El dep¨®sito del agua
Aquel premio Nobel de medicina nuestro, aquel Severo Ochoa, era hacia el final de su vida un hombre triste, quebrantado desde que enviud¨® de una esposa muy querida, que se llamaba Carmen. El ¨¢nimo del hombre, sabio en biolog¨ªa molecular, no pudo recuperarse de esa p¨¦rdida y cay¨® en barrena, de modo que cuando alguien le preguntaba si cre¨ªa en esto o en lo otro, si en la existencia del alma u otra clase de trascendencia si no judeocristiana por lo menos oriental, algo, en fin, que prevaleciese sobre la ruina del tiempo, sol¨ªa responder arrastrando las palabras: "Deseng¨¢?ese, amigo m¨ªo. Somos f¨ªsica y qu¨ªmica. S¨®lo f¨ªsica y qu¨ªmica. Todo f¨ªsica y qu¨ªmica".
Sentencia nihilista que recuerdo al entrar en la biblioteca m¨ªstica del dep¨®sito de agua, uno de los lugares m¨¢s singulares y excesivos de la ciudad, donde se respira una atm¨®sfera densa de radiaciones intelectuales. Se llega, es curioso, por una calle rebautizada con el nombre de un pr¨®cer, aquel pol¨ªtico con bigote zarzuelero al que me divierte recordar -aunque es seguro que hizo cosas mejores- sosteniendo una monedita entre el pulgar y el ¨ªndice, a la que apuntaba con el otro ¨ªndice, como si la acusase, mientras denunciaba: "De cada peseta catalana que va a Madrid, s¨®lo regresan 10 c¨¦ntimos", o 20 c¨¦ntimos, o los que fueran. Lo repet¨ªa con cualquier excusa u ocasi¨®n. En ello era tenaz. Al pasar por la calle a la que le han puesto su nombre, recuerdo al pr¨®cer con la moneda en la mano, cual prestidigitador repitiendo el truco de la peseta menguante en toda fiesta infantil. En esa calle, precisamente en el edificio que fue cuartel del Ej¨¦rcito, instalaron hace unos a?os una universidad y en el subsuelo est¨¢ la ¨²nica biblioteca de la ciudad con horarios razonables; es decir, que en las amplias salas de consulta general se puede estudiar tambi¨¦n de noche e incluso de madrugada. Durante el d¨ªa los estudiantes cuchichean en torno a las mesas con los ordenadores port¨¢tiles abiertos, intercambian apuntes, hojean peri¨®dicos, piensan mucho en aprobar ex¨¢menes y en intercambiar fluidos corporales con tal o cual condisc¨ªpulo, futuro viudo o viuda cuyos nombres por ahora son "miel para los labios, brasa en el pecho". Etc¨¦tera. En fin, que se respira una atm¨®sfera leve y algo dispersa. Por un pasadizo se accede a la otra y m¨¢s secreta parte de la biblioteca, habilitada en la sala de columnas del antiguo dep¨®sito del agua, donde reina un silencio absoluto y donde se dirimen los asuntos m¨¢s serios y las cuestiones m¨¢s graves. Es una f¨¢brica asombrosa, de ladrillo, levantada a finales del XIX para abastecer de agua el parque de la Ciutadella y alimentar la cascada, y que despu¨¦s ha tenido utilidades diversas, entre ellas la de granero, la de asilo para socorrer a pobres y vagabundos en tr¨¢nsito, la de almac¨¦n de monumentos embarazosos, la de dep¨®sito del cuerpo de bomberos y la de estudio cinematogr¨¢fico, funciones estas ¨²ltimas que se compadecen muy bien con la dram¨¢tica arquitectura del lugar, hileras de robustas y alt¨ªsimas columnas hasta el techo abovedado; arquitectura dram¨¢tica, sobre todo, cuando de las ventanas, tragaluces y ranuras en lo alto caen hasta los pupitres haces de luz solar que dibujan fuertes contrastes de sombra y luz, de masa y transparencia, evocativos de aquellas carceri d'invenzioni, c¨¢rceles fant¨¢sticas y amenazadoras inventadas por Gianbattista Piranesi, el arquitecto y dibujante dieciochesco.
No hay nada amenazante, desde luego, en esta geometr¨ªa vertical, silenciosa, reflexiva, nada amenazante como no sea el rugir de los leones del zool¨®gico al otro lado de la calle de Wellington, esos rugidos fieros y lastimeros que se dejan o¨ªr particularmente a las cinco de la tarde, cuando los guardianes del zoo les llevan el alimento a sus jaulas. Tales rugidos no son mala m¨²sica, si es preciso o¨ªr alguna, para las actividades intelectuales que se desarrollan en esta sala, entre las columnas. Ah¨ª se extiende el legado incomparable de la Biblioteca Mystica et Philosophica Alois M. Haas, con 40.000 vol¨²menes y 25.000 cat¨¢logos de arte a prop¨®sito de todas las disciplinas y materias relacionadas con la espiritualidad. Siempre se ha representado a san Jer¨®nimo, paradigma del estudioso, del sabio, m¨¢s o menos como en el grabado de Durero: leyendo en su celda y con un le¨®n pac¨ªficamente tumbado a sus pies. Como los leones en sus jaulas del zoo rugiendo su insatisfacci¨®n y su descontento, as¨ª los hombres y mujeres en esta erg¨¢stula piranesiana meditan las ideas m¨¢s elevadas y trascendentes que alguien pens¨®, para superar la sentencia del sabio sombr¨ªo Severo Ochoa.
museosecreto@hotmail.com
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