"El sentido de la vida es cruzar fronteras"
Ryszard Kapuscinski tiene casi 74 a?os, una cadera da?ada y unas inmensas ganas de viajar y de contar historias. Por las ma?anas sube las escaleras que van de su casa del primer piso del n¨²mero 11 de la calle Prokuratorska -en el apacible barrio de Sr¨®dmiescie
de Varsovia donde vive con su mujer Alicja- al ¨¢tico del piso superior en el que escribe y recibe a sus visitantes rodeado de miles de libros, papeles, libretas de notas y recuerdos. Se trata de un espacio amplio y luminoso decorado desde un elegante desorden: cientos de ejemplares en varios idiomas apilados en el suelo y decenas de post it y otros recordatorios pegados en las vigas de madera que sostienen un techo alt¨ªsimo, casi catedralicio, (entre ellos el esquema a mano y en media cuartilla de Viajes con Her¨®doto, su ¨²ltima obra, que en Espa?a publicar¨¢ en breve la editorial Anagrama). En este lugar, en el que todo parece guardar un equilibrio m¨¢gico, uno se siente conectado a un cable de alta tensi¨®n, que no es otro que la pasi¨®n por la vida a trav¨¦s de la mirada l¨²cida de Kapuscinski.
"A menudo, cruzar una frontera resulta peligroso, es algo que puede costar la vida. En Berl¨ªn hay un cementerio con la gente que no lo logr¨®"
"Hay otras muchas barreras que no son f¨ªsicas que tambi¨¦n es necesario saltar: la de la cultura, la de la familia, la del idioma, la del amor"
"La hospitalidad entiende el encuentro con otra persona como un acontecimiento, como una oportunidad y una fiesta. Nunca como un problema"
"La televisi¨®n ha llevado las im¨¢genes de nuestra vida a los rincones de ?frica, y esas im¨¢genes son las que han permitido a los africanos tomar conciencia de su pobreza extrema"
"Siempre cre¨ª que los reporteros ¨¦ramos buscadores de contextos, de las causas verdaderas que explican lo que sucede en nuestro mundo"
"Oriente no es s¨®lo el mundo isl¨¢mico. Oriente es, sobre todo, China y es India. Centrar toda la atenci¨®n en el islam, intentar crear un problema con ¨¦l, es un error y una manipulaci¨®n"
La entrevista con el autor de El emperador -su primer ¨¦xito literario: una detallada descripci¨®n de la desmesura del poder absoluto en la corte de Haile Selassie en Etiop¨ªa- arranca con un accidente menor: la grabadora de ¨²ltima generaci¨®n del entrevistador no funciona. Kapuscinski aprovecha la comicidad del desconcierto de su interlocutor para airear su aversi¨®n a los m¨®viles, a Internet y al correo electr¨®nico. "Me robar¨ªan mi tiempo", exclama. Despu¨¦s, tras preparar caf¨¦, a?ade: "Un amigo americano tuvo el mismo problema en una entrevista con Gorbachov cuando era quien mandaba en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Desde entonces lleva tres aparatos y los utiliza simult¨¢neamente".
A Kapuscinski le desagradan los magnet¨®fonos porque, a su juicio, alteran el discurso, sea el del pol¨ªtico, el del escritor o el de una persona cualquiera en ?frica. "Mi experiencia es que en cuanto sacas la grabadora, el lenguaje se burocratiza, se transforma y surge el idioma oficial. Es como si el cerebro del entrevistado buscara la frase adecuada para ser inmortalizada en la cinta".
Uno de los grandes viajeros del ¨²ltimo medio siglo, comenz¨® su carrera con ambiciones m¨¢s bien modestas: s¨®lo quer¨ªa cruzar una frontera; cruzar y regresar en seguida; cruzar para saber qu¨¦ se sent¨ªa al hacerlo. Nacido polaco en Pinsk (hoy Bielorrusia), Ryszard es un producto, una v¨ªctima m¨¢s, del diab¨®lico juego de fronteras del final de la Segunda Guerra Mundial. Al poco tiempo de emplearse como reportero en el diario polaco Sztandar Mlodych, en 1955, le dijo a Irena Tarlowska, su redactora jefa: "Quiero cruzar la frontera". Se refer¨ªa a la de Checoslovaquia, pero un a?o despu¨¦s ella le envi¨® a India regal¨¢ndole para ese viaje el libro Historia de Her¨®doto. Desde entonces, Kapuscinski se mueve por el mundo acompa?ado del griego de Halicarnaso, con un ejemplar manoseado, subrayado y repleto de anotaciones, en busca del Otro, su gran obsesi¨®n, el motor de su vida y de su trabajo.
