'Shoah' en televisi¨®n
El televidente puede ver este domingo y el que viene, en La 2, a una hora tard¨ªa pero no imposible, la continuaci¨®n del filme de Claude Lanzmann, Shoah. Sobre el proyecto nazi de destrucci¨®n de los jud¨ªos europeos hay muchas pel¨ªculas, mejor dicho, hay una, ¨¦sta. Y luego todas las dem¨¢s: las de Resnais, Polanski o Spielberg. No es un documental como dice la publicidad, aunque aqu¨ª en ning¨²n caso la ficci¨®n suplanta a la historia; ni es obra de autor, aunque la potencia de la mirada de Lanzmann es tal que en Francia, cuando se refieren al exterminio jud¨ªo, no dicen Holocausto o Auschwitz, sino Shoah, como el filme. Es cine en estado puro, un obra maestra y por eso inclasificable.
El director utiliza todos los resortes del lenguaje cinematogr¨¢fico -movimientos de la c¨¢mara, distintos tipos de planos, complicidad de rostros y paisajes, el arte del montaje, etc¨¦tera- no s¨®lo para contar una historia inenarrable sino para aproximarnos a la experiencia de sus protagonistas. Porque los actores son supervivientes. Se representan a s¨ª mismos, por eso el peluquero hace que corta el pelo ahora como anta?o en la antec¨¢mara de la muerte. Pero no fingen su dolor. Cuando Bomba -atenci¨®n a esa secuencia- se desploma y llora ante la c¨¢mara porque no puede soportar la memoria, no est¨¢ actuando como lo har¨ªa un buen profesional, sino pagando el precio para transmitir la verdad de una experiencia. No se trata para los actores de hacer un buen filme. Lo importante es que el mal que ellos sufrieron no salga de la escena como un suspiro que alivia, sino que act¨²e como una sacudida estremecedora. El director quer¨ªa una obra donde el espectador no fuera a pasar el rato sino a hacer una experiencia. Por eso dura nueve horas y media, que hay que ver de un tir¨®n para poder apreciar la intensidad de los testimonios, el rigor hist¨®rico y su fuerza comunicativa. Las exigencias comerciales obligan a dividirla en cuatro partes. Quien cate una sesi¨®n sentir¨¢ la necesidad de ese enfrentamiento solitario con el mal y recordar¨¢ ese mano a mano como uno de los episodios de su vida en los que escap¨® a la l¨®gica de la rutina para hacer una experiencia de libertad.
Pese a su duraci¨®n, es una obra muy ordenada en torno a unos cuantos ejes. Shoah es ante todo afirmaci¨®n del fracaso del proyecto nazi. Con los nazis no acabaron los aliados. La "soluci¨®n final", es decir, el proyecto de exterminio del pueblo jud¨ªo era un proyecto de olvido. No ten¨ªa que quedar ni rastro del crimen para que desapareciera la posibilidad de la memoria de un pueblo: de su existencia y de su contribuci¨®n a la historia de la humanidad. Lanzmann, armado con su c¨¢mara, convoca a los testigos para decirnos que los bosques que han crecido sobre antiguos campos o los barrios construidos sobre antiguos guetos no pueden ocultar la realidad de esos lugares. La memoria se enfrenta a la historia. No hay im¨¢genes de archivo ni reconstrucci¨®n de escenarios. S¨®lo la palabra enfrent¨¢ndose a lo que han devenido aquellos lugares y sus protagonistas. Por eso el filme comienza con la presencia de los testigos que van a acompa?arnos a lo largo de la jornada. Unos, como Zaild, van a contar vivencias que sorprenden a su propia hija; otros, como Scherbnik, van a revelar lo que hay de historia viva entre las hierbas de una naturaleza muerta. Los testimonios de estos supervivientes son sobrios para que nosotros podamos asimilarlos racionalmente sin naufragar en un mar de sentimientos.
