Sarah Caldwell, pionera de las directoras de orquesta
Fund¨® la Opera Company de Boston
Sarah Caldwell, pionera en una de las actividades de m¨¢s dif¨ªcil acceso para las mujeres, la direcci¨®n de orquesta, falleci¨® el 23 de marzo de un ataque al coraz¨®n en el Maine Medical Center de Portland, Estados Unidos. Ten¨ªa 82 a?os.
En un mundo que ve¨ªa con recelo que una de ellas se pusiera al frente de un centenar de hombres dispuestos, sin embargo, a aceptar con naturalidad la autoridad de uno de sus pares, el esfuerzo de Caldwell sirvi¨® para empezar a romper unos esquemas que hoy comienzan a resquebrajarse no sin dificultades.
En 1958 se encarg¨® de poner en pie musicalmente la Opera Company de Boston, a pesar de que, como se?alaba el cr¨ªtico Anthony Tomasini en The New York Times, sus capacidades como gestora eran pr¨¢cticamente nulas, uniendo a su tenacidad una peligrosa tendencia al caos organizativo y a veces poco tacto en el trato con el personal subalterno, a pesar de haberse licenciado en Psicolog¨ªa en la Universidad de Arkansas.
Sin embargo, sus logros como programadora fueron extraordinarios: recuper¨® Semiramide, de Rossini, con Joan Sutherland y Marilyn Horne y estren¨® en Estados Unidos la versi¨®n original de Boris Godunov, de Mussorgski, y Los troyanos, de Berlioz, cuando ambas ¨®peras -de la del ruso se daba la versi¨®n de Rimski-Korsakov- eran todav¨ªa rarezas extra?as a las audiencias de todo el mundo, as¨ª como Guerra y paz, de Prokofiev, y Mois¨¦s y Aar¨®n, de Sch?nberg. Las penurias econ¨®micas y la dificultad para encontrar una sede adecuada hicieron que la compa?¨ªa entrara en crisis y desapareciera en 1990.
Para el desarrollo de su carrera fue importante el apoyo de Sergei Koussevitzki en Tanglewood, el festival veraniego de la Sinf¨®nica de Boston. Luego pasar¨ªa a ser asistente de Boris Goldovski en el conservatorio de Nueva Inglaterra. Fue la segunda mujer, tras Nadia Boulanger, que dirigi¨® a la Orquesta Filarm¨®nica de Nueva York. Lo hizo en 1974 y con un programa que era toda una declaraci¨®n de intenciones: s¨®lo m¨²sica escrita por mujeres.
Pero fue su trabajo en La traviata, de Verdi, en el Metropolitan neoyorquino, en 1976 y con Beverly Sills como protagonista, saludado como un acontecimiento de primera importancia, lo que hizo que definitivamente se la tomara en serio como directora de orquesta, hasta el punto de que el muy influyente cr¨ªtico del New Yorker, Andrew Potter, dijera de ella que era "lo mejor que le hab¨ªa ocurrido a la ¨®pera americana". Era, c¨®mo no, la primera mujer en bajar al foso neoyorquino con plenos poderes rectores. Adem¨¢s de dirigir musicalmente -con las dificultades propias de su corta estatura y sus 130 kilos de peso, que le obligaban a hacerlo sentada y en zapatillas-, Caldwell era tambi¨¦n, a menudo, responsable de las puestas en escena, lo que a?ad¨ªa problemas a su actividad organizadora.
Tampoco acert¨® en algunas aventuras art¨ªsticas en principio pero tambi¨¦n de claro cariz econ¨®mico, como su idea de montar ¨®peras en Filipinas, durante el r¨¦gimen de Marcos, o en Israel en periodos especialmente graves, que pusieron su reputaci¨®n en serio peligro e hicieron reaccionar duramente a algunas organizaciones de derechos humanos.
En todo caso, Sarah Caldwell fue una excelente directora de orquesta, una artista imaginativa y un ser humano dotado de una voluntad de hierro, siempre dispuesta a dejarse o¨ªr en un entorno profesional todav¨ªa m¨¢s desfavorable para las mujeres de lo que sigue siendo ahora.
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