"Nunca ha sido sencillo cruzar una frontera", asegura sentado en una silla, donde su cadera se queja menos que hundida en el sof¨¢. "A menudo cruzarla resulta peligroso, es algo que puede costar la vida; es la barrera entre la vida y la muerte. En Berl¨ªn hay un cementerio con la gente que no lo logr¨®. Las fronteras se guardan con armas y en ellas se exigen documentos para pasar al otro lado. En la guerra fr¨ªa, a las nuestras las llamaban tel¨®n de acero y m¨¢s que pa¨ªses separaban mundos opuestos. El Mediterr¨¢neo es ahora una gran frontera en la que muchos mueren ahogados al intentar pasar de ?frica a Europa. Tambi¨¦n sucede con los latinoamericanos entre M¨¦xico y EE UU. Personas que est¨¢n dispuestas a morir en el mar o en el desierto porque buscan algo".
Kapuscinski sostiene que ¨¦stas no son las ¨²nicas fronteras (o murallas, como apunta en Viajes con Her¨®doto al describir China). Hay otras barreras que tambi¨¦n es necesario saltar: la de la cultura, la de la familia, la del idioma, la del amor... "Mi vida ha sido un cruzar constante de fronteras, tanto f¨ªsicas como metaf¨ªsicas. ?se es para m¨ª el verdadero sentido de la vida". Defiende el abandono del cub¨ªculo de la seguridad, del terru?o, del ¨¢rbol que da sombra, para ir en busca de las respuestas, del Qui¨¦n, como hizo Her¨®doto hace 2.500 a?os. Hay que aventurarse en lo desconocido, dejarse guiar por "la magia de viajar" que "act¨²a como una droga" y en la que el "camino es el tesoro", escribe el reportero polaco en Viajes.
La primera vez
En su caso, la primera vez que cruz¨® una frontera lo hizo del Este al Oeste, la m¨¢s brutal, en la que el mero hecho de pasar de un lado a otro representaba una gran emoci¨®n, un desaf¨ªo. En este libro escrito de la mano de Her¨®doto, Ryszard cuenta que al llegar a Roma en los a?os cincuenta, de camino a India, unos amigos le ayudaron a comprar un traje italiano para que pudiera desembarazarse de su anticuada indumentaria del tel¨®n de acero. Pese a la nueva m¨¢scara, Kapuscinski not¨® que nada hab¨ªa cambiado: todos le miraban como a un extra?o porque su otredad estaba en su forma de caminar, de mover las manos, de mirar. "Recuerdo que en 1994, m¨¢s de cuatro a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, vi a unos alemanes del Este pasear por las calles del Oeste. Se sab¨ªa de d¨®nde ven¨ªan por su inseguridad. Parec¨ªan turistas en su propia ciudad".
Permanente b¨²squeda
La obra period¨ªstica y literaria de Kapuscinski, su vida, son la permanente b¨²squeda del Otro para la mejor divulgaci¨®n entre los suyos, entre sus lectores, de sus costumbres y pensamientos, porque es en el desconocimiento donde se cultivan los virus del odio y de la guerra. El gran descubrimiento del hombre, asegura a menudo Kapuscinski, no fue la rueda si no ese Otro, cuando la primera tribu-familia de 150 miembros que viv¨ªa entre los dos r¨ªos en Mesopotamia se top¨® con otra tribu-familia y ambos se dieron cuenta de que no estaban solos. ?Qu¨¦ hacer ante ese hallazgo?, se pregunta. Tres reacciones son la constante en la historia: ignorarlo, entablar contacto (comercio) o guerrear.
