Arboledas recobradas
Recordaba Rafael Alberti que cuando viv¨ªa desterrado en el hemisferio austral ten¨ªa cambiadas las estaciones. Que en La arboleda perdida, en su casa de madera rodeada de viejos cipreses, de grandes ¨¢lamos carolinos y con algunos kinotos japoneses que el poeta hab¨ªa plantado, cuando llegaba la primavera sab¨ªa que llegaba el oto?o. Primavera en oto?o, como en el poema de Rub¨¦n Dar¨ªo. As¨ª viv¨ªa las dos estaciones al tiempo, la primavera de su patria lejana, el oto?o primaveral de su pa¨ªs de destierro, Argentina. Ahora hemos estado en aquella arboleda perdida, en las afueras de Buenos Aires, en los bosques de Castelar. La casa ya no es aquella de madera, aquella desapareci¨® por un fuego, sino otra construida en el mismo lugar del jard¨ªn. Todo conserva el mismo aroma que describe el poeta. Los actuales due?os recibieron al poeta en su ¨²ltimo viaje, por aquella arboleda dio un corto paseo lleno de emociones. A?os de exilio y, sin embargo, a?os felices. All¨ª creci¨® su hija, all¨ª pase¨® sus perros, recibi¨® a sus amigos, comenz¨® sus memorias y escribi¨® muchos poemas. La arboleda perdida est¨¢ en venta, casi en saldo, la visitamos con el poeta Luis Garc¨ªa Montero, reconocimos los ¨¢rboles, el viejo columpio, el suave clima de aquel pl¨¢cido bosque. Durante unos momentos so?amos tener el dinero de Joaqu¨ªn Sabina y comprar ese lugar donde parecen preservadas las viejas emociones de un poeta en el exilio.
Dejamos la casa, volvimos a la ciudad, a recorrer sus librer¨ªas de viejo, a buscar libros de aquellos a?os, una manera de atrapar el tiempo, una manera de reconstruir la vigorosa vida cultural de la Espa?a del exilio. Libros de Alberti, de Francisco Ayala, Luis Seoane o Gori Mu?oz. Libros vivos de vivas y diversas formas del exilio. All¨ª siguen, por unos pesos, o por un pu?ado de d¨®lares si son primeras ediciones, los mejores testigos de un exilio que estuvo lleno de creaci¨®n en su libertad desterrada.
Entre esos testigos de la Espa?a desterrada encontramos un libro que no deja de tener vigencia. Un libro que trata de Espa?a. Se llama Espa?a como preocupaci¨®n, una antolog¨ªa de textos sobre ese problema que nunca terminamos por resolver. El libro es de Dolores Franco, mujer de Juli¨¢n Mar¨ªas y, l¨®gicamente, madre de Javier Mar¨ªas. Tambi¨¦n tuvo que ser escrito y publicado por primera vez en el exilio. La Espa?a liberal tampoco fue bien vista. La dedicatoria de Dolores Franco lo indica sutilmente: a la memoria de su profesor Pedro Salinas, "a quien vi morir entre las nieves de Nueva Inglaterra so?ando con Espa?a".
So?ando con Espa?a, as¨ª vive en Buenos Aires Carmen Garc¨ªa de Mu?oz, mujer de Gori, uno de los grandes escen¨®-grafos de la historia de nuestro cine, pintor y escritor demasiado olvidado. Carmen, con l¨²cidos e inteligentes 90 a?os, fue una de las actrices de La Barraca, elegida por Federico cuando en la prueba de selecci¨®n la escuch¨® recitar las coplas de Jorge Manrique. El aviso del puesto en La Barraca se lo dio un compa?ero de Facultad, y tambi¨¦n actor, Jos¨¦ B¨®dalo. Carmen, una guapa, moderna y lanzada estudiante de medicina, recuerda con precisi¨®n los a?os republicanos, los a?os guerreros y la escapada de un pa¨ªs que ya no era posible. "Con nosotros se vino Espa?a", dice en su piso bonaerense esta amiga de Luis Cernuda. Una de las pocas mujeres que le besaron apasionadamente. Fue por razones barracas. En el teatral beso manch¨® el impoluto traje del poeta con su carm¨ªn y tuvo que sufrir el car¨¢cter de Cernuda. Recuerda sus trabajos en Par¨ªs, en plena guerra, montando el pabell¨®n espa?ol que expondr¨ªa El Guernica. Y recuerda su llegada a Argentina, con su hija reci¨¦n nacida y en compa?¨ªa de otro actor, Andr¨¦s Mejuto, que no soport¨® el largo exilio, que regres¨® a Espa?a y al que vimos tantas veces en aquellos Estudio Uno de una televisi¨®n franquista, s¨ª, pero con menos salsas rosas.
En Buenos Aires compramos lapiceros y cuadernos en la librer¨ªa Ayala, todav¨ªa regentada por un hermano de Francisco, Vicente. 95 a?os y trabajando. 66 a?os de exilio, de vivir en el mismo barrio, de acudir al mismo negocio, de ser uno m¨¢s de esos argentinos que nunca dejar¨¢n de ser espa?oles.
Por Buenos Aires, en estos d¨ªas, se pasean otros espa?oles, otros intelectuales, otros escritores. No han conocido la guerra ni el exilio, publican con normalidad, escriben en libertad, pasean por las nuevas y viejas librer¨ªas de la ciudad que no duerme. Comen sus asados, firman libros y regresan. Espa?a no deja de ser una preocupaci¨®n. Pero es, m¨¢s que nunca, un empe?o posible. Eso tambi¨¦n se aprende viajando y leyendo.
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