El topo estaba esperando a su verdugo
Denis Donaldson eligi¨® no ocultarse tras el descubrimiento de que espiaba para el Gobierno brit¨¢nico en el Ulster
Era un hombre menudo y de aspecto t¨ªmido al que dicen que le gustaba la buena ropa y gastaba una fina iron¨ªa. Era tambi¨¦n un militante republicano de largo aliento, un veterano de la c¨¢rcel de Maze que se hab¨ªa hecho fotograf¨ªas en la celda con el m¨ªtico Bobby Sands, el preso del IRA que acab¨® muriendo en huelga de hambre tras ser el primer diputado electo del movimiento republicano de Irlanda del Norte. Era un hombre muy pr¨®ximo a Gerry Adams, aunque no formaba parte de su c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo. Era el jefe del aparato administrativo del Sinn Fein en el Parlamento de Stormont. Era, tambi¨¦n, un topo al servicio de los brit¨¢nicos en el coraz¨®n del republicanismo.
Denis Donaldson muri¨® el martes en una modest¨ªsima vivienda rural a orillas del Atl¨¢ntico, a menos de ocho kil¨®metros de una remota aldea irlandesa llamada Glenties, en Co Donegal, un pedazo de Irlanda que se estira hacia el norte, tan al norte que est¨¢ a la misma altura geogr¨¢fica que Irlanda del Norte. Muri¨® de un tiro de escopeta en el pecho, a quemarropa, que casi le secciona la mano con la que intentaba en vano detener la bala.
"Cuando me enter¨¦ de que era un esp¨ªa se me cay¨® el mundo", confiesa un amigo
Viv¨ªa aislado, sin luz ni agua. Parec¨ªa estar pagando la penitencia de su traici¨®n
Todo indica que el gesto final de Donaldson tuvo m¨¢s de acto reflejo que de voluntario intento para evitar la muerte. No parece que quisiera vivir. Pudo desaparecer de la faz de la tierra, cambiar de identidad y vivir a sueldo de la corona brit¨¢nica como recompensa por los servicios prestados. Pero se qued¨® en Irlanda, a tiro de piedra de Belfast, probablemente a sabiendas de que sus antiguos camaradas de armas no tardar¨ªan en encontrarle. Y que alguien, en nombre del IRA o a t¨ªtulo personal, quiz¨¢ uno de los que acabaron en la c¨¢rcel gracias a sus informaciones, o quiz¨¢ un disidente que se opone al proceso de paz, llegar¨ªa alg¨²n d¨ªa a su refugio de Co Donegal a saldar cuentas.
"Era muy buen amigo m¨ªo. Muy buena persona. Daba gusto hablar con ¨¦l. Pero cuando me enter¨¦ de que era un esp¨ªa se me cay¨® el mundo encima. Nunca le podr¨¦ perdonar que no me dijera nada, que no me dijera qu¨¦ hab¨ªa dicho de m¨ª. Probablemente habr¨ªa dicho que soy un profesor universitario comprometido con el movimiento pacifista y que llevo a?os estudiando el proceso de paz. Poco m¨¢s pod¨ªa decir. O quiz¨¢ no dijo nada. Pero, ?por qu¨¦ no me lo cont¨®?", se pregunta ese joven profesor a sabiendas de que es una pregunta absurda: un buen topo no hace excepciones con los amigos.
Cuando Donaldson defend¨ªa el proceso de paz, ?lo hac¨ªa porque ten¨ªa esa convicci¨®n o porque estaba al servicio de los brit¨¢nicos?. El profesor calla. No sabe la respuesta. Descubrir que una persona como Denis Donaldson era un esp¨ªa ha desbaratado todos los recuerdos que tiene de ¨¦l. Le ha roto los esquemas.
Lo mismo le ha pasado a algunos periodistas que siempre vieron en Donaldson una fuente de enorme valor. "Siempre admir¨¦ de ¨¦l dos cosas", escrib¨ªa estos d¨ªas David Sharrock, corresponsal de The Times en Irlanda y veterano corredor de fondo en los entresijos del proceso de paz en el Ulster: "Primero, que era un hombre que estaba en el centro del movimiento republicano desde el principio y pod¨ªa hablar no s¨®lo con autoridad sino con una visi¨®n amplia del campo de batalla. Segundo, que se pod¨ªa hablar con ¨¦l sin el conocimiento de la maquinaria de propaganda republicana", explica Sharrock. "Qu¨¦ na?f fui, me dije a m¨ª mismo aquel d¨ªa de diciembre", cuando Donaldson explic¨® la verdad al mundo.
Tras confesarse topo brit¨¢nico en el seno del IRA, Donaldson se fue entonces a su refugio de Glenties, un pueblo que presume de haber ganado cinco veces el galard¨®n de espacio mejor cuidado de la Rep¨²blica de Irlanda y de organizar un concurso anual de juegos florales en memoria de un poeta local. Vivi¨® apartado del pueblo, en un paraje solitario. De vez en cuando se acercaba a Glenties a comprar provisiones y se dejaba caer a veces por un pub a tomar una cerveza o por un restaurante a comprar comida caliente. Pero no hablaba con nadie y muy pocos recuerdan haberle visto. Quiz¨¢ le vieron pero no repararon en ¨¦l.
Hace poco m¨¢s de dos semanas, Hugo Jordan, periodista del Sunday World irland¨¦s, le localiz¨® en su modesto refugio. Le atendi¨® con cortes¨ªa y educaci¨®n, pero no le quiso dar detalles sobre su caso. "Era una sombra del hombre que conoc¨ª en Stormont. Viv¨ªa en condiciones terribles, con apenas lo b¨¢sico", ha explicado Jordan estos d¨ªas. Denis Donaldson hab¨ªa cambiado la buena ropa y los placeres mundanos por una casa sin luz ni agua corriente, con una modesta estufa de gas¨®leo para pasar el duro invierno de la costa irlandesa y unas velas para hacerse algo de luz en las largas noches de enero. Parec¨ªa estar pagando la penitencia de su traici¨®n. "No quiero estar en contacto con nadie. Como puede ver, estoy en medio de la nada", le dijo al periodista. En medio de la nada, esperando, quiz¨¢, la llegada del verdugo.
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