De fiesta popular a rebeli¨®n militar
No hay mejor manera de adentrarse en el vasto campo de la Rep¨²blica espa?ola que la de sentir el aire de los tiempos, la sensaci¨®n de lo entonces vivido, la fiesta popular que fue su origen, con todas las expectativas a flor de piel. Henry Buckley, un cat¨®lico liberal -brit¨¢nico, naturalmente-, es una estupenda compa?¨ªa para el comienzo de este viaje. Lleg¨® a Espa?a con apenas 21 a?os, a tiempo de ver todav¨ªa a Primo de Rivera sujetando el trono; la abandon¨® con los exiliados que salieron por Catalu?a huyendo del avance franquista. Vino pensando encontrar el pa¨ªs rom¨¢ntico, con los j¨®venes pelando la pava al son de guitarras sobre un fondo de naranjos o limoneros; se encontr¨® un erial ante la vista y a dos frailes sebosos y malolientes de compa?eros de viaje. Al emprender camino a la frontera, una amarga pregunta le ronda la cabeza: ?qu¨¦ partido habr¨ªa tomado Cristo en aquella contienda? Buen creyente, no se pod¨ªa imaginar a Cristo del lado del poder y del dinero.
La explosi¨®n de expectativas alumbrada por la Rep¨²blica ven¨ªa pre?ada de potenciales conflictos
Pero no estamos todav¨ªa al final: Buckley acaba de entrar en Espa?a y asiste desde el mes de enero de 1930 al "ataque final contra el feudalismo". Hubiera podido asistir adem¨¢s a otras cosas. Por ejemplo, a lo que Enric Satu¨¦ llama a?os del dise?o, cuando las creaciones de la vanguardia art¨ªstica espa?ola se hacen de dominio p¨²blico y de uso cotidiano, como muestra la espl¨¦ndida colecci¨®n de anuncios, envases, logotipos y toda clase de objetos recogidos en este volumen. A?os tambi¨¦n de v¨ªsperas a los que Jos¨¦-Carlos Mainer dedica un austral que revela su maestr¨ªa en la reconstrucci¨®n de procesos culturales y en el manejo del detalle. Las ciudades -Madrid y Barcelona, pero tambi¨¦n Valencia, Zaragoza, Tenerife, M¨¢laga...- atraviesan un momento de densidad cultural en el que suenan fuertes las voces j¨®venes que exploran nuevos caminos tras la p¨¦rdida de la inocencia vanguardista: un nuevo tipo de intelectual irrumpe en escena, que somete su libertad individual a la necesidad hist¨®rica en una singular mezcla, dice Mainer, de masoquismo y jactancia, de certidumbre y renunciaciones.
En ese mundo que alumbra, las
mujeres rompen las barreras que les impiden acceder a los derechos pol¨ªticos. En las elecciones a Constituyentes s¨®lo dispusieron de voto pasivo: pod¨ªan ser elegidas pero no electoras. Para conquistar esta posici¨®n en un espacio pol¨ªtico ancestralmente masculino, Clara Campoamor -recuerda Ana Aguado en su contribuci¨®n a Rep¨²blica y republicanas- respondi¨® con un argumento inapelable a las reticencias de no pocos socialistas y republicanos de izquierda que tem¨ªan el poder de los cl¨¦rigos sobre la voluntad de las mujeres: la ¨²nica manera de madurar en el ejercicio de la libertad es caminar dentro de ella, argumento por cierto compartido por Aza?a cuando escribi¨®: tiene raz¨®n la Campoamor: es una atrocidad negar el voto a las mujeres. No deja de ser tambi¨¦n un signo de los tiempos que, como estudia R¨¦gine Illion, fueran asociaciones cat¨®licas de mujeres las m¨¢s activas a la hora de montar campa?as de movilizaci¨®n electoral.
Tiempos tambi¨¦n de extraordinaria vitalidad period¨ªstica, aunque no aparezca ninguna mujer en la amplia antolog¨ªa de piezas de periodismo literario sobre cuestiones pol¨ªticas compiladas por Javier Guti¨¦rrez Palacio. Ausencia llamativa que no puede atribuirse del todo a unos criterios de selecci¨®n que excluyen incomprensiblemente a peri¨®dicos, llamados de provincias, de tanta solera como La Vanguardia, Faro de Vigo o El Norte de Castilla. Es l¨¢stima porque el inter¨¦s de la propuesta, y la calidad y variedad de los art¨ªculos seleccionados, se habr¨ªa incrementado si otros peri¨®dicos y otras gentes -como Josep Pla, Gaziel, Josefina Carabias, Federica Montseny o Manuel Chaves Nogales- hubieran encontrado un hueco por el que asomar su pluma. La Rep¨²blica era, en los a?os treinta, mucho m¨¢s que Madrid y quienes escrib¨ªan en peri¨®dicos y revistas no eran s¨®lo hombres.
