Mar¨ªa Yllera y sus libros de arte
Fue el alma de la Librer¨ªa Argensola
Hace veinte a?os -de todo hace ya veinte a?os, como es sabido- hab¨ªa en Madrid una librer¨ªa que, como todas las buenas librer¨ªas, era algo m¨¢s que un espacio donde se despachaban libros: la Librer¨ªa de Arte Argensola.
Ning¨²n estudiante de Bellas Artes de la ¨¦poca, ning¨²n pintor novel o consagrado, ning¨²n cr¨ªtico, historiador, coleccionista o simplemente interesado por el arte, dejaba de frecuentarla. Situada en la calle del mismo nombre, era lugar de encuentro de buena parte de la juventud de la ¨¦poca.
A la Librer¨ªa Argensola se iba a comprar libros, pero tambi¨¦n a conocer novedades, intercambiar ideas, pedir t¨ªtulos inencontrables o, simplemente, a hacer un rato de tertulia art¨ªstico-pol¨ªtico-cultural-festiva.
El alma de todo de todo aquello -porque estos oasis siempre tienen un alma- era una chica santanderina, rubia, tan inteligente como eficaz, tan activa como sensible, con eso que ahora se denomina "antena para las tendencias", llamada Mar¨ªa Yllera. Mar¨ªa era absolutamente representativa de las chicas de aquellos a?os 70 y 80: culta, progresista, decidida, valiente, alegre y con una vitalidad a prueba de cualquier obst¨¢culo.
Curiosamente, todas aquellas caracter¨ªsticas que la defin¨ªan en los a?os 80 fueron creciendo despu¨¦s. Nada se desdibuj¨® o se perdi¨® por el camino, como con tanta frecuencia sucede. En los ¨²ltimos seis o siete a?os, desde su Librer¨ªa Argensola inicial hasta su actual responsabilidad en el Museo Thyssen-Bornemisza, la personalidad de Mar¨ªa Yllera se fue tallando para hacerse cada vez m¨¢s fuerte, s¨®lida e imprescindible en su trabajo y para sus pr¨®ximos. Y as¨ª, hasta convertirse, sin grandes gestos ni solemnidades huecas, s¨®lo observando su manera de encarar la vida, en una persona, no s¨®lo querida, sino enormemente admirada por cuantos nos relacion¨¢bamos con ella.
Anteayer muri¨® Mar¨ªa. Ten¨ªa 50 a?os, un compa?ero de vida llamado Miguel, una familia bien cercana y un sinf¨ªn de amigos para los que palabras tan hermosas, y generalmente tan abstractas, como "entereza moral" o "fortaleza de car¨¢cter", tienen desde ahora su rostro y su sonrisa.
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