En segundo lugar, el testimonio de los propios verdugos. Los verdugos tambi¨¦n testifican. Lo hacen con enga?o -son filmados con una c¨¢mara oculta- y hablan tras negociar el anonimato. No se arrepienten de nada y hablan con una precisi¨®n que da miedo. "El Ziklon B, s¨®lo en Auschwitz", dice un sargento de la SS, mientras canta encantado la canci¨®n que obligaban a entonar a los deportados reci¨¦n llegados. Ellos, los se?ores del campo, no se mezclaban nunca con los seres inferiores que ten¨ªan que exterminar. Lanzmann toma buena nota, por eso nunca coinciden en un plano con los jud¨ªos. A la segregaci¨®n f¨ªsica del campo corresponde la separaci¨®n metaf¨ªsica del filme. No caigamos en la simpleza del sufrimiento plural. Hay v¨ªctimas y hay verdugos.
En tercer lugar, la responsabilidad de los espectadores. Los campos de exterminio estaban casi todos en Polonia, pa¨ªs cat¨®lico en el que nada se mov¨ªa sin la anuencia de la Iglesia. Lanzamnn se va hasta Grabow, poblaci¨®n cercana a Chelmo, lugar en el que comenz¨® el exterminio sistem¨¢tico. Su llegada es como la de un justiciero en una pel¨ªcula del Oeste. Todos le reh¨²yen, todos le temen porque viene a remover viejas historias que nadie ha olvidado. Ellos, sin embargo, necesitan olvidar porque han construido sus vidas sobre el expolio de las v¨ªctimas. Consigue reunirse con algunos vecinos que no pueden resistir la curiosidad. Entonces nos enteramos que la casa en la que uno vive fue de un jud¨ªo, que todos sab¨ªan lo que estaba pasando, como la se?ora que esp¨ªa tras los visillos de la ventana mientras el forastero se pasea por el pueblo. Toda Europa sab¨ªa y nadie movi¨® un dedo. Aquello ocurri¨® ante la indiferencia del mundo.
En Chelmo, pueblo del superviviente Srebnik, reun¨ªan a los jud¨ªos en una iglesia antes de llevarles en camiones hasta la muerte. Es fiesta y hay procesi¨®n. Lanzmann y Srebnik les esperan a que terminen para hablar con ellos. Los buenos cat¨®licos polacos mantienen los mismos t¨®picos antisemitas de siempre. Todav¨ªa piensan que los jud¨ªos eran ricos, ten¨ªan oro y poder, que mataron a Dios. Pero la presencia de Srebnik, su paisano que todos recuerdan bien, les incomoda, se sienten juzgados por eso tienen que justificarse: "Se nos prohib¨ªa hablar con ellos", dicen a modo de disculpa para dar a entender que sab¨ªan poco y nada pod¨ªan hacer. Pero lo dicen mientras recuerdan euf¨®ricos que hac¨ªan buenos negocios con ellos, al canjearles joyas por un mendrugo de pan. La verdad es que los jud¨ªos exterminados eran fundamentalmente pobres. El oro, nos dice la c¨¢mara del director mientras hablan los cat¨®licos polacos, est¨¢ en la imagen que los del pueblo sacan a hombros en procesi¨®n.
Habr¨ªa a¨²n que hablar de c¨®mo funciona la f¨¢brica de muerte en el universo concentracionario. D¨ªas en los que hab¨ªa que "tratar" a 18.000 personas, como dice el sargento Suchomel; c¨®mo se consegu¨ªa paralizar la resistencia de las v¨ªctimas, c¨®mo se esforzaban por expulsarlas de la condici¨®n humana, c¨®mo el ¨²nico gesto de amor consist¨ªa en procurar que el ser querido se desvistiera lentamente para prolongar la vida unos segundos.
Hay una secuencia que resume la idea maestra de este filme. La c¨¢mara se pasea por un lago cubierto de nieve en el que se echaban las cenizas de los asesinados. Ah¨ª se consumaba el prop¨®sito nazi de no dejar rastro. La c¨¢mara al detenerse en ese lugar quiere hacer visible lo que deber¨ªa quedar perdido. El arte se hace testimonio. No es lo suyo contarnos lo que ocurri¨® -para eso est¨¢ la historia- sino hacernos ver lo que hay de olvido en la historia que hemos construido desde 1945.
Reyes Mate es autor de Medianoche en la historia. Comentario a las tesis de Walter Benjamin sobre el concepto de historia. (Trotta).
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