Sue?os de una naci¨®n biling¨¹e
El alma nacional de los Estados Unidos, manifest¨® hace unos d¨ªas George W. Bush en una conferencia de prensa, est¨¢ en peligro de perderse.
El presidente norteamericano no se estaba refiriendo, por cierto, al menoscabo que ha sufrido la democracia en su patria a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, ni tampoco al uso y justificaci¨®n de la tortura por parte de sus agencias de inteligencia, ni menos estaba preocupado de lo que puede ocurrirle a un pa¨ªs que invade naciones lejanas esgrimiendo razones fraudulentas. M¨¢s bien, aquella amenaza al alma nacional proviene, seg¨²n Bush, de... una canci¨®n.
?Una canci¨®n?
En efecto, una versi¨®n en castellano del himno nacional norteamericano creada por un grupo de int¨¦rpretes latinos y transmitida por radios hispanas con gran desplante bajo el t¨ªtulo de Nuestro Himno; eso es lo que provoc¨® la inquietud de Bush. Y de tantos otros, como los senadores Lamar Alexander (republicano derechista) y Edward Kennedy (liberal de izquierda), que advirtieron que tambi¨¦n cre¨ªan que The Star Spangled Banner deb¨ªa entonarse exclusivamente en ingl¨¦s. Comentaristas y acad¨¦micos fueron m¨¢s tajantes, acusando a la tonadilla culpable (nada m¨¢s y nada menos) de profanar un icono de la identidad nacional.
A primera vista parece una insensatez tama?o enfurecimiento por una mera transcripci¨®n de un himno nativo. Mal que mal, en un momento de tanto desprestigio internacional de los United States of America, los anglo-americanos deber¨ªan estar felices de que artistas provenientes del extranjero tengan ganas de realizar un homenaje, en cualquier idioma, a la bandera norteamericana, precisamente esa star spangled banner que tan asiduamente se quema a lo largo y ancho del planeta. El problema, reconozc¨¢moslo, es que tal homenaje se est¨¢ llevando a cabo en castellano. Es improbable que los patriotas estadounidenses montasen en c¨®lera si hubieran aparecido, pongamos, versiones en navajo o inuit o alban¨¦s, o si alguna banda musical delirante quisiera resucitar y grabar hoy las traducciones al yiddish o al lat¨ªn del himno que se realizaron, seg¨²n se rumorea, en Nueva York en el a?o 1860.
La raz¨®n por la que Nuestro Himno suscita tanta indignaci¨®n es evidente. Las calles de los Estados Unidos no est¨¢n atiborradas de esquimales o albaneses protestando una ley que los discrimina, ni menos colmadas por una caterva de estudiosos de la lengua de Virgilio exigiendo que no se los deporte. Lo que s¨ª ha resonado recientemente en las calles de Los ?ngeles y Atlanta, Chicago y Nueva York fueron las voces de centenares de miles de hombres y mujeres que reivindicaban una amnist¨ªa para los doce millones de trabajadores indocumentados que viven ilegalmente en los Estados Unidos. Y la lengua en que vociferaban sus demandas era el mismo castellano sacr¨ªlego de Nuestro Himno.
No es extra?o, entonces, que esta versi¨®n de The Star Spangled Banner haya engendrado tanta alarma. Hace patente que, adentro de sus cuerpos morenos y sudorosos, aquellos mojados han tra¨ªdo de contrabando a El Norte el vocabulario vivaz y la gram¨¢tica iluminada de Octavio Paz y Miguel de Cervantes. No hab¨ªan cruzado la frontera tan s¨®lo para trabajar, colocar ladrillos, cambiar pa?ales, lavar platos, cosechar tomates, producir el pan de cada d¨ªa, trabajar, trabajar, trabajar. ?My God, tambi¨¦n estaban haciendo uso de la palabra!
En ingl¨¦s, claro que s¨ª. Es lo que desean para sus hijos los padres y las madres que emigran a este pa¨ªs. Lo que diferencia a estos reci¨¦n llegados a las orillas norteamericanas de generaciones anteriores es que no est¨¢n dispuestos a renunciar a su lengua materna. El castellano no va a desvanecerse como el noruego o el italiano o el alem¨¢n lo hicieron durante olas asimilatorias anteriores. No ¨²nicamente se susurra entre los miembros de la minor¨ªa m¨¢s grande de los Estados Unidos, sino que encuentra expresi¨®n simult¨¢nea en la boca y en los sue?os multitudinarios de muchos millones de latinoamericanos que habitan ese inmenso Sur tan angustiosamente vecino. El castellano, la primera lengua europea en escucharse, despu¨¦s de todo, en estos territorios de nuestra Am¨¦rica, ha llevado a cabo su retorno triunfal y esta vez tiene la intenci¨®n de quedarse para siempre.
Creo que son estas circunstancias las que explican por qu¨¦ se ha recibido con tanta aprehensi¨®n a Nuestro Himno. Al infiltrar a uno de los s¨ªmbolos m¨¢s pertinaces de la identidad norteamericana con s¨ªlabas nerudianas, esta adaptaci¨®n de The Star Spangled Banner ha cometido una transgresi¨®n imperdonable, pregonando algo que han temido muchos anglo-americanos durante d¨¦cadas, sin querer reconocerlo: el hecho de que su pa¨ªs se encuentra en v¨ªas de transformarse en una naci¨®n biling¨¹e.
Si tengo raz¨®n, y dentro de poco los Estados Unidos van a ir articulando su identidad en dos idiomas inevitables, surge la pregunta igualmente inevitable: ?c¨®mo habr¨¢n de reaccionar a un desaf¨ªo tan monumental los ciudadanos del pa¨ªs de Washington y Lincoln?
Una posibilidad, por supuesto, es que haya una virulenta r¨¦plica chovinista: m¨¢s hombres que se unen a las milicias paramilitares que vigilan la frontera con M¨¦xico, m¨¢s llamadas a construir un muro impenetrable en esa frontera, m¨¢s presi¨®n para deportar a los "ilegales", m¨¢s oposici¨®n a la educaci¨®n biling¨¹e en las escuelas.
Pero otros afirmar¨¢n que los Estados Unidos se han construido, a lo largo de su historia, en torno a los valores de la diversidad y la tolerancia, y que en un momento en que de veras se est¨¢ poniendo a prueba el alma nacional, en un momento en que se encuentran en peligro de ser sacrificados en el altar de una falsa seguridad los ideales democr¨¢ticos que constituyen el coraz¨®n mismo de la identidad nacional, la actitud m¨¢s valiente y tambi¨¦n m¨¢s l¨²cida ser¨ªa acoger en forma jubilosa al castellano, con todas sus maravillas, a ese debate y a esa lucha.
Mal que mal, en estos tiempos de crisis, ?qui¨¦nes pueden aportar m¨¢s a la b¨²squeda de una soluci¨®n creativa que aquellos inmigrantes empobrecidos que lo han arriesgado todo, cruzando desiertos y pantanos, para vivir el american dream? ?Acaso no est¨¢n siguiendo las huellas de los fundadores de esta rep¨²blica, sonando como ellos, en su idioma nativo, en el idioma que sea, una patria m¨¢s abierta y compasiva?
Ariel Dorfman es escritor chileno. Su ¨²ltimo libro es Memorias del desierto.
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