Autodestrucci¨®n productiva
Con el aparente resurgir de la pintura en los a?os ochenta se quebr¨® la idea de una historia del arte aut¨®noma, lineal, como un destino conducente a su disoluci¨®n -se supone que posmoderna- en el concepto, el objeto ansioso, el espect¨¢culo y las nuevas tecnolog¨ªas, cuando no en el mero entertainment. Esto ha llevado a la cr¨ªtica, la historiograf¨ªa y la filosof¨ªa del arte a una profunda revisi¨®n de sus modelos. Y en ello estamos. Aun hoy tiene bastante de enigm¨¢tico la pervivencia de la pintura. En cierto modo, es en ella donde hallamos la aut¨¦ntica piedra de esc¨¢ndalo para la teor¨ªa, y esto lo que la hace tan interesante. Ahora bien, uno de los caminos que han hecho posible esa pervivencia, esa pertinaz resistencia a desaparecer de una vez, es el representado por gentes como Christopher Wool. Nacido en Chicago en 1955, pero activo en el viejo Nueva York de los ochenta y marcado por el punk de Tribeca y las actitudes cool en que aquello se refresc¨®, Wool ha venido desarrollando una obra cuyo tema, a primera vista, es la propia pintura, esto es, la cuesti¨®n de sus l¨ªmites y de su lugar en el contexto del presente, hasta, como alguien ha dicho, escenificar la eventualidad de su autoanulaci¨®n.
CHRISTOPHER WOOL
Instituto Valenciano
de Arte Moderno
Guillem de Castro, 118
Valencia
Hasta el 21 de mayo
De hecho, y a diferencia de lo que se vio en posiciones m¨¢s arrogantes, de las de los transvanguardistas o neoexpresionistas, en Wool predomina ese humor tendencialmente autodestructivo de artistas como Richard Prince, Cady Noland, Philip Taaffe, Albert Oehlen y Martin Kippenberger. Heredero del pop, Wool juega con elementos de la cultura popular, con t¨¦cnicas de repetici¨®n, con registros tanto visuales como conceptuales, en pinturas (por lo general en blanco y negro, a veces sobre aluminio) en donde lo construido y lo destruido, lo trazado y lo borrado, lo puesto y lo anulado, el gesto y el proceso, lo profundo y la superficie se interfieren hasta cristalizar en im¨¢genes tan pregnantes como desconcertantes: unas consisten en fragmentos de textos de grandes letras; otras, en confusas amalgamas de motivos ornamentales y otras aparecen dominadas por grandes tachaduras.
De una manera curiosamente literal, parece que Wool pone en pr¨¢ctica aquello que dec¨ªa Adorno del arte: que en lo sucesivo deb¨ªa aprender a vivir de su propia muerte. Tal vez como un inagotable Dionisos, despedaz¨¢ndose y recomponi¨¦ndose a cada instante. As¨ª puede pasar con la pintura actual, en cuanto que espacio privilegiado de resistencia a la l¨®gica perversa de la historia, tanto del arte como del ser humano. Dice Wool: "Le quitas color [a la pintura], le quitas gesto, y despu¨¦s los puedes volver a poner", aun cuando de otra manera, claro est¨¢. A esto se le llama "reabastecimiento". Al fin y al cabo, cuando un pintor tacha su propia pintura, la reconstruye y la vuelve a tachar, ?qu¨¦ es lo que queda, sino m¨¢s pintura?
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