La enfermedad de Roc¨ªo como teleserie
?Homenaje? ?Morbo? Los medios 'rosa' convierten los males de famosos en espect¨¢culo
Por obra de los medios rosa, la enfermedad de Roc¨ªo Jurado ha venido a constituirse en una teleserie de por s¨ª, difundida como un miniprograma y esperado su curso como un nuevo e indeciso cap¨ªtulo. La muerte de Roc¨ªo D¨²rcal pas¨® como una pieza fugaz, sin demasiado aprovechamiento medi¨¢tico, pero el proceloso mal que atenaz¨® a Roc¨ªo Jurado cubre meses de ansiedad y zozobra. ?Una morbosidad? ?Un homenaje? ?Un sincero afecto de los espectadores y de las c¨¢maras? De todo hay un poco. Lo propio de los programas del coraz¨®n es la secreci¨®n emocionada. Tan pronto se localiza un fil¨®n h¨²medo o rom¨¢ntico, una traici¨®n, un embarazo o un duelo, los reporteros acuden para succionar la materia prima que otorga el sentido primordial a su en¨¦rgica tarea profesional, altamente mezclada con la existencia.
En la salud todos estamos directamente interesados. En menos de diez a?os se han duplicado los espacios destinados a asuntos de medicina y de salud
La explotaci¨®n que ahora se realiza informativamente de la enfermedad de Roc¨ªo Jurado responde a un modelo de m¨¢s consistencia mercantil
Porque mientras el resto de los medios de comunicaci¨®n se consagran, en general, a transmitir acontecimientos, los productos del coraz¨®n enfatizan sentimientos que imperan sobre los acontecimientos. La hist¨®rica raz¨®n de ser de las noticias se redondea en el dorado derecho de la informaci¨®n, pero el fuste de las noticias del coraz¨®n se apoya en el centro sensible de la vida org¨¢nica, y de ah¨ª que, por ¨ªnfima que sea la novedad respecto a la entrega anterior, la variaci¨®n no pueda considerarse irrelevante. El coraz¨®n azuzado distingue giros en la sentimentalidad como nunca la raz¨®n m¨¢s pura los registrar¨ªa en el intelecto.
Se trata, como ilustr¨® la enrevesada agon¨ªa de Juan Pablo II retransmitida en mil lenguas y lugares, de hallar en el interior de la situaci¨®n la finura de la peque?a peripecia, puesto que la demanda sentimental crece y se aguza a medida que la historia nos implica. Se trata, como en las teleseries, de atarse para seguir fielmente un hilo que, como en el caso de Roc¨ªo Jurado, posee la calidad suprema que le concede el trance de perder o ganar la vida.
En la salud todos estamos directamente interesados. Y cada vez en mayor proporci¨®n y profundidad. En menos de diez a?os se han duplicado los espacios destinados a asuntos de medicina y de salud en el total de los medios. Antes se mor¨ªa de cualquier cosa, y, con frecuencia, sin diagn¨®stico claro. Ahora, la abundante informaci¨®n m¨¦dica, el aumento de terapias y chequeos, la mayor instrucci¨®n sobre el significado de la hoja de an¨¢lisis o la activa formaci¨®n en psicof¨¢rmacos, han hecho de la poblaci¨®n un amplio gent¨ªo introducido en la cl¨ªnica.
Morir o no, se encuentra, casi por entero, fuera de nuestras manos, pero las enfermedades han sido alargadas, sopesadas y cronificadas gracias a la mejora de la ciencia, y, como consecuencia, una parte considerable de la vida la pasamos enteramente enfermos.
Enfermos secretos o declarados, con achaques y calmantes m¨¢s o menos expresos, vivimos en constante aprendizaje del s¨ªntoma y la dolencia. Pr¨¢cticamente todos los enfermos nos pertenecen en algo propio, de la misma manera que con ellos compartimos, en cuanto pacientes, destacables porciones de nuestro estado.
Los ricos y famosos que pueblan las revistas del coraz¨®n se mantienen a?os y a?os en el coraz¨®n de los lectores o los espectadores gracias a que, indiscutiblemente, sufren en cuanto afiliados a esta mutua universal del mal. Son ejemplares fascinantes por cuanto despilfarran en vestidos, por los bienes que conquistan y gozan ostentosamente, pero nunca llegar¨ªan a interesarnos de verdad si, de vez en cuando, irremisiblemente, no sufrieran. La verosimilitud indispensable para la eficiencia del relato exige que el vencedor fracase, que el afortunado quiebre o que el rico pruebe a fondo su infelicidad. No continuadamente, desde luego, puesto que el efecto desaparecer¨ªa sin su contraste, pero s¨ª ocasionalmente y de la forma m¨¢s severa, eximia.