"El problema no es el miedo", dice, "sino la creaci¨®n de ese miedo a lo desconocido, que es anterior. Cuando un ni?o se cruza con un desconocido puede reaccionar con temor, si ha sido inducido a ello, y correr a esconderse detr¨¢s de la falda de su madre. Pero tambi¨¦n puede acercarse despreocupado al desconocido porque ve en ¨¦l una oportunidad de juego. Se trata de la respuesta natural. Es la educaci¨®n y la cultura las que nos van separando".
En Viajes, Kapuscinski explica el origen de la hospitalidad, una de las improntas de la civilizaci¨®n griega -acoger al desconocido, darle cobijo y alimento-. Una tradici¨®n que se conserva en muchos lugares de ?frica en los que el que nada tiene comparte todo con el extranjero. "Esta costumbre se basa en la creencia griega de que el visitante pod¨ªa ser un hombre o un dios disfrazado. Esa acogida llevaba pareja una responsabilidad: la seguridad del invitado. Ya nadie conoce de d¨®nde procede esta costumbre ancestral que entiende el encuentro con otra persona como un acontecimiento, como una oportunidad y una fiesta. Nunca como un problema".
Esto no se da en la cultura occidental del siglo XXI, que no padece la escasez, las pandemias y enfermedades, ni el hambre del Tercer Mundo. En esta cultura opulenta todo est¨¢ basado en el individualismo, en un egocentrismo radical en el que el yo es m¨¢s importante que el grupo. Es una sociedad en la que el Otro ha dejado de interesar: s¨®lo existo Yo y mis problemas. "Cuando hab¨ªa pocos seres humanos en el planeta, los peligros eran numerosos y las herramientas escasas para hacer frente a los animales salvajes y a la naturaleza, primaba la tribu, el grupo, porque fuera de ¨¦l era imposible la supervivencia", dice Kapuscinski. "Al desarrollarse la tecnolog¨ªa para luchar contra esos peligros, con la llegada del progreso, surge el individuo. Ya no es necesaria la pertenencia al grupo para sobrevivir, para garantizar la continuidad de la especie. La noci¨®n del individuo que est¨¢ por encima de la tribu es muy reciente".
Kapuscinski se levanta de nuevo. Esta vez para abrir las ventanas. Dentro hace un calor asfixiante; afuera, la temperatura es agradable: 10 grados cent¨ªgrados tras cinco meses de duro invierno y grandes nevadas.
El maestro, como lo llam¨® Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, se queja de que los medios de comunicaci¨®n actuales est¨¦n inundados de noticias aisladas, casi suspendidas, sin explicaci¨®n alguna, y que el reportaje est¨¦ siendo expulsado de los principales peri¨®dicos. "Her¨®doto era un hombre curioso que se hac¨ªa muchas preguntas, y por eso viaj¨® por el mundo de su ¨¦poca en busca de respuestas. Siempre cre¨ª que los reporteros ¨¦ramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede. Quiz¨¢ por eso los peri¨®dicos son ahora m¨¢s aburridos y est¨¢n perdiendo ventas en todo el mundo. Ninguno de los 20 finalistas de la ¨²ltima edici¨®n del Lettre-Ulysses del arte del reportaje [premio que se otorga en Berl¨ªn], y del que soy miembro del jurado, trabaja en medios de comunicaci¨®n. Todos tuvieron que dejar sus empleos para dedicarse al gran reportaje. Este g¨¦nero se est¨¢ trasladando a los libros porque ya no cabe en los peri¨®dicos, tan interesados en las peque?as noticias sin contexto".
"Cuando vemos im¨¢genes de las pateras, con 20 o 40 personas en su interior, empezamos a hablar de inmigraci¨®n, y los pol¨ªticos proponen medidas para combatirla o regularla. Un d¨ªa leemos una noticia sobre la llegada a Italia de un barco con kurdos; otro, el hallazgo de asi¨¢ticos encerrados en un cami¨®n en Inglaterra; otro, de africanos saltando la valla de Melilla... Pero se trata de peque?as noticias separadas que no explican nada. Se nos presentan fuera de contexto porque el verdadero contexto es la miseria".
