Enfermero, escultor, iconoclasta
![Ana Alfageme](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F9c68d2e5-1703-474b-a134-16b23abefee5.jpg?auth=5f59648e4b2b6fc4f430669d3b4c434e33164fb087b858e8b27e95e7f8671c6b&width=100&height=100&smart=true)
Adentrarse en una cueva es como morir, dec¨ªa Jorge Le¨®n. Hay un momento en que cuando la claridad queda a la espalda y t¨² caminas hacia la negrura o te hundes en la sima, crees estar en contacto con la muerte. Eso dec¨ªa.
Jorge, el tetrapl¨¦jico que muri¨® la semana pasada en Valladolid, amaba la espeleolog¨ªa. Y esa difusa, reversible, sensaci¨®n de peligro. Lo contaba durante las noches de guardia en el hospital Cl¨ªnico de Valladolid, a eso de las tres de la madrugada. Cuando ced¨ªa la avalancha de cuerpos maltratados por la carretera o por la fiebre a los que ¨¦l, el enfermero de Radiolog¨ªa, acercaba hacia una m¨¢quina de rayos X en un semis¨®tano ¨²nicamente a esas horas solitario, como todo el hospital.
"Estuve dos horas traduciendo para ¨¦l una p¨¢gina sobre eutanasia", recuerda una amiga
La m¨¢quina le manten¨ªa vivo. Vivo y consciente de su progresiva decadencia
Viajero, deportista, punk, lector y artista en busca de la utop¨ªa. Amigos y compa?eros de Jorge Le¨®n, el tetrapl¨¦jico de Valladolid que luch¨® por la eutanasia, le recuerdan tozudo, cr¨ªtico y vital
El blog de Jorge Le¨®n |
Jorge Le¨®n Escudero muri¨® a los 53 a?os el jueves 4 de mayo, tras suplicar durante muchos meses, incluso a?os, a amigos, antiguos amigos y asociaciones pro eutanasia que una mano desconectase el respirador que, cada tres segundos, insuflaba aire a sus pulmones. La m¨¢quina que le manten¨ªa vivo. Vivo y consciente de su progresiva decadencia, de los s¨ªncopes, de las flemas que sus cuatro cuidadoras ten¨ªan que remover manipulando su t¨®rax inerte, de los dolores que la morfina, que emple¨® por primera vez pocos d¨ªas antes de su muerte, resta?aba a cambio de robarle lucidez. ?l mismo lo contaba el 28 de abril en su diario de Internet: "Intento escribir pero me cuesta much¨ªsimo (...) cancelo una visita querida porque as¨ª ser¨ªa una miseria; tampoco puedo leer, s¨®lo dormitar en silencio".
Cuando su cuerpo sin vida fue hallado al lado de un vaso vac¨ªo y un respirador desenchufado, hac¨ªa seis a?os que no entraba en una cueva o que no sacaba al campo a su grupito de colegas punkis. Casi 2.000 d¨ªas desde que no empu?aba el soplete intentando mudar en desnudas esculturas la chatarra que recog¨ªa en fundiciones o descampados y que almacenaba en su casa de siempre. La inmensa casa que comparti¨® en su juventud con amigos, llena de libros, hierros, esculturas, un piso en un caduco palacete del siglo XVIII, en Valladolid. Su c¨¢mara de fotos, que tantas diapositivas hab¨ªa tirado por el mundo, almacenaba polvo en un rinc¨®n.
Desde aquel d¨ªa de 2000 en que Jorge se cay¨® de una barra fija mientras ejercitaba su cuerpo menudo y fibroso, de atleta, nunca volvi¨® a ser ese enfermero de grandes gafas de concha, botas militares, coleta a ratos, a ratos rapado el cr¨¢neo. Ten¨ªa un aspecto algo feroz, recuerda una m¨¦dica que hac¨ªa guardias con ¨¦l. Hasta el punto que un d¨ªa, rememora un compa?ero del hospital, un hombre borracho se asust¨® al verle acercarse, con su bata y su cresta color naranja.
