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An¨¢lisis:Un Nobel escribe de otro Nobel
An¨¢lisis
Exposici¨®n did¨¢ctica de ideas, conjeturas o hip¨®tesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados ¡ªno necesariamente del d¨ªa¡ª que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima m¨¢s al g¨¦nero de opini¨®n, pero se diferencia de ¨¦l en que no juzga ni pronostica, sino que s¨®lo formula hip¨®tesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relaci¨®n datos dispersos

La bella durmiente

La novela de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez El amor en los tiempos del c¨®lera termina con Florentino Ariza, por fin reunido con la mujer a la que ha querido a distancia toda su vida, recorriendo arriba y abajo el r¨ªo Magdalena en un barco de vapor en el que ondea la bandera amarilla del c¨®lera. Los amantes tienen 76 y 72 a?os, respectivamente.

Para poder dedicar toda su atenci¨®n a su amada Fermina, Florentino ha tenido que interrumpir la relaci¨®n que ten¨ªa con una pupila suya de 14 a?os, a la que ha iniciado en los misterios del sexo durante varias tardes de domingo en su piso de soltero (ella demuestra ser una alumna aventajada). Rompe con ella mientras se toman un sundae en una helader¨ªa. Confusa y desesperada, la chica se suicida discretamente y se lleva su secreto a la tumba. Florentino derrama alguna l¨¢grima en privado y, de vez en cuando, siente algo de pena por su muerte, pero eso es todo.

Tal vez, 'Memoria de mis putas tristes' es otra aproximaci¨®n a la historia de Florentino y Am¨¦rica en 'El amor en los tiempos del c¨®lera'
Su estrategia conceptual consiste en derribar el muro entre la pasi¨®n er¨®tica y la pasi¨®n de la veneraci¨®n como la de los cultos a la Virgen
Es el amor lo que mueve el mundo, empieza a comprender; no el amor consumado, sino el amor en sus m¨²ltiples formas no correspondidas
La insistencia del viejo en que su amada se atenga a la forma en la que la ha idealizado tiene un precedente majestuoso en la literatura
Cuando est¨¢ con Delgadina, el viejo de Garc¨ªa M¨¢rquez halla una alegr¨ªa nueva y exaltadora
Y Eguchi se siente frustrado por el misterio de que unos cuerpos femeninos puedan ejercer tal poder

Am¨¦rica Vicu?a, la ni?a seducida y abandonada por un hombre mayor, es un personaje directamente sacado de Dostoievski. El marco moral de El amor en los tiempos del c¨®lera, una obra de gran registro emocional pero, en definitiva, una comedia oto?al, no tiene la dimensi¨®n necesaria para abarcarla. Con su decisi¨®n de hacer de Am¨¦rica un personaje secundario -una m¨¢s de las numerosas amantes de Florentino- y dejar sin explorar qu¨¦ consecuencias tienen para Florentino sus acciones, Garc¨ªa M¨¢rquez se adentra en un territorio inquietante desde el punto de vista moral. Normalmente, su estilo verbal es ¨¢gil, en¨¦rgico e imaginativo, totalmente suyo; sin embargo, en las escenas entre Florentino y Am¨¦rica, los domingos por la tarde advertimos ecos de la Lolita de Vlad¨ªmir Nabokov: Florentino desviste a la joven prenda por prenda, con juegos infantiles: primero estos zapatitos para el osito..., luego estas braguitas de flores para el conejito, y un besito en el delicioso pajarito de su pap¨¢.

Florentino es un soltero empedernido, poeta aficionado, autor de cartas de amor en nombre de quienes tienen dificultad de palabra, devoto asistente a conciertos, de costumbres algo taca?as y t¨ªmido con las mujeres. Sin embargo, a pesar de su timidez y su falta de atractivo f¨ªsico, ha logrado, en medio siglo de actividad como furtivo donju¨¢n, hacer 622 conquistas, sobre las que conserva aides-m¨¦moires en una serie de cuadernos.

En todos estos aspectos, Florentino se parece al an¨®nimo narrador de la nueva novela corta de Garc¨ªa M¨¢rquez. Como su antecesor, este hombre conserva una lista de sus conquistas como recordatorio para un libro que planea escribir. Es m¨¢s, ya tiene pensado el t¨ªtulo: Memoria de mis putas tristes, traducido al ingl¨¦s por Edith Grossman como Memories of my melancholy whores. Su lista llega a 514 cuando decide dejar de contar. Entonces, ya anciano, encuentra el verdadero amor, no en una mujer de su generaci¨®n sino en una chica de 14 a?os.