"Cuando exist¨ªa el tel¨®n de acero est¨¢bamos aislados. Apenas conoc¨ªamos algo del otro lado. Todo nos llegaba distorsionado. No sab¨ªamos siquiera si viv¨ªamos bien o mal porque no hab¨ªa nada distinto con lo que nos pudi¨¦ramos comparar. La diferencia hoy es que la televisi¨®n por sat¨¦lite ha llevado las im¨¢genes de nuestra vida a los rincones de ?frica, y esas im¨¢genes son las que han permitido a los africanos tomar conciencia de su verdadera situaci¨®n, de su pobreza extrema. Cuando se declararon las independencias de India y Pakist¨¢n -y despu¨¦s las de la mayor¨ªa de los pa¨ªses africanos-, se produjo una gran euforia, una esperanza de que la misma independencia era la soluci¨®n a los problemas. Se cre¨® el Movimiento de los No Alineados para confrontar a Occidente, pero 20 a?os despu¨¦s, en 1972, tuvieron que admitir su fracaso, que el mundo desarrollado no estaba dispuesto a atender sus aspiraciones. Ahora, la t¨¢ctica es otra. Ya no se trata de buscar la confrontaci¨®n, esta vez el objetivo es intentar la penetraci¨®n. No es una acci¨®n organizada, s¨®lo el d¨¦bil que busca la igualdad cruzando el mar y los desiertos, jug¨¢ndose la existencia, para saltar la nueva frontera que separa la muerte segura de la posibilidad de vida. Y los periodistas no estamos informando del contexto, de que los ricos son cada vez m¨¢s ricos y los pobres cada vez m¨¢s pobres. Occidente ha creado unas condiciones de desigualdad tales que la ¨²nica salida de los pobres es jugarse todo para alcanzar ese mundo donde est¨¢n acumulados los bienes y el bienestar, y es muy hip¨®crita decirles que ahora ya no pueden cruzar. Es un problema que tiene una soluci¨®n muy dif¨ªcil".
En Viajes con Her¨®doto, Kapuscinski describe c¨®mo hace 2.500 a?os ya exist¨ªa una lucha entre Occidente y Oriente, los dos grandes modelos de la ¨¦poca, la democr¨¢tica Grecia frente a la dictadura persa, y que la primac¨ªa de la primera, de Europa, durante los siglos siguientes se libr¨® en las Term¨®pilas y en las aguas de Salamina, con la derrota de Jerjes, el rey de reyes persa. El reportero polaco, el maestro para Garc¨ªa M¨¢rquez, se niega a aceptar que exista hoy una reedici¨®n de esa vieja confrontaci¨®n con la guerra contra el terrorismo internacional que libra el presidente de EE UU, Bush. "Oriente no es s¨®lo el mundo isl¨¢mico. Oriente es, sobre todo, China y es India tambi¨¦n.
Oriente es el confucionismo, el budismo, el tao¨ªsmo... El islam ser¨ªa el tercer elemento. Centrar toda la atenci¨®n en ese mundo isl¨¢mico, intentar crear un problema con ¨¦l, es un grave error y una manipulaci¨®n". En el libro, Kapuscinski cuenta que cuando estuvo en Argelia, en la ¨¦poca del golpe de Estado contra Ahmed Ben Bella, le explicaron que hab¨ªa dos islam, el del r¨ªo, como denominaban al costero -m¨¢s permeable a las influencias como toda frontera y, por lo tanto, moderado y afable con el Otro-, y el del desierto: severo e impenetrable. "No se puede hablar de una religi¨®n monol¨ªtica, de un todo homog¨¦neo, pues nada tienen que ver, por ejemplo, el islam bant¨² africano, en el que no existe el concepto del terrorismo, con el que se profesa en Oriente Pr¨®ximo. El islam se ha ido enriqueciendo, y de alguna manera modificando, durante su expansi¨®n al entrar en contacto con una gran variedad de culturas aut¨®ctonas". A mano y a m¨¢quina
Kapuscinski se incorpora lentamente de la silla, estira las piernas, cierra la ventana y busca el ejemplar de Historia que le acompa?¨® en sus viajes durante m¨¢s de 50 a?os ("Tengo m¨¢s de otras ediciones", confiesa). Tras mostrarlo a su interlocutor se sienta detr¨¢s de la gran mesa de su despacho. All¨ª, en el lugar donde escribe sus historias, siempre a mano aunque despu¨¦s las pasa a m¨¢quina (nunca al ordenador), vuelve a hablar del trabajo de toda su vida y asegura que el gran periodismo es capaz de salvar vidas y de modificar el curso de los acontecimientos, y recuerda para ello lo ocurrido en Somalia antes de la retirada estadounidense. Unas im¨¢genes de televisi¨®n de varios soldados norteamericanos muertos y arrastrados por las calles de Mogadiscio crearon en EE UU una opini¨®n p¨²blica instant¨¢nea en favor de la salida. Kapuscinski juguetea con varios de sus bol¨ªgrafos. "Los colecciono. Tengo de la mayor¨ªa de los lugares en los que he estado. Son m¨¢s de 700", asegura desde una sonrisa, "pero muchos no funcionan". Preguntado sobre si conoc¨ªa alg¨²n periodista a quien su primer jefe le hubiera regalado un libro como Historia, responde que la cuesti¨®n nos obligar¨ªa a sostener otra entrevista de dos horas, a la que parece muy dispuesto.