"A Jorge le recuerdo siempre con zuecos, sentado en posici¨®n de loto sobre el sof¨¢ de la sala de guardias. Cuando llegaba un enfermo, se levantaba corriendo. El hecho de que fuera artista, de que amase las im¨¢genes, le hac¨ªa trabajar con un gran sentido est¨¦tico, as¨ª que tambi¨¦n era un gran t¨¦cnico de radiolog¨ªa", dice la m¨¦dica, "incluso me advert¨ªa de los casos en los que hab¨ªa problemas".
Jorge, el enfermero feroz, resultaba un ser exquisito con sus pacientes, muchos de ellos accidentados que llegaban a Urgencias en medio de la noche con los ojos perdidos y el miedo empapado en sangre. Igual que un d¨ªa llegar¨ªa ¨¦l. Su supervisor no recuerda ni un solo momento en los 12 a?os que trabaj¨® a su lado, en que se malencarase con un enfermo.
Si la guardia se daba bien, Jorge proyectaba diapositivas de sus viajes. De India, donde hab¨ªa ido varias veces. O hablaban de arte, por ejemplo, su aut¨¦ntica m¨¦dula. El arte menos f¨¢cil, el m¨¢s arriesgado. Una vez le dijo a su compa?era que ese museo de imaginer¨ªa religiosa del que Valladolid y ella misma se sienten tan orgullosos era el peor de la ciudad. Otra vez ella le se?al¨® un cuadro que le atra¨ªa por la composici¨®n.
-Te gusta porque es complaciente -le dijo ¨¦l.
Otras noches, en la severa mole del hospital, 12 plantas, se escuchaban extra?os sonidos. Jorge llevaba la m¨²sica que amaba. M¨²sica cl¨¢sica contempor¨¢nea.
-Esto es un camelo, Jorge, -le dec¨ªa la m¨¦dica.
-Es que t¨² te has anclado en el barroco, que no quieres cambiar, -respond¨ªa ¨¦l.
Jorge pronunciaba nombres de m¨²sicos, de escritores, de artistas, que, hace 20 a?os, sonaban marcianos. Una antigua amante recuerda que en el mismo verano, le descubri¨® los secretos del rom¨¢nico castellano, los hayedos de Soria y la primera exposici¨®n en Espa?a del pintor Julian Schnabel. "Ten¨ªa una piel extremadamente suave, como oriental, y aparentaba muchos menos a?os de los que ten¨ªa. Era un hombre muy femenino", dice ella, "en el sentido de que prefer¨ªa la compa?¨ªa de mujeres, siempre estaba rodeado de ellas; sus novias, sus amantes, acababan siendo amigas suyas".
Pero la monta?a, su casa en el pueblo, los dulces que tra¨ªa de Par¨ªs, el activismo ciudadano, el pol¨ªtico -estuvo cercano al Partido de los Trabajadores-, el vino que hac¨ªa con sus propias manos, la mochila, la bohemia del artista que le daba la espalda al mercado, todo eso qued¨® atr¨¢s un d¨ªa de hace seis a?os. Incluso su matrimonio, que hab¨ªa comenzado con una boda en el hospital de Parapl¨¦jicos de Toledo. Dicen algunos amigos que, desavenencias aparte, ¨¦l ech¨® a su mujer de su lado. Sostienen que quiso que ella tuviese una vida m¨¢s all¨¢ de cuidar a un tetrapl¨¦jico.
El Jorge de ahora, el que pasaba unas pocas horas al d¨ªa sentado en su silla el¨¦ctrica, con una fachada de ladrillo como todo horizonte al otro lado del balc¨®n, al otro lado de la calle, conservaba esa cabeza privilegiada suya, que hab¨ªa organizado una vida activa como pocas a partir de su trabajo como enfermero de noche. Una cabeza que sigui¨®, despu¨¦s de una tragedia a la que lament¨® haber sobrevivido, - "muy pocos salen de esta lesi¨®n", se quejaba- empe?¨¢ndose en crear. Lo hac¨ªa moviendo con la barbilla un puntero conectado al ordenador.