Los paralelismos entre los dos libros, publicados con 20 a?os de diferencia, son demasiado llamativos para ignorarlos. Indican que, tal vez, en Memoria de mis putas tristes Garc¨ªa M¨¢rquez est¨¢ haciendo otra aproximaci¨®n a la historia de Florentino y Am¨¦rica en El amor en los tiempos del c¨®lera, que hab¨ªa dejado cierta insatisfacci¨®n tanto art¨ªstica como moral.

El h¨¦roe, narrador y autor putativo de Memoria de mis putas tristes nace en la ciudad portuaria de Barranquilla (Colombia) hacia 1870. Sus padres pertenecen a la burgues¨ªa culta; casi un siglo despu¨¦s, todav¨ªa vive en el deteriorado hogar familiar. Se ganaba la vida como periodista y profesor de espa?ol y lat¨ªn; ahora sobrevive gracias a su pensi¨®n y la columna semanal que escribe para un peri¨®dico.

El documento que nos ofrece, que abarca su tormentoso 91? a?o de vida, pertenece a una subcategor¨ªa espec¨ªfica de las memorias: la confesi¨®n. Este g¨¦nero, tipificado en las Confesiones de San Agust¨ªn, narra la historia de una vida desperdiciada que culmina en una crisis interior y una conversi¨®n, a la que sigue el renacimiento espiritual a una vida nueva y m¨¢s rica. En la tradici¨®n cristiana, la confesi¨®n tiene un prop¨®sito claramente did¨¢ctico. Observad mi ejemplo, dice: observad c¨®mo, gracias a la misteriosa intervenci¨®n del Esp¨ªritu Santo, hasta un ser tan indigno como yo puede salvarse.

No cabe duda de que los primeros 90 a?os de la vida de nuestro h¨¦roe han sido un despilfarro. No s¨®lo ha desperdiciado su herencia y su talento, sino que adem¨¢s ha tenido una vida emocional de lo m¨¢s ¨¢rida. Nunca se ha casado (estuvo prometido hace mucho tiempo, pero dej¨® a su novia en el ¨²ltimo minuto). Nunca se ha acostado con una mujer a la que no haya pagado: incluso cuando la mujer no ha querido aceptar dinero, ¨¦l la ha obligado y la ha convertido en otra de sus putas. La ¨²nica relaci¨®n duradera que ha tenido es con su criada, a la que monta de manera ritual una vez al mes mientras hace la colada, siempre en sentido contrario, con lo que permite que ella afirme, a su edad, que sigue siendo una virgo intacta.

Para su 90? cumplea?os, decide hacerse un regalo: acostarse con una adolescente virgen. Una alcahueta llamada Rosa, a la que conoce desde hace mucho, le introduce en una habitaci¨®n de su burdel en la que le aguarda una chica de 14 a?os, desnuda y drogada.

"Era morena y tibia. La hab¨ªan sometido a un r¨¦gimen de higiene y embellecimiento que no descuid¨® ni el vello incipiente del pubis. Le hab¨ªan rizado el cabello y ten¨ªa en las u?as de las manos y los pies un esmalte natural, pero la piel del color de la melaza se ve¨ªa ¨¢spera y maltratada. Los senos reci¨¦n nacidos parec¨ªan todav¨ªa de ni?o var¨®n pero se ve¨ªan urgidos por una energ¨ªa secreta a punto de reventar. Lo mejor de su cuerpo eran los pies grandes de pasos sigilosos con dedos largos y sensibles como de otras manos. Estaba ensopada en un sudor fosforescente a pesar del ventilador... Era imposible imaginar c¨®mo era la cara pintorreteada... pero ni los trapos ni los afeites alcanzaban a disimular su car¨¢cter: la nariz altiva, las cejas encontradas, los labios intensos. Pens¨¦: un tierno toro de lidia".

