Neocaciquismos
SE DICEN republicanos y de izquierda, pero la verdad es que a las primeras de cambio, y con s¨®lo tocar poder, se han revelado como consumados mon¨¢rquicos y de derechas. Corta ser¨ªa nuestra memoria, en efecto, si no record¨¢ramos que la nota m¨¢s distintiva del r¨¦gimen llamado de la Restauraci¨®n fue precisamente la peculiar relaci¨®n establecida por los pol¨ªticos con sus clientelas. Joaqu¨ªn Costa lo defini¨® para siempre como oligarqu¨ªa y caciquismo: lo primero, porque se trataba de una clase endog¨¢mica, de sagas familiares continuadas en el tiempo: hermanos, cu?ados, primos y dem¨¢s parentela proliferaban a la vera de los grandes caciques de la pol¨ªtica; lo segundo, porque premiaban a sus adeptos y secuaces, a sus clientes, con cargos en los distintos niveles del empleo p¨²blico a cambio de una permanente adhesi¨®n y lealtad: trueque de un voto por un destino, que era como entonces se llamaba a los despojos del Estado.
Hoy, con el crecimiento, diversificaci¨®n y atomizaci¨®n del sector p¨²blico, la capacidad de distribuir no ya despojos, sino tartas enteras de modo discrecional, se ha multiplicado en id¨¦ntica proporci¨®n. Cierto, la mayor parte de esos asalariados est¨¢n a salvo, desde los tiempos ignominiosos de la dictadura, cuando se aprobaron las leyes de r¨¦gimen jur¨ªdico de la administraci¨®n y de funcionarios, de cacicadas de pol¨ªticos y hasta en no pocas ocasiones pueden ser, tambi¨¦n ellos, notorios caciques. Pero cierto es tambi¨¦n que aquellas leyes, m¨¢s luego los puestos de trabajo multiplicados sin control externo en estos nuevos estaduelos o calcos de Estado que son las comunidades aut¨®nomas, dejaban resquicios suficientes para los contratos discrecionales. ?Cu¨¢ntos hay en los diferentes ¨¢mbitos y niveles de las administraciones p¨²blicas? ?Habr¨ªan de pagar todos los contratados el gravamen que ERC establece sobre los que deben su puesto o destino a la intervenci¨®n del cacique?
Lo m¨¢s admirable de esta forma de neocaciquismo es la naturalidad con la que el responsable del asunto, Xavier Vendrell, que para dar ejemplo acumulaba cargo institucional y cargo de partido, justificaba esos rebrotes de caciquismo, la respuesta que ha ofrecido a sus cr¨ªticos y la inmunidad con la que puede dejar huellas escritas de esa pr¨¢ctica viciosa. En lo primero, ha reaccionado como el t¨ªpico cacique espa?ol de los tiempos de Maricasta?a: cualquiera dir¨ªa que lo lleva en la sangre. En lo segundo, ha arrojado a la cara de un cr¨ªtico la cl¨¢sica y no menos castiza: ?qu¨¦ tienes que reprocharnos t¨², Saura amigo, que entre t¨² mismo y tu c¨®nyuge ostent¨¢is cuatro cargos p¨²blicos? En lo tercero, que es lo verdaderamente preocupante, estamos ante una muestra m¨¢s de la impotencia de las instituciones para impedir tales cacicadas o, una vez realizadas, someterlas a juicio y sancionarlas como es debido.
Preocupante porque la naturalidad con la que ERC ha podido desarrollar ese neocaciquismo a la vista de todo el mundo tiene un ejemplar correlato en la impasibilidad con que municipios enteros han presenciado la acumulaci¨®n de riqueza a cargo de ciertos alcaldes y concejales expertos en recalificaciones de suelos y proyectos urban¨ªsticos. El sentido patrimonial del Estado y del territorio que revelan esas pr¨¢cticas mafiosas pillan al Estado, por as¨ª decir, en cueros, desguarnecido para poner coto a semejantes desmanes y sancionar a los culpables. Para que un caso de estos salte al escrutinio p¨²blico se precisa de una casualidad: un vasallo que un d¨ªa se harta y se rebela, o un mirlo blanco en forma de juez pundonoroso y, a la vez, eficaz a quien alg¨²n mercenario del cacique no acaba por robarle los expedientes. Demasiadas casualidades, demasiado azar que s¨®lo sirve para convencer a una opini¨®n desmoralizada de que lo que aflora a la superficie es s¨®lo la punta de un iceberg.
Se habla mucho hoy de los problemas de la democracia derivados de la globalizaci¨®n. En Espa?a, hasta el momento, lo que m¨¢s afecta a la calidad de la democracia son los problemas procedentes de la localizaci¨®n o de esa ancestral tendencia al localismo que define a los Estados cat¨®licos / mediterr¨¢neos. En la din¨¢mica de lo global / local que tanto entretiene a los nuevos soci¨®logos, aqu¨ª somos campeones de lo local, del que nadie me lo toque, que esto es m¨ªo, hoy protegido de cualquier mirada exterior gracias a un potente aparato propagand¨ªstico que comienza en la alabanza de la proximidad del poder y termina en la reivindicaci¨®n de la realidad nacional. No estar¨ªa de m¨¢s recordar que nunca hubo poder m¨¢s cercano que el del cacique ni exaltaci¨®n nacional m¨¢s sentida que la de los depredadores del territorio.
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