Todos los productos rosa -que para los desinteresados en este g¨¦nero no significan otra cosa que golosinas acr¨ªticas y baratos anest¨¦sicos sociales- act¨²an como artefactos donde la comedia aparente encierra un n¨²cleo explosivo y en donde las joyas rebosantes, las fiestas del Principado o las fastuosas bodas reales vienen a preparar ceremoniosamente la gran tragedia. Esta dial¨¦ctica, sin embargo, no siempre aparece a la vista. Y, en ocasiones, acude de forma tan atropellada o tormentosa que reduce la productividad de su explotaci¨®n.
Una colosal e imprevista adversidad sobrevenida en un ruedo, en la carretera, en la lancha, favorece el estallido de las ventas y el aumento inmediato de la audiencia, si bien este suceso, para ser plenamente rentable, deber¨¢ coincidir con un punto cenital. El volumen del negocio ser¨¢ igual a la violencia del impacto. O tambi¨¦n: el volumen del negocio ser¨ªa proporcional al contenido de la sorpresa. Pero no es esto todo, ni lo mejor.
La explotaci¨®n que ahora se realiza informativamente de la enfermedad de Roc¨ªo Jurado responde a un modelo de m¨¢s consistencia mercantil. Sigue el patr¨®n de un cultivo extensivo y no intensivo del dolor.
Niebla emocional
El mal de la artista se propaga cada vez m¨¢s entre sus seguidores como una ampl¨ªsima niebla emocional venida de la prensa, la radio o la tele. Mantener esta difusi¨®n y su nivel de influencia exige pulso y profesionalidad a los gestores de la comunicaci¨®n. De ah¨ª el fen¨®meno delicado que implica hablar tambi¨¦n con familiares y visitantes como si se tratara de espectadores de una posible agon¨ªa. En estos cometidos, los medios pueden ser o parecer imp¨ªos, aunque debieran evitar esta impresi¨®n. Los consumidores rosa se compadecen, aman de verdad, se adentran sentimentalmente en el dolor y lo indagan puesto que el dolor del Otro, no doliendo insoportable-mente, constituye un extraordinario lenitivo tanto para la bonanza f¨ªsica como para la moral.
Los padecimientos de la figura relevante, tan venerada como incluida espont¨¢neamente en nuestra cotidianidad, nos pertenecen. Las Figuras son nuestros ¨ªdolos, parte de nuestro censo de sujetos recordados, comentados, queridos. La meticulosa atenci¨®n, pues, que los reporteros dedican al texto de los diagn¨®sticos m¨¦dicos, a los detalles orales o gestuales de profesionales o amigos, al traslado de la paciente aqu¨ª o all¨¢, se corresponde con la naciente estructura de un relato donde cada pieza ahora en cadena puede agrandarse con el resultado final.
En estos momentos, las cadenas, las revistas, se miden en una doble carrera profesional. De una parte, se desaf¨ªan en la cobertura m¨¢s completa y apropiada de la informaci¨®n. Pero, de otra, se retan en la construcci¨®n de la Historia Total, y su liza, no expresable cada d¨ªa, se encuentra decisivamente ah¨ª. La talla del personaje deber¨¢ ascender hasta el producto final de una talla humana consternada porque, de otro modo, el g¨¦nero habr¨¢ acertado parcialmente.
Las noticias, en general, refieren los hechos del ¨ªdolo, pero las noticias del coraz¨®n deben mover hacia la idolatr¨ªa. La repetida labor que desarrollan los periodistas en torno a Roc¨ªo Jurado (o el Papa o Roc¨ªo D¨²rcal) fracasar¨ªa de no obtener, d¨ªa tras d¨ªa, una lasca de emoci¨®n adicional. Un nuevo relente que pueda sumarse al anterior y componga un apego colectivo en cuyo interior anide la vida de la cupletista. De esa manera la historia del coraz¨®n habr¨¢ culminado felizmente, y los medios, olvidados ya de Montepr¨ªncipe, habr¨¢n vuelto a fomentar este congreso popular con la gloria y con la muerte egregia, la comuni¨®n rosa que colorea el anonimato y divulga la idea del dolor sin clases y el lamento sin mayor eco que la fiesta ritual del llanto.
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