La primera reacci¨®n del veterano libertino al ver a la ni?a es inesperada: terror y confusi¨®n, un impulso de salir corriendo. Sin embargo, se tiende en la cama con ella y empieza a explorar entre sus piernas sin demasiado entusiasmo. Ella se aleja en sue?os. ?l, con el deseo apagado, empieza a cantarle: "La cama de Delgadina de ¨¢ngeles est¨¢ rodeada". Pronto acaba rezando por ella. Y luego se queda dormido. Cuando se despierta, a las cinco de la ma?ana, la ni?a est¨¢ tendida con los brazos abiertos en forma de cruz, "due?a absoluta de su virginidad". Dios te bendiga, piensa, y se va.

La alcahueta le telefonea para burlarse de ¨¦l por pusil¨¢nime y le ofrece una segunda oportunidad de probar su virilidad. ?l la rechaza. "Ya no sirvo", dice, y se siente inmediatamente aliviado, "a salvo de una servidumbre" -servidumbre del sexo, en sentido estricto- "que me manten¨ªa subyugado desde mis 13 a?os".

Pero Rosa persiste hasta que ¨¦l cede y vuelve al burdel. De nuevo la chica duerme, y de nuevo ¨¦l no hace m¨¢s que limpiar el sudor de su cuerpo y cantar: "Delgadina, Delgadina, t¨² ser¨¢s mi prenda amada". (Su canci¨®n no deja de tener un trasfondo siniestro: en el cuento de hadas, Delgadina es una princesa que tiene que huir de los impulsos amorosos de su padre.)

Vuelve a su hogar en medio de una fuerte tormenta. El gato que acaba de adquirir parece haberse convertido en una presencia sat¨¢nica en su casa. La lluvia entra por agujeros que hay en el tejado, una ca?er¨ªa revienta, el viento rompe las ventanas. Mientras lucha para salvar sus queridos libros, advierte la figura espectral de Delgadina a su lado, ayud¨¢ndole. Ahora tiene la certeza de que ha encontrado el verdadero amor, "el primer amor de mi vida a los 90 a?os".

Se produce en ¨¦l una revoluci¨®n moral. Observa la miseria, la mezquindad y la obsesi¨®n de su vida pasada y las repudia. Se transforma, seg¨²n dice, en "otro hombre". Es el amor lo que mueve el mundo, empieza a comprender; no el amor consumado, sino el amor en sus m¨²ltiples formas no correspondidas. Su columna del peri¨®dico pasa a ser un canto a los poderes del amor, y el p¨²blico lector responde con alabanzas.

De d¨ªa -aunque nunca lo presenciamos-, Delgadina, como una aut¨¦ntica hero¨ªna de cuento de hadas, va a la f¨¢brica a coser ojales. De noche regresa a su cuarto en el burdel, ahora decorado por su enamorado con cuadros y libros (¨¦l tiene vagas ambiciones de educarla), y duerme castamente a su lado. ?l le lee relatos en voz alta; ella, de vez en cuando, dice alguna palabra entre sue?os. Pero, en general, a ¨¦l no le gusta su voz; le parece la voz de una desconocida que habla desde el interior de su cuerpo. La prefiere inconsciente.

La noche del cumplea?os de la chica, se produce una consumaci¨®n er¨®tica sin penetraci¨®n: "La bes¨¦ por todo el cuerpo hasta quedarme sin aliento... A medida que la besaba aumentaba el calor de su cuerpo, y exhalaba una fragancia montuna. Ella me respondi¨® con vibraciones nuevas, y en cada una encontr¨¦ un calor distinto, un sabor propio, un gemido nuevo, y toda ella reson¨® por dentro con un arpegio, y sus pezones se abrieron en flor sin tocarlos".

Pero sobreviene la desgracia. Uno de los clientes del burdel ha sido apu?alado, aparece la polic¨ªa, llega la amenaza del esc¨¢ndalo y es preciso llevarse a Delgadina. Aunque su amante la busca por toda la ciudad, no logra encontrarla. Cuando, por fin, reaparece en el burdel, parece haber envejecido a?os y ha perdido su aspecto inocente. ?l, en un arrebato de celos, se marcha.

Pasan los meses y su ira se aplaca. Una vieja novia le ofrece un consejo prudente: "No te vayas a morir sin probar la maravilla de tirar con amor". Pasa su 91? aniversario. Hace las paces con Rosa. Los dos acuerdan dejar sus bienes terrenales a la chica, que mientras tanto, seg¨²n la alcahueta, se ha enamorado por completo de ¨¦l. Con el coraz¨®n lleno de felicidad, el alegre enamorado sue?a con tener, "por fin, una vida real".

