Entre libros
A punto de terminar la Feria del Libro Antiguo y de Ocasi¨®n me paseo por Recoletos, entre libros y libreros. Los de la cuesta de Moyano est¨¢n contentos, supieron resistir, defendieron sus viejas casetas, con sus libros como barricada. Ante las amenazas de ser desplazados por la famosa remodelaci¨®n de la zona se dijeron: no pasar¨¢n. Y no pasaron. Seguir¨¢n en su sitio, en su cuesta, al lado del Bot¨¢nico, bajo sus ¨¢rboles. El libro que han reeditado este a?o es toda una met¨¢fora, As¨ª fue la defensa de Madrid, del general Vicente Rojo. Un emocionante libro que una vez hab¨ªamos comprado en una de esas casetas llenas de libros viejos, de libros vivos. Un libro que el general republicano dedic¨® a las an¨®nimas, abnegadas y heroicas mujeres espa?olas que no se rindieron, que fueron ejemplares frente a la angustia y la desesperanza.
Rescato el preg¨®n de Eduardo Arroyo, madrile?o y bibli¨®filo, pintor alimentado por la literatura que sabe, con Heine, que un pueblo debe conservar sus libros, "all¨ª d¨®nde se queman libros, se queman hombres". Arroyo que se siente cercano a ese ingl¨¦s que tambi¨¦n estuvo en aquella guerra, en aquella resistencia contra la barbarie, cercano a Cyril Connolly, pr¨ªncipe de los bibli¨®filos, amante de los libreros de viejo que le parec¨ªan una raza aparte, una deliciosa compa?¨ªa de guardadores de lo ideal y lo pr¨¢ctico.
Con Arroyo nos fuimos a la sala del C¨ªrculo de Lectores para volver a emocionarnos con la c¨¢lida y melanc¨®lica evocaci¨®n de Iberia en la m¨²sica de Alb¨¦niz y el piano de Rosa Torres Pardo. Adem¨¢s, all¨ª nos encontramos con el mundo lleno de cuentos y fantas¨ªas, de sue?os aplazados, de erotismo y nocturnidad de los dibujos que Frederic Amat ha creado para uno de los m¨¢s hermosos libros de la historia, Las mil y una noches. Uno de los mejores tesoros con los que un bibli¨®filo se puede encontrar este a?o.
Para seguir entre libros nos vamos hasta esa librer¨ªa llena de sue?os de cine, hasta Ocho y Medio. All¨ª present¨® Joaqu¨ªn Leguina la ¨²ltima aventura de su personaje de ficci¨®n, de ese abogado y buen lector llamado Baquedano. Contin¨²a Leguina con su mestizaje entre la novela negra y el costumbrismo, con su af¨¢n de hacer posible lo galdosiano pasado por el mundo de Chandler. La novela habla de la relaci¨®n entre la especulaci¨®n inmobiliaria y la corrupci¨®n pol¨ªtica. Leguina sabe de lo que habla. Confes¨® que tuvo que saber resistir a las presiones, a las tentaciones de los especuladores del suelo de Madrid. Paseando por sus p¨¢ginas se puede hacer un recorrido por algunas infamias sobre las que han construido esta ciudad demasiado llena de rufianes dedicados al negocio del ladrillo. Al lado de lo negro tambi¨¦n se pueden encontrar otras pistas para paseantes por el viejo Madrid, por lo que queda de sus mercados, sus viejos y nuevos bares, sus restaurantes populares y sus calles angostas. Leguina, madrile?o y c¨¢ntabro, no ser¨¢ Chandler, ni Gald¨®s, pero no le importa ser un destacado garbancero de nuestra ¨²ltima novela negra.
Leguina, uno de los escritores que, de momento, se salva de estar en la lista de los mis¨®ginos de nuestra literatura. Una lista que abruma. Si tuvi¨¦ramos que reescribir la historia de nuestra literatura desde los postulados de correcci¨®n feminista, si tuvi¨¦ramos que censurar a los autores por mis¨®ginos, seg¨²n la breve historia de nuestra misoginia seg¨²n la escritora Anna Caball¨¦, nos quedar¨ªamos sin algunos de nuestros m¨¢s destacados escritores, desde el conde Don Juan Manuel hasta nuestro admirado Jos¨¦ Carlos Mainer. Por supuesto no existir¨ªan Quevedo, Graci¨¢n, Morat¨ªn, Unamuno, Baroja, Cela ni Umbral. Pero lo sorprendente es que tampoco podr¨ªan estar algunas destacadas escritoras, como Merc¨¦ Rodoreda o Almudena Grandes.
Entre el arreglo de cuentas por el lado feminista de Anna Caball¨¦ y los palos ir¨®nicos de Rafael Reig en su novela, o algo parecido, llamada Manual de literatura para can¨ªbales, el lector que vive conmigo se siente asediado por todos los frentes. Pues nada, seguiremos leyendo en la intimidad, escondiendo el mis¨®gino que llevamos dentro y domesticando el lado m¨¢s can¨ªbal de nuestro ser animales lectores. Cualquier d¨ªa de ¨¦stos me declaro sujeto no influenciable por las lecturas. Tampoco es necesario que no sea lo que lee. Ni siquiera lo que escribe.
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