'Aunque usted no lo crea'
"Aunque usted no lo crea, por Ripley". Banalidades para el asombro que nos acompa?aron desde la infancia en los peri¨®dicos, al lado de las tiras c¨®micas y los crucigramas: todo lo inusitado, lo que romp¨ªa la l¨®gica, lo que era de extra?ar; desde la estatura descomunal de una persona a su longeva edad, m¨¢s terneros de dos cabezas, una papa de una arroba de peso, el silbido m¨¢s prolongado del mundo, alguien capaz de dormir una semana continua, o comerse cien hamburguesas, o el faquir con m¨¢s horas sin comer.
Hoy, no se trata de Robert Ripley, el eterno viajante que comenz¨® a acumular su interminable listado de proezas y rarezas desde el a?o 1917 hasta su muerte. Ripley es una cadena de tiendas de Chile, que vende ropa juvenil, y que el mes pasado hizo publicar en los diarios de Santiago un lujoso cat¨¢logo donde se ense?an jeans de afamadas marcas internacionales, para hombres y mujeres. Nada de raro hasta aqu¨ª que sea digno del otro Ripley. S¨®lo que el cat¨¢logo ven¨ªa ilustrado con fotograf¨ªas de modelos en poses de tortura. En Chile, donde la historia y calidad de las torturas fueron dignas de Ripley.
Tengo a la vista el cat¨¢logo. Tres efigies de j¨®venes encapuchados, dos mujeres y un hombre, miran hacia lo alto donde asoman colgando gruesas cuerdas con un lazo capaz de sostener las mu?ecas de un ser humano. En la siguiente las cuerdas han recibido uso. En primer plano cuelgan las extremidades de una efigie masculina; muy atr¨¢s vuela, como en trapecio, una efigie femenina amarrada de las manos, y a la derecha, otra vez en primer plano, nos hallamos con la figura desafiante, y por supuesto bella, de una mujer que parodia la arrogancia cruel de los torturadores mientras cumplen su oficio.
En la siguiente, una pareja, hombre y mujer, que cuelga del artesonado del techo encadenados patas arriba, se toman de las manos sin que podamos ver sus rostros porque quedan cortados fuera del marco de la foto. Hay otra en que tres efigies cuelgan de una sola mano en pose de descoyuntados, mientras detr¨¢s brilla potente la luz de un foco de aquellos preferidos por los interrogadores. El foco que nunca se apagaba.
Y hay mucho m¨¢s. Pero en todas las fotos el ambiente que los artistas de la publicidad han querido conseguir es el de la lobreguez y el desamparo de las celdas soterradas, aquellas de donde tantos no lograron nunca salir. Paredes h¨²medas, ambiente f¨¦tido, luz artificial Y por supuesto, todos los modelos del cat¨¢logo visten de jeans. Rotos, deste?idos, estrafalarios, como quiere la moda.
Vi por primera vez estas fotograf¨ªas cuando asist¨ª recientemente a un encuentro sobre cultura y pol¨ªtica en Am¨¦rica Latina organizado por la Universidad de Miami, y la doctora Rossana Reguillo, del Instituto de Estudios Superiores de Occidente, de M¨¦xico, las hizo circular alrededor de la mesa del debate para ilustrar su ponencia sobre la cultura del miedo, una presentaci¨®n, por dem¨¢s, fascinante. Hoy, las he cazado en la Red para bajarlas a mi pantalla.
El miedo. ?Qu¨¦ se ha roto en todos nosotros a la vuelta del nuevo milenio, o cu¨¢les son las cuerdas maestras que otros tratan de romper en nosotros? Bajo el reinado de la propaganda, cuando todas las aguas deben ir a dar al r¨ªo insaciable del marketing, los gur¨²s de la publicidad, que sacan lustre a sus cerebros para proponer a sus clientes las ideas que parezcan m¨¢s atrevidas, descienden hacia nuestros instintos m¨¢s profundos, y no hay otro instinto m¨¢s primigenio que el miedo. Buscan trastocar esos instintos y clonarlos. Darles otro sentido, o hacer que parezcan inofensivos.
El miedo a la tortura. A ser colgado de los pies, al palo de arar¨¢, pies y manos juntos, al balanceo infernal del cuerpo que pende de cadenas, al chuzazo el¨¦ctrico en las costillas, a la tenaza en los test¨ªculos, las quemaduras con cigarrillos encendidos en los pechos, a la penetraci¨®n con tubos de hierro, a la luz candente de los focos que deslumbran hasta la ceguera. En las fotos del cat¨¢logo de ropa exclusiva, que brillan con el lustre del papel satinado en sus colores sombr¨ªos, el miedo nos desaf¨ªa en su pretensi¨®n de volverse banal. No es la tortura como un hecho de la historia que a¨²n supura sus terrores como una herida mal curada, sino una sombra vana y mentirosa. Recuerdos inofensivos, o sombras de la imaginaci¨®n.
El ser humano se halla cada vez m¨¢s solo y la publicidad va a cazarlo en su cueva para presentarle un mundo diferente al mundo real, el que est¨¢ en la historia pasada y no deja de estar nunca en las posibilidades de la historia presente. Hay que vestirse con osad¨ªa, como los figurines que cuelgan de cabeza de las cadenas en los s¨®tanos policiacos. Ellos son la parodia de sal¨®n de los torturados verdaderos, y la capucha a la que sol¨ªan poner cal viva es s¨®lo un adorno de pasarela, como los potros, las picanas, los fuetes, las salas de dentister¨ªa para taladrar dientes en vivo, son s¨®lo un decorado.
Los cat¨¢logos fueron retirados de circulaci¨®n por la cadena de tiendas ante la avalancha de protestas de las organizaciones de derechos humanos, pero a lo mejor era algo previsto en la estrategia publicitaria. Un tratamiento de choque, un golpe de corriente como el de las picanas el¨¦ctricas de las salas de tortura y luego las fotos desaparecen de los ojos de todos dejando su recuerdo perverso. Y el recuerdo de una marca de jeans.
Sergio Ram¨ªrez es escritor nicarag¨¹ense
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