Es posible que esta alma renacida haya escrito sus confesiones, realmente, para aliviar su conciencia, pero el mensaje que predica no es, en absoluto, que debamos renunciar a los deseos de la carne. El dios al que ha ignorado toda su vida es el dios por cuya gracia se salvan los malvados, pero es, al mismo tiempo, un dios de amor, capaz de enviar a un viejo pecador en busca de una "noche de amor loco" con una virgen -"mi deseo, aquel d¨ªa, era tan urgente que parec¨ªa un mensaje de Dios"- y luego inspirarle espanto y terror cuando ve por primera vez a su presa. Gracias a su divina intervenci¨®n, el viejo pasa r¨¢pidamente de frecuentar a las putas a adorar a la virgen y venerar el cuerpo dormido de la joven de la misma manera que un simple creyente puede venerar una estatua o un s¨ªmbolo: la cuida, le trae flores, le presenta ofrendas, le canta, reza ante ella.

Siempre existe algo injustificado en las experiencias de conversi¨®n: una de sus partes esenciales es que el pecador est¨¢ tan cegado por la lujuria, o la codicia, o el orgullo, que la l¨®gica ps¨ªquica que le empuja al momento decisivo de su vida no la puede comprender m¨¢s que a posteriori, una vez que ha abierto los ojos. De modo que hay cierto grado de incompatibilidad intr¨ªnseca entre la historia de la conversi¨®n y la novela moderna tal como se perfeccion¨® en el siglo XVIII, con su ¨¦nfasis prioritario en el personaje m¨¢s que en el alma y su empe?o de mostrar paso a paso, sin saltos desmesurados ni intervenciones sobrenaturales, de qu¨¦ manera el que antes se llamaba h¨¦roe o hero¨ªna, pero ahora se denomina, m¨¢s apropiadamente, personaje central, recorre su camino de principio a fin.

A pesar de tener asociada la etiqueta de "realismo m¨¢gico", Garc¨ªa M¨¢rquez se atiene a la tradici¨®n del realismo psicol¨®gico, que parte de que los mecanismos de la psique individual poseen una l¨®gica que es posible trazar. ?l mismo ha observado que su llamado realismo m¨¢gico no consiste m¨¢s que en narrar historias dif¨ªciles de creer en tono totalmente serio, un truco que aprendi¨® de su abuela en Cartagena, y que, adem¨¢s, lo que las personas de fuera encuentran dif¨ªcil de creer en sus relatos es, muchas veces, normal en la realidad latinoamericana. Nos creamos o no esta explicaci¨®n, lo cierto es que la mezcla de lo fant¨¢stico y lo real -o, para ser m¨¢s exactos, la elisi¨®n del "o esto o aquello" que mantiene separadas la "fantas¨ªa" y la "realidad"- que tanta conmoci¨®n suscit¨® cuando se public¨® Cien a?os de soledad, en 1967, se ha generalizado en la novela mucho m¨¢s all¨¢ de las fronteras de Latinoam¨¦rica.

?El gato de Memoria de mis putas tristes es s¨®lo un gato, o es un visitante de los infiernos? ?Va Delgadina a ayudar a su enamorado la noche de la tormenta, o acaso ¨¦l, bajo el hechizo amoroso, imagina su visita? ?Es esta bella durmiente una joven de clase obrera que se gana unos cuantos pesos extra, o es una criatura de otro mundo en el que las princesas bailan toda la noche, y las hadas realizan labores sobrenaturales, y las brujas adormecen a las doncellas? Pedir una respuesta inequ¨ªvoca a preguntas como ¨¦stas es confundir la naturaleza del arte de narrar. A Roman Jakobson le gustaba recordar la f¨®rmula empleada por los cuentistas tradicionales en Mallorca para comenzar sus historias: "Era y no era as¨ª".

