El irland¨¦s impasible
Un domingo como dios manda debe empezar con zumo de naranja, caf¨¦ y titulares en blanco y negro. Mientras extiendo la mermelada sobre una rebanada de pan tostado, leo: "El topo estaba esperando a su verdugo", y de pronto s¨¦ perfectamente d¨®nde me encuentro. Estoy en el cementerio de Belfast detr¨¢s del furg¨®n negro que traslada el f¨¦retro de Denis Donalson, un tipo menudo, de aspecto t¨ªmido que perfectamente podr¨ªa haber salido de una novela de Graham Greene, pero que en cambio sale de una p¨¢gina de este peri¨®dico, firmada por el corresponsal en el Ulster. Dicen algunos entendidos que la diferencia entre el periodismo y la literatura es que un reportero no busca la belleza, sino la verdad. Como si ambas cosas fueran distintas, como si no tuvi¨¦ramos bastante ya con buscar la belleza que hay en estar vivos. Claro que Denis Donalson ya no lo est¨¢. Muri¨® el mes pasado en una peque?a aldea de Irlanda del Norte de un tiro de escopeta disparado a quemarropa.
Era un veterano del Sinn Fein, un militante republicano de toda la vida, amigo de Bobby Sands, el m¨ªtico preso del IRA que muri¨® en huelga de hambre en la c¨¢rcel de Mazze. Conoc¨ªa a fondo los entresijos del proceso de paz en el Ulster. La mitad de su cerebro profesaba los mismos planteamientos pol¨ªticos que Gerry Adams, de quien se le consideraba muy pr¨®ximo. Pero la otra mitad aceptaba ¨®rdenes directas de los servicios secretos brit¨¢nicos, como confes¨® p¨²blicamente hace apenas unos meses al corresponsal de The Times, en unas declaraciones que sonaron como un bombazo en el coraz¨®n del republicanismo.
Pudo cambiar de identidad, desaparecer del mapa y vivir el resto de su vida de una pensi¨®n de la corona brit¨¢nica como cualquier topo al salir del armario. Pero prefiri¨® quedarse en la aldea de Glenties, en Co Donegal, un pedazo de tierra zarandeado por todas las borrascas del mar del Norte, en una casa sin luz ni agua corriente, como si quisiera pagar una penitencia, con una modesta estufa de gas¨®leo, esperando d¨ªa tras d¨ªa que llegara su verdugo. Quiz¨¢ sab¨ªa quien era, un buen esp¨ªa siempre lleva memoria de sus cuentas pendientes.
Mientras apuro el caf¨¦ y el furg¨®n que traslada el f¨¦retro de Donalson se adentra por un camino de gravilla entre cipreses, me hago la misma pregunta que hoy se hacen todos en Irlanda ?Defendi¨® Donalson el proceso de paz porque ten¨ªa esa convicci¨®n profunda o porque estaba a sueldo de los servicios secretos brit¨¢nicos?
Es una buena pregunta. Lo malo es que se trata de una pregunta en que la verdad no se deriva de la realidad limpia, como la fe del carbonero, sino que es una verdad moral o por as¨ª decirlo po¨¦tica, derivada de la contradicci¨®n, que es la clase de verdad que late en las novelas, aunque est¨¦n escritas como en este caso con el golpe de tinta de un titular de prensa. Hay d¨ªas en que una se dispone a escribir un art¨ªculo de prensa y le sale en endecas¨ªlabos y otras veces abre el peri¨®dico y en vez de leer una noticia, descubre el comienzo de una novela. Ser¨¢ la comuni¨®n de g¨¦neros que ya preconizaba Arist¨®teles.
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