Memoria de dos libertinos
Se publican las memorias 'espa?olas' de Giacomo Casanova y la autobiograf¨ªa de Lorenzo da Ponte, dos m¨¢ximos representantes de una manera de entender el mundo ligada al placer, al exceso y al cosmopolitismo
Exprimieron la vida como un mel¨®n dulce. Pero no tanto a expensas de ese sambenito de seductores que les colgaron encima, bien por envidia o por admiraci¨®n, y que se ha convertido en una sombra gigante de la que les cuesta despegarse. Los dos fueron amigos ¨ªntimos, tan disc¨ªpulos de Voltaire y Rousseau como de Epicuro, y a ambos, sobre todo, les mov¨ªa una curiosidad cr¨®nica por cualquier cosa. Un talento y una cultura refinad¨ªsima que compaginaban con el juego, las mujeres, el exceso, la intriga, la aventura, el arte, los viajes... Porque tanto Giacomo Casanova como Lorenzo da Ponte recorrieron el mundo a su medida como dos n¨®madas insaciables y saltaron de una ciudad a otra para dejar huella y testimonio de un siglo, el XVIII -y en el caso de Da Ponte, parte del XIX-, que se entiende a la perfecci¨®n leyendo el relato de sus peripecias en propia mano.
Casanova escribe con un estilo divertid¨ªsimo un aut¨¦ntico libro de aventuras
Da Ponte emplea un tono m¨¢s engolado, pero sin dejar de ser apasionante
Aparece su historia ahora en dos libros publicados por Siruela, en el caso de Lorenzo da Ponte (Memorias), y por Espasa, que ha editado s¨®lo las Memorias de Espa?a de Casanova, con traducci¨®n de ?ngel Crespo, autor de una fant¨¢stica introducci¨®n tambi¨¦n, y pr¨®logo de Marina Pino. Es una pena que nadie se atreva a publicar de nuevo el resto de la obra autobiogr¨¢fica de don Giacomo, porque nos ofrece un fresco impresionante de toda Europa, desde la Venecia donde naci¨® en 1725, hasta su muerte en Duchkov (Bohemia), en 1798. All¨ª las redact¨® y pas¨® los ¨²ltimos a?os de su vida, desde 1785, acogido por el conde Waldstein, que le admiraba como intelectual asombroso y le acogi¨® como bibliotecario en su castillo.
En Bohemia, Casanova vivi¨® un retiro tranquilo despu¨¦s de haber salido por piernas y perseguido de varios pa¨ªses europeos. Fue hijo de c¨®micos, amante de la ciencia, el arte y la magia a partes iguales, esp¨ªa e intelectual de prestigio en los c¨ªrculos con m¨¢s poder y p¨¢jaro de mal ag¨¹ero entre las 122 mujeres a las que am¨®, olvid¨®, abandon¨® o no le dieron r¨¦plica, como ¨¦l cuenta en cada uno de sus libros.
En Espa?a sucumbi¨® a los encantos de do?a Ignacia. Era la hija de un zapatero, que no se dign¨® a tomar la medida de los pies de Casanova para hacerle calzado nuevo por ser gentilhombre. Estuvo perdidamente enamorado de ella y le sirvi¨® para curar las heridas de otra mujer, Charlotte, que muri¨® en parto, algo que le anim¨® a abandonar Francia, si bien es cierto que en eso tuvo m¨¢s que ver el hecho de que el rey Luis XV le expulsara y le urgiera a salir de Par¨ªs en 24 horas.
Casanova cruza la frontera. Est¨¢ en los 40 y ofrece el relato del comienzo de su declive para su estampa de 1,90, cuando ya va notando que no despierta tantas pasiones como anta?o. Su retrato del pa¨ªs al que acude convencido de que conocerlo es crucial para su instrucci¨®n es tan fascinante como los pasos que da entre los Pirineos, Madrid y Barcelona. En esos lugares trata de abrirse camino, montar una f¨¢brica de rap¨¦, meterse en pol¨ªtica y aprender a bailar el fandango, "porque me parec¨ªa que ninguna mujer podr¨ªa negarle nada a un hombre con el que lo hubiese bailado".
El viajero escribe con un estilo directo, divertid¨ªsimo, un aut¨¦ntico libro de aventuras en el que no faltan juicios certeros sobre la Inquisici¨®n, el idioma -"la lengua m¨¢s bella del mundo"-, la pol¨ªtica, la corte, las posadas, los caminos, la c¨¢rcel, en la que tambi¨¦n pasa alguna temporada. Tambi¨¦n de c¨®mo un pa¨ªs donde reina una rigidez de normas absurda, impuesta por el conde de Aranda, se las apa?a, sin otra cosa m¨¢s que pensar en el d¨ªa, para salt¨¢rselas y resultar uno de los m¨¢s excesivos de Europa.
Va a los teatros y se asombra "de la desverg¨¹enza" de que los palcos no est¨¦n cubiertos y se vean desde el patio "las piernas de los hombres y las faldas de las se?oras". "?Qu¨¦ encontr¨¢is de asombroso en ello?", le pregunta un curioso. "Que si el se?or y la se?ora est¨¢n seguros de que los del patio no les ven las manos podr¨ªan hacer mal uso de ellas", le dice. ?Qu¨¦ uso?, pregunta. "?V¨¢lgame Dios! La se?ora podr¨ªa hacerle una pu?eta -masturbar- al se?or".
