Coraz¨®n
Cualquiera que haya estado alguna vez en un zoco ¨¢rabe entre el aroma de las especias, habr¨¢ escuchado sin duda la divisa de esos viejos vendedores con chilaba sentados a la puerta de un bazar: "La prisa mata".
Tener prisa es estar con el cuerpo en un sitio y con la conciencia en otro. Esa ha sido desde hace a?os la marca de f¨¢brica de la vida occidental, pero la gran aportaci¨®n a la prisa de nuestra ¨¦poca contempor¨¢nea consiste en andar todo el d¨ªa corriendo, sin movernos del sill¨®n del despacho. Al parecer es esa paradoja la que nos mata. No lo ha dicho ning¨²n gur¨² oriental, sino uno de los mejores cardi¨®logos del mundo, el doctor Valent¨ªn Fuster, que acaba de publicar un libro titulado La ciencia de la salud.
Cuenta este m¨¦dico eminente que no existe mayor fuente de estr¨¦s que un correo electr¨®nico con la bandeja de entrada rebosante de mensajes. Cualquier ejecutivo de una empresa media puede recibir unos 150 correos electr¨®nicos al d¨ªa y aun en el supuesto de que no pretenda responderlos todos, el simple hecho de no poder hacerlo, le va sumiendo en el abismo de la ansiedad que es el principio de la patolog¨ªa coronaria. Mucha gente piensa que si no abre los e-mails puede estar perdi¨¦ndose algo fundamental, por eso ampl¨ªa su jornada laboral o le roba horas al sue?o sin darse cuenta de que ese tiempo cautivo se disolver¨¢ en el espacio como agua por el escurridero.
El tiempo no es m¨¢s que una forma de pensamiento y a veces ganar ese patrimonio consiste en saber perderlo. Dejar pasar las horas como p¨¢ginas de un libro en la terraza de un caf¨¦ es un lujo que est¨¢ al alcance de cualquiera, pero hace falta coraje para ejercer esa soberan¨ªa.
Seg¨²n los estudios de mercado el a?o pasado circularon por la red 135.600 millones de mensajes. Si uno pudiera contemplar en un panel este movimiento de la red, tendr¨ªa una impresi¨®n muy parecida a la de ver una ciudad desde gran altura. Una vez contempl¨¦ las luces de Nueva York desde el ¨²ltimo piso del Empire State. All¨ª una puede observar el ir y venir de los hombres con la misma imparcialidad con que Dios contemplar¨ªa el trasiego de un hormiguero. No se ven los autom¨®viles como tales autom¨®viles, sino en su conjunto, formando cintas luminosas que se desarrollan a una velocidad tan endiablada que parece que no se mueven.
No debe de ser f¨¢cil encontrar un punto de equilibrio entre la prisa y el pensamiento. Hay quien cree que toda la filosof¨ªa oriental cabe en una pastilla de valium, pero existen otras maneras de no estar con la conciencia en un lugar y con el cuerpo en otro. Yo he intentado perder la prisa estos d¨ªas en un lugar de la Marina Alta, con pan de s¨¦samo y vino y queso fresco y sillas plegables y risas de ni?os, en un pinar soleado cerca del mar, que es la eternidad que nos queda m¨¢s cerca.
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