Lo que resulta m¨¢s dif¨ªcil de aceptar para los lectores modernos de tendencias laicas -porque no tiene una base psicol¨®gica aparente- es que el mero espect¨¢culo de una adolescente desnuda pueda causar un sobresalto espiritual en un viejo depravado. El hecho de que el anciano est¨¦ listo para la conversi¨®n puede tener m¨¢s sentido, desde el punto de vista psicol¨®gico, si suponemos que tiene una existencia que se remonta a antes de que empiecen sus memorias, al conjunto de la ficci¨®n anterior de Garc¨ªa M¨¢rquez y, en concreto, a El amor en los tiempos del c¨®lera.

Si somos verdaderamente exigentes, Memoria de mis putas tristes no es una de las obras fundamentales de su autor. Y su ligereza no es s¨®lo consecuencia de su brevedad. Cr¨®nica de una muerte anunciada (1981), que tiene m¨¢s o menos la misma extensi¨®n, es una contribuci¨®n importante al canon de Garc¨ªa M¨¢rquez: una narraci¨®n ajustada y cautivadora y, al mismo tiempo, una lecci¨®n magistral y pasmosa de c¨®mo construir varias historias -varias verdades- en torno a los mismos sucesos.

Pero el objetivo de Memoria de mis putas tristes es valiente: defender el deseo de un anciano por una joven menor, es decir, defender la pedofilia o, al menos, demostrar que la pedofilia no tiene por qu¨¦ ser un callej¨®n sin salida para el amante ni el amado. La estrategia conceptual que emplea para lograrlo consiste en derribar el muro entre la pasi¨®n er¨®tica y la pasi¨®n de la veneraci¨®n como las que se manifiestan en los cultos a la Virgen, tan importantes en el sur de Europa y Latinoam¨¦rica, con su fuerte sustrato arcaico, precristiano en el primer caso y precolombino en el segundo. (Como deja claro la descripci¨®n que hace de ella su enamorado, Delgadina tiene algo de la ferocidad de una diosa virgen arcaica: "La nariz altiva, las cejas encontradas, los labios intensos... un tierno toro de lidia".)

Cuando aceptamos la continuidad entre la pasi¨®n del deseo sexual y la de la veneraci¨®n, lo que comienza siendo "mal" deseo, como el que lleva a la pr¨¢ctica Florentino Ariza con su pupila, puede transformarse, sin alterar su esencia, en deseo "bueno" como el que siente el amante de Delgadina, hasta el punto de que constituye el germen de su nueva vida. En otras palabras, Memoria de mis putas tristes resulta comprensible, sobre todo, como complemento a El amor en los tiempos del c¨®lera, un anexo en el que ha violado la confianza de la virgen ni?a pasa a ser su fiel adorador.

Cuando Rosa oye que llama a su empleada de 14 a?os Delgadina, se sorprende y trata de decir a su cliente el aburrido nombre real de la ni?a. Pero ¨¦l no quiere escuchar, como tampoco quiere que hable la chica. Cuando Delgadina reaparece, tras su larga ausencia del burdel, cubierta de maquillaje y joyas desconocidas, el viejo se indigna: no s¨®lo le ha traicionado a ¨¦l, sino a s¨ª misma. En ambos incidentes vemos que pretende imponer a la ni?a una identidad inmutable, la identidad de una princesa virgen.

La inflexibilidad del viejo, su insistencia en que su amada se atenga a la forma en la que la ha idealizado, tiene un precedente majestuoso en la literatura hisp¨¢nica. Fiel a la norma de que todo caballero andante debe tener una dama a la que dedicar sus haza?as, el anciano que adopta el nombre de Don Quijote se declara servidor de la se?ora Dulcinea del Toboso. La se?ora Dulcinea tiene una vaga relaci¨®n con una joven campesina de la aldea del Toboso en la que Don Quijote se ha fijado alguna vez, pero es, fundamentalmente, una figura imaginaria que ¨¦l inventa, del mismo modo que se inventa a s¨ª mismo.

El libro de Cervantes comienza como una parodia de las novelas de caballer¨ªas, pero se transforma en algo m¨¢s interesante: una exploraci¨®n de la misteriosa capacidad del ideal para resistir pese a las decepciones que supone afrontar la realidad. La vuelta a la cordura de don Quijote al final del libro, su abandono del mundo ideal que tan esforzadamente ha tratado de habitar, el regreso al mundo real de sus detractores, provoca consternaci¨®n en todos los que le rodean, incluido el lector. ?Es eso lo que verdaderamente deseamos, renunciar al mundo de la imaginaci¨®n y conformarnos con el tedio de la vida en un p¨¢ramo rural de Castilla?