Con Da Ponte, Casanova coincide muchas veces en vida. La primera vez que el escritor italiano -autor de los libretos m¨¢s famosos de Mozart, desde Don Giovanni, toda una figura a imitar por los dos, a Las bodas de F¨ªgaro y Cos¨¬ fan tutte- habla de su amigo es para recordar que le debe dinero. Son almas gemelas, esp¨ªritus tan arriesgados y audaces como ambiciosos, algo que en Da Ponte se observa perfectamente a lo largo de toda su vida. ?ste emplea un tono m¨¢s engolado, pero sin dejar de ser apasionante en ning¨²n momento, y en su relato hay una distancia que denota m¨¢s cinismo que el que deja traslucir Casanova.
Da Ponte cuenta su vida desde que en su pueblo -naci¨® en Ceneda (Venetto), en 1749, y muri¨® en Nueva York en 1838- le apodaban "el ingenioso ignorante". De la aldea salta a Venecia, donde malgasta, seg¨²n ¨¦l, el tiempo en juergas y en timbas. De ah¨ª, perseguido tambi¨¦n, huye a Dresde, donde seduce a las dos hijas de un pintor italiano, y a Viena, donde engatusa al emperador Jos¨¦, protegido por Salieri, y se convierte en el libretista de la corte, de quien todos pretenden un texto para sus ¨®peras. "Pero en Viena", dice Da Ponte, "no hab¨ªa sino dos que mereciesen mi estima, Martini, el compositor favorito de Jos¨¦, y Volfango Mozart". Del ¨²ltimo conocemos la fama, pero, ?y el tal Martini? Pues el tal Martini no era otro que el valenciano Vicente Mart¨ªn y Soler, que triunf¨® en vida mucho m¨¢s que el salzburgu¨¦s y hoy vive en el olvido m¨¢s incomprensible. Sobre la colaboraci¨®n con Mozart, de quien dice que es el m¨²sico quien le debe a ¨¦l su fama universal, habla ampliamente. Desvela c¨®mo fue el proceso creativo para las tres ¨®peras inmortales y c¨®mo ambos hicieron ¨®rdagos muy arriesgados para ponerlas en pie.
Despu¨¦s, Londres, Par¨ªs, Holanda... Nueva York. Es donde Da Ponte acaba su agitad¨ªsima vida, con 89 a?os, y como aut¨¦ntico pionero despu¨¦s de haber cumplido un sue?o: abrir en la ciudad que ser¨¢ centro del mundo un teatro de ¨®pera. La Opera House, el primer centro l¨ªrico que se abri¨® en Estados Unidos.
El necesario regreso de Voltaire
Por seguir hablando de lo que es una concepci¨®n vital, una l¨ªnea insobornable de pensamiento y comportamiento, resulta destacable volver a ver obras de Voltaire en las librer¨ªas. Fue uno de los escritores fetiche de Lorenzo da Ponte y de Giacomo Casanova. De hecho, el primero cuenta en sus memorias c¨®mo Casanova fue encarcelado siete u ocho a?os en la prisi¨®n de los Plomos en Venecia por leer a Rousseau y a Voltaire.
Ahora est¨¢ permitido y merece la pena, no s¨®lo leer los grandes t¨ªtulos del provocador y punzante fil¨®sofo franc¨¦s, las maravillosas y excitantes aventuras de su C¨¢ndido o el juicio de toda una ¨¦poca, realizado en su libro sobre el reinado de Luis XIV, de quien fue defensor. Tambi¨¦n merece la pena acercarse tanto a su tino como a sus excesos en libros como El hombre de los cuarenta escudos y otros cuentos (Edaf). Pero, sobre todo, adentrarse en una de sus obras m¨¢s impactantes y desconocidas: Las preguntas de Zapata (Ediciones Barataria).
Las cuestiones que plantea Voltaire (Par¨ªs, 1694-1778) son tan actuales como necesarias. "De todo coraz¨®n desear¨ªa comer el fruto del ¨¢rbol de la ciencia y me parece que la prohibici¨®n de comerlo es bastante extra?a. Puesto que Dios concedi¨® la raz¨®n al hombre, deb¨ªa parecerle bien que se instruyese, ?o acaso preferir¨ªa que su servidor fuese un ignorante?", pregunta Zapata. Tambi¨¦n formula dudas que tienen que ver con excesos pasados pero no por ello indignos de recordar: "Si dese¨¢is que oculte esa verdad, si me orden¨¢is absolutamente que anuncie los milagros de Santiago en Galicia, y los de Nuestra Se?ora de Atocha, y los de Mar¨ªa de ?greda, que mostraba el culo a los ni?os en sus ¨¦xtasis, decidme c¨®mo debo tratar a los refractarios que osen dudar de ellos. Cuando encuentre doncellas jud¨ªas, ?debo acostarme con ellas antes de mandarlas quemar? Y cuando est¨¦n as¨¢ndose, ?tendr¨¦ derecho a retirar un muslo o una nalga para cenar con unas cat¨®licas?".
Babelia
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