No rec¨¦is por m¨ª, gracias
Rezar para que sanen personas enfermas es una de las pr¨¢cticas m¨¢s antiguas y universales. Incluso los no creyentes a menudo invocan la ayuda de Dios cuando se enteran de que un ser querido sufre una grave dolencia. Pese a esta extendida costumbre s¨®lo en los ¨²ltimos a?os se ha comenzado a examinar objetivamente la eficacia de estas oraciones piadosas. Precisamente, hace unas semanas salieron a la luz p¨²blica los resultados, ansiosamente esperados, de una rigurosa investigaci¨®n sobre los efectos de las oraciones, por parte de terceros, en la recuperaci¨®n de enfermos cardiacos, en su mayor¨ªa cristianos practicantes. Concretamente, tres congregaciones se encargaron de rezar durante 14 d¨ªas por pacientes -empleando su nombre- sometidos a la operaci¨®n a coraz¨®n abierto conocida en la jerga m¨¦dica por bypass. Esta intervenci¨®n consiste en recomponer con injertos las arterias coronarias obstruidas, y se realiza anualmente en unas 800.000 personas en el mundo.
La investigaci¨®n, publicada en la prestigiosa revista de cardiolog¨ªa The American Heart Journal, fue llevada a cabo en seis hospitales estadounidenses por un amplio grupo de prestigiosos cardi¨®logos, encabezado por Herbert Benson, profesor de la Universidad de Harvard. Los resultados muestran que de los 1.802 participantes, el 59% de los pacientes que fueron informados, antes de la intervenci¨®n quir¨²rgica, de que las congregaciones rezar¨ªan por ellos padecieron complicaciones serias, como ataques de coraz¨®n, apoplej¨ªas o infecciones. Por el contrario, s¨®lo el 52% de los enfermos que fueron, sin saberlo, objeto de plegarias, y el 51% por los que no se dijeron oraciones, experimentaron complicaciones posoperatorias. Los expertos han llegado a la conclusi¨®n de que mientras los rezos a espaldas del doliente son inocuos, rezar por un enfermo que ha sido previamente avisado de las oraciones es, estad¨ªsticamente al menos, perjudicial para su salud.
Como ocurre casi siempre que se escudri?a un tema tan delicado como las pr¨¢cticas religiosas, este estudio pionero ha provocado intensas pol¨¦micas. Algunos cr¨ªticos han rechazado el trabajo en su totalidad. Aducen que, por definici¨®n, los poderes sobrenaturales no pueden ser reducidos a las reglas del m¨¦todo cient¨ªfico. Otros se quejan de que los autores no consideraran la posibilidad de que los pacientes que se recuperaron saludablemente sin las preces de las congregaciones -la mayor¨ªa- quiz¨¢ se beneficiaron de las oraciones espont¨¢neas de sus familiares.
No pocos colegas m¨¦dicos han respirado de alivio. Tem¨ªan que en una sociedad tan litigiosa como la estadounidense, si se demostrase cient¨ªficamente que las peticiones a Dios ayudan a curar enfermedades, todos los doctores estar¨ªamos obligados a orar por nuestros pacientes -o a contratar a otros para este servicio- pues, de lo contrario, nos expondr¨ªamos a una demanda judicial por negligencia profesional. Los resultados de la investigaci¨®n tampoco han pasado desapercibidos en el mundo del humor. Hace unos d¨ªas escuch¨¦ al conocido c¨®mico de la televisi¨®n Jay Leno usar el estudio para mofarse del gobierno republicano: "Se descarta el poder curativo de rezar... el fundamento ideol¨®gico del plan sanitario del presidente Bush, que quiere dejarlo todo en manos de Dios, se va a la porra".
Pese a la posibilidad de que rezos bien intencionados puedan da?ar sin querer a pacientes bajo ciertas circunstancias, estoy seguro de que este aviso de la ciencia no va a impedir que las personas religiosas sigan orando por sus semejantes desafortunados. Hoy sabemos que los frutos de las pr¨¢cticas solidarias revierten a quienes las ejercen. Por ejemplo, en el caso del voluntariado, est¨¢ demostrado que las personas que se involucran en actividades que tienen un impacto positivo en la vida de otros, disfrutan de una autoestima m¨¢s alta, sufren menos de ansiedad, duermen mejor, abusan menos del alcohol o las drogas y persisten con m¨¢s tes¨®n ante los reveses cotidianos, que quienes reh¨²yen estas tareas altruistas.
El importante estudio de Benson y dem¨¢s colegas tampoco va a eliminar la necesidad de los seres humanos desgraciados de buscar en otros una fuente de apoyo y esperanza. Las personas que se sienten parte de un grupo solidario superan las adversidades mucho mejor que quienes carecen de una red social de soporte emocional. Todos o casi todos, en momentos penosos buscamos aliento de nuestros seres queridos o promesas de alivio de expertos del dolor que nos aqueja. Con todo, para la mayor¨ªa de las personas que se enfrentan a las calamidades de la vida, los mensajes m¨¢s reconfortantes proceden de sus propias voces internas, de su dimensi¨®n espiritual.
Si bien todav¨ªa nos queda mucho por aprender sobre los mecanismos que intervienen en la conexi¨®n espiritualidad-salud, numerosas investigaciones en Europa y Estados Unidos revelan que los sentimientos espirituales ayudan a superan mejor las enfermedades graves. Estos sentimientos pueden alimentarse de creencias religiosas; de causas como el amor, la libertad o la justicia social; o de alguna faceta del Universo, como la puesta del sol o la brisa del mar. El elemento terap¨¦utico principal de cualquier tipo de espiritualidad es la esperanza, porque la confianza en que ocurrir¨¢ lo que deseamos nos protege del fatalismo y la indefensi¨®n.
En mis a?os de pr¨¢ctica he comprobado que, para ser eficaz, la espiritualidad no debe socavar el sentimiento de que el rumbo de nuestro barco est¨¢ en nuestras manos. La conciencia de que ocupamos el asiento del conductor, aunque tenga una dosis de fantas¨ªa, nos motiva a vencer situaciones de riesgo. Si creemos que mandamos sobre nuestras decisiones y que nuestras acciones cuentan, tendemos a transformar nuestros anhelos en desaf¨ªos y a luchar con m¨¢s fuerza contra los males que nos afligen, que cuando sentimos que la soluci¨®n no depende de nosotros o "nada que yo haga importa".
Por todo esto, es comprensible que resulte contraproducente comunicar a un enfermo grave que terceras personas piadosas rezar¨¢n por ¨¦l. El motivo no es el temor que pueda provocar esta noticia -"?tan mal estoy para que tengan que implorar a Dios por mi recuperaci¨®n?"- sino el peligro de que el doliente decida eludir su responsabilidad personal de combatir la enfermedad y opte por delegar a otros su salvaci¨®n. Todos nacemos con dos nacionalidades: la del pa¨ªs de la vitalidad y la del estado de la invalidez. Aunque preferimos habitar en el pa¨ªs de la salud, tarde o temprano casi todos nos vemos obligados a vivir en el reino de la enfermedad. Llegado ese momento, pienso que si almas caritativas nos ofrecen plegarias a Dios para que sanemos lo m¨¢s prudente es decirles, ?no, gracias!
Luis Rojas Marcos es profesor de Psiquiatr¨ªa de la Universidad de Nueva York.
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