El lector de Don Quijote no puede estar nunca seguro de si el h¨¦roe de Cervantes es un loco aquejado de delirios, si, por el contrario, est¨¢ desempe?ando conscientemente un papel -viviendo su vida como una novela-, o si su mente oscila entre estados de locura y consciencia. Desde luego, hay momentos en los que Don Quijote parece afirmar que la dedicaci¨®n a una vida de servicio hace que uno sea mejor persona, independientemente de que ese servicio sea imaginario. "Despu¨¦s que soy caballero andante", dice, "soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cort¨¦s, atrevido, blando, paciente, sufridor". Aunque se pueden tener reservas sobre si ha sido tan valiente, comedido, etc¨¦tera, como dice, no es posible ignorar la compleja declaraci¨®n que hace sobre el poder de un sue?o para afianzar nuestra vida moral, ni negar que, desde el d¨ªa en el que Alonso Quijano asumi¨® su identidad caballeresca, el mundo ha sido un lugar mejor; o, si no mejor, al menos m¨¢s interesante y animado.

Don Quijote parece un tipo extra?o a primera vista, pero casi todos los que entran en contacto con ¨¦l acaban medio convertidos a su forma de pensar y, por consiguiente, tambi¨¦n medio quijotes. Si hay una lecci¨®n que ense?a es que, para contar con un mundo mejor y m¨¢s animado, podr¨ªa no ser mala idea la de cultivar en uno mismo cierta capacidad de disociaci¨®n, no necesariamente bajo control consciente, aunque eso pueda hacer creer a las personas ajenas que uno sufre de delirios intermitentes.

Las conversaciones entre don Quijote y el duque y la duquesa en la segunda mitad de la novela examinan con detalle lo que significa dedicar todas las energ¨ªas a vivir una vida ideal y, por tanto, tal vez irreal (fant¨¢stica, ficticia). La duquesa hace la pregunta esencial en tono educado pero firme. ?No es cierto que Dulcinea "no es en el mundo, sino que es dama fant¨¢stica, y que vuesa merced [es decir, Don Quijote] la engendr¨® y pari¨® en su entendimiento?".

"Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo", replica Don Quijote, "o si es fant¨¢stica o no es fant¨¢stica; y ¨¦stas no son de las cosas cuya averiguaci¨®n se ha de llevar hasta el cabo, ni yo engendr¨¦ ni par¨ª a mi se?ora...".

La extraordinaria cautela de la respuesta de Don Quijote es prueba de que tiene un conocimiento nada superficial del largo debate sobre la naturaleza del ser, desde los presocr¨¢ticos hasta Tom¨¢s de Aquino. Incluso contando con la posibilidad de una iron¨ªa por parte del autor, Don Quijote parece estar sugiriendo que, si aceptamos la superioridad ¨¦tica de un mundo en el que la gente act¨²a por sus ideales sobre un mundo en el que la gente act¨²a por sus intereses, es f¨¢cil posponer o barrer bajo la alfombra inc¨®modas preguntas ontol¨®gicas como la de la duquesa.

El esp¨ªritu de Cervantes est¨¢ muy arraigado en la literatura espa?ola. No es dif¨ªcil ver, en la transformaci¨®n de la joven obrera an¨®nima en la virgen Delgadina, el mismo proceso de idealizaci¨®n por el que la campesina del Toboso se convierte en la se?ora Dulcinea; o, en la preferencia del h¨¦roe de Garc¨ªa M¨¢rquez por que el objeto de su amor permanezca inconsciente y en silencio, la misma repugnancia respecto al mundo real que mantiene a Don Quijote a una distancia segura de su se?ora. Igual que Don Quijote puede declarar que es mejor persona por servir a una mujer que desconoce su existencia, el viejo de Memoria de mis putas tristes puede afirmar que ha llegado al umbral de "por fin la vida real" gracias a haber aprendido a amar a una adolescente a la que verdaderamente no conoce y que, desde luego, no le conoce a ¨¦l. (El momento m¨¢s t¨ªpicamente cervantino de la Memoria se produce cuando su autor logra ver la bicicleta que usa -o dicen que usa- su amada para ir al trabajo y, en ese objeto aut¨¦ntico, halla "prueba tangible" de que la chica con el nombre de cuento de hadas, cuya cama comparte todas las noches, "existe en la vida real".)