?Recomendar¨ªa que se estudie a Her¨®doto, el primer reportero, el primer gran buscador de contextos, en las facultades de periodismo?, pregunta el visitante. Kapuscinski vuelve sonre¨ªr: "?Para qu¨¦? Si nadie me va a hacer caso".
Her¨®doto como gu¨ªa
EL LIBRO que ahora publica Ryszard Kapuscinski en Espa?a es un juego con la historia de la mano de su fundador, Her¨®doto de Halicarnaso. Se mueve con ¨¦l por el mundo antiguo y por el moderno. Por India y China, sus primeros viajes como reportero en los a?os cincuenta. Y por ?frica. En ellos, el joven periodista polaco que era entonces Kapuscinski descubre las limitaciones del idioma hablado y las extraordinarias posibilidades del corporal, de ese conjunto de signos, gestos y olores que los brit¨¢nicos llaman qu¨ªmica. En Etiop¨ªa recorri¨® miles de kil¨®metros junto a su ch¨®fer, un hombre prudente que s¨®lo conoc¨ªa dos palabras en ingl¨¦s, problem y no problem, sin que esa limitaci¨®n generara incomunicaci¨®n alguna entre ellos.
El hallazgo de este vocabulario paralelo y mudo, a menudo invisible para el que no sabe mirar o carece de tiempo para ver, es uno de los elementos fundamentales que determinan su estilo como reportero.
Fue en la agencia de noticias polaca, gracias a la estrechez de sus presupuestos, donde Kapuscinski se top¨® con el segundo pilar de su forma especial¨ªsima de trabajar y de contar historias. Explica en Viajes con Her¨®doto que sus colegas de las agencias occidentales dispon¨ªan de dinero abundante para contratar int¨¦rpretes y adquirir las potentes radios Zenith Trans-Oceanic, con las que sintonizaban cualquier emisora del mundo. Al no disponer de tales herramientas, Kapuscinski tuvo que pisar las calles y mancharse los zapatos del polvo. "No queda m¨¢s remedio que andar, preguntar, escuchar, acopiar, atesorar y enhebrar las informaciones, las opiniones y las historias", escribe en Viajes. "No me quejo, porque gracias a esto conozco a muchas personas y me entero de cosas que no aparecen en la prensa y en la radio".
La curiosidad period¨ªstica, la necesidad de interrogar al Otro, de interesarse por ¨¦l, se ha convertido en una parte inseparable de su car¨¢cter. De su forma de ser. Terminada la entrevista, sentados en un taxi en direcci¨®n al restaurante Quianti, uno de sus favoritos en Varsovia, Kapuscinski se acomoda en el asiento delantero y desde ¨¦l pregunta al conductor, provoc¨¢ndole una conversaci¨®n. Agnieszka Flisek, una de sus ayudantes que lleva cuatro a?os con ¨¦l, asegura que siempre es as¨ª: "Cuando me conoci¨® se interes¨® por mi vida. Pens¨¦ que era s¨®lo un gesto de educaci¨®n del gran hombre, pero despu¨¦s comprend¨ª que no era una excepci¨®n. Es su forma de estar en la vida".
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