Tripartito, punto final
Pasqual Maragall decidi¨® ayer, acertadamente esta vez, renunciar a insuflar vida al ya difunto tripartito que ha gobernado Catalu?a desde finales de 2003 y prescindi¨® de Esquerra Republicana (ERC) como tercera pata de ese Gobierno. Han sido dos a?os y medio de coexistencia durante los que Maragall apenas ha podido ejercer su autoridad, preso como estaba de una alianza no decidida por ¨¦l, sino por su socio: fue Esquerra, que ten¨ªa la posibilidad de gobernar con CiU, la que eligi¨® al PSC. Afectado por esa dependencia, Maragall ha ejercido la presidencia de forma zigzagueante y confusa, lo que se ha manifestado de manera estruendosa en las dificultades para resolver las crisis generadas desde las filas de los republicanos. Ejemplos de ello han sido el viaje de Josep Llu¨ªs Carod Rovira a Perpi?¨¢n para entrevistarse con dirigentes de ETA; la imposici¨®n de los consejeros republicanos sin la m¨¢s m¨ªnima consideraci¨®n a la autoridad de presidente, o las reuniones de balance de gesti¨®n que presid¨ªa el propio Carod con sus seis consejeros en el Gobierno de la Generalitat.
Esquerra, con su actitud contra el principal proyecto del tripartito, la reforma del Estatuto, se ha autoexpulsado del Ejecutivo catal¨¢n. La direcci¨®n republicana, incapaz de controlar e imponerse a sus bases, ha demostrado una gran inmadurez. El culto al asamble¨ªsmo ha hecho que unas bases representadas por no m¨¢s de un millar de militantes hayan tenido m¨¢s peso que la opini¨®n mucho m¨¢s matizada, seg¨²n las encuestas, de su medio mill¨®n de votantes. La ruptura del tripartito es un fracaso de la apuesta de Maragall que abre expectativas nuevas: todas las alianzas son ahora posibles, incluida la de CiU con el PSC, lo que relativiza la posibilidad de que ERC vuelva a tener en sus manos la doble llave: Gobierno nacionalista o Gobierno de izquierda catalanista. En las elecciones de oto?o no habr¨¢ mirlos blancos: todos los partidos llegar¨¢n con experiencia de gobierno a sus espaldas, lo que dar¨¢ ocasi¨®n a los electores de juzgarles en funci¨®n de su gesti¨®n y actitud, y no s¨®lo de sus discursos.
Tambi¨¦n forman parte del balance negativo las vacilaciones de los socialistas de Maragall, que incluso recurrieron a una remodelaci¨®n del Gobierno con la aparente intenci¨®n de garantizar su continuidad, a despecho de la divisi¨®n ya evidente suscitada por el nuevo Estatuto. De lo que pase en el refer¨¦ndum de junio tendr¨¢ tambi¨¦n su parte de responsabilidad la maquiav¨¦lica estrategia de CiU de subir el list¨®n en la tramitaci¨®n del texto en su fase catalana, para presentarse luego como apagafuegos pactando su recorte en negociaciones bilaterales con Zapatero. Sospechosamente indiferente a los cambios del texto estatutario, el PP se ha mostrado incapaz de tener una incidencia real, paralizado entre el deseo de condicionar y el miedo de legitimar el resultado con su participaci¨®n. La etapa que ahora se abre en Catalu?a, aunque llena de interrogantes, permitir¨¢ cuando menos racionalizar la vida pol¨ªtica. El Estatuto dejar¨¢ de convertirse en la caverna de Plat¨®n que desdibuja o caricaturiza todas las pol¨ªticas sociales. Porque el Gobierno tripartito tiene en su haber algo que Jordi Pujol no logr¨® en 23 a?os: un pacto por la educaci¨®n entre patronal, sindicatos y Administraci¨®n; una ley de barrios (para ayudar a los m¨¢s deprimidos) y un envidiable saneamiento financiero de la Administraci¨®n. Habr¨¢ que ver si, tras esta experiencia, el nuevo Gobierno es capaz de hacer que el pragmatismo de las pol¨ªticas concretas gane terreno al ideologismo est¨¦tico y paralizante.
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