En su autobiograf¨ªa Vivir para contarla, Garc¨ªa M¨¢rquez narra la historia de c¨®mo escribi¨® su primera obra larga, la novela Tormenta de hojas (1955). Despu¨¦s de acabar -eso cre¨ªa- el manuscrito, se lo mostr¨® a su amigo Gustavo Ibarra, que, para su desolaci¨®n, le indic¨® que la situaci¨®n dram¨¢tica -la lucha para enterrar a un hombre pese a la resistencia de las autoridades, civiles y eclesi¨¢sticas- estaba sacada de la Ant¨ªgona de S¨®focles. Garc¨ªa M¨¢rquez reley¨® Ant¨ªgona "con una extra?a mezcla de orgullo por haber coincidido de buena fe con un autor tan grande, y pena por la verg¨¹enza p¨²blica del plagio". Antes de publicar el manuscrito, lo revis¨® por completo y a?adi¨® un ep¨ªgrafe de S¨®focles para dejar clara su deuda.

S¨®focles no es el ¨²nico escritor que dej¨® huella en Garc¨ªa M¨¢rquez. Sus primeras obras de ficci¨®n llevan la impronta de William Faulkner hasta tal punto que se le puede llamar con justicia su disc¨ªpulo m¨¢s devoto.

En el caso de Memoria..., la deuda con Yasunari Kawabata, que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1968, es muy visible. En 1982, Garc¨ªa M¨¢rquez escribi¨® un relato, El avi¨®n de la bella durmiente, en el que se alude a Kawabata de manera espec¨ªfica. Sentado en la primera clase de un avi¨®n que atraviesa el Atl¨¢ntico, junto a una mujer de extraordinaria belleza que duerme durante todo el trayecto, el narrador de Garc¨ªa M¨¢rquez recuerda una novela de Kawabata sobre viejos que pagan para pasar la noche con chicas dormidas y drogadas. Como obra de ficci¨®n, La bella durmiente est¨¢ sin desarrollar, no es m¨¢s que un esbozo. Tal vez ¨¦se es el motivo de que Garc¨ªa M¨¢rquez se sienta con libertad para reutilizar la situaci¨®n de partida -el admirador ya no tan joven junto a la adolescente dormida- en Memoria de mis putas tristes.

En La casa de las bellas durmientes, de Kawabata (1961), un hombre al borde de la ancianidad, Yoshio Eguchi, acude a una alcahueta que proporciona chicas drogadas a hombres de gustos peculiares. Durante cierto tiempo, pasa las noches con varias de esas chicas. Las normas de la casa que proh¨ªben la penetraci¨®n sexual son superfluas, porque casi todos los clientes son viejos e impotentes. Pero Eguchi -como no deja de recordarse a s¨ª mismo- no es ninguna de las dos cosas. Coquetea con la idea de infringir las normas, violar a una de las chicas, dejarla embarazada, incluso asfixiarla, como forma de demostrar su virilidad y su desaf¨ªo a un mundo que trata a los ancianos como si fueran ni?os. Al mismo tiempo, tambi¨¦n le atrae la idea de tomar una sobredosis y morir en brazos de una virgen.

La novelita de Kawabata es un estudio sobre la actividad er¨®tica en la mente de un sensualista intenso y consciente de s¨ª mismo, tremendamente -tal vez morbosamente- sensible a los olores y fragancias y a los matices del tacto, absorbido por la singularidad f¨ªsica de las mujeres con las que tiene relaciones ¨ªntimas, propenso a dar vueltas a im¨¢genes de su pasado sexual, sin temor a afrontar la posibilidad de que la atracci¨®n que siente por las mujeres j¨®venes pueda ser una forma de ocultar el deseo hacia sus propias hijas, o de que su obsesi¨®n por los pechos femeninos pueda tener su origen en recuerdos infantiles.

