Buenas noches y buena suerte
Apunta la autora que afirmar determinados derechos antes no reconocidos es el punto de partida para poder exigir luego su respeto
Despu¨¦s de ver la pel¨ªcula Buenos noches y buena suerte y de comprobar, entre otras cosas, la cantidad de humo de cigarrillos que se puede ver (y hasta casi inhalar) a lo largo de la proyecci¨®n, me qued¨¦ con las ganas de saber de qu¨¦ enfermedad, a qu¨¦ edad y con qu¨¦ sufrimiento muri¨® ese gran periodista, Ed Murrow, protagonista de la historia, que fumaba sin tregua ni descanso.
Esta es una curiosidad que seguro comparto con otras muchas personas que todav¨ªa sentimos nostalgia por algo que tuvimos que dejar de consumir, el tabaco. Pero hay tambi¨¦n otra reflexi¨®n que, como economista, me hice al salir del cine. La reflexi¨®n es inmediata, pero tiene un argumento que puede ampliarse, y que se refiere a los cambios en los derechos de propiedad que la pel¨ªcula refleja.
El cambio clim¨¢tico est¨¢ ocurriendo porque no hab¨ªa (ni hay)derechos de propiedad definidos sobre la atm¨®sfera
La comparaci¨®n entre lo que ocurr¨ªa en la ¨¦poca en la que acontec¨ªan los hechos que se describen en ella y el momento presente deja bien claro el impresionante cambio que la pol¨ªtica activa de los gobiernos ha ocasionado en lo que podr¨ªamos llamar derechos de propiedad sobre el aire puro en un aspecto concreto: el humo provocado por el tabaco.
En los a?os cincuenta, cuando el senador J. R. McCarthy desarrollaba la cruzada contra todo lo que, para ¨¦l y sus amigos, tuviera alg¨²n asomo de ideolog¨ªa comunista, estaba claro que los derechos de propiedad estaban en poder de los fumadores. La calidad del aire que se respiraba en el lugar de trabajo, por citar un espacio en el que todos pasamos muchas horas, la determinaban los que fumaban, porque se les reconoc¨ªa, impl¨ªcitamente, el derecho de hacer lo que quisieran en relaci¨®n a su gusto, vicio o afici¨®n. Pod¨ªan fumar, emitir humo, molestar a los no fumadores; y a ¨¦stos ni siquiera se les pasaba por la cabeza que pudieran protestar por tener que trabajar en un ambiente cargado y molesto.
La pol¨ªtica desarrollada por muchos gobiernos ha ido, a lo largo de los a?os, alterando el sentido de estos derechos. En la actualidad los derechos de propiedad los tienen, los tenemos, los no fumadores. Somos nosotros los que podemos exigir respirar aire puro en los lugares de trabajo y en muchos lugares p¨²blicos, y son los fumadores los que se ven abocados a fumar en la calle o en zonas privadas propias, porque en las ajenas pueden verse obligados a pedir autorizaci¨®n para hacerlo.
A lo largo de los a?os, la informaci¨®n generada acerca del da?o que el humo ocasiona sobre la salud, la transmisi¨®n de esta informaci¨®n y, sobre todo, las pol¨ªticas activas que se han ido poniendo en marcha -zonas exclusivas para fumadores, impuestos sobre el tabaco, prohibici¨®n en la publicidad de este producto- han alterado el marco. Tampoco podemos olvidar las numerosas demandas interpuestas contra los fabricantes por aquellos que han sufrido los da?os que el tabaco ocasiona.
El cambio en derechos lo hemos asumido de forma bastante natural y, sin embargo, es revolucionario. Tambi¨¦n es cierto que esta asunci¨®n ha exigido mucho tiempo.
Esta reflexi¨®n se extiende a otras muchas ¨¢reas de la vida, y en particular a muchos problemas ambientales a los que nos toca enfrentarnos en el presente. No todos, pero s¨ª muchos de estos problemas se han producido por la falta de unos derechos de propiedad bien definidos.
El ejemplo m¨¢s obvio es el del cambio clim¨¢tico. Lo tenemos y lo hemos provocado entre, sobre todo, los pa¨ªses desarrollados, porque no hab¨ªa (ni hay) derechos de propiedad definidos sobre la atm¨®sfera. La falta de esta asignaci¨®n, dif¨ªcil de hacer por otra parte, ha ocasionado el problema e influye en la dificultad de solucionarlo. No olvido que hay otras muchas razones; la naturaleza de mal global, que incentiva a los agentes y a los pa¨ªses a comportarse como polizones sin billete (free riders) es una raz¨®n importante a tener en cuenta. Pero este comportamiento podr¨ªa verse como una consecuencia de la imposibilidad real de definir con precisi¨®n los derechos de propiedad. Existen bienes en el mundo, y muchos de ellos son activos ambientales, que re¨²nen las caracter¨ªsticas de "no rivalidad en el consumo" (todos consumimos la misma cantidad una vez que ¨¦sta est¨¢ disponible) y "no exclusi¨®n" (es imposible o muy costoso excluir a alguien del uso y disfrute de los mismos).
Poco a poco, como en el ejemplo de los fumadores y tambi¨¦n en el caso del cambio clim¨¢tico, si se consigue que la informaci¨®n que se genera con la investigaci¨®n se propague r¨¢pido y bien y las pol¨ªticas de los gobiernos comiencen a cobrar cuerpo y sustancia, se cambiar¨¢ la percepci¨®n acerca de qui¨¦n tiene derecho a qu¨¦. ?Tenemos derecho los ciudadanos a exigir que el clima de la tierra se mantenga sin alteraciones y, por tanto, el protocolo de Kyoto o una pol¨ªtica semejante sea ratificada por todos los pa¨ªses? ?Tenemos derecho a exigir que los pa¨ªses que m¨¢s influyen en la creaci¨®n del efecto invernadero act¨²en en un plazo determinado, ya que el problema presenta irreversibilidades que necesariamente hay que tener en cuenta?
Visto lo ocurrido en otros ¨¢mbitos (el que he mencionado al principio de estas l¨ªneas es s¨®lo un ejemplo), no parece arriesgado manifestar que, en un plazo no muy largo, la informaci¨®n y transmisi¨®n de datos, as¨ª como las pol¨ªticas que los gobiernos vayan poniendo en pr¨¢ctica, acabaran por definir los derechos de propiedad. Y lo har¨¢n de forma tal que los que preferimos que el clima de la tierra no se malogre, aunque haya que pagar alg¨²n precio en t¨¦rminos de PIB y de renta) por conseguirlo, tendremos el derecho a exigirlo. Qu¨¦ duda cabe de que se trata de lograr este objetivo incurriendo en el menor coste posible y que, para ello, no cualquier soluci¨®n es v¨¢lida. Pero ¨¦sta es otra reflexi¨®n que la pel¨ªcula que da t¨ªtulo a este art¨ªculo no contempla. Tampoco era su objetivo.
M? Carmen Gallastegui es catedr¨¢tica de Econom¨ªa de la UPV y Premio Euskadi de Investigaci¨®n 2005.
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