En todo caso, la lectura de lo que se escrib¨ªa en los peri¨®dicos revela enseguida que aquella explosi¨®n de expectativas alumbrada por la Rep¨²blica ven¨ªa pre?ada de potenciales conflictos. "?Y Madrid? ?Qu¨¦ hace Madrid?", fue la inquietante pregunta que se hicieron muchos socialistas en los d¨ªas de octubre de 1934 porque, como Sandra Souto demuestra, si la convocatoria a la huelga general tuvo un seguimiento masivo, la acci¨®n insurreccional puso de manifiesto la debilidad de las milicias. Demasiado encorsetado en la teor¨ªa de la acci¨®n colectiva, el libro de Souto, formidable por la riqueza de la documentaci¨®n y por su logrado intento de abarcar todo Madrid, campo y ciudad, llega sin embargo a la discutible conclusi¨®n de definir los sucesos de octubre como una acci¨®n colectiva insurreccional que intentaba seguir el modelo revolucionario bolchevique. Huelga general, milicias urbanas y soldados fuera de los cuarteles evocan m¨¢s la tradici¨®n insurreccional espa?ola que la conquista del poder por una vanguardia revolucionaria, aunque en el discurso se marxistizara -como luego dir¨¢ Araquist¨¢in- un poco. La huelga fue general pero la revoluci¨®n -o lo que fuera aquella irresponsable llamada de "atenci¨®n al disco rojo"- fue aplastada sin mayor dificultad que la surgida en tierras asturianas, donde una alianza sindical obrera ofreci¨® mayor resistencia al ej¨¦rcito que los l¨ªderes sindicales encerrados en sus casas de Madrid o los peque?os burgueses asomados al balc¨®n de la Generalitat. Pero los hechos de octubre demostraron que, desde fuera, la Rep¨²blica no ser¨ªa f¨¢cilmente destruida: ni fascistas ni bolcheviques estaban en condiciones de intentarlo. Lo que vino a?o y medio despu¨¦s ?fue el colapso o m¨¢s bien la derrota de una Rep¨²blica asaltada desde dentro por generales que traicionaron su juramento de fidelidad al r¨¦gimen?
El argumento resucitado por
Stanley Payne es que la Rep¨²blica colaps¨® y que de ah¨ª vino el golpe. Pero tan colapsada no deb¨ªa de estar cuando resisti¨® casi tres a?os la embestida de unos generales rebeldes masivamente apoyados por Alemania e Italia. Un colapso -dice Payne- que se habr¨ªa gestado en la concepci¨®n patrimonial de la Rep¨²blica por los republicanos, en la flagrante violaci¨®n por ¨¦stos de los procedimientos democr¨¢ticos y en la violencia desatada en la primavera de 1936 ante su pasividad, cuando no su complicidad, puesto que, seg¨²n afirma, las autoridades republicanas renunciaron a reprimir a los revolucionarios con los que hab¨ªan formado la coalici¨®n que les llev¨® al poder. Los datos de asesinatos, quemas de iglesias, incautaciones de propiedades y dem¨¢s que ya entonces se esgrimieron en los debates parlamentarios vuelven ahora con la expl¨ªcita intenci¨®n de cargar sobre los mismos republicanos la culpa por el colapso de la Rep¨²blica que habr¨ªa hecho inevitable la intervenci¨®n militar.
Muy diferente es el acercamiento de Rafael Cruz a los meses que siguieron a las elecciones de 1936. Un an¨¢lisis detallado de las muertes violentas revela, entre otras cosas, que el 43% fueron causadas por las fuerzas de orden p¨²blico y que el 56% de los muertos eran jornaleros agr¨ªcolas, obreros industriales, izquierdistas, mientras el 19% eran derechistas, propietarios o patronos. Lo m¨¢s original de su trabajo radica, con todo, en atribuir a la construcci¨®n discursiva como "gran miedo" que de estos hechos realizaron los estrategas de la derecha, el papel determinante de la intervenci¨®n militar. En las ¨²ltimas corrientes historiogr¨¢ficas, la representaci¨®n ha pasado a ser la raz¨®n ¨²ltima de los hechos; m¨¢s a¨²n, los hechos no son hasta que se representan. La guerra en Espa?a, concluye Rafael Cruz, fue "una lucha de identidades colectivas enfrentadas por obtener la condici¨®n de ciudadan¨ªa en exclusiva". Si se toma con un grano de sal esta tendencia a definir procesos sociales por la representaci¨®n que de ellos se construye discursivamente, el libro de Cruz constituye el trabajo de mayor fuste de los publicados en fechas recientes sobre la rebeli¨®n militar de 1936 y la violencia pol¨ªtica que le sirvi¨® de antesala y que luego desbordar¨ªa todas las barreras.
Henry Buckley. Vida y muerte de la Rep¨²blica espa?ola. Espasa Calpe. Madrid, 2004. 363 p¨¢ginas. 25,90 euros. Enric Satu¨¦. Los a?os del dise?o. La d¨¦cada republicana, 1931-1939. Turner. Madrid, 2003. 263 p¨¢ginas. 19,90 euros. Jos¨¦-Carlos Mainer. A?os de v¨ªsperas. La vida de la cultura en Espa?a (1931-1939). Espasa. Madrid, 2006. 232 p¨¢ginas. 8,90 euros. Mar¨ªa Dolores Ramos (editora). 'Rep¨²blica y republicanas en Espa?a. Ayer'. Revista de Historia Contempor¨¢nea. N¨²mero 60. Javier Guti¨¦rrez Palacio (compilador). Rep¨²blica, periodismo y literatura. Tecnos. Madrid, 2005. 991 p¨¢ginas. 48 euros. Sandra Souto Kustr¨ªn. "Y ?Madrid? ?Qu¨¦ hace Madrid?" Movimiento revolucionario y acci¨®n colectiva (1933-1936). Siglo XXI. Madrid, 2004. 456 p¨¢ginas. 22 euros. Stanley G. Payne. El colapso de la Rep¨²blica. Los or¨ªgenes de la Guerra Civil (1933-1936). La Esfera de los Libros. Madrid, 2005. 613 p¨¢ginas. 30 euros. Rafael Cruz. En el nombre del pueblo. Rep¨²blica, rebeli¨®n y guerra en la Espa?a de 1936. Siglo XXI. Madrid, 2006, 403 p¨¢ginas. 19 euros.
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