El h¨¦roe enfebrecido
A Vicente Aranda, consumado adaptador a la pantalla de obras ajenas, apenas le interesan los centenares de villas, ciudades y castillos que el valiente palad¨ªn de Tirant el Blanc conquist¨® a lo largo de una vida de andanzas militares -de hecho, centra toda la peripecia en unas pocas p¨¢ginas del libro, en la estancia del h¨¦roe en tierras de Constantinopla y sus servicios al emperador de Bizancio-, ni sus denodados esfuerzos por derrotar al infiel musulm¨¢n.
Es m¨¢s: si algo no parece ocupar en absoluto el inter¨¦s de Aranda es justamente el hacer de su pel¨ªcula una propuesta espectacular, al modo que lo es, por ejemplo, El reino de los cielos, de Ridley Scott, que en algo se parece al filme de Aranda: por ah¨ª no van los tiros, aunque alg¨²n espectador amante de este tipo de cine pueda reproch¨¢rselo. De hecho, la ¨²nica batalla que vemos se difumina en unos efectos pl¨¢sticos que hacen de los combatientes pr¨¢cticamente figuras evanescentes, para pasar, sin soluci¨®n de continuidad, al recuento de cad¨¢veres.
TIRANTE EL BLANCO
Direcci¨®n: Vicente Aranda. Int¨¦rpretes: Caspar Zafer, Esther Nubiola, Leonor Watling, Ingrid Rubio, Victoria Abril, Charlie Cox, Giancarlo Giannini. G¨¦nero: drama hist¨®rico, Espa?a-Gran Breta?a, 2006. Duraci¨®n: 135 minutos.
Tampoco el enfrentamiento entre Tirante y el Gran Turco, casi una parodia del momento estelar de cualquier filme sobre el Medioevo, que Aranda despacha con acelerada prontitud, no poca iron¨ªa, y a otra cosa. Y esa "otra cosa" es justamente lo que interesa al director: poner el acento en los aspectos er¨®ticos que la inmensa novela proporciona en b¨ªblica abundancia.
No es casual, por tanto, que Aranda hable de "vodevil medieval" para referirse al filme: a la postre, con el juego de intrigas palaciegas en las que se mezcla lo directamente sexual con los nada sutiles juegos de poder por el vacilante trono de Constantinopla, su imaginario ex¨®tico y el constante vuelo de enaguas y vestidos que jalonan su desarrollo, Tirante el Blanco es mucho m¨¢s un filme galante actualizado a los modos de puesta en escena contempor¨¢neos que cualquier otra cosa; y un filme galante, adem¨¢s, que funciona perfectamente bien como artefacto de equ¨ªvocos, como, justamente eso, un vodevil de corte inspirado y jocoso. Juego de apariencias, enfrentamiento entre un amor idealista y enfebrecido (el de Tirante por la joven princesa Carmesina) y el erotismo que invade todo el espacio en el que se mueven las numerosas mujeres de la trama, el filme termina por constituir un gozoso elogio de la carnalidad por encima de las artes de la guerra.
Y es justamente ese aspecto de la pel¨ªcula lo que m¨¢s interesa: que en tiempos de nuevos enfrentamientos entre moros y cristianos, Aranda se permita pasar ol¨ªmpicamente del imaginario guerrero que presid¨ªa la operaci¨®n reivindicativa emprendida por Martorell cuando escribi¨® el Tirant, para centrarse en las delicias de la carne. Es ¨¦sta la apuesta m¨¢s inteligente que se puede hacer contra el "choque de civilizaciones" y zarandajas por el estilo. Conviene ver este Tirante el Blanco por inteligente, por astuto, por bien hecho (?esas ambientaciones, esa hermosa partitura de Pepe Nieto, ese incomparable vestuario de Yvonne Blake, de los mejores de su carrera!): porque es, en definitiva, la obra de un veterano director en el apogeo de su talento.
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