El baile de las estatuas
Tres de cada cinco monumentos han sido trasladados de su emplazamiento original
Al menos tres de cada cinco estatuas o fuentes ornamentales de cuantas decoran hoy plazas o calles de Madrid han cambiado de posici¨®n, situaci¨®n o enclave una o m¨¢s veces. Las dem¨¢s han sufrido pinturas agresivas y ataques vand¨¢licos; muchos de sus elementos han sido alterados o, sencillamente, han desaparecido de la vista p¨²blica. Y ello por razones vinculadas al tr¨¢fico, a obras, a cambios pol¨ªticos, desavenencias entre clientes y escultores, o bien a la desidia de sus custodios oficiales.
Hoy, la responsabilidad pol¨ªtica y est¨¦tica en materia de estatuaria y ornato pertenecen ya a la Concejal¨ªa de Las Artes. En los ¨²ltimos a?os estuvieron adscritas a la Concejal¨ªa de Obras. El nuevo cometido que la concejal Amparo Moreno y su director general, Juan Jos¨¦ Echeverr¨ªa, tienen respecto de este nuevo compromiso es ¨ªmprobo. Y ello porque la danza a la que la estatuaria madrile?a ha sido sometida desde el siglo XVII hasta hoy resulta sorprendente.
Avatares pol¨ªticos, el tr¨¢fico o las obras han obligado a mover las obras de lugar
As¨ª, las estatuas que hoy circundan la plaza de Oriente fueron ideadas para coronar la cornisa del Palacio Real. El benedictino Mart¨ªn Sarmiento, consejero ¨¢ulico de Felipe V y de Fernando VI, las concibi¨® para "nacionalizar el sistema de representaci¨®n de la monarqu¨ªa". Pero, tras enfrentarse a ¨¦l el arquitecto de Carlos III, Juan Bautista Sachetti, de las 134 proyectadas, s¨®lo quedan arriba una docena. Las dem¨¢s o fueron apeadas o se impidi¨® izarlas en 1762, para ser muchas de ellas desplazadas posteriormente a Burgos, Toledo, Ronda y otras ciudades en tiempos de Carlos IV.
Otro caso es el de la estatua de Diana Cazadora, en m¨¢rmol, que hoy remata la fuente de la plaza de la Cruz Verde, en la calle de Segovia. Antes estuvo en la plaza de Puerta Cerrada. En 1598 decoraba un patio de la Casa de la Panader¨ªa, en la plaza Mayor. En la Cruz Verde, Diana fue decapitada. Su cabeza es hoy una r¨¦plica de escayola.
El obelisco neocl¨¢sico que mojonaba el parque de la Arganzuela hasta su reciente cerco por las obras de la M-30 proced¨ªa de la plaza de Emilio Castelar, donde dio nombre a la Fuente Castellana erigida para conmemorar el nacimiento de Isabel II. Pero no perdur¨® all¨ª y hoy, entre cascotes, ya no se vislumbra.
La plaza de Pedro de Ribera, detr¨¢s del Museo Municipal, en Fuencarral, 78, muestra una fuente con dos peces. Antes estuvo en el parque del Oeste y en Ant¨®n Mart¨ªn. Encaramado a ella, un calesero llamado Bernardo areng¨® a los madrile?os a sublevarse contra el marqu¨¦s de Esquilache, cuyo edicto para destocar a los embozados desencaden¨® una grave revuelta en 1766. En Ant¨®n Mart¨ªn, por cierto, un grupo escult¨®rico que reproduce el cuadro de Juan Genov¨¦s El abrazo se encuentra hoy cubierto por lonas en una de tantas obras. ?Resistir¨¢ indemne?
La estatua original de la Mariblanca, cuya r¨¦plica se encuentra en la Puerta del Sol, se hallaba primigeniamente en esta plaza, pero su itinerario comenz¨® por su desplazamiento de Sol a las Descalzas Reales, para ir a recalar luego a Recoletos. Hace lustros sufri¨® una agresi¨®n que la inmoviliz¨® para siempre en un almac¨¦n.?Cu¨¢l es la raz¨®n de este trasiego estatuario?
Para el arquitecto Alberto Teller¨ªa, que lleva a?os estudiando este hecho, "Madrid nunca fue proyectado para albergar hitos monumentales: primero se hacen las calles y luego se piensa en ornamentarlas", se?ala. S¨®lo la Junta Art¨ªstica del Ayuntamiento traslad¨® por decreto nueve de cada diez estatuas capitalinas entre 1901 y 1906. Ya en aquel a?o, el tratadista Jos¨¦ Rinc¨®n Lazcano, en Historia de los monumentos de la Villa de Madrid, remarcaba que las efigies de personas singulares -no impostores- invitan a emularlas, humanizan el paisaje urbano, y su permanencia en plazas y calles fija el tempo, el espacio y el ritmo de Madrid. Por ello, los traslados arbitrarios son tan da?inos para la memoria colectiva.
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