar, y ah¨ª fuera, en alguna iglesia, una campana con horas medievales como las de mi infancia y yo con ocho o nueve a?os, ni viejo ni envejeciendo, pedaleando en la bicicleta bajo los casta?os rumbo a la tienda del se?or Casimiro, donde se compraban por una bicoca, palabra de honor, los mejores caramelos del mundo.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.