Un ego inabarcable

Llu¨ªs Homar, protagonista de El hombre de teatro, es un actor magn¨ªfico. Su interpretaci¨®n del mon¨®logo de Las bodas de F¨ªgaro consigui¨®, hace unos a?os, lo imposible: que todas las butacas del teatro de la Comedia dejaran de crujir durante 10 minutos. Tambi¨¦n se meti¨® al p¨²blico de Madrid en el bolsillo en Te dir¨¦ siempre la verdad, biograf¨ªa esc¨¦nica donde hac¨ªa de s¨ª mismo.

Bruscon, su personaje en la comedia de Thomas Bernhard que se representa en la Abad¨ªa, es un d¨¦spota, como los protagonistas de El reformador del mundo, La fuerza de la costumbre y Una fiesta para Boris. Se cree el eje del universo. Es primer actor y autor de una compa?¨ªa familiar, en gira por la Austria profunda. Desprecia al p¨²blico, a los suyos y al due?o de la posada donde paran. No pierde ocasi¨®n para ofenderles ni les deja hablar. Despotrica contra los nazis, pero no es mejor que ellos.

Bernhard vierte pestes contra su pa¨ªs y contra el teatro por boca de su criatura. Punt¨²a la comedia con un humor vitri¨®lico. La estira. Llu¨ªs Homar sostiene su diatriba durante dos horas sin aflojar. Hace a Bruscon seductor, divertido: le presta su encanto. Quiz¨¢ se ha enamorado de ¨¦l m¨¢s de la cuenta. Hay momentos en los que deber¨ªa parecer terrible, y resulta simp¨¢tico. Xavier Albert¨ª dirige con buen gusto, pero mueve a los personajes secundarios como a t¨ªteres: los aplana a¨²n m¨¢s. En ese registro destacan las brev¨ªsimas intervenciones de Lurdes Barba.