Sobre todo, el cuarto aislado, con s¨®lo una cama y un cuerpo vivo que puede manejar o maltratar, dentro de unos l¨ªmites, a su gusto, sin testigos y, por tanto, sin riesgo de sentirse avergonzado, constituye un teatro en el que Eguchi puede verse tal como verdaderamente es, viejo, feo y cercano a la muerte. Sus noches con las chicas an¨®nimas est¨¢n llenas de melancol¨ªa m¨¢s que de alegr¨ªa, de remordimientos y angustia m¨¢s que de placer f¨ªsico: "La fea senilidad de los tristes hombres que ven¨ªan a esta casa no estaba a muchos a?os de distancia del propio Eguchi. La inconmensurable amplitud del sexo, su profundidad insondable: ?qu¨¦ parte hab¨ªa conocido Eguchi en sus 67 a?os? Y en torno a los viejos, nac¨ªa sin cesar carne nueva, carne joven, carne bella. ?No estaban los anhelos de los tristes viejos por el sue?o inacabado, las lamentaciones por los d¨ªas perdidos sin haberlos tenido jam¨¢s, ocultos en el secreto de esta casa?".

Garc¨ªa M¨¢rquez, m¨¢s que imitar a Kawabata, le da respuesta. Su h¨¦roe tiene un temperamento muy distinto al de Eguchi, una sensualidad menos compleja, es menos introspectivo, menos explorador, menos poeta. Pero lo que da la verdadera medida de la distancia entre Garc¨ªa M¨¢rquez y Kawabata es lo que ocurre en la cama en cada una de las casas secretas. Cuando est¨¢ en la cama con Delgadina, el viejo de Garc¨ªa M¨¢rquez halla una alegr¨ªa nueva y exaltadora. En cambio, Eguchi se siente frustrado constantemente por el misterio de que unos cuerpos femeninos inconscientes, que pueden comprarse por horas y cuyos miembros desmadejados y de mu?eca pueden utilizarse a gusto del cliente, sean capaces de ejercer tal poder sobre ¨¦l que le hacen volver una y otra vez a la casa.

La pregunta en relaci¨®n con todas las bellas durmientes es, por supuesto, qu¨¦ ocurre cuando se despiertan. En el libro de Kawabata no hay, simb¨®licamente hablando, ning¨²n despertar; la sexta y ¨²ltima de las j¨®venes de Eguchi muere a su lado, envenenada por la droga con la que la hab¨ªan dormido. En Garc¨ªa M¨¢rquez, por el contrario, da la impresi¨®n de que Delgadina ha absorbido a trav¨¦s de la piel todas las atenciones que se le prestan y que est¨¢ a punto de despertarse, dispuesta a corresponder el sentimiento de su enamorado.

En otras palabras, la versi¨®n que hace Garc¨ªa M¨¢rquez de la historia de la bella durmiente es mucho m¨¢s risue?a que la de Kawabata. Es m¨¢s, su brusco final parece indicar que cierra deliberadamente los ojos a la pregunta sobre el futuro de cualquier anciano enamorado de una joven, una vez que la amada puede bajar de su pedestal de diosa. Cervantes hace que su protagonista visite la aldea del Toboso y se postre de rodillas ante una joven a la que ha escogido, casi al azar, para encarnar a Dulcinea. La recompensa que recibe por sus esfuerzos es una sarta de insultos campesinos aderezados con el olor de cebollas crudas, y deja el lugar confuso y desconcertado.

No est¨¢ claro que la peque?a f¨¢bula de redenci¨®n de Garc¨ªa M¨¢rquez tenga la suficiente solidez como para aguantar una conclusi¨®n de este tipo. Garc¨ªa M¨¢rquez podr¨ªa fijarse tambi¨¦n en el Cuento del mercader, la sard¨®nica historia de un matrimonio intergeneracional en los Cuentos de Canterbury de Chaucer, y sobre todo en la escena de la pareja a la luz del amanecer, tras los esfuerzos de la noche de bodas, el marido de edad avanzada sentado en la cama, con su gorro de dormir, la piel fl¨¢cida del cuello temblorosa, y la joven esposa a su lado, consumida de irritaci¨®n y repugnancia.

Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.

El escritor Garc¨ªa M¨¢rquez, en Cartagena de Indias el pasado marzo.
El escritor Garc¨ªa M¨¢rquez, en Cartagena de Indias el pasado marzo.ASSOCIATED PRESS
J. M. Coetzee rastrea la obra y los personajes de Garc¨ªa M¨¢rquez.
J. M. Coetzee rastrea la obra y los personajes de Garc¨ªa M¨¢rquez.CORDON PRESS

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