En 2001 expuso en una galer¨ªa de Valladolid: esculturas en hierro que hab¨ªa hecho antes del accidente, marcadas por su obsesi¨®n por el movimiento y el equilibrio, por la fascinaci¨®n hacia el laberinto. Algunas funcionaban como instrumentos musicales, - "convert¨ªa el hierro en m¨²sica", dice una buena amiga-. Otras obras fueron realizadas en metales preciosos a partir de los bocetos que ¨¦l diagramaba en el ordenador. Tambi¨¦n se colgaron dibujos. "Sab¨ªa muy bien lo que quer¨ªa", dice la due?a de la galer¨ªa, Teresa Cuadrado, "persegu¨ªa materializar la utop¨ªa
Sus cuatro cuidadoras o sus amigos ejecutaban las esculturas. Exig¨ªa, tozudo, nervioso, verlas materializadas exactamente como las conceb¨ªa. Las cuidadoras compraban vidrio para su quehacer creativo en la cristaler¨ªa de debajo de su casa -lo hicieron un par de d¨ªas antes de su muerte- o entraban en las librer¨ªas con nombres apuntados de los que nunca hab¨ªan o¨ªdo hablar. A veces no entend¨ªan las frases que pronunciaban en alto para que las escuchase Jorge. Nos manda leer, dec¨ªan, un ensayo de un se?or que se llama Adorno.
Los primeros a?os, sol¨ªa salir, incluso su esposa y ¨¦l pelearon para que en la escalera de su casa se instalara un peque?o ascensor para que su pesada silla, a la que se le hab¨ªa a?adido el respirador, pudiese ser trasladada. Despu¨¦s evitaba cualquier proposici¨®n de abandonar su estudio, incluso cuando llegaban las complicaciones, hu¨ªa del hospital.
Jorge Le¨®n abri¨® un diario de Internet el 2 de agosto de 2005. Desde esa fecha plasm¨® su inconformismo vital, sus padecimientos - "no te puedes ni imaginar lo que ha pasado, lo que ha sufrido", dec¨ªa esta semana un amigo de tres d¨¦cadas, "imagino lo que han pasado los presos de Guant¨¢namo y me parece poco al lado de lo suyo"-, su pelea por la legalizaci¨®n de la eutanasia y, por supuesto, la petici¨®n de una mano amiga que le librase de la c¨¢rcel del respirador. Incluso transcribi¨® su direcci¨®n y su tel¨¦fono en el blog por si alguien se animaba a "eutanasiarle". Antes de abrir el diario, el hombre de los ojos azules -al final era todo ojos, dice una amiga, la expresividad de su sonrisa qued¨® ah¨ª- busc¨® entre sus allegados quien ejecutase la eutanasia . "Despu¨¦s de a?os sin verle", comenta una amiga de la juventud, "lo primero que me dijo es que le ayudase a morir. Estuve dos horas traduciendo para ¨¦l una p¨¢gina sobre la eutanasia. Estuve llorando horas y horas. No volv¨ª".
Doce d¨ªas antes de su muerte, su antigua compa?era de guardias fue a visitarle porque quer¨ªa ir a la India. "Lo interesante de ese lugar es perderse", le dijo Jorge a su amiga, "pi¨¦rdete". Le dijo que estaba perdiendo concentraci¨®n, que no pod¨ªa leer, ni crear. Luego les sirvieron un tinto, un ribera de Duero y hablaron sobre c¨®mo conservar los vinos. Ella tuvo la sensaci¨®n de que no volver¨ªa a verle.
"La muerte se presenta como algo impreciso, sordo, negro", dijo en su blog. "Llevar¨ªa rematadamente mal no volver a penetrar en las entra?as de la Tierra, donde es posible encontrar el no-yo detr¨¢s del yo m¨¢s profundo, en su completa soledad, oscuridad y silencio", escribi¨® otro d¨ªa Jorge Le¨®n, el espele¨®logo.
El blog de Jorge Le¨®n, en ELPAIS.es
![Jorge Le¨®n posa ante una de sus esculturas en una galer¨ªa de Valladolid.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/UOZRKNRZ63TTFCZENLAZ3NLZWY.jpg?auth=9c183296dae7ece5361c3e680ece118427cea0ed279b87ee3625b29e5a004d0b&width=414)
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