Desintegrados
Mi amigo de Polonia me traduce una frase de Marek Ok¨®lski, catedr¨¢tico de Demograf¨ªa en Varsovia, que, a la pregunta de cu¨¢ntos polacos deben ser exportados para reformar la econom¨ªa de su pa¨ªs, responde: "Un mill¨®n". Le veo a Polonia el alma dividida, entre el millonario impulso emigrante y el mezquino instinto xen¨®fobo de algunos de sus ministros, nacionalistas ultracat¨®licos y antieurope¨ªstas. "Polonia para los polacos", escriben en las paredes los suyos, alarmados por la llegada de vietnamitas y viajeros procedentes de las ca¨ªdas rep¨²blicas sovi¨¦ticas.
Pienso en el mill¨®n de emigrantes polacos y me acuerdo de Espa?a, de las migraciones espa?olas en los a?os de lo que se llam¨® el Desarrollo, m¨¢s de un mill¨®n en los sesenta y los setenta, hacia Francia, B¨¦lgica, Holanda, Suiza, Alemania o Inglaterra. La econom¨ªa espa?ola vivi¨® del dinero m¨®vil de emigrantes y turistas, y de la especulaci¨®n inmobiliaria, porque, tambi¨¦n, entonces se constru¨ªa mucho: bloques para veraneantes y para emigrantes interiores que, desde el campo, llegaban al extrarradio de las ciudades. Tuvieron tanto peso los emigrantes, que hoy figuran en la Constituci¨®n y en el vigente y agonizante Estatuto andaluz. El Estado velar¨¢ por los trabajadores en el extranjero y procurar¨¢ su retorno, dice la Constituci¨®n, y el Estatuto marca el objetivo de superar "las condiciones econ¨®micas, sociales y culturales que determinan la emigraci¨®n de los andaluces". Volvieron muchos, como muchos son ahora los inmigrados que se instalan aqu¨ª.
La Junta hace y financia planes para integrar a los nuevos inmigrados de la sociedad andaluza. Yo veo esto necesario, imprescindible. La Administraci¨®n se preocupa de que los reci¨¦n llegados aprendan espa?ol, tengan escuela y hospital y servicios sociales. Oigo al este de M¨¢laga hablar en ruso, rumano, ¨¢rabe marroqu¨ª, italiano y espa?ol italianizado de Argentina: me cruzo con extranjeros que no son los usuales jubilados de Europa, esos consumidores exigentes y ricos que jam¨¢s recurren a la lengua ind¨ªgena porque el vendedor o servidor est¨¢ obligado a entenderlos. He visto a alg¨²n angl¨®fono ofendido porque la cajera espa?ola se obstinaba en la rareza de hablar espa?ol y no saber ingl¨¦s.
Los nuevos extranjeros trabajan aqu¨ª. Necesitar¨¢n entenderse con el compa?ero y conocer el sistema de derechos y valores que regir¨¢ sus vidas. Ser¨ªa improcedente considerar piedad o caridad la atenci¨®n integradora hacia estos nuevos ciudadanos extranjeros, porque a quien vive aqu¨ª es obligatorio reconocerle los derechos de ciudadano. Los servicios del Estado no son cuesti¨®n de caridad, y uno de los principios que habr¨ªa que recordar a quienes quieren vivir aqu¨ª es el art¨ªculo 31 de la Constituci¨®n: "Todos contribuir¨¢n al sostenimiento de los gastos p¨²blicos de acuerdo con su capacidad econ¨®mica". Est¨¢ en la parte dedicada a los derechos y deberes fundamentales.
Hay que empezar por reconocer los derechos de ciudadan¨ªa de los que llegan de lejos, y concebir los derechos sociales como corresponsabilidad entre ciudadanos. Una vez le¨ª que la calidad de un equipo de m¨²sica viene dada por su elemento m¨¢s d¨¦bil: si aceptamos que existan trabajadores cuya situaci¨®n social depende de la caridad, todos acabaremos en manos de la beneficencia, trabajadores ocasionales en manos de la compasi¨®n ocasional. El panorama apunta a una cosa as¨ª: un mercado laboral de j¨®venes envejecidos en perpetua juventud precaria, con contratos de estaci¨®n en una econom¨ªa de estaci¨®n, entre la construcci¨®n y la hosteler¨ªa, y a merced del humor del dinero. El soci¨®logo Ulrich Beck amenazaba con que el futuro general no era el Primer Mundo, sino la vida ca¨®tica en eso que con espl¨¦ndido complejo de superioridad era llamado Tercer Mundo por los primeros. En Polonia ya gobiernan los contrarios a la Europa de los impuestos y los derechos sociales, es decir, de los Estados concebidos como sistemas de corresponsabilidad entre